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Paz y Ciencia

sábado, 28 de abril de 2012

Afrontar emociones negativas y un Nuevo enfoque hacia la curación

"Mi felicidad consiste en que sé apreciar lo que tengo y no deseo con exceso lo que no tengo". Leon Tolstoi.
Afrontar emociones negativas: En el siglo terapéutico que acabamos de vivir, la labor del terapeuta era minimizar las emociones negativas mediante fármacos o intevenciones psicológicas con el objetivo de que las personas estuvieran menos ansiosas, airadas o deprimidas. Hoy día la misión del sanador también es minimizar la ansiedad, la ira y la tristeza. Los padres y maestros han asumido la misma misión, lo cual me preocupa porque existe otro enfoque más realista ante estas disforias: aprender a funcionar bien incluso cuando se está triste, ansioso o enfadado, es decir, afrontarlo. Mi postura surge del hallazgo más importante (y menos agradable desde el punto de vista político) fruto de las investigaciones en el campo de la personalidad durante el último cuarto de siglo XX. Este hallazgo incontestable desilusionó a toda una generación de investigadores ambientalistas (incluyéndome a mí), pero es cierto que la mayoría de los rasgos de la personalidad son hereditarios en gran medida, lo cual implica que hay personas predispuestas genéticamente a la tristeza, la ansiedad o la religiosidad. A menudo las disforias, aunque no siempre, derivan de estos rasgos de personalidad. Existen fuertes bases biológicas que predisponen a ciertas personas a la tristeza, la ansiedad y la ira. Los terapeutas pueden modificar estas emociones, pero dentro de unos límites. Es probable que la depresión, la ansiedad y la ira deriven de rasgos de personalidad hereditarios que solo pueden mejorarse, pero no eliminarse por completo. Esto significa que, como pesimista nato, aunque conozco y utilizo todos los trucos terapéuticos del libro para contrarrestar mis pensamientos catastrofistas automáticos, sigo oyendo voces a menudo que me dicen: "soy un perdedor" y "no vale la pena vivir la vida". Normalmente les bajo el volumen rebatiéndolas, pero siempre estarán ahí, acechando en segundo plano, dispuestas a apoderarse de mí ante cualquier contratiempo. ¿Qué puede hacer un terapeuta si la naturaleza hereditaria de la disforia es una de las causas de la barrera del 65 por ciento -el alivio que se encuentra en los fármacos-? Por curioso que parezca, los terapeutas pueden aprovechar la información sobre cómo se preparan los francotiradores y los pilotos de caza. (Por cierto, no intento promocionar a los francotiradores solo quiero describir cómo se entrenan.) Un francotirador puede llegar a tardar veinticuatro horas en colocarse en su sitio. Y luego es posible que tarde otras treinta y seis horas en apretar el gatillo. Esto significa que es muy probable que los francotiradores pasen dos días sin dormir antes de disparar. Están exhaustos. Pongamos por caso que el ejército recurriera a un psicoterapeuta y le preguntara cómo entrenaría a un francotirador. Utilizaría fármacos para mantenerle despierto o intervenciones psicológicas que alivian la somnolencia (un buen método es llevar una goma elástica en la muñeca que restalla para restablecer la actitud vigilante). Sin embargo, los francotiradores no se preparan así. Lo que se hace es mantenerlos despiertos durante tres días y que practiquen los disparon cuando están exhaustos. Es decir, se enseña a los francotiradores a afrontar el estado negativo en el que se encuentran, a funcionar bien incluso estando fatigados. Del mismo modo, los pilotos de caza se seleccionan de entre individuos curtidos que no se asustan con facilidad. Pero a los pilotos de caza les pasan muchas cosas que hacen que hasta los más duros se caguen en los pantalones. Igual que en el ejemplo anterior, los instructores de vuelo no recurren a terapeutas para enseñarles trucos para reducir la ansiedad (que son legión), para que así los aspirantes se conviertan en pilotos de caza relajados, sino que el instructor lanza el caza en picado directo al suelo y el aspirante, más que aterrado, debe aprender a remontar el vuelo. Las emociones negativas y los rasgos negativos de personalidad presentan unos límites biológicos muy fuertes y a lo máximo que puede aspirar un facultativo con el enfoque superficial es a conseguir que los pacientes vivan en la mejor zona de su nivel estable de depresión, ansiedad o ira. Pensemos en Abraham Lincoln y Winston Churchill, dos depresivos severos. Ambos fueron seres humanos sumamente funcionales que afrontaron su "lado oscuro" y pensamientos suicidas. (Lincoln estuvo a punto de suicidarse en enero de 1841.) Ambos aprendieron a rendir incluso cuando estaban sumidos en una profunda depresión. Por consiguiente, dada la persistencia hereditaria de las patologías humanas, uno de los aspectos que la psicología clínica tiene que desarrollar es una psicología que las "afronte". Tenemos que decir a nuestros pacientes: "Mira, lo cierto es que muchas veces -independientemente del éxito de la terapia- te levantarás sintiéndote triste y pensando que la vida no tiene sentido. Tu misión no solo es combatir estos sentimientos sino vivir de forma heroica, funcionar bien incluso cuando estés muy triste". Nuevo enfoque hacia la curación: Hasta el momento he argüido que todos los fármacos y la mayor parte de la psicoterapia no es más que superficial y que a lo sumo, consiguen proporcionar un alivio del 65%. Un a forma de superar este porcentaje es enseñar a los pacientes a afrontarlo. Pero lo más importante es la posibilidad de que las intervenciones positivas superen esa barrera y sitúen a la psicoterapia más allá del alivio sintomático superficial y se encaminen a la curación. La psicoterapia y los fármacos tal como se utilizan en la actualidad están mal concebidos. En las escasas ocasiones en que consiguen tener un éxito total, libran al paciente del sufrimiento, la tristeza y los sentimientos negativos. Es decir, eliminan las condiciones internas que resultan incapacitantes para la vida. No obstante, eliminar tales condiciones no es ni mucho menos lo mismo que construir las condiciones que permiten llevar una vida plena. Si queremos crecer a nivel personal y queremos gozar de bienestar, sin duda debemos minimizar nuestro sufrimiento pero, además, debemos tener emociones positivas, dar sentido a nuestra vida, obtener logros y relaciones positivas. Las habilidades y ejercicios que los fomentan son totalmente distintos a las habilidades que minimizan nuestro sufrimiento. Cultivo rosas. Paso mucho tiempo quitando maleza y escardando. Los hierbajos se interponen en el camino de las rosas; los hierbajos son una condición incapacitante. Pero si uno quiere tener rosas, no basta con quitar hierbajos y escardar. Hay que preparar el terreno con musgo de pantano, plantar un buen rosal, regarlo y darle nutrientes. Hay que proporcionar las condiciones propicias para crecer. Del mismo modo, como terapeuta, de vez en cuando he ayudado a un paciente a librarse de toda su ira, ansiedad y tristeza. Pensé que entonces tendría a un paciente feliz. Pero nunca ha sido así. Tenía un paciente vacío. Y eso ocurre porque las habilidades para el crecimiento personal -para albergar emociones positivas, encontrarle el sentido a la vida, tener un buen trabajo y relaciones positivas- van más allá de las capacidades que minimizan el sufrimiento. Cuando empecé como terapeuta hace casi cuarenta años, era habitual que los pacientes me dijeran: "Solo quiero ser feliz, doctor". Yo lo transformaba en "quiere decir que quiere librarse de la depresión". Por aquel entonces carecía de las herramientas para construir el bienestar y estaba cegado por Sigmund Freud y Arthur Schopenhauer (que predicaron que a lo máximo que pueden aspirar los humanos es minimizar su sufrimiento); la diferencia ni siquiera se me había ocurrido. Entonces solo disponía de las herramientas para aliviar la depresión. Pero todas las personas, todos los pacientes, solo quieren "ser felices" y este objetivo legítimo combina el alivio del sufrimiento con la construcción del bienestar. A mi entender, la curación necesita emplear el arsenal completo para minimizar el sufrimiento -fármacos y psicoterapia- y añadir la psicología positiva. Así pues, esta es mi visión de la terapia del futuro, mi visión de una cura. En primer lugar, hay que explicar a los pacientes que los fármacos y las terapias no son más que alivios temporales de los síntomas, y que estén preparados para la recaída en cuanto se interrumpa el tratamiento. A partir de ahí, la práctica explícita y con éxito para afrontarlos y funcionar bien incluso en presencia de los síntomas debe ser una parte fundamental de la terapia. En segundo lugar, el tratamiento no debería concluir cuando se alivia el sufrimiento. Los pacientes tienen que aprender las habilidades específicas de la psicología positiva, a saber, cómo albergar más emociones positivas, más entrega, dar más sentido a la vida, más logros, y mejores relaciones humanas. A diferencia de las habilidades para minimizar el sufrimiento, estas aptitudes se mantienen por sí mismas. Es probable que traten la depresión y la ansiedad y también es probable que las prevengan. Más que aliviar una patología, estas habilidades son la base del crecimiento personal, y resultan cruciales para el bienestar que todas las personas buscan. Pero, ¿quién propagará estas habilidades por el mundo? Martin Seligman: "La Vida que Florece". Ediciones B, 2011, Barcelona. Pp. 69-73.

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