La Dependencia Donald Winnicott
"Mi única compañía, en el curso de esa exploración de territorio desconocido que es un caso nuevo, es la teoría que llevo conmigo, que se ha convertido en parte de mí mismo (...) Es la teoría del desarrollo afectivo del individuo, que entiendo como la historia completa de la relación individual del niño con su entorno".
Por el hecho de colocar el acento sobre la importancia fundamental de la primera infancia para el desarrollo ulterior del individuo, Winnicott se inscribe en la tradición psicoanalítica, que sitúa en una edad precoz el punto de fijación de las psicosis y, más generalmente, de lo que hoy llamamos los trastornos narcisistas.
Se ha dicho que la imagen que da del niño la teoría freudiana procede esencialmente de una reconstrucción, elaborada sobre la base del análisis de los adultos, sustentada por cierto número de observaciones directas, como la del Pequeño Hans (1909) o la del juego con el carrete (1920), que sirvieron de punto de partida a numerosos desarrollos metapsicológicos.
La obra de Melanie Klein marca una importante transición. A través de ella, el psicoanálisis extiende su investigación teórica y clínica a los primeros meses de vida, a partir de un trabajo terapéutico con niños, principalmente psicóticos, de todas las edades, Melanie Klein inaugura así la investigación de perspectivas ricas y originales. No obstante, permanece dentro de las concepciones clásicas -las de Freud y Abraham- que llevan a esforzarse por señalar y descubrir una serie de "fases" o posiciones, caracterizadas por pulsiones, angustias y defensas primitivas particulares.
Winnicott no reniega de esa herencia cuya validez está solidificada. Su obra se apoya en la teoría clásica y sin ella sería incomprensible. Si a veces quita las marcas del vocabulario analítico convencional, es porque éste no siempre puede dar cuenta de ciertas experiencias cuya importancia se afirma cotidianamente en la práctica clínica. Eso no invalida los aciertos fundamentales de su obra. Pero actualmente el psicoanálisis debe elaborar modelos adaptados a una problemática clínica parcialmente nueva.
Tradicionalmente, el psicoanálisis aborda el desarrollo del niño en términos de progresión de la vida instintiva. Desde esta perspectiva, lo que predomina es el lenguaje de las pulsiones. Este deja su huella, justificadamente, en la psicopatología psicoanalítica, donde la salud es definida con frecuencia en función de las "posiciones del Ello" y de la "fuerza del Yo", la neurosis es el producto de defensas extremadamente rígidas, puestas en marcha para controlar las pulsiones. Aunque esto constituye, muy simplificadamente, "el meollo de nuestra teoría", Winnicott suele sentirse muy limitado por ella.
"Sería curioso llegar a un punto en el que pudiéramos describir qué es la vida, fuera de la enfermedad o en ausencia de enfermedad".
La descripción de la vida supone otro lenguaje que el de las pulsiones, requiere que sean enfrentados otros aspectos de crecimiento, diferentes a los del desarrollo pulsional. Ya que "no es la satisfacción pulsional lo que permite a un bebé
empezar a ser, empezar a sentir que la vida es real y a descubrir que vale la pena de ser vivida".
Desde entonces, Winnicott quiso elaborar un modelo que estableciera la posibilidad de que las pulsiones y las relaciones objetales, adquiriesen la categoría de experiencias vivas. ¿En qué condiciones la vida pulsional se convierte en fuente de enriquecimiento personal? Para responder a esa pregunta, se opuso a esa pregunta se opuso a las necesidades del yo y del ello. Fuera de la relación primitiva entre el lactante y su madre -que se describe como una "relación simbiótica" o un "equilibrio homeostático"-, lo más importante no es, en principio, la satisfacción de las pulsiones orales ("las necesidades del ello"), además, la madre puede satisfacer la pulsión y al mismo tiempo violar "la función del yo" del lactante. Dentro de los cuidados que prodiga al bebé, hace algo más que asegurarle una "mamada satisfactoria". Promueve esa cobertura del funcionamiento del yo sin que la satisfacción pulsional deviene seducción o traumatismo. El psicoanálisis nos ha habituado a pensar en el lactante en términos de pulsiones orales, no obstante, es necesario considerarlo básicamente, no como alguien que tiene hambre, y cuyo deseo puede ser frustrado o satisfecho, sino "como un ser inmaduro que está todo el tiempo al borde de una angustia inimaginable para nosotros". El rol de la madre, que responde a las necesidades del yo del niño, es mantener a distancia esa angustia increíble.
En la esfera del desarrollo del yo, de lo que se trata entonces es de necesidad, no de deseo: un deseo revela la problemática de la satisfacción y la frustración. A una necesidad no se puede más que responder (o no). La frustración provoca la cólera, la falta de respuesta a la necesidad (de ser acuñado, por ejemplo) crea (eventualmente) una distorsión en el desarrollo del niño. Esa distinción es fundamental cuando se abordan los primeros estadíos de la maduración personal. Además, su impacto es considerable cuando uno se encuentra en la cura con un episodio regresivo:
"Cuando se trata de un enfermo en estado de regresión, deseo no es el término exacto, en su lugar, es necesario hablar de necesidad. Si necesita quietud, lo único que se puede hacer es procurársela. Si no se responde a esa necesidad, no se provoca su cólera, sino que simplemente se reproduce, sino que simplemente se reproduce la situación de carencia del entorno que ha detenido los procesos de crecimiento del self. La capacidad para "desear" del individuo ha estado trabado y nosotros asistimos a la reaparición de la causa original del sentimiento de futilidad".
Claude Geets Donald Winnicott Pediatría Psicoanálisis