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Paz y Ciencia

sábado, 30 de enero de 2016

Psicoanálisis, Literatura y Clínica. Fragmentos de un exilio de la lengua de Deleuze


Psicoanálisis, Literatura y Clínica;  Fragmentos para un exilio de la lengua en Deleuze

Lic. Patricio Landaeta Mardones - Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
Resumen
Se analiza las complejas relaciones entre Psicoanálisis y Literatura a partir de las reflexiones de Deleuze y Foucault. Se intenta dar cuenta como la literatura deviene práctica política y clínica, para finalmente aproximarse a la obra de poetas chilenos entre los que se cuenta Vicente Huidobro.

Abstract
One analyzes the complex relations between Psychoanalysis and Literature from the reflections of Deleuze and Foucault. It is tried to give account as Literature happens political and clinical practice, finally to come near to the work of Chilean poets between whom Vicente Huidobro counts itself.

Palabras clave
Psicoanálisis, Filosofía, crítica, clínica, literatura, interpretación, territorio, transferencia,  inconsciente.

Keywords
Psychoanalysis, Philosophy, critic, clinic, Literature, interpretation, territory, transference, unconscious. 



1.
Un pequeño rodeo. Para estar en medio de Kafka, tal y como queremos, necesitamos entrever la lógica que propone Guattari-Deleuze. Tal vez hasta sea necesario comprender el “antipsicoanális” o más aún su “odio al significante”. El cumplimiento de estas condiciones mínimas no lo aseguramos. Ni tampoco que Kafka aparezca fuera de este mero cuadro esquemático. Menos aún que se comprenda a cabalidad la propuesta de estos dos pensadores ahora muy de moda. Por esto, sólo un objetivo nos proponemos: vincular la idea de “literatura menor” con la de “producción de inconsciente”, tema que ambos desarrollan desde múltiples ángulos, en su trabajo en conjunto y por separado y que es central, no obstante, en el texto del año 1975 Kafka. Por una literatura menor1.
La literatura y la vida de Deleuze, artículo de Crítica y clínica2, discurre entre las siguientes ideas: Se escribe para no enfermar, para “devenir”, aunque siempre aceche el riesgo de lo contrario, más aún cuando se confía en la equivalencia entre salud y normalidad; se escribe por obligación o “porque no habría forma de no hacerlo”, hacemos entrar en escena las palabras de Rilke: escribe tú, sólo si es cuestión de vida o muerte; se escribe para una salud del cuerpo, sin embargo, por la vía del delirio contra la normalidad. Cuando la literatura es una cuestión de salud, desborda los límites inclusive de lo estrictamente lingüístico, se convierte en una experiencia, pero impersonal, puesto que no remite a un “yo-biográfico”, sino a una singularidad, en palabras de Blanchot, que ya no puede decir “yo” y que avanza entre dos polos del delirio, uno mayoritario y uno minoritario, uno que clama por una raza originaria y pura y uno segundo que invoca una raza oprimida, sólo el segundo, sin embargo hace frente a la amenaza más grande: creer ingresar en un estado superior cuando se ha llegado a descubrir en la pureza de la lengua, en la legalidad de una lengua mayor, “El” camino del pensar: Craso error de Heidegger.
Desde otro ángulo, nuestro tema desde la perspectiva de Guattari-Deleuze es la literatura menor y su relación con una experiencia del lenguaje, relación que Foucault también habría tratado de mostrar en El pensamiento del afuera3. A estos los une una línea como ésta: el lenguaje en la literatura deviene práctica política y clínica: de acuerdo a la pareja Guattari-Deleuze, si la literatura es en el fondo una cuestión de salud lo es porque experimenta un afuera de la lengua mayor en la que se está a condición de estar enfermo, alienado. Si la literatura deviene práctica política es, precisamente, porque en el delirio encarna una lucha contra la legalidad del lenguaje: “kafka escribiendo en alemán pero como judío checo”. Cuando los autores del Antiedipo hacen suyas las palabras de Proust: “los libros hermosos están escritos en una especie de lengua extranjera”, lo hacen para hablar de un decir que se “desterritorializa”, de un entrar en la lengua para salir por la puerta trasera para pecar con y por la letra: línea de fuga a la dinastía de la representación en la que ya no hay Yo, ni sometimiento a aquella supuesta estructura lingüística que nos antecede. Estas palabras de alguna u otra forma también encarnan la poética Batailleana: “…el hombre se escapó de su cabeza como el condenado de la prisión. Encontró más allá de sí mismo no a Dios que es la prohibición del crimen. Sino a un ser que ignora la prohibición”.
En este borde se engarza el problema de la literatura con el psicoanálisis, pues en la experiencia de un “afuera de la representación”, en el “pecado” de la letra, (en tanto perversión de la estructura en la que se implica el singular hablante) es donde emerge la voz psicoanalítica o no psicoanalítica de Guattari para mostrar que la literatura, así como la vida, no es cuestión de inscripción, de prohibición y obediencia inevitable a la ley del padre que regula el deseo y, a partir de estos, a la obligación a una errancia “en los límites de la mera razón”. Al contrario, como dice su entrañable colaborador: “se podría decir que para el psicoanálisis siempre hay muchos deseos. La concepción freudiana del niño como perverso polimorfo es prueba de ello. Siempre hay demasiados deseos. Para nosotros, al contrario, nunca hay suficientes. No se trata de reducir el inconsciente, sea por el método que sea, sino de producirlo”4. Esta producción debe entenderse como el origen de una exhortación a una perversión sin culpa, más bien, realizarla con el mayor ánimo, sólo allí la vida y la literatura menor se exhiben como un exilio, como un nomadismo y una “verdadera” errancia.
La literatura menor es otro nombre para el nomadismo, el nomadismo tiene la figura del tránsito constante, del constante estar “en medio”, nunca en un final, nunca en un origen, como El proceso interminable de Kafka, como los cuentos que parecen no acabar. Como abandono de la territorialidad de la lengua el nomadismo es una desterritorialización, pero que, no obstante, está bajo amenaza de volverse legal y sedentaria: estar siempre en medio no es tarea fácil, puesto que siempre se corre el riego de ser seducidos por la trascendencia de un plano de significancia que nos brinde la seguridad de una certeza, ambrosía del espíritu sedentario, amuleto para una re-edipización; este coro si bien sigue a cada momento la fuga de Guattari, Foucault y Deleuze, Maurice Blanchot se muestra como el tema variado: “mientras escribir sea escribir un libro, dicho libro está, o bien acabado o sostenido por la lectura o bien amenazado por ella, que tiende a reducirlo o a alterarlo (…) pero si escribir es disponer unas marcas de singularidad (fragmentos), a partir de los cuales se pueden indicar unos recorridos que ni las reúnen ni se reúnen con ellas, sino que se indican como su propia grieta –grieta espacial de la que sólo conocemos el hiato: el hiato, sin saber de qué se aparta-, siempre existe el riesgo de que la lectura en lugar de impulsar la multiplicidad de los recorridos transversales, reconstituya, a partir de los mismos, una nueva totalidad o, peor aún, que busque en el mundo de la presencia y el sentido, a qué realidad o a qué cosa que queda por completar corresponden los vacíos de ese espacio que se brinda como complementario, pero complementario de nada”5. De acuerdo a Blanchot, es inevitable, siempre amenaza la “reterritorialización” a un plano de significancia, de hecho, esta idea sostiene también la lucha de Guattari y Deleuze contra el psicoanálisis y su preeminencia del régimen del significante que deja su casilla vacía en manos del analista: “i¡¡significante, terrible arcaísmo del déspota en el que todavía se busca la tumba vacía, el padre muerto y el misterio del nombre!!!”6.
Hasta ahora, quizá todavía prime la idea de que el inconsciente tiene un portavoz y una legalidad que sustenta su no-decir o peculiar decir, para Guattari-Deleuze el motivo de ello sería, un malentendido sin igual: pensar subrepticiamente el inconsciente como algo por revelarse en virtud de la concreción de un saber especializado (ciencia de la letra) que permite si no su transparencia por lo menos su significación en la transferencia. El significado velado es siempre susceptible de ser interpretado. Precisamente, la conexión entre significantes es asegurada por aquel que “sabe leer entre líneas”, vale decir, por el que puede interpretar las señas que hace el signo en el significante: Según el dúo francés en Mil mesetas, esta función desde antiguo fue compartida por el adivino o el sacerdote que distribuyen los significados amparados en la cualidad representativa de su sistema: la “desterritorialización” relativa del signo opera gracias a que el éxito de la cadena depende de que el significado pueda ser representado en una multiplicidad de signos, y por ello, pues, puede decirse que, si el significado se desplaza de través por la cadena significante, es porque siempre dice más de lo que muestra o, lo que es lo mismo, se muestra siempre a condición de esconder el “fundamento” de su emergencia: siempre hay algo en el fondo de lo que se deja ver: profundidad en la que se hallaría el sustento de lo real, fundamento de lo “meramente aparente” que sólo “el interprete” está en condiciones de señalar (legalidad de la interpretación), y que sin embargo es siempre una interpretación, por lo que ese fondo último es una X que sólo fundamenta la infinitud de la interpretación asegurada por la producción de significantes: “nosotros decimos lo contrario, el inconsciente no lo tenéis, ni lo tendréis jamás, no es un ‘ello estaba’ cuyo sitio debe ocupar el yo (Je). Hay que invertir la fórmula freudiana. El inconsciente tenéis que producirlo”7.
2.
No es nuestra intención, sin embargo, la de presentarnos, de acuerdo a la filosofía de Deleuze-Guattari, como un proyecto de filosofía del inconsciente, si entendemos por ello “la reflexión programada que tiene un objeto claro y distinto”, ni tampoco como una estética o una guía para comprender la literatura o obra de arte en su relación con el inconsciente. Al contrario, tal vez sólo pensar las condiciones de un “pensamiento del afuera” a partir de la “literatura menor” esté más cerca, tanto de nuestra intención, como de la aproximación que en un principio pudo haber tenido el psicoanálisis a la producción artística del siglo XIX.
La dependencia del psicoanálisis en sus comienzos a la literatura en particular y al arte en general, se hace manifiesto en que, como dice Rancière, el inconsciente freudiano se constituyó en su momento en un “inconsciente estético”, un vapor, por decirlo de alguna manera, que sostenía las obras y el pensamiento del arte del siglo XIX que se abría a una dimensión inusitada de objetos y formas de expresión. A propósito de la cercanía que desde sus orígenes ha manifestado el psicoanálisis y el quehacer artístico, Rancière ha escrito en El inconsciente estéticoque, si tempranamente Freud recurrió a la interpretación de obras de arte fue, principalmente para mostrar una cierta equivalencia entre la racionalidad del arte y el inconsciente, cuestión que, sin embargo, ya era percibida por Schelling y Hegel en la filosofía aunque de forma diametralmente distinta. Pues su sostenimiento equivalía, en alguna medida, a la muerte de la filosofía tal y cómo era tratada hasta aquel momento: la situación de estos filósofos, anunciaba desde ya el destino o el fracaso de todo proyecto de filosofía del inconsciente, pues si bien es la propia fractura que acontece en la filosofía y en las artes la que abre la posibilidad de una reflexión del inconsciente, no obstante, su experiencia, su acontecimiento se comprenderá no sólo en la medida en que fracase un discurso del inconsciente, o mejor dicho, no sólo a través del fracaso de un discurso que se inscriba simple y llanamente en las coordenadas de un saber que pretende lo inconsciente como si éste pudiese quedar en frente, o como gozo del fracaso del intento frustrado de hacerlo entrar en el discurso filosófico. Si bien su propia fractura, nos dejas ante la imposibilidad de la representación y la reflexión misma, pues no puede haber un “poner” (Stell), y con ello en lo abismal, y sin fundamento (Ab-grund), su sondeo, requiere de un nuevo esfuerzo, un nuevo “hacer pensamiento”, que puede leerse como un giro hacia el afuera de representación en la experiencia de la pura performatividad o transitividad del lenguaje.
Dicha experiencia de transitividad del lenguaje, sirve para pensar el fondo en devenir en el que se inscribe la idea de literatura menor de Deleuze-Guattari, específicamente como la fuga de la literatura moderna a su aparentemente inevitable representatividad, a la legalidad del lenguaje y el discurso, siendo entonces la propia experiencia de sus límites donde se diluye un objeto literario y un contenido al que se adecua una expresión, esto, sin embargo, no se confunde con una pura interiorización del lenguaje, “el acontecimiento -dice Foucault- que ha dado origen a lo que en un sentido estricto se entiende por literatura no pertenece al orden de la interiorización más que para una mirada superficial; se trata mucho más de una tránsito al afuera (donde) el lenguaje escapa al modo de ser del discurso –es decir a la dinastía de la representación…”8.
Es en esta constante fuga donde la literatura moderna se convierte en una experiencia del afuera, experiencia de aquello que no puede ser representado por la interioridad de la reflexión filosófica y su positividad del saber. Y como experiencia, se revela en su transitividad, en su fragilidad, en su precariedad o “indignidad ontológica” al modo como Deleuze-Guattari piensan la literatura menor, esto es, en el uso desviado de una lengua mayor, en el ocupar una lengua al modo como un “okupa” hace uso de una casa vacía para convertirla transitoriamente en hogar: “escribir como un perro escarba su hoyo, una rata que hace su madriguera…volvernos el nómada, el inmigrante y el gitano de nuestra propia lengua”9. Esta escritura descentrada constituye un puro uso intensivo de la lengua donde escribir quiere decir tocar, sentir un mundo porvenir en la ruptura con el presente de una lengua oficial: “…menor no califica ya a ciertas literaturas sino las condiciones revolucionarias de cualquier literatura en el seno de la llamada mayor (o establecida)”10.
Lo que Rancière denomina “inconsciente estético” bien podría ser comprendido en los límites de un régimen de producción de inconsciente -por el hecho de existir por obra de la creación artística- régimen en el que se dan cita una vigilia del pensamiento y una lucidez de la creación. Lo cual significa que en el repliegue del pensamiento, la lucidez se muestra en su hacer experimental, pues, si una imagen literaria es el modulado sensible de una idea oscura, producir aquí es visto como un corporeizar ideas. Esta imagen literaria es fruto de un agenciamiento por el cual “soy” la propia experiencia del lenguaje en la inmanencia trazada o atravesada por el estilo, o línea de fuga a la trascendencia, al punto de vista divino o “totalitario” de una lengua oficial, mayor o establecida. Dicho corporeizar ideas constituye entonces una producción de inconsciente en un doble aspecto: la obra creada es, por una parte, efecto de una experimentar un camino propio o precario en el lenguaje y, por otra, un cuerpo que debe ser experimentado para que pueda ser conocido su funcionamiento. Decir como Proust que “las obras hermosas están escritas en una especie de lengua extranjera”, será posible comprenderlo cuando en su experiencia, en su funcionamiento, todo resuene distinto, con la frescura que sólo ofrece un nuevo encuentro, y que por añadidura hace caer los criterios o pautas de interpretación habiéndose roto en dicho encuentro los hilos que unen la lengua a la representación –aunque, teniendo presentes las palabras de Blanchot sea siempre posible decir lo contrario y ser retrotraído por un sedentarismo el fragmento a la totalidad.
La única manera de defender la lengua es atacarla, este es el principio de una literatura revolucionaria…cada escritor está obligado a hacerse su propia lengua, pues vivir es ser menor. Contra Edipo la literatura es una enrancia sin ley, en ese sentido, la invención de una lengua nueva se erige contra la inscripción, y para ser una salud requiere de la enunciación a-significante, sólo allí desde la perspectiva de Guattari-Deleuze, se constituye como expresión inconsciente y no como mera interpretación. La creación literaria, precisamente consiste en traer nuevos modos de enunciación de un deseo siempre desplazado y no meramente reprimido: “el deseo es el sistema de signos a-significantes con los que se producen flujos de inconsciente en un campo social…lo cierto es que siempre cuestionará las estructuras establecidas. El deseo es revolucionario porque siempre quiere más conexiones y más agenciamientos”11.

Errancia y deseo. Deseo errante en la escritura en fuga. Omar Cáceres, chileno asesinado en los años cuarenta escribe en la Iluminación de yo, para un “extranjero de sí mismo”, errante, sin una palabra de consuelo, bendito por el poder de la palabra, de dar nombre sin precisión, de inscribir, de trazar el universo, no como consuelo, sino por ventura de crear un mundo que existe por el poeta y que no es simplemente signo de un recuerdo, sino el llamado de lo porvenir que es errancia y vigilia en la acogida del huésped, del otro que todavía no somos pero que devenimos constantemente. En una línea que no podemos pensar sino como semejante, dirá Deleuze: “lo actual no es lo que somos, sino más bien, lo que devenimos, lo que estamos deviniendo, es decir, el Otro, nuestro devenir-otro. El presente, por el contrario es lo que somos y, por ello mismo lo que estamos ya dejando de ser”…exilio pero no como una condena sino como una práctica necesaria. Cuestión de devenir para evitar la “reterritorialización” a un plano de significancia.
Se trata entonces de saber, según este colectivo francés, como una obra funciona, y no qué significa, que devenires exhibe y no qué quiere decir, cuáles son sus líneas de fuga y no qué moraleja nos confía en su final: en la literatura chilena tenemos toda una historia menor, subterránea y que, sin embargo, no quiere salir a la luz, una prehistoria que la historia quiere enterrar, poetas y escritores de unos cuantos versos, de unos cuantos cuentos que sin embargo garabatean en la pared blanca de la academia aun cuando ésta no les tome en cuenta. Cuando decimos Omar Cáceres nombramos al poeta que materializa el espíritu y que remienda los pasos que separan al hombre de su Otro, al poeta asaltado de visiones como dice Huidobro respecto del mismo Cáceres12. Pero en nombres como el de Maquieira, se cruza violenta una desterritorialización de la lengua con la creación de imágenes que conducen la vida más allá de la literatura y la literatura hacia nuevas formas de vida, nuevos contactos, nuevos encuentros: ya no hay cosas narradas, expresiones válidas, sino flujos, intensidades que nos sacuden en la experiencia del poema. Ninguna historia, ninguna biografía. Un viaje. Un devenir:

El deleite vedado13
Diego Maquieira

Echados sobre las gradas del portaaviones






y gozando de nuestro espíritu de disciplina
y con faroles en la cubierta de vuelo
emplazada como un atrio sobre el mar
leíamos a Horacio para mantenernos
sobrios y medidos
mientras no hacíamos mucho muelle
ante el infierno fatigante de los Mirage
Esos camotes doctorados en dogmas
que venían a arruinarnos el menú
pero ahí, por gust
o, por impaciencia severa
falseábanmos la epistola original
la dejábamos casi sin lengua
y yo mismo hacía los arreglos:
Subamos a las cabinas de los Harrier
antes de haber digerido las ostras
aún hinchados de vino de Bellaterra
Olvidémonos de lo que es decoroso
y de lo que no lo es; qué más da
Hagámonos cargo de ser inscritos
en las bellas listas de los repudiados
Bien así como los viciosos remeros
Del celtense Coritani,
que al deseo de la patria
prefirieron el deleite vedado
Complacidos con esa tenue recitación
recuperábamos la vara alta, Luchino
Recuperábamos nuestra punta de puñal
y nuestro horror a las honras
Patricio Landaeta Mardones
Licenciado en Filosofía Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Doctorando Universidad 

Acceso a la Web de Origen
Complutense de Madrid 

viernes, 29 de enero de 2016

Emil Kraepelin: Bipolaridad



En contraste con los fieros criterios de los intentos primigenios para englobar la bipolaridad, y tras el fallecimiento de Bleuer. Kraepelin, un buen hombre al que le gustaba la taxonomía de las plantas hizo un sutil trabajo para separar los distintos modos de bipolaridad.

Antes teníamos dos problemas neurosis y psicosis. De forma que todo lo que no entraba en un grupo entraba en el otro por sospecha. En un principio habla de la "locura circular", a la que añade la manía simple bajo la rúbrica de "melancolía", sin que precise qué entiende por tal. Después suma "Algunas disposiciones patológicas del humor más menos acentuadas, transitorias o duraderas, que encontramos en los estadios iniciales de trastornos más severos o se sitúan sin una demarcación precisa en el ámbito de las constituciones personales"
Pese al poso continuista existe una clara demarcación que pretende realizar. Obviando la diferencia entre tipo I o tipo II que solo aluden a una información a una información irrelevante y periférica.
Recordemos que entre los distintos cuadros reúne los episodios maníacos y depresivos, las formas mixtas, así como, dice: "más sutiles que se observan en el sustrato psicopatológico general de la locura maniaco-depresiva"

Kraepelin hace algo distinto a intentos posteriores. Muestra su plasticidad teórica y nos invita a enjuiciar en la práctica caso por caso, sin anteponer, como ahora es habitual, el modelo a la realidad- Reconoce que esta clasificación es, en muchos sentidos absolutamente artificial y arbitraria.

Por este motivo, -añade finalmente-, la doctrina que aquí presentamos solo debe verse como un intento provisional de ordenar de forma aproximada e inteligible la enorme variedad de datos suministrados por la clínica"

Los Alienistas del Pisuerga. Texto: "Emil Kraepelin -La Locura Maniaco-Depresiva-

jueves, 28 de enero de 2016

Génesis del Trastorno Bipolar



Antes de Bleuler este diagnóstico era muy amplio y no tenía ningún tipo de límites, afectaba a tanta gente que podríamos hablar de pandemia. Ahora podemos decir que ha existido una evolución que
ha regredido a lo rígido de ese patrón. Cristalizado en el aberrante DSM-V. Se puede sugerir un texto brillante y crítico titulado "Estrictamente Bipolar"

Con Bleuler aparece la inclusión del psicoanálisis en la clasificación de las enfermedades de la mano de Henry Ey.Se introduce lo discontinuo y un balanceo entre lo uno y lo múltiple.
Tras su muerte aparece el primer DSM, que estaría gobernando con sus códigos la psiquiatría clásica.

El trastorno bipolar tiene límites difusos y amplios. Por tal razón su orientación biológica y cognitivo-conductual, no se esmera en hacer límites claros. Por no tener claros estos límites, se amplía el fenómeno bipolar pero dentro del contexto, también, del psicoanálisis.

Mucho más adelante Freud, Klein y Winnicott, en ese orden, hicieron grandes aportaciones a la llamada "Defensa maníaca".

Rodrigo Córdoba Sanz, Tel.: 653 379 269
Psicólogo y Psicoterapeuta

martes, 26 de enero de 2016

Delirio de Interpretación=Locura Razonante

Este documento no es alusivo a nadie en particular.
El texto reviste una sabiduría que tiene la virtud de sintetizar un tema tan complejo como las locuras razonantes o delirio de interpretación, que es una de las obras de "Los Alienistas del Pisuerga".
Les dejo con el texto que, si bien, es complejo, se puede entender con una formación en psiquiatría o psicología clínica dentro del psicoanálisis y su contexto:
Rodrigo Córdoba Sanz.
Contacto: 653379269

Delirio de interpretación = “locuras razonantes”
Planteo abrir la conversación que hoy nos convoca con una pregunta, el delirio de interpretación: ¿se trata de una enfermedad mental? Sugiero que dicha pregunta nos puede orientar a la hora de trabajar el concepto clínico del delirio de interpretación, vale decir, las “locuras razonantes”.
Como veremos a lo largo de esta presentación, la lucidez y la reserva del sujeto, la ausencia de trastornos sensoriales, la corrección de actitudes alejan –a primera vista- toda suposición de psicopatía. Sin embargo, como venimos aprendiendo a través de las presentaciones de enfermos que conduce el Dr. Vicente Palomera, para descubrir ciertas particularidades y la estructura psicótica del sujeto, son necesarias conversaciones con ellos que nos orienten a localizar y aislar los fenómenos elementales y la certeza psicótica que las determinan.
Para trabajar en esta línea, estudiaremos el tema propuesto por Graciela Elosegui, el delirio en la Clínica Francesa, más precisamente, las locuras razonantes; el delirio de interpretación de P. Sérieux y J. Capgras.
Presentación y contextualización
Hoy abordaremos el tema El delirio de interpretación, publicado en 1909; son las investigaciones sobre los delirios crónicos sistematizados llevadas a cabo por Paul Sérieux y Joseph Capgras, maestro y alumno respectivamente.
Situémonos en el contexto de la época, alrededor de 1910 se constituye el edificio nosológico considerado en Francia como clásico, con el cual la psiquiatría francesa alcanza su punto de estabilidad.
Sérieux y Capgras
Es incuestionablemente bajo la influencia de Kraepelin que, a partir de 1902, Sérieux y Capgras inauguran una serie de trabajos sobre el delirio de interpretación, coronados por su célebre monografía sobre las Locuras razonantes. Se constata en ella que si bien las formas que son objeto de su trabajo estaban descriptas, sin duda someramente, desde hacía ya algún tiempo (desde 1890 figura en las revisiones generales de Sérieux y de Séglas) ninguno había pensado hacer de ellas entidades mórbidas autónomas.
El trabajo magistral de Sérieux y Capgras consistirá finalmente en adaptar las grandes líneas de las concepciones de Kraepelin (quien por su lado dará, en su octava edición, un paso en la misma dirección que ellos) a la preocupación del análisis clínico y semiológico fino que caracteriza a la psiquiatría francesa de esta época, pero también a las formas clínicas heredadas de la tradición anterior.
P. Sérieux (1864- 1947), alumno de Magnan y uno de los introductores en Francia de la nosografía de Kraepelin. En 1888 culmina sus estudios de medicina con una tesis atrevida, en la que estudiaba comparativamente las psicopatías sexuales en los degenerados, los histéricos, los epilépticos, los maníacos, los melancólicos y los enfermos afectos de delirios sistematizados.
J. Capgras (1873-1950), médico jefe en el Hospital de la Maison Blanche y posteriormente en Sainte-Anne.
Los argumentos desarrollados por los autores se nutren del estudio de unos sesenta casos seguidos durante décadas; cuarenta fueron observados  y tratados por ellos. La obra está dedicada a los “interpretadores puros”, es decir, a esos sujetos que, sin ver visiones ni oír voces, desvarían pero a la vez manifiestan una extraña articulación entre la locura y la razón que les hace merecedores del calificativo de “locos razonantes”.
Volvemos a encontrarnos en el ámbito problemático en el cual se sitúan las relaciones entre la locura y la razón, y nos surgen más preguntas: ¿El loco siempre está loco? ¿La razón y la locura mantienen vínculos indestructibles? ¿Existen locos que razonan como los cuerdos, o quizás mejor que ellos?
Como iremos desplegando a lo largo de la clase, esta panorámica centrada en los vínculos de la razón y de la locura ilustra con claridad sobre la capacidad de la paranoia de poner en entredicho la visión médica de las enfermedades mentales.
La elaboración del delirio de interpretación se produce en el momento que se habían cuestionado definitivamente las agrupaciones nosográficas temáticas (Laségue, Foville) y evolutivas (Magnan). Con el nuevo siglo, los clínicos comenzarán a perseverar en los mecanismos íntimos y específicos de cada tipo clínico. De este modo, el campo de los delirios crónicos se ordenó en función de tres conceptos: el de interpretación delirante (delirio de interpretación, Sérieux y Capgras), alucinación (psicosis alucinatoria crónica, Ballet) e imaginación (delirios de imaginación, Dupré).
El delirio de interpretación se cierne sobre una categoría de alienados, que desde Pinel, Esquirol, Leuret, J.-P. Falret, Lasègue, Foville, Magnan, Séglas y Régis, se venían caracterizando por conservar la integridad de sus facultades intelectuales a pesar de sus ideas delirantes, que concernían a aspectos muy parciales y puntuales.
Sintomatológicamente, se caracteriza por la existencia de dos órdenes de fenómenos en apariencia contradictorios:
  1.        Positivos: los trastornos delirantes manifiestos (concepciones e interpretaciones delirantes). Las interpretaciones delirantes que caracterizan el delirio tienen como objeto hechos tomados del mundo externo (percepciones exógenas) o del sujeto mismo (sensaciones endógenas).
  2.        Negativos: una sorprendente conservación de la actividad mental e integridad afectiva (ausencia o excepcionalidad de trastornos sensoriales).
Es una locura crónica, lúcida, sin demencia terminal, y con evolución por extensión progresiva del círculo delirante.
El delirio de interpretación es una psicosis sistematizada crónica caracterizada por:
1-    la multiplicidad y la organización de interpretaciones delirantes
2-    la ausencia o la penuria de alucinaciones, su contingencia
3-    la persistencia de la lucidez y de la actividad psíquica
4-    la evolución por extensión progresiva de las interpretaciones
5-    la incurabilidad sin demencia terminal
Introducción del delirio de interpretación
Desde hace ya mucho tiempo se ha agrupado bajo el nombre de “Delirios sistematizados” en Francia, de “Paranoia” en el extranjero, ciertos estados psicopatológicos caracterizados por la organización de un conjunto más o menos coherente de concepciones delirantes, que llega a convertirse para el autor, en la expresión indiscutible de la realidad. Antiguamente, se los clasificaba subdividiéndolos según la naturaleza del sistema delirante (delirio de persecución, delirio de grandezas…). Hoy en día, se sabe que este criterio es superficial, simplista y que reunía hechos inconexos, por lo tanto para establecer la autonomía de una psicosis es preciso estudiar el agrupamiento especial de los síntomas, la evolución completa de los trastornos mórbidos y tener en cuenta sus causas y su génesis. Así, pues, se considera a los “delirios sistematizados” como una manifestación mórbida susceptible de aparecer al inicio o en el curso de enfermedades mentales muy diferentes.
En cuanto a los delirios sistematizados crónicos, se impone la necesidad de separarlos en dos divisiones, por una parte, psicosis adquiridas que, alterando profundamente la mentalidad del sujeto, desembocan con rapidez en la demencia; por otra, psicosis constitucionales (“psicosis crónicas a base de interpretaciones delirantes = delirio de interpretación”) que no modifican la personalidad, de la cual ellas son una exageración, y no se encaminan hacia el debilitamiento intelectual.
La interpretación delirante es definida como un razonamiento falso que tiene como punto de partida una sensación real, un hecho exacto, el cual, en virtud de asociaciones de ideas ligadas a las tendencias, a la afectividad, toma, con ayuda de inducciones o deducciones erróneas, una significación personal para el enfermo, empujado ineluctablemente a relacionarlo todo consigo mismo.
La interpretación delirante se diferencia de la idea delirante, concepción imaginaria, elaborada en todos sus componentes o, al menos, no deducida de un hecho observable. La interpretación delirante tiene un punto de partida exacto, en cambio, la idea delirante es errónea hasta en su fundamento. A su vez, la interpretación delirante tiende a realizarse, orienta y domina la actividad del sujeto.
El delirio de interpretación es una psicosis sistematizada crónica caracterizada por: la multiplicidad y la organización de interpretaciones delirantes; la ausencia o penuria de alucinaciones, su contingencia; la persistencia de lucidez y de actividad psíquica; la evolución por extensión progresiva de interpretaciones;  la incurabilidad sin demencia terminal. Psicosis constitucional cuyo origen debe buscarse, no en la acción de un agente tóxico, sino en la predisposición psicopática… el delirio de interpretación revela esencialmente una malformación congénita, una degeneración.
“Locuras razonantes”: los sujetos afectados conservan, fuera de su delirio parcial, toda su vivacidad de espíritu. No merecerían el epíteto de alienados en el sentido etimológico del término (alienus, extraño), continúan en relación con su medio, su aspecto se mantiene normal, algunos logran vivir en libertad hasta el fin de sus días (en caso de ser ingresados es más por su carácter violento que les vuelve peligrosos que por sus ideas delirantes). Inteligencia intacta: asociación de ideas normales, recuerdos fieles, curiosidad despierta… No se pueden evidenciar ni alucinaciones, ni excitación, ni depresión; ausencia de confusión, ninguna pérdida de sentimientos afectivos.
Hoy nos dedicaremos a los interpretadores, esos sujetos que, más que cualquiera de los otros, ponen de relieve la asociación extraña de la razón y de la locura, y merecen de ser calificados de “locos razonantes”.
Diagnóstico
El conocimiento de los síntomas, las fórmulas, las variedades de la evolución y de las causas del delirio de interpretación permite abordar el diagnóstico.
¿Cuándo es legítimo admitir que se trata de un delirio de interpretación?
  • Cuando un delirio más o menos sistematizado se organiza sin participación notable de los centros sensoriales, con la ayuda de razonamientos afectivos cuyo punto de partida –exacto- determina conclusiones paradójicas o quiméricas;
  • Cuando esta psicosis, preparada durante una larga incubación, progresa por la acumulación de interpretaciones múltiples;
  • Cuando en el curso de su evolución, no muestra tendencias ni hacia la curación, ni hacia el debilitamiento intelectual.
  • Este diagnóstico positivo se establecerá si se constata la ausencia de ciertos signos: fuera de complicaciones transitorias, no se deben encontrar ni alucinaciones activas, ni excitación, ni depresión, ni confusión, ni amnesia, ni pérdida de los sentimientos afectivos, sin negativismo, sin manierismo; fuera de su novela delirante, el individuo no manifiesta ningún trastorno mórbido.
Diagnóstico diferencial:
I. Delirio de reivindicación
Psicosis sistematizada crónica caracterizada por el predominio exclusivo de una idea fija que se impone al espíritu de manera obsesiva; ella sola orienta por completo la actividad en un sentido manifiestamente patológico y la exalta en razón de los obstáculos encontrados. Este estado de monoideísmo, de prevalencia mórbida, se desarrolla en sujetos degenerados; no termina en demencia.
Se pueden distinguir dos variedades según un carácter de la idea obsesiva que da a los reivindicadores un aspecto especial: 1º el delirio de reivindicación egocéntrico; 2º el delirio de reivindicación altruista; el mismo individuo evoluciona en ocasiones de uno al otro o los presenta combinados.
Egocéntricos: en la base de la psicosis se encuentra un hecho determinado (ya sea un perjuicio real o una pretensión sin fundamento),  el enfermo ambiciona la satisfacción de sus deseos egoístas, la defensa de sus propios intereses.
Altruistas: reposa sobre una idea abstracta y se traduce por teorías impersonales (ciencia, filosofía, política, religión, etc.). Al contrario que los anteriores, que son siempre perseguidores en conflicto con los demás, éstos, dominados por las preocupaciones altruistas, dañinos únicamente consigo mismos y con su familia a la que arruinan: sacrificaran toda su fortuna a la edición de sus numerosos escritos, a la preparación de sus experiencias, al ardor de su proxelitismo.
 A pesar de su aparente diversidad, que obedece únicamente a los diferentes modos de reacción, todos los reivindicadotes son idénticos; su psicosis se caracteriza por dos signos constantes; laidea prevalente y la exaltación intelectual.
El delirio de reivindicación se caracteriza por dos síntomas: 1º la idea obsesiva, 2º la exaltación maníaca.
1º Los reivindicadores son obsesos: Irresistibilidad de la idea obsesiva: la idea que los tiraniza no les deja un instante de reposo, el deseo de hacer triunfar su causa no tiene freno y los subyaga por completo, los reivindicadotes permanecen incapaces de razonar sobre aquello que recae en su idea fija. Estas interpretaciones revelan más pasión que delirio.
2º Los reivindicadores son maníacos razonantes: La causa de la anomalía de su conducta es que sus pensamientos y sus sentimientos están activados por una fuerza maníaca. Su excitación es creciente; los reivindicadores buscan por todos los medios atraer sobre ellos la atención. Esta actividad desmesurada y continua no puede ser asimilada a una reacción secundaria y accesoria; únicamente son contingentes los modos variables por los que ésta se manifiesta; pero en sí misma permanece como una de las expresiones esenciales de la psicosis.
La evolución del delirio de reivindicación está estrechamente ligada por una parte a la irresistibilidad de la idea dominante, por otra a la persistencia de la actividad mórbida. Bajo esta doble influencia los enfermos agrandan el círculo de sus reivindicaciones y de sus acusaciones. Pero a pesar de que las ideas de orgullo alcancen con el tiempo un grado extremo, jamás desembocan, como en los interpretadores, en megalomanía.
El inicio difiere en las dos psicosis. Tanto en una como en la otra, las interpretaciones se subordinan a una idea directriz, pero el carácter de las ideas no se parece en absoluto. El delirio de reivindicación tiene por punto de partida una idea fija; en el delirio de interpretación se llega a una idea fija tras una larga fase preparatoria. Desde el origen, el reivindicador tiene su sistema establecido, su objetivo único consiste en hacer triunfar su idea obsesiva. Por el contrario, el interpretador comienza por emitir juicios falsos sin un plan determinado, y tan sólo los coordinará secundariamente alrededor de una idea principal.
Bien diferentes son las interpretaciones. Las del reivindicador se manifiestan únicamente por deducciones que le dicta su pasión. Y jamás experimenta la necesidad de construir un delirio retrospectivo, jamás concluye en una concepción delirante del mundo exterior, jamás alcanza la megalomanía sistemática (cambio de nombre, proclamarse rey…).
En el interpretador, por el contrario, las interpretaciones falsas se multiplican, se asiste a la edificación de verdaderos delirios, construidos sobre juicios falsos traídos con ocasión de las más insignificantes impresiones sensoriales, sensitivas o cenestésicas, actuales o pasadas.
Las reacciones del interpretador son transitorias siempre, a veces efímeras; las del reivindicador, en contraposición, atestiguan una actividad pervertida, son parte intrínseca de su anomalía y permanecen en primer plano sin cesar.
En resumen, el delirio de interpretación es una psicosis en la cual la proliferación de interpretaciones múltiples y la irradiación progresiva de una concepción predominante determinan la organización de una novela delirante complicada, susceptible de desencadenar reacciones transitorias. El delirio de reivindicación es un estado mórbido continuo del carácter que, bajo el empuje de una idea obsesiva, se traduce en una excitación permanente, una sobreactividad anormal, independiente de todo sistema verdaderamente delirante.

Los Alienistas del Pisuerga










Este nombre comenzó como una broma en el Hospital Psiquiátrico de Valladolid.
Un grupo de psiquiatras y psicólogos cultivados, con tres cabezas pensantes sobre pensadores dentro de su contexto histórico y psicopatológico. Es una propuesta interesante, puesto que nos acerca a las bases, a las fuentes de aquellos que condujeron los primeros pensamientos acerca de la locura.
Y no hay que tener miedo de la locura. Los "locos" pueden ser muy razonantes como dice un texto compilado de este grupo. Hay razón en la locura y locura en la razón. Como decía el propio Nietzsche: "Hay una poco de amor en la locura, pero también locura en el amor".
Estas iniciativas son fundamentales para psicólogos y psiquiatras. Ir a las propias fuentes nos aporta mucho saber, un saber contrastado que está perfilado dentro de su contexto histórico.
Tengo la suerte de conocer a un compañero, Mariano San Juan, que se formó con dichos caballeros andantes-errantes y la verdad es que la formación es verdaderamente sutil, precisa y delicada. Con fidelidad y lealtad a sus majestades los primeros "alienistas" de la historia, de donde surge este nombre: "Los Alienistas del Pisuerga". Tal vez lo expliquen ellos mejor. Os dejo con un vídeo de sus orígenes:
Alienistas del Pisuerga
Fernando Colina -Melancolía y Paranoia-

Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo y Psicoterapeuta. Para ser un buen psicólogo hay que leer otras disciplinas como las ciencias sociales y la filosofía; Hegel, Foucault, Schopenhauer, Nietzsche, Albert Camus, etc-

lunes, 25 de enero de 2016

Teoría de la Agresividad: Donald Winnicott. Vocabulario Esencial



LA TEORÍA DE LA AGRESIVIDAD EN WINNICOTT

La teoría de la agresividad en Winnicott. Su inscripción en el desarrollo emocional temprano.
Solo si sabemos que el niño desea derribar la torre de ladrillos,
le resulta valioso comprobar que puede construirla.
D. W. Winnicott. La agresión (1939)

El psicoanálisis ha hecho aportaciones importantes al estudio de la agresividad humana, si bien sus autores mantienen criterios divergentes y en ocasiones contrapuestos. Entre la variedad de tendencias destacan los estudios realizados por la escuela inglesa de psicoanálisis y, por ende, la aportación de Donald Winnicott, una de las voces más singulares del siglo XX. Lo importante en Winnicott, respecto de la agresión, es tanto lo que niega como lo que afirma: niega la pulsión de muerte formulada por Freud y la envidia de Klein, y afirma que el impulso destructivo (potencial) crea la exterioridad al sobrevivir el objeto. En consecuencia, destaca el «valor positivo» de la agresión. En su modelo teórico concibe una agresividad primaria al servicio de la creatividad, de la vida, esto es, del gesto espontáneo del individuo.
La teoría de Winnicott sobre la agresividad –que considera que la agresión primaria es necesaria, pero que su temprana represión la transforma en agresión reactiva– es central en su obra en tanto que recorre varios ejes de su estudio sobre la naturaleza humana: el desarrollo emocional del bebé, la tendencia antisocial y la clínica de niños y adultos. Su concepción, original y plena de matices, es sustancialmente diferente a la de su coetáneos. Y su enseñanza trasciende el campo del psicoanálisis, impregnando a otras disciplinas y con alcance a padres y educadores. La singularidad del pensamiento de Winnicott radica en el valor positivo de la agresión, entendida como entidad potencial y/o fuerza vital, en tanto que impulsa la creatividad, el conocimiento y el aprendizaje, y su importancia en la estructuración del psiquismo, como articulador esencial de la subjetivación del individuo.
En tanto que la concepción de Winnicott sobre la agresividad no sigue un desarrollo lineal, ni un orden cronológico, su aportación ha sido desatendida, mal interpretada o ignorada, lo que ha determinado más confusión que entendimiento sobre su obra en general y sobre este asunto en particular. Por esta razón, este texto trata de dar cuenta de la secuencia de su pensamiento, mostrando su teoría de la agresividad de la forma más acorde con su concepción general del psiquismo humano, y destacando su aportación específica sobre este asunto. Solidario con lo anterior, el objetivo de este texto es el de un simple señalador de caminos, puesto que no pretende contravenir su écriture –asistemática por su naturaleza creativa– en un orden rígido y/o esquematizado, ni distorsionar su riqueza de matices, dejándola siempre librada al albur de quien quiere explorar por su cuenta los dédalos de su proceso creativo.
El valor positivo de la agresión
El 6 de julio de 1948, Donald Winnicott envía una carta a Anna Freud sobre la presentación que debe hacer sobre la agresividad en el Congreso de Salud Mental. En la misiva le comunica su preocupación porque no quede bien reflejada la aportación de los psicoanalistas británicos, a la vez que le manifiesta su sorpresa de que le pida un resumen de sus ideas tras haberle enviado su artículo sobre «La agresión» (1939). Un tanto molesto escribe:
Uno no puede dejar de pensar sobre este horrible Congreso de Salud Mental y la tarea que a usted le incumbe. Como alguien que tal vez fue uno de los principales responsables de este programa de la Sección de Niños, me preocupa que se cumpla uno de los objetivos, a saber, que alguien que represente a Gran Bretaña exponga la labor realizada específicamente en Gran Bretaña en los últimos veinticinco años. Ya que, en mi opinión, dentro de la evolución natural del Psicoanálisis, le ha tocado en suerte a los psicoanalistas de este país situar a los impulsos e ideas agresivos en el lugar que les corresponde dentro de la teoría y práctica psicoanalíticas. Particularmente importante ha sido el estudio de la relación recíproca entre la agresión, la culpa y depresión, y la reparación1.
Sobre el resumen que le pide la hija de Freud, le indica que atienda las siguientes cuestiones:
a) En este congreso, lo importante a lo que hay que llegar es que los problemas del mundo no se deben a la agresión del hombre, sino a la agresión reprimida en cada individuo.
b) De ello se desprende que el remedio no es educar a los niños sobre el modo de manejar y controlar su agresión sino proporcionar al máximo número de bebés y niños condiciones estables y confiables (de ambiente emocional) como para que cada uno de ellos pueda llegar a conocer y a tolerar, como parte de sí mismo, la totalidad de su agresión (amor voraz primitivo, destructividad, capacidad de odiar, etc.).
c) A fin de posibilitar que los seres humanos (bebés, niños o adultos) toleren y acepten su propia agresión, es necesario respetar la culpa y la depresión y reconocer plenamente las tendencias reparadoras cuando ellas existen.
d) También es importante manifestar con claridad que, en esta cuestión de la agresión y sus orígenes en el desarrollo humano, hay muchas cosas que aún no se conocen2.
Winnicott le plantea unas consideraciones generales pero imprescindibles para comentar en el citado congreso, puesto que es ella la elegida para la presentación de este asunto (más por su prestigio que por sus trabajos específicos sobre la agresividad), y desea que al menos queden reflejadas algunas de las notables contribuciones que se han realizado en Londres en un asunto tan caro a la Sociedad Psicoanalítica Británica. Por este tiempo, Winnicott ya tiene pensamiento propio sobre este asunto, como le hace observar al enviarle su artículo sobre «La agresión».
El estudio de la agresión en Winnicott es indisociable de su teoría general del psiquismo humano e inherente a su forma de pensar al bebé y al niño dentro de su teoría del desarrollo infantil, al adolescente y al adulto. Asimismo, el carácter paradójico de su propuesta teórica sobre la naturaleza de la agresividad (su noción de amor cruel [ruthless love], una suerte de agresividad creativa) se inscribe en el conjunto de sus formulaciones y cobra su máxima expresión en la última etapa de su proceso creativo, que desarrolla y expone en su libro póstumo Realidad y juego3(1971), en el que muestra la esencia de su pensamiento. Lo destaca su único discípulo directo, Masud Khan, en «Cierta intimidad», donde dice: «Durante cuarenta años, o más, de trabajo clínico intensivo, Winnicott llegó gradualmente a una especie de síntesis de sus diversas teorías y prácticas clínicas, que formuló de forma definitiva en su libro Playing and Reality»4.
La concepción de Winnicott sobre la agresividad difiere sustancialmente de la formulada por Freud, de la desarrollada por Klein y de la aceptada en general por la comunidad psicoanalítica. En «Entre el ídolo el ideal» Masud Khan describe el punto de partida de Winnicott, su idea de niño, en tanto que el «bebé no existe» in vacuo, sino que lo que existe es la «pareja de crianza», donde enfatiza el papel de la madre o ambiente facilitador (el otro), frente al eje freudo-kleiniano de un niño inscrito ab initio por ansiedades y tensiones emocionales. Dice:
El ser humano comienza por ser no sujeto, sino objeto. El niño, en efecto, existe y se siente a sí mismo únicamente a través de la atención de su madre, atención idolizante: es el objeto de los cuidados maternos. Durante estos últimos años, hemos sido adoctrinados por una teoría que sostiene que la psique del lactante es un caldero de ansiedades infinitas y de incesantes conflictos, que hemos llegado a olvidar que, inicialmente, el niño existe solo como objeto de los cuidados y del amor materno5.
Partiendo de esa premisa inaugural de su teorización, Winnicott considera que la motilidad muscular prenatal denota una actividad, una «fuerza vital» inicial, rudimentaria, que sitúa como origen de la agresividad. En la etapa de ladependencia absoluta, donde predomina la no integración del bebé (o mejor: el infans, el bebé de menos de seis meses), esta agresividad primaria derivada de la motilidad muscular prenatal (ahora) en conjunción con el ambientefacilitador, esto es, con el cuidado materno, es de naturaleza aconductal y, en consecuencia, inintencional. Por ello, para este autor, en las primera etapa de la vida el amor y la agresión primarios están fusionados (por lo que la denomina de amor cruel), donde no caben per se el odio, la ira, la envidia, los celos, el sadismo, todos ellos sentimientos más elaborados y propios de etapas posteriores, que requieren un psiquismo más integrado y maduro.
En la década de los cincuenta, concretamente en «La agresión en relación con el desarrollo emocional» (1950-1955), Winnicott desarrolla estas ideas: plantea la agresividad como parte de la expresión primitiva del amor, discrimina el impulso agresivo (inintencional) de la agresividad real (intencional), y explora la agresión reactiva. Por entonces estudia la agresividad en relación a las fases del desarrollo: una fase (teórica) temprana, de preintegración, sin inquietud; otra intermedia, de integración, con inquietud o preocupación (concern), esto es, con capacidad de sentir culpa; y la de persona total, propia de las relaciones interpersonales, donde abocan las situaciones triangulares y los conflictos entre instancias psíquicas. Asimismo, desvincula la agresión primaria del concepto de frustración. Winnicott plantea que no se debe confundir la agresividad con la ira, que surge por frustración, por represión ambiental. Apunta:«La destrucción únicamente pasa a ser responsabilidad del yo cuando existe una integración del yo y una organización del mismo suficiente para la existencia de la ira, y por consiguiente del miedo al talión»6Y considera que la agresividad no es peligrosa en sí misma, es más, que tiene valor social. Comenta: «En la salud, el individuo puede ir atesorando la maldad en el interior con el fin de utilizarla en un ataque contra las fuerzas externas que parecen amenazar lo que él percibe que vale la pena preservar. Así pues, la agresión tiene un valor social»7.
Más tarde, en el texto «El uso de un objeto» (1968), paradigmático en sus últimos desarrollos teóricos, culmina su teoría de la agresividad al formular que «el impulso agresivo es el que crea la exterioridad»8, de modo que establece la diferenciación entre el sujeto y el objeto, y determina que el objeto (el objeto de relación: otro sujeto) deja de ser un objeto subjetivo (término que describe al sujeto que toma al objeto como parte de sí mismo) y pasa a ser considerado como alguien diferenciado del sujeto. En la conferencia «Individuación» (1970), en la que comenta sus avances acerca del proceso de desarrollo emocional infantil, sobre el papel de la agresión afirma:
Ninguna descripción de estas cuestiones, por más que se la reduzca para amoldarla al principio de realidadque es un reloj, puede omitir la referencia al papel de la agresión. Permítaseme decir que no iremos muy lejos de nuestro examen del tema de la agresión si no vemos su valor positivo. Una manera de verlo es observar cómo se separa el niño de la madre y del ambiente en general. Es axiomático que no existe relación alguna con un objeto subjetivo: el mundo solo está allí para relacionarse con él en la medida en que es percibido objetivamente y es exterior al niño, según decimos. Ese mundo exterior puede ser traído adentro, introyectado o incorporado (o sea, comido) mediante un proceso mental.
Lo que procuro transmitir es que no iremos a ninguna parte en nuestro estudio de la agresión si en nuestra mente la tenemos inextrincablemente ligada a los celos, la envidia, la ira ante la frustración, la operación de los instintos que denominamos sádicos. Más básico es el concepto de la agresión como parte de un ejerciciocapaz de llevar al descubrimiento de los objetos externos9.
En su estudio del desarrollo emocional primitivo el tema de la agresividad destaca por tres razones principales: la primera, porque se ocupa muy precozmente de la misma, como lo atestigua el trabajo preliminar titulado «Apetito y trastorno emocional» (1936); la segunda, porque recorre toda su obra, en la que va progresivamente puliendo sus ideas, hasta dar cuenta con una teoría acabada en sus últimos escritos. En orden cronológico sus principales trabajos sobre la agresión son «La agresión» (1939); «La observación de niños en una situación establecida» (1941); «La agresión en relación con el desarrollo emocional» (1950-1955), «Agresión, culpa y reparación» (1960); «El uso de un objeto» (1968) y «El uso de un objeto en el contexto de Moisés y la religión monoteísta» (1969). A los que cabe añadir dos agregados: «Las raíces de la agresión» (1964) y «Raíces de la agresión» (1968), el segundo inconcluso. La tercera razón obedece a su original aportación a este asunto, debido a que considera que la agresividad posee una naturaleza benéfica en tanto que es impulsora de la vitalidad, está ligada a la creatividad y al aprendizaje, como fuentes de conocimiento, y contribuye a la construcción de la subjetivación del individuo.
La agresividad primaria: el amor cruel
El punto de partida de la concepción winnicottiana de la agresividad tiene como referente principal la noción de élan vital del filósofo Henri Bergson: el élan vital como impulso o fuerza vital, como fuente de vida. Para este autor «la vida, desde sus orígenes, es la continuación de un único y mismo impulso que se ha dividido entre líneas de evolución divergentes»10. Su valor lo fundamenta en su idea de evolución creadora –como devenir esencial de la naturaleza humana– al poner de manifiesto que la vida no depende tanto de los instintos sino de la capacidad creativa de cada persona. Por su parte, Winnicott lo expresa así: «A los impulsos del feto, a lo que concurre al movimiento por contraposición a la quietud, a la condición viva de los tejidos y a las primeras muestras de erotismo muscular. Aquí necesitamos un término como fuerza vital [life force11. Y en «La agresión en relación con el desarrollo emocional» (1950-55), plantea: «En su orígen la agresividad es casi sinónima de actividad, es una cuestión de función parcial»12.Una fuerza vital que en orígen amalgama creatividad y agresividad, que precisa de un ambiente facilitadorsuficientemente bueno para el desarrollo armónico del individuo, y que requiere una atención y un autocuidado constante en el transcurso de la vida. Por su carácter potencial, el élan vital de Henri Bergson tiene su correspondencia más acabada en el gesto espontáneo13 de Donald Winnicott.
El gesto espontáneo es la más genuina expresión de la continuidad existencial, y «representa al verdadero self en acción»14, dice Winnicott. La acción del verdadero self determina el gesto espontáneo que permite al individuo explorar, descubrir y habitar el mundo. En suma, el gesto espontáneo permite encarar nuevos desafíos: tanto las capacidades personales, como las nuevas experiencias en el mundo. Según Winnicott, a partir del estado de no integración, del magma de lo informe, es donde surge la creatividad y la espontaneidad del niño. De sus movimientos espontáneos, propios de su hacer natural y expresión de su potencial heredado, en conjunción con el cuidado materno; un proceso que tiene que ver con la falla materna, que permite que el bebé entre gradualmente en el mundo. La interiorización de los cuidados maternos confiables le permite crear el mundo, establecer su propio mundo subjetivo sin un excesivo control y desconfianza del medio ambiente. De ahí que, cuando la madre sale al encuentro del bebé, cuando no interfiere su desarrollo, habilita su potencialidad y su creatividad.
Asimismo, Winnicott pondera la capacidad de jugar, de explorar, de plantearse proyectos que enriquecen el verdaderoself. Y privilegia la tarea de búsqueda frente al resultado, el proceso a lo acabado y la duda potencial a la certeza paralizante. El verdadero self siempre bien balanceado con el falso self, ya que si bien el falso self adaptativo permite permanecer oculto en los intercambios sociales, no es menos cierto que el individuo mediante el despliegue de sugesto espontáneo siente la satisfacción de ser descubierto por sus interlocutores sociales15. Al final de «La agresión en relación con el desarrollo emocional» (1950-1955), Winnicott concluye: «La principal conclusión que surge de estas consideraciones es que la confusión se debe a que a veces utilizamos el término agresión cuando en realidad queremos decir espontaneidad»16.
Winnicott brinda su estudio sobre la agresividad en el contexto evolutivo del desarrollo emocional. En su obra, las raíces del mismo se encuentran en «Apetito y trastorno emocional» (1936), pero en puridad «La agresión» (1939) es el primer texto donde centra su análisis sobre esta cuestión tan primordial en el devenir humano. Al comienzo de este artículo –publicado en El niño y el mundo externo (1957)– dice: «El amor y el odio constituyen los dos principales elementos a partir de los cuales se elaboran todos los asuntos humanos. Tanto el amor como el odio implican agresión. La agresión, por otro lado, puede ser un síntoma del miedo»17 (el subrayado es nuestro). De entrada distingue primero la agresión como impulso, como fuerza, y luego como obstáculo, por efecto del miedo, pero en este primer trabajo se centra en el estudio de la agresividad primaria. En «La agresión» es notoria la influencia del pensamiento de Melanie Klein en su obra, autora con la que se forma en supervisión durante seis años, entre 1935 y 1940. Este último año Winnicott es nombrado analista didacta y durante un tiempo Klein lo considera un «analista didacta kleiniano», aunque nunca llega a integrarse como miembro del grupo kleiniano al desarrollar su propio pensamiento y establecer su particular corpus teórico. Bajo la influencia kleiniana, Winnicott plantea en «La agresión»que el amor y el odio constituyen la base de las relaciones humanas y que son el origen la agresividad primaria; a su vez, acepta también que la agresividad tiene como origen secundario el miedo, acorde con lo postulado por Freud.
A esta primera declaración de principos, todavía dentro de la ortodoxia de los cánones freudianos, añade: «Comienzo con un supuesto, un supuesto que no todos consideran justificado; todo el bien y el mal que se puede encontrar en el mundo de las relaciones humanas ha de encontrarse en el corazón del ser humano. Llevo el supuesto aún más lejos y afirmo que en el niño hay amor y odio de plena intensidad humana»18. Pero, del mismo modo que Freud hace con el sueño, cuando plantea en una nota a pe de página que «todo sueño tiene por lo menos un lugar en el cual es insondable, un ombligo por el que se conecta con lo desconocido»19Winnicott, a partir de su amplia experiencia personal como pediatra en el Hospital Paddington Green Children’s de Londres es consciente de que es muy difícil alcanzar sus raíces. Su planteamiento lo aclara así: «De todas las tendencias humanas, la agresión, en particular, está oculta, disfrazada, desviada, atribuida a factores externos, y cuando aparece siempre resulta difícil encontrar sus orígenes»20. Poco después vuelve a reconocer «que todavía queda mucho por aprender sobre los orígenes de la agresividad»21Y en otro pasaje, contrario sensu a su habitual forma de proceder, insiste tajante en que «desde luego, debemos estar preparados para descubrir que nunca podemos ver desnudo el odio que sabemos que existe en el corazón humano»22. Finalmente, tras asumir que «nuestra búsqueda de la agresión pura a través del estudio del niño ha fracasado en parte», y que por lo tanto «debemos tratar de aprovechar nuestro fracaso»23establece lo nuclear de su pensamiento:
La verdad es que al proporcionar una descripción muy detallada de la conducta de un bebé o un niño debemos dejar de lado por lo menos la mitad, pues la riqueza de la personalidad es en gran parte un producto de las relaciones internas que el niño construye todo el tiempo absorviendo y dando psíquicamente, algo que tiene lugar permanentemente y que es comparable a la absorción y a la excreción fácilmente observables24 (el subrayado es nuestro).
Para Winnicott, la parte principal de la realidad interna, esto es, el mundo interno que se siente como ubicado dentro del cuerpo o de la personalidad, es inconsciente. Pero una de sus más felices contribuciones es la incorporación del mundo externo al psicoanálisis. A lo anterior añade: «Poder tolerar todo lo que uno puede encontrar en la propia realidad interna constituye una de las más grandes dificultades humanas, y una finalidad humana importante consiste en establecer una relación armoniosa entre las propias realidades interna y externa»25 (el subrayado es nuestro). Un equilibrio que le va acercando a la idea de los fenómenos y los objetos transicionales, pero distanciándole a su vez de gran parte de sus coetáneos, esquivos y recelosos a incorporar el mundo externo dentro del psicoanálisis.
De inicio Winnicott postula que la agresividad es un derivado del amor y el odio (de un amor y odio fusionados y por tanto indisociables), cuya original contribución formula de manera paradójica mediante la expresión amor cruel(también llamado amor despiadado), que signa un «estado elemental del infans en el que la agresividad es originaria de la descarga muscular primaria y, en consecuencia, involuntaria»26. Por consiguiente, en el amor cruel, propio del periodo arcaico de la dependencia absoluta, el infans se encuentra en un estado de ser primario (cuando todavía no ha alcanzado la fase de integración psíquica) en el que el amor y el odio coexisten y se retroalimentan en un proceso constructivo-destructivo necesario para la descarga de excitación muscular.
Al respecto, relaciona el apetito con el desarrollo emocional, y considera que la avidez [greed] es la forma primitiva de amor asociada a la agresividad. Es propia de la etapa de la dependencia absoluta, donde acontece la coexistencia del impulso libidinal y el agresivo dentro del movimiento de construcción-destrucción que denomina amor despiadadoamor cruel. Lo expresa así: «Quizás la palabra avidez exprese más claramente que cualquier otra la idea de fusión original de amor y agresión, aunque el amor aquí está limitado al amor oral»27. Para este autor la agresividad instintiva originalmente forma parte del apetito o de alguna otra forma de amor instintivo. Lo explica así:
Primero, hay una avidez teórica, o amor-apetito primario, que puede ser cruel, dañino, peligroso, pero que lo es por azar. La finalidad del niño es la gratificación, la tranquilidad del cuerpo y espíritu. La gratificación trae paz, pero el niño percibe que al gratificarse pone en peligro lo que ama. Normalmente llega a una transacción, y se tolera considerable gratificación sin permitirse ser demasiado peligroso. Pero, en cierta medida, se frustra, de modo que debe odiar alguna parte de sí mismo, a menos que pueda encontrar algo fuera de él que lo frustre y que soporte el odio28 (el subrayado es nuestro).
A principios de los años cuarenta Donald Winnicott atiende a bebés y niños pequeños en su consultorio pediátrico –al que llama Psychiatric Snack Bar (cafetería psiquiátrica)– del hospital Paddington Green Children’s, donde se familiariza con el juego infantil y desarrolla una técnica personal de estudio del psiquismo infantil: primero el juego de la espátula29 que sirve como herramienta diagnóstica y, posteriormente, el squiggle o juego del garabato, una variedad de juego espontáneo mediante la realización de un dibujo compartido como medio para favorecer el contacto y la comunicación terapeutica. El juego de la espátula –estimulado por el Fort Da freudiano– lo aplica dentro de un encuadre específico, predeterminado, la situación establecida (set situation), que le sirve para observar la actitud y disposición de los bebés de cinco a trece meses de edad ante un depresor o bajalenguas colocado al borde de la mesa y al alcance de sus manos. En esencia, la razón de ser de este dispositivo es la de estudiar la espontaneidad o la inhibición del niño, esto es, la capacidad creativa que muestra el bebé para coger la espátula y jugar con ella. De este modo evalúa las desviaciones del desarrollo emocional normal del psiquismo infantil: el grado de aceptación o rechazo de los impulsos agresivos (la agresión primariaavidez teórica o amor-apetito primario, en sus diferentes denominaciones winnicottianas) que la madre permite a su hijo. En suma, si estimula o inhibe su expresión y su capacidad de explorar el mundo.
La agresividad reactiva
Una vez establecidas las raíces de la agresividad, esto es, de la agresión primaria a partir de su concepto de amor cruel, Winnicott pasa a considerar la agresión reactiva o por represión, como defensa. Según su criterio, laagresividad primaria constituye una fuerza vital, un potencial del infans al nacer, que precisa de un ambiente facilitador o cuidado materno adecuado para su desarrollo natural, para impulsar la creatividad del niño. Pero la falla de este sostén (holding) provoca una agresividad reactiva, bien mediante una actitud de sumisión o sometimiento, o bien mediante una respuesta con agresividad destructiva y antisocial. A diferencia de Freud, considera que la agresión primaria no es peligrosa per se, sino su temprana represión, que la transforma en agresión reactiva, defensiva, con la que reacciona frente a irrupciones, choques o ataques del ambiente. En el artículo «La agresión en relación con el desarrollo emocional» (1950-1955), un trabajo presentado en un simposio en la Real Sociedad de Medicina el 16 de enero de 1950 (en el que también participó Anna Freud), incluído en Escritos de Pediatría y Psicoanálisis, Winnicott comienza diciendo: «La principal idea de este estudio sobre la agresión es la de que si la sociedad está en peligro no es a causa de la agresividad del hombre, sino de la represión de la agresividad individual de los individuos»30 (el subrayado es nuestro).
Para Winnicott la represión es la causa de la agresividad, por lo que vuelve sobre sus pasos para reflexionar al modo socrático –mediante preguntas– acerca de las raíces de la agresividad: «¿Es que en definitiva la agresión viene de la ira suscitada por la frustración, o bien tiene una raíz propia?»31Y contesta que, tal como establece en «La agresión» (1939), hay una fase temprana de no integración (o de preinquietud) donde la agresividad es primaria, de mera actividad o de descarga de la motilidad, a la que sigue una fase intermedia o fase de inquietud (equivalente a la que Melanie Klein denomina posición depresiva), con integración de la personalidad, donde la agresividad ya es intencional. En esta fase (propia del segundo semestre de vida) el niño siente angustia por el temor de perder a su madre por haberla dañado, pero confía en poder reparar la situación, por lo que la angustia se transforma en sentimiento de culpa. La disposición de la madre, al seguir viva y accesible, favorece la capacidad de preocuparse por el otro, lo que supone considerar al otro como independiente –esto es, fuera del control omnipotente–, e integrar un sentido de responsabilidad por los impulsos agresivos. Al haber integración yoica, el individuo se inquieta, se preocupa, por lo que más adelante a esta fase la denomina fase de preocupación o concern (la capacidad de preocuparse por el otro), que implica asumir la responsabilidad o culpa de su agresividad. Finalmente, describe una tercera fase, que denomina de la persona total, en la que ya intervienen las relaciones interpersonales, las situaciones triangulares o edípicas, y donde tiene cabida el conflicto según lo establecido por Freud.
En el citado artículo Winnicott evoca su importante contribución presentada en «La agresión» (1939), en el que destaca que antes de que se integre la personalidad, en la etapa de la dependencia absoluta, existe ya agresividad, aunque sin finalidad destructiva; una agresividad que en una nota al pie la vincula con la «movilidad». En el trabajo realizado entre 1950 y 1955 lo describe así:
El bebé ya da patadas cuando está en el vientre; no hay que suponer que intenta abrirse paso a patadas. El bebé de pocas semanas descarga golpes con sus brazos; no hay que suponer que trata de golpear a alguien. El bebé masca el pezón con sus encías; no hay que suponer que esté intentando destruir o hacer daño. En su origen la agresividad es casi sinónima de actividad, es una cuestión de función parcial32.
De este modo, el paso gradual de la no integración a la integración supone el paso de una actividad inintencional a otra más elaborada o intencional. En suma, para Winnicott hay una primera etapa que denomina de amor cruel en la todavía no hay odio ni rabia, esto es, una etapa donde la agresividad es fruto de la descarga mecánica de la motilidad muscular del infans, y otra reactiva, por represión, ya intencional.
Desde su perspectiva considera que el acto agresivo no puede ser tomado como un fenómeno aislado, sino que está en función de la disposición ambiental, el grado de madurez emocional, la capacidad creativa y la espontaneidad del niño. Winnicott sostiene que cuando el ambiente ejerce una intensa represión provoca defensivamente una agresividad reactiva que inhibe su capacidad de expresarse y de explorar el mundo. Cita casos de conductas agresivas que se explican por el modo en que el niño maneja su mundo interior. En los casos de peleas entre los padres, algunos niños interiorizan esta experiencia, que incorpora en su cuerpo y trata de controlar la angustia en su interior con el fin de dominarla, manifestando cansancio, depresión o enfermedad física. Y apunta: «En ciertos momentos, esta mala relación interiorizada se hace con el control y entonces el niño se comporta como si estuviera poseído por los padres que se pelean. Lo vemos compulsivamente agresivo, antipático irrazonable y desilusionado»33. Algo que Anna Freud describe como la «identificación con el agresor» (1937). Alternativamente, señala que en otros casos los niños que introyectan las peleas de sus padres lo proyectan en el exterior a través de peleas con los que le rodean (padres, compañeros de colegio, etc.), proyectando lo malo al exterior. En el control de su mundo interno trata de preservar lo que considera benigno, dramatizando –a modo de víctima propiciatoria– la expulsion de la maldad por medio de su cuerpo y fuera de este, mediante patadas, escupitajos, gritos y mostrarse violentamente agresivo. Y matiza:
Estas fases maníacas no son lo que se llama defensa maníaca, en la cual hay una negación de la muerte interior por medio de la actividad artificial (la llamada, según Melanie Klein, defensa maníaca contra la depresión). El resultado clínico de la defensa maníaca no es un estallido de agresividad, sino un estado de inquietud angustiosa corriente, hipomanía, en el cual la agresión presenta una tónica moderada de dejadez, suciedad, irritabilidad, con falta de perseverancia constructiva34.
Y culmina: «En la salud, el individuo puede ir atesorando la maldad en el interior con el fin de utilizarla en un ataque contra las fuerzas externas que parecen amenazar lo que él percibe que vale la pena preservar. Así, pues, la agresión tiene un valor social»35.
En la conferencia «Agresión, culpa y reparación» (1960), Winnicott retoma sus consideraciones sobre el vínculo entre el amor y la agresión, plantea su inscripción en un movimiento dinámico de creación-destrucción y traza su divergencia con la concepción kleiniana de la agresividad. Comienza diciendo: «Deseo valerme de mi experiencia como psicoanalista para exponer un tema recurrente en el trabajo analítico, que ha tenido siempre gran importancia. Concierne a una de las raíces de la actividad constructiva: la relación entre construcción y destrucción»36. Poco después añade:
Diré de paso que, a mi entender, nos resulta relativamente fácil llegar a la destructividad que llevamos dentro cuando la vinculamos a la rabia por una frustración o al odio contra algo que desaprobamos, o cuando es una reacción ante el miedo. Lo difícil es que cada individuo asuma plena responsabilidad por la destructividad personal que en forma inherente atañe a una relación con un objeto percibido como bueno o, dicho de otro modo, con la destructividad que se relaciona con el amor37 (el subrayado es nuestro).
Luego señala:
Por eso digo que todo individuo debe desarrollar la capacidad de responsabilizarse por la totalidad de sus sentimientos e ideas. La palabra salud (en el sentido de una buena salud) está estrechamente ligada al grado de integración que posibilita asumir esta responsabilidad plena. La persona sana se caracteriza, entre otras cosas, por no tener que aplicar en gran medida la técnica de la proyección para hacer frente a sus propios impulsos y pensamientos destructivos38.
En esta conferencia Winnicott critica el intento de muchos psicoanalistas (kleinianos) que piensan en función del «individuo en proceso de desarrollo», pero que tratan de encontrar el punto de origen de la agresividad en una etapa muy tempana de su vida. Apunta: «Por cierto, que la más temprana infancia podría concebirse como un estado en que el individuo es incapaz de sentirse culpable»39.
Para Winnicott, en la reparación kleiniana el niño corre el riesgo del acatamiento o sumisión: de «ser bueno para mamá»; la identificación con el progenitor. Comenta:
Permítanme formular mi tesis del siguiente modo. Si les agrada, pueden observar como una persona hace una reparación y comentar con sagacidad: «¡Ajá! Esto indica una destrucción inconsciente». Empero, si proceden así no prestarán gran ayuda al mundo. La alternativa es interpretar esa reparación como un acto mediante el cual esa persona está fortaleciendo su self, posibilitando así la tolerancia de su destructividad inherente. Supongamos que ustedes bloquean la reparación de algún modo. Esa persona quedará incapacitada, hasta cierto punto, para responsabilizarse de sus impulsos destructivos y, desde el punto de vista clínico, el resultado será la depresión o una búsqueda de alivio mediante el descubrimiento de la destructividad en otra parte (o sea, utilizando el mecanismo de la proyección)40.
En «Entre el ídolo y el ideal», Masud Khan aclara la concepción de Winnicott sobre el concepto de reparación, esencialmente kleiniano, al que como tantos otros ejerce una torsión que le permite incorporarlo a su corpus teórico. Escribe:
En el marco de referencia propio a Winnicott, el proceso de reparación es la expresión de una potencialidad natural, de un conjunto de fuerzas libidinales y agresivas, imaginativas y afectivas, que obran en la psique-soma del niño. A diferencia de Melanie Klein, Winnicott no limita la tendencia reparadora a la función de atenuar y de neutralizar los daños provocados por las pulsiones sádicas en los estadíos infantiles más primarios. Según él, por si alguna razón personal o de otro tipo, la madre no logra responder a la tendencia reparadora (creadora) de su hijo, se suscitará un desequilibrio en la diferenciación yo-ello que está operándose; la tendencia reparadora no se utiliza entonces más que con fines defensivos. La reparación, en consecuencia, utiliza todos los procesos entonces disponibles del yo y del ello, para aportar una contribución al entorno humano y no humano, y para establecer un núcleo de confianza en la relación creadora con dicho entorno. Ahora bien, con esta contribución (reparación) se encuentra reflejada por el entorno, suscita una confianza en el sentimiento creciente de la identidad personal, y en la autenticidad de las experiencias del sí, tanto en la psique como en el soma41.
La discrepancia de Winnicott con Klein es manifiesta y recorre la secuencia agresión-culpa-reparación, eje axial de las formulaciones kleinianas. En «Reparación con respecto a la organización antidepresiva de la madre» (1948), Winnicott aborda la crítica de Edward Glover a Melanie Klein, formulada junto a otras entre 1945 y 1948, a la que acusa de injertar interpretaciones subjetivas en sus pacientes imponiendo sus propias fantasías. Al respecto, Winnicott comenta: «Es legítimo exigirme que, si pretendo describir la fantasía de mis pacientes, sepa que a veces ellos producen realmente la clase de cosas que a ellos les parece que a mi me gusta oír. Esto es más cierto cuanto más inconscientes son mis expectativas»42. Tres años antes Winnicott ha escrito su importante trabajo «Desarrollo emocional primitivo», en el que asienta las bases de su corpus teórico, a la vez que se distancia de las tesis de su mentora, Melanie Klein.
Después de «Agresión, culpa y reparación» (1960) transcurren varios años hasta completar su formulación sobre la agresividad, tarea que culmina con el texto «El uso de un objeto y la relación por medio de identificaciones» (1969),trabajo leído ante la Sociedad Psicoanalítica de Nueva York, el 12 de noviembre de 1968. Pero la transición entre uno y otro presenta un gozne decisivo: el artículo sobre la La capacidad de preocuparse por el otro o concern, de 1963, que constituye el precursor inmediato de la capacidad de uso de un objeto. La capacidad de preocuparse por el objeto externo supone tratarlo como un otro independiente fuera del control omnipotente e integrar un sentido de responsabilidad. El concern cabe definirlo como «la capacidad de interesarse o de preocuparse por el otro, al tiempo de ser capaz de sentir y aceptar la responsabilidad propia». En el concern el objeto de la fantasía se completa por las acciones reparadoras del niño en relación con el objeto real, mientras que en la capacidad de uso de un objeto la supervivencia del objeto lo vuelve permanente en tanto que es parte de la realidad exterior. Como subrayan Madeleine Davis y David Walbidge, las dos enuncianciones son el basamento de la destructividad: «En ambas tiene la mayor importancia la supervivencia del objeto, y ambas traen por resultado tolerar la ambivalencia y aceptar la agresividad personal»43. Sobre el uso de un objeto de Winnicott, Myrta Casas de Pereda en «La paradoja de la destrucción organizante», subraya: «Integra la paradoja a su discurso, lo cual constituye un acto relevante, dado que deja hablar a lo real, a lo no abarcable, de un modo convincente y le da a su vez el perfil simbólico de un enunciado grávido de consecuencias. Reúne lo real de lo imposible del cuerpo junto al fuerte imaginario de la imagen y los hace bascular al simbólico del concepto (RSI). Anuda afectos, imágenes y abstracciones como ocurre en la poesía»44.
El uso del objeto: la destructividad potencial
En «El uso de un objeto y la relación por medio de identificaciones», texto publicado en Realidad y juego (1971), Winnicott establece su original tesis sobre la destructividad, en la que plantea que para que el objeto pueda ser aceptado como independiente y adquiera la cualidad de externo al sujeto debe sobrevivir a su destrucción. Lo paradójico –según Winnicott– es que los intentos por destruir (simbólicamente) al objeto son los que permiten al sujeto acceder a la realidad; supone el reconocimiento del otro, de su identidad, de su diferencia, lo que determina el valor positivo de la agresividad. En tanto que el impulso destructivo es potencial, crea exterioridad, permite la estructuración del psiquismo y se constituye en articulador esencial de la subjetivación del individuo. Lo explica así:
Se entiende, entonces, que si bien la palabra que empleo es destrucción, la destrucción real corresponde al fracaso del objeto en lo referente a sobrevivir. De lo contrario, la destrucción seguirá siendo potencial. Hace falta el término destrucción, no por el impulso destructivo del bebé, sino por la posibilidad de que el objeto no sobreviva, lo cual significa también un cambio de cualidad, de actitud45.
En un primer momento, Winnicott plantea que la agresividad primaria del infans, el amor-cruel, en tanto que motilidad modulada por la madre, supone un estímulo de la creatividad, del gesto espontáneo del bebé, y su entronque con la realidad. Más tarde, ya en su última época, agrega el concepto del «uso del objeto» tras formular su tesis sobre la agresividad (o su forma más elaborada: la destructividad), que estimula e integra la realidad, «pues ubica el objeto fuera de la persona»46. Dice: «En general se entiende que el principio de realidad envuelve al individuo en la ira y la reacción destructiva, pero mi tesis dice que la destrucción desempeña un papel en la formación de la realidad, pues ubica el objeto fuera de la persona. Para que así suceda son necesarias condiciones favorables»47 (el subrayado es nuestro). Winnicott recalca que para poder usar un objeto es preciso que el sujeto desarrolle una capacidad48 que le permita usarlo, lo que forma el paso al principio de realidad. Y que esta capacidad de uso depende de un ambiente facilitador. Sirve decir que una madre suficientemente buena favorece la modulación de la agresividad (al contenerla en la fantasía) de su hijo, y que se tolere la ambivalencia; y que sensu contrario, la falla materna favorece que la exprese agrediendo al otro… Winnicott comenta: «Si la destrucción es excesiva e inmanejable, es posible lograr muy poca reparación… Todo lo que le queda al niño por hacer es negar la paternidad de las fantasías malas o bien dramatizarlas»49. En el caso de la madre escasamente confiable, el niño siente que la destruye sin posibilidad de reparación.
En la teoría winnicotiana el concepto de «uso del objeto» es indisociable del de «relación de objeto», central en la teoría y la práctica kleiniana, del que ejerce de contrapunto. En las relaciones de objeto se considera la dinámica de los procesos introyectivos y proyectivos, la fantasía inconsciente y los corolarios que de ello se derivan, en menoscabo del factor ambiental. En ellas prevalece la fantasía omnipotente del sujeto, en detrimento de las cualidades del objeto, por lo que el objeto es vivenciado en la zona de control omnipotente del sujeto; de modo que sujeto y objeto están indiferenciados, en tanto que se mantiene una relación imaginaria. Así pues, en la «relación de objeto» el sujeto es un elemento aislado del objeto, mientras que en el «uso del objeto» se considera la relación vincular, inseparable, entre el sujeto y el objeto. El paso de establecer relaciones de objeto a usar los objetos no procede de una condición innata del niño sino que exige un proceso de maduración –esto es: generar una capacidad de uso– intermediado por la madre o ambiente facilitador. El uso del objeto comprende a la relación de objeto, pero tiene en cuenta la naturaleza del objeto. Al respecto, Winnicott matiza:
Cuando hablo del uso de un objeto doy por sentada la relación de objeto, y agrego nuevos rasgos que abarcan la naturaleza y conducta del objeto. Por ejemplo, si se lo desea usar, es forzoso que el objeto sea real en el sentido de formar parte de la realidad compartida, y no un manojo de proyecciones. Creo que esto es lo que constituye el mundo de diferencias entre la relación y el uso50 (el subrayado es nuestro).
En la teoría del desarrollo emocional primitivo de Winnicott, el proceso de ilusión/desilusión es un factor vertebrador del psiquismo infantil precoz, puesto que supone el paso gradual de la omnipotencia del pensamiento a la aceptación de la realidad. A través del paso de la ilusión a la desilusión mediado por la madre, el bebé abandona la fantasía omnipotente y alcanza la realidad externa. En este proceso es primordial la capacidad de la madre (el holding en Winnicott, la capacidad de reverie en Bion), para facilitar lo que en términos freudianos supone el paso del principio del placer al principio de realidad, y en Winnicott se establece a partir del proceso de ilusión/desilusión que sanciona la paradoja de lo encontrado-creado: lo creado de nuevo. En suma: el sostén materno facilita el proceso de reconocimiento de la exterioridad y de subjetivación del individuo.
De modo que, cuando el sujeto comienza a percibir al objeto como algo diferenciado, esto es, cuando abandona el exclusivo plano de la fantasía para reconocerlo ubicado en la realidad, cuando se produce el paso de la relación aluso, se accede a la simbolización. En otras palabras: el paso de la zona omnipotente a la zona intermedia, el área de los objetos y fenómenos transicionales, es lo que permite la simbolización. Ya que «gracias a la supervivencia del objeto el sujeto puede entonces vivir una vida en el mundo de los objetos» (Winnicott dixit). Según este autor, el sujeto (el niño, el paciente…) al intentar destruir al objeto, ve que el objeto (padre, analista…) ya no está bajo la total influencia de su fantasía, sino ve que sobrevive, que es algo externo a él, que tiene vida independiente.
Winnicott establece la siguiente secuencia de este proceso:
aEl sujeto se relaciona con el objeto: el objeto está bajo la influencia de la fantasía, en la zona de control omnipotente del sujeto, que no lo reconoce como externo.
b) El objeto está a punto de ser hallado por el sujeto, en lugar de ser ubicado por este en el mundo.
c) El sujeto destruye el objeto: el sujeto destruye al objeto en la fantasía, no en la realidad. Esto es, de forma potencial.
d) El objeto sobrevive a la destrucción: el sujeto no logra destruir al objeto.
e) El sujeto puede usar el objeto51: el objeto adquiere una vida independiente del sujeto, y puede vivir en intercambio con los objetos.
Finalmente, tras describir este proceso, formula su tesis: «La destrucción desempeña un papel en la formación de la realidad, pues ubica el objeto fuera de la persona»52 (el subrayado es nuestro). Se trata, dice, de examinar el principio de realidad con «una lente de gran potencia». La paradoja del proceso de «destrucción» y «supervivencia» del objeto cargado (por cathected object entiende el objeto que está ahí esperando a ser creado por el bebé), que gobierna este proceso consiste en que «al mismo tiempo pasan por el proceso de quedar destruidos porque son reales, y de volverse reales porque son destruidos (por ser destructibles y prescindibles)»53.
La última aportación de Winnicott al tema de la agresividad la establece en torno al libro Moisés y la religión monoteísta (1939) de Freud, su obra póstuma. Winnicott considera que inicialmente existe una única pulsión, que denomina pulsión amor-lucha, en la que el amor temprano contiene esta agresión-motilidad. En el texto «El uso de un objeto en el contexto de Moisés y la religión monoteísta» fechado el 16 de enero de 1969, describe el impulso combinado de amor-lucha y resume toda su teoría. Escribe:
Aquí es indispensable repensar algo que hemos llegado a aceptar (porque es válido en el análisis de los casos analizables), a saber, que uno de los fenómenos integradores en el desarrollo es la fusión de lo que aquí me permitiré a mí mismo llamar instintos de vida y de muerte (de amor y de discordia, en Empedocles). El eje de mi argumentación es que la primera pulsión es, en sí misma, una sola, es algo que yo llamo destrucción[destruction] pero también podría haber llamado impulso combinado de amor y lucha. Esta unidad es primaria. Es lo que sale a relucir en el bebé por los procesos naturales de maduración.
No es posible enunciar esta unidad emocional sin hacer referencia al ambiente. La pulsión es potencialmentedestructiva, pero que lo sea o no dependerá del objeto: ¿el objeto sobrevive, o sea, conserva su carácter, oreacciona?54.
En la práctica clínica es importante que el paciente pase de la relación de objeto al uso del objeto, tal como señala Luis Felipe Muñoz: «Para alcanzar la cura se requiere que el paciente pase de la relación al uso de objeto, en su vinculación con el analista. Este último, debe sobrevivir y ser usado por su paciente»55. Al comienzo del análisis el paciente experimenta una suerte de autoanálisis, donde el terapeuta es ubicado como una proyección de sus fantasías. En el transcurso de las sesiones, el comportamiento o la actitud del terapeuta (que Winnicott denomina portarse bien, y que implica estar «vivo, sano y despierto»56), en tanto que no cede a las demandas del paciente, favorece el abandono de la fantasía y la entrada en la realidad. La frustración de las expectativas mágicas del paciente provoca la agresión al terapeuta (ataques al encuadre, verbalizaciones descalificantes, devaluación de sus interpretaciones, manipulaciones, engaños, etc.), que le exigen sobrevivir. Esta tarea no depende tanto del trabajo interpretativo, pero le puede resultar muy difícil al terapeuta, por lo que en una nota al pie aclara: «Cuando el analista sabe que su paciente lleva un revólver encima, me parece que ese trabajo no se puede llevar a cabo»57.
Javier Lacruz Navas
Zaragoza, diciembre de 2013

Notas
1. Donald Winnicott, El gesto espontáneo. Barcelona, Paidós, 1990, p. 58.
2. Ibíd.pp. 58-59.
3. En puridad, Playing and Reality, esto es, «jugando». A Winnicott no le interesa tanto el «juego» en sí, sino el movimiento, la acción, la «capacidad de jugar». En adelante destaco los títulos de la obra de Donald Winnicott en inglés para evitar deslizar las falsificaciones de significado existentes en la mayor parte de las traducciones de su obra.
4. Masud Khan, «Cierta intimidad», en Sobre Winnicott. Buenos Aires, Ecos editores (sin data de fecha de publicación), p. 32.
5. Masud Khan, «Entre el ídolo el ideal», en Narcisismo. Santiago del Estero, ediciones del 80, 1983, p. 117.
6. Donald Winnicott, «La agresión en relación con el desarrollo emocional» (1950-1955), en Escritos de pediatría y psicoanálisis. Barcelona, Laia, 1981, p. 290.
7. Ibíd., p. 288.
8. Donald Winnicott, «El uso de un objeto y la relación por medio de identificaciones» (1969), en Realidad y juego. Barcelona, Gedisa, 1979, p. 125.
9. Donald Winnicott«Individuación» (1970), en Exploraciones psicoanalíticas IBuenos Aires, Paidós, 1991, p. 339.
10. Henri Bergson, La evolución creadora. Buenos Aires, Cactus, 2007, p. 70.
11. Donald Winnicott, «La agresión en relación con el desarrollo emocional» (1950-1955), en Escritos de pediatría y psicoanálisis. Barcelona, Laia, 1981, p. 297.
12. Ibíd.p. 282.
13. Javier Lacruz, «La evolución creadora de la naturaleza humana» (2011), en El gesto espontáneo, revista digital:www.elgestoespontaneo.com
14. Donald Winnicott, «Deformación del yo en términos de un verdadero y un falso self» (1960), en El proceso de maduración en el niño. Barcelona, Laia, 1981, p. 179.
15. Javier Lacruz, Donald Winnicott: vocabulario esencial. Zaragoza, Ed. Mira, 2011, pp. 408-410.
16. Donald Winnicott, «La agresión en relación con el desarrollo emocional» (1950-1955), en Escritos de pediatría y psicoanálisis. Barcelona, Laia, 1981, pp. 298-299. A lo que agrega: «Lo que les estoy sugiriendo es que es esta impulsividad, y la agresión que de ella se desarrolla, lo que hace que el pequeño necesite un objeto externo y no meramente un objeto que le satisfaga». Todavía le falta el eslabón del «uso de objeto» para completar su teoría.
17. Donald Winnicott, «La agresión» (1939), en El niño y el mundo externo. Buenos Aires, Lumen-Hormé, 1993, p. 172.
18. Observese el sesgo literario, poético, de este párrafo, muy propio en este autor por su gusto por la poesía («ha de encontrarse en el corazón del ser humano»), pero inaceptable para el discurso psicoanalítico imperante en su época, más proclive a lo hermético como sinónimo de riguroso y científico.
19. Sigmund Freud, La interpretación de los sueños. Buenos Aires, Amorrortu, vol. IV, 1984, p. 132.
20. Donald Winnicott, «La agresión» (1939), en El niño y el mundo externo. Buenos Aires, Lumen-Hormé, 1993, p. 172.
21. Ibíd.p. 173.
22. Ibíd., p. 173.
23. Ibíd., p. 176.
24. Ibíd., p. 176.
25. Ibíd., p. 176.
26. Javier Lacruz, Donald Winnicott: vocabulario esencial. Zaragoza, Ed. Mira, 2011, p. 84.
27. Donald Winnicott, «La agresión» (1939), en El niño y el mundo externo. Buenos Aires, Lumen-Hormé, 1993, p. 175.
28. . Ibíd.pp. 175-176.
29. Javier Lacruz, op. cit., pp. 486-492.
30. Donald Winnicott, «La agresión en relación con el desarrollo emocional» (1950-1955), en Escritos de pediatría y psicoanálisis. Barcelona, Laia, 1981, p. 281.
31. Ibíd., p. 289.
32. Ibíd.p. 282.
33. Ibíd.p. 287.
34. Ibíd.p. 288.
35. Ibíd.p. 288.
36. Donald Winnicott«Agresión, culpa y reparación» (1960), en El hogar, nuestro punto de partida. Buenos Aires, Paidós, 2001, p. 94.
37. Ibíd., p. 96.
38. Ibíd., p. 96.
39. Ibíd., p. 95.
40. Ibíd., p. 103.
41. Masud Khan, «Entre el ídolo el ideal», en Narcisismo. Santiago del Estero, ediciones del 80, 1983, p. 118.
42. Donald Winnicott, en «Reparación con respecto a la organización antidepresiva de la madre» (1948), en Escritos de pediatría y psicoanálisis. Barcelona, Laia, 1981, p. 137.
43. Madeleine Davis y David Walbridge, Límite y espacio. Buenos Aires, Amorrortu, 1988, p. 97.
44. Myrta Casas de Pereda, «La paradoja de la destrucción organizante», Revista Uruguaya de Psicoanálisis n.º 98, Montevideo, 2003, p. 119.
45. Donald Winnicott, «El uso de un objeto y la relación por medio de identificaciones» (1969), en Realidad y juego. Barcelona, Gedisa, 1979, p. 125.
46. Ibíd., p. 122.
47. Ibíd., p. 122.
48. La capacidad de uso permite usar al objeto. Winnicott alude al uso, que «implica la consideración de su naturaleza»; no al abuso: «no me refiero a la explotación», dice.
49. Donald Winnicott, «La agresión» (1939), en El niño y el mundo externo. Buenos Aires, Lumen-Hormé, 1993, p. 177.
50. Donald Winnicott, «El uso de un objeto y la relación por medio de identificaciones» (1969), en Realidad y juego. Barcelona, Gedisa, 1979, p. 119.
51. Ibíd., p. 122.
52. Ibíd., p. 126.
53. Ibíd., p. 122.
54. Donald Winnicott«El uso de un objeto en el contexto de Moisés y la religión monoteísta» (1969), en Exploraciones psicoanalíticas IBuenos Aires, Paidós, 1991, p. 292.
55. Luis Felipe Muñoz, «El uso de objeto en la clínica de D.W.Winnicott».
56. Donald Winnicott, «Los objetivos del tratamiento psicoanalítico» (1962), en El proceso de maduración en el niño. Barcelona, Laia, 1981, p. 201.
57. Donald Winnicott, «El uso de un objeto y la relación por medio de identificaciones» (1969), en Realidad y juego. Barcelona, Gedisa, 1979, p. 123.

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