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Paz y Ciencia
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sábado, 18 de junio de 2016

Palimpsesto: Clínica

Este fenómeno apoya la idea de Karl Abraham en el sentido de que la depresión clínica de la vida adulta repite una depresión inicial ocurrida durante la primera infancia. Cada una de las depresiones sucesivas comprende: una repetición del pasado depresivo infantil; recuerdos de experiencia infantil; recuerdos de experiencias que fueran significativas en episodios depresivos anteriores: y, por último, preocupaciones apropiadas al episodio depresivo presente, cuáles son causas de su irrupción, dificultades actuales y respuestas insatisfactoria de otras personas al estado de ánimo al estado del enfermo.

Palimpsesto: Clínica

Este fenómeno apoya la idea de Karl Abraham en el sentido de que la depresión clínica de la vida adulta repite una depresión inicial ocurrida durante la primera infancia. Cada una de las depresiones sucesivas comprende: una repetición del pasado depresivo infantil; recuerdos de experiencia infantil; recuerdos de experiencias que fueran significativas en episodios depresivos anteriores: y, por último, preocupaciones apropiadas al episodio depresivo presente, cuáles son causas de su irrupción, dificultades actuales y respuestas insatisfactoria de otras personas al estado de ánimo al estado del enfermo.

sábado, 30 de enero de 2016

Psicoanálisis, Literatura y Clínica. Fragmentos de un exilio de la lengua de Deleuze


Psicoanálisis, Literatura y Clínica;  Fragmentos para un exilio de la lengua en Deleuze

Lic. Patricio Landaeta Mardones - Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
Resumen
Se analiza las complejas relaciones entre Psicoanálisis y Literatura a partir de las reflexiones de Deleuze y Foucault. Se intenta dar cuenta como la literatura deviene práctica política y clínica, para finalmente aproximarse a la obra de poetas chilenos entre los que se cuenta Vicente Huidobro.

Abstract
One analyzes the complex relations between Psychoanalysis and Literature from the reflections of Deleuze and Foucault. It is tried to give account as Literature happens political and clinical practice, finally to come near to the work of Chilean poets between whom Vicente Huidobro counts itself.

Palabras clave
Psicoanálisis, Filosofía, crítica, clínica, literatura, interpretación, territorio, transferencia,  inconsciente.

Keywords
Psychoanalysis, Philosophy, critic, clinic, Literature, interpretation, territory, transference, unconscious. 



1.
Un pequeño rodeo. Para estar en medio de Kafka, tal y como queremos, necesitamos entrever la lógica que propone Guattari-Deleuze. Tal vez hasta sea necesario comprender el “antipsicoanális” o más aún su “odio al significante”. El cumplimiento de estas condiciones mínimas no lo aseguramos. Ni tampoco que Kafka aparezca fuera de este mero cuadro esquemático. Menos aún que se comprenda a cabalidad la propuesta de estos dos pensadores ahora muy de moda. Por esto, sólo un objetivo nos proponemos: vincular la idea de “literatura menor” con la de “producción de inconsciente”, tema que ambos desarrollan desde múltiples ángulos, en su trabajo en conjunto y por separado y que es central, no obstante, en el texto del año 1975 Kafka. Por una literatura menor1.
La literatura y la vida de Deleuze, artículo de Crítica y clínica2, discurre entre las siguientes ideas: Se escribe para no enfermar, para “devenir”, aunque siempre aceche el riesgo de lo contrario, más aún cuando se confía en la equivalencia entre salud y normalidad; se escribe por obligación o “porque no habría forma de no hacerlo”, hacemos entrar en escena las palabras de Rilke: escribe tú, sólo si es cuestión de vida o muerte; se escribe para una salud del cuerpo, sin embargo, por la vía del delirio contra la normalidad. Cuando la literatura es una cuestión de salud, desborda los límites inclusive de lo estrictamente lingüístico, se convierte en una experiencia, pero impersonal, puesto que no remite a un “yo-biográfico”, sino a una singularidad, en palabras de Blanchot, que ya no puede decir “yo” y que avanza entre dos polos del delirio, uno mayoritario y uno minoritario, uno que clama por una raza originaria y pura y uno segundo que invoca una raza oprimida, sólo el segundo, sin embargo hace frente a la amenaza más grande: creer ingresar en un estado superior cuando se ha llegado a descubrir en la pureza de la lengua, en la legalidad de una lengua mayor, “El” camino del pensar: Craso error de Heidegger.
Desde otro ángulo, nuestro tema desde la perspectiva de Guattari-Deleuze es la literatura menor y su relación con una experiencia del lenguaje, relación que Foucault también habría tratado de mostrar en El pensamiento del afuera3. A estos los une una línea como ésta: el lenguaje en la literatura deviene práctica política y clínica: de acuerdo a la pareja Guattari-Deleuze, si la literatura es en el fondo una cuestión de salud lo es porque experimenta un afuera de la lengua mayor en la que se está a condición de estar enfermo, alienado. Si la literatura deviene práctica política es, precisamente, porque en el delirio encarna una lucha contra la legalidad del lenguaje: “kafka escribiendo en alemán pero como judío checo”. Cuando los autores del Antiedipo hacen suyas las palabras de Proust: “los libros hermosos están escritos en una especie de lengua extranjera”, lo hacen para hablar de un decir que se “desterritorializa”, de un entrar en la lengua para salir por la puerta trasera para pecar con y por la letra: línea de fuga a la dinastía de la representación en la que ya no hay Yo, ni sometimiento a aquella supuesta estructura lingüística que nos antecede. Estas palabras de alguna u otra forma también encarnan la poética Batailleana: “…el hombre se escapó de su cabeza como el condenado de la prisión. Encontró más allá de sí mismo no a Dios que es la prohibición del crimen. Sino a un ser que ignora la prohibición”.
En este borde se engarza el problema de la literatura con el psicoanálisis, pues en la experiencia de un “afuera de la representación”, en el “pecado” de la letra, (en tanto perversión de la estructura en la que se implica el singular hablante) es donde emerge la voz psicoanalítica o no psicoanalítica de Guattari para mostrar que la literatura, así como la vida, no es cuestión de inscripción, de prohibición y obediencia inevitable a la ley del padre que regula el deseo y, a partir de estos, a la obligación a una errancia “en los límites de la mera razón”. Al contrario, como dice su entrañable colaborador: “se podría decir que para el psicoanálisis siempre hay muchos deseos. La concepción freudiana del niño como perverso polimorfo es prueba de ello. Siempre hay demasiados deseos. Para nosotros, al contrario, nunca hay suficientes. No se trata de reducir el inconsciente, sea por el método que sea, sino de producirlo”4. Esta producción debe entenderse como el origen de una exhortación a una perversión sin culpa, más bien, realizarla con el mayor ánimo, sólo allí la vida y la literatura menor se exhiben como un exilio, como un nomadismo y una “verdadera” errancia.
La literatura menor es otro nombre para el nomadismo, el nomadismo tiene la figura del tránsito constante, del constante estar “en medio”, nunca en un final, nunca en un origen, como El proceso interminable de Kafka, como los cuentos que parecen no acabar. Como abandono de la territorialidad de la lengua el nomadismo es una desterritorialización, pero que, no obstante, está bajo amenaza de volverse legal y sedentaria: estar siempre en medio no es tarea fácil, puesto que siempre se corre el riego de ser seducidos por la trascendencia de un plano de significancia que nos brinde la seguridad de una certeza, ambrosía del espíritu sedentario, amuleto para una re-edipización; este coro si bien sigue a cada momento la fuga de Guattari, Foucault y Deleuze, Maurice Blanchot se muestra como el tema variado: “mientras escribir sea escribir un libro, dicho libro está, o bien acabado o sostenido por la lectura o bien amenazado por ella, que tiende a reducirlo o a alterarlo (…) pero si escribir es disponer unas marcas de singularidad (fragmentos), a partir de los cuales se pueden indicar unos recorridos que ni las reúnen ni se reúnen con ellas, sino que se indican como su propia grieta –grieta espacial de la que sólo conocemos el hiato: el hiato, sin saber de qué se aparta-, siempre existe el riesgo de que la lectura en lugar de impulsar la multiplicidad de los recorridos transversales, reconstituya, a partir de los mismos, una nueva totalidad o, peor aún, que busque en el mundo de la presencia y el sentido, a qué realidad o a qué cosa que queda por completar corresponden los vacíos de ese espacio que se brinda como complementario, pero complementario de nada”5. De acuerdo a Blanchot, es inevitable, siempre amenaza la “reterritorialización” a un plano de significancia, de hecho, esta idea sostiene también la lucha de Guattari y Deleuze contra el psicoanálisis y su preeminencia del régimen del significante que deja su casilla vacía en manos del analista: “i¡¡significante, terrible arcaísmo del déspota en el que todavía se busca la tumba vacía, el padre muerto y el misterio del nombre!!!”6.
Hasta ahora, quizá todavía prime la idea de que el inconsciente tiene un portavoz y una legalidad que sustenta su no-decir o peculiar decir, para Guattari-Deleuze el motivo de ello sería, un malentendido sin igual: pensar subrepticiamente el inconsciente como algo por revelarse en virtud de la concreción de un saber especializado (ciencia de la letra) que permite si no su transparencia por lo menos su significación en la transferencia. El significado velado es siempre susceptible de ser interpretado. Precisamente, la conexión entre significantes es asegurada por aquel que “sabe leer entre líneas”, vale decir, por el que puede interpretar las señas que hace el signo en el significante: Según el dúo francés en Mil mesetas, esta función desde antiguo fue compartida por el adivino o el sacerdote que distribuyen los significados amparados en la cualidad representativa de su sistema: la “desterritorialización” relativa del signo opera gracias a que el éxito de la cadena depende de que el significado pueda ser representado en una multiplicidad de signos, y por ello, pues, puede decirse que, si el significado se desplaza de través por la cadena significante, es porque siempre dice más de lo que muestra o, lo que es lo mismo, se muestra siempre a condición de esconder el “fundamento” de su emergencia: siempre hay algo en el fondo de lo que se deja ver: profundidad en la que se hallaría el sustento de lo real, fundamento de lo “meramente aparente” que sólo “el interprete” está en condiciones de señalar (legalidad de la interpretación), y que sin embargo es siempre una interpretación, por lo que ese fondo último es una X que sólo fundamenta la infinitud de la interpretación asegurada por la producción de significantes: “nosotros decimos lo contrario, el inconsciente no lo tenéis, ni lo tendréis jamás, no es un ‘ello estaba’ cuyo sitio debe ocupar el yo (Je). Hay que invertir la fórmula freudiana. El inconsciente tenéis que producirlo”7.
2.
No es nuestra intención, sin embargo, la de presentarnos, de acuerdo a la filosofía de Deleuze-Guattari, como un proyecto de filosofía del inconsciente, si entendemos por ello “la reflexión programada que tiene un objeto claro y distinto”, ni tampoco como una estética o una guía para comprender la literatura o obra de arte en su relación con el inconsciente. Al contrario, tal vez sólo pensar las condiciones de un “pensamiento del afuera” a partir de la “literatura menor” esté más cerca, tanto de nuestra intención, como de la aproximación que en un principio pudo haber tenido el psicoanálisis a la producción artística del siglo XIX.
La dependencia del psicoanálisis en sus comienzos a la literatura en particular y al arte en general, se hace manifiesto en que, como dice Rancière, el inconsciente freudiano se constituyó en su momento en un “inconsciente estético”, un vapor, por decirlo de alguna manera, que sostenía las obras y el pensamiento del arte del siglo XIX que se abría a una dimensión inusitada de objetos y formas de expresión. A propósito de la cercanía que desde sus orígenes ha manifestado el psicoanálisis y el quehacer artístico, Rancière ha escrito en El inconsciente estéticoque, si tempranamente Freud recurrió a la interpretación de obras de arte fue, principalmente para mostrar una cierta equivalencia entre la racionalidad del arte y el inconsciente, cuestión que, sin embargo, ya era percibida por Schelling y Hegel en la filosofía aunque de forma diametralmente distinta. Pues su sostenimiento equivalía, en alguna medida, a la muerte de la filosofía tal y cómo era tratada hasta aquel momento: la situación de estos filósofos, anunciaba desde ya el destino o el fracaso de todo proyecto de filosofía del inconsciente, pues si bien es la propia fractura que acontece en la filosofía y en las artes la que abre la posibilidad de una reflexión del inconsciente, no obstante, su experiencia, su acontecimiento se comprenderá no sólo en la medida en que fracase un discurso del inconsciente, o mejor dicho, no sólo a través del fracaso de un discurso que se inscriba simple y llanamente en las coordenadas de un saber que pretende lo inconsciente como si éste pudiese quedar en frente, o como gozo del fracaso del intento frustrado de hacerlo entrar en el discurso filosófico. Si bien su propia fractura, nos dejas ante la imposibilidad de la representación y la reflexión misma, pues no puede haber un “poner” (Stell), y con ello en lo abismal, y sin fundamento (Ab-grund), su sondeo, requiere de un nuevo esfuerzo, un nuevo “hacer pensamiento”, que puede leerse como un giro hacia el afuera de representación en la experiencia de la pura performatividad o transitividad del lenguaje.
Dicha experiencia de transitividad del lenguaje, sirve para pensar el fondo en devenir en el que se inscribe la idea de literatura menor de Deleuze-Guattari, específicamente como la fuga de la literatura moderna a su aparentemente inevitable representatividad, a la legalidad del lenguaje y el discurso, siendo entonces la propia experiencia de sus límites donde se diluye un objeto literario y un contenido al que se adecua una expresión, esto, sin embargo, no se confunde con una pura interiorización del lenguaje, “el acontecimiento -dice Foucault- que ha dado origen a lo que en un sentido estricto se entiende por literatura no pertenece al orden de la interiorización más que para una mirada superficial; se trata mucho más de una tránsito al afuera (donde) el lenguaje escapa al modo de ser del discurso –es decir a la dinastía de la representación…”8.
Es en esta constante fuga donde la literatura moderna se convierte en una experiencia del afuera, experiencia de aquello que no puede ser representado por la interioridad de la reflexión filosófica y su positividad del saber. Y como experiencia, se revela en su transitividad, en su fragilidad, en su precariedad o “indignidad ontológica” al modo como Deleuze-Guattari piensan la literatura menor, esto es, en el uso desviado de una lengua mayor, en el ocupar una lengua al modo como un “okupa” hace uso de una casa vacía para convertirla transitoriamente en hogar: “escribir como un perro escarba su hoyo, una rata que hace su madriguera…volvernos el nómada, el inmigrante y el gitano de nuestra propia lengua”9. Esta escritura descentrada constituye un puro uso intensivo de la lengua donde escribir quiere decir tocar, sentir un mundo porvenir en la ruptura con el presente de una lengua oficial: “…menor no califica ya a ciertas literaturas sino las condiciones revolucionarias de cualquier literatura en el seno de la llamada mayor (o establecida)”10.
Lo que Rancière denomina “inconsciente estético” bien podría ser comprendido en los límites de un régimen de producción de inconsciente -por el hecho de existir por obra de la creación artística- régimen en el que se dan cita una vigilia del pensamiento y una lucidez de la creación. Lo cual significa que en el repliegue del pensamiento, la lucidez se muestra en su hacer experimental, pues, si una imagen literaria es el modulado sensible de una idea oscura, producir aquí es visto como un corporeizar ideas. Esta imagen literaria es fruto de un agenciamiento por el cual “soy” la propia experiencia del lenguaje en la inmanencia trazada o atravesada por el estilo, o línea de fuga a la trascendencia, al punto de vista divino o “totalitario” de una lengua oficial, mayor o establecida. Dicho corporeizar ideas constituye entonces una producción de inconsciente en un doble aspecto: la obra creada es, por una parte, efecto de una experimentar un camino propio o precario en el lenguaje y, por otra, un cuerpo que debe ser experimentado para que pueda ser conocido su funcionamiento. Decir como Proust que “las obras hermosas están escritas en una especie de lengua extranjera”, será posible comprenderlo cuando en su experiencia, en su funcionamiento, todo resuene distinto, con la frescura que sólo ofrece un nuevo encuentro, y que por añadidura hace caer los criterios o pautas de interpretación habiéndose roto en dicho encuentro los hilos que unen la lengua a la representación –aunque, teniendo presentes las palabras de Blanchot sea siempre posible decir lo contrario y ser retrotraído por un sedentarismo el fragmento a la totalidad.
La única manera de defender la lengua es atacarla, este es el principio de una literatura revolucionaria…cada escritor está obligado a hacerse su propia lengua, pues vivir es ser menor. Contra Edipo la literatura es una enrancia sin ley, en ese sentido, la invención de una lengua nueva se erige contra la inscripción, y para ser una salud requiere de la enunciación a-significante, sólo allí desde la perspectiva de Guattari-Deleuze, se constituye como expresión inconsciente y no como mera interpretación. La creación literaria, precisamente consiste en traer nuevos modos de enunciación de un deseo siempre desplazado y no meramente reprimido: “el deseo es el sistema de signos a-significantes con los que se producen flujos de inconsciente en un campo social…lo cierto es que siempre cuestionará las estructuras establecidas. El deseo es revolucionario porque siempre quiere más conexiones y más agenciamientos”11.

Errancia y deseo. Deseo errante en la escritura en fuga. Omar Cáceres, chileno asesinado en los años cuarenta escribe en la Iluminación de yo, para un “extranjero de sí mismo”, errante, sin una palabra de consuelo, bendito por el poder de la palabra, de dar nombre sin precisión, de inscribir, de trazar el universo, no como consuelo, sino por ventura de crear un mundo que existe por el poeta y que no es simplemente signo de un recuerdo, sino el llamado de lo porvenir que es errancia y vigilia en la acogida del huésped, del otro que todavía no somos pero que devenimos constantemente. En una línea que no podemos pensar sino como semejante, dirá Deleuze: “lo actual no es lo que somos, sino más bien, lo que devenimos, lo que estamos deviniendo, es decir, el Otro, nuestro devenir-otro. El presente, por el contrario es lo que somos y, por ello mismo lo que estamos ya dejando de ser”…exilio pero no como una condena sino como una práctica necesaria. Cuestión de devenir para evitar la “reterritorialización” a un plano de significancia.
Se trata entonces de saber, según este colectivo francés, como una obra funciona, y no qué significa, que devenires exhibe y no qué quiere decir, cuáles son sus líneas de fuga y no qué moraleja nos confía en su final: en la literatura chilena tenemos toda una historia menor, subterránea y que, sin embargo, no quiere salir a la luz, una prehistoria que la historia quiere enterrar, poetas y escritores de unos cuantos versos, de unos cuantos cuentos que sin embargo garabatean en la pared blanca de la academia aun cuando ésta no les tome en cuenta. Cuando decimos Omar Cáceres nombramos al poeta que materializa el espíritu y que remienda los pasos que separan al hombre de su Otro, al poeta asaltado de visiones como dice Huidobro respecto del mismo Cáceres12. Pero en nombres como el de Maquieira, se cruza violenta una desterritorialización de la lengua con la creación de imágenes que conducen la vida más allá de la literatura y la literatura hacia nuevas formas de vida, nuevos contactos, nuevos encuentros: ya no hay cosas narradas, expresiones válidas, sino flujos, intensidades que nos sacuden en la experiencia del poema. Ninguna historia, ninguna biografía. Un viaje. Un devenir:

El deleite vedado13
Diego Maquieira

Echados sobre las gradas del portaaviones






y gozando de nuestro espíritu de disciplina
y con faroles en la cubierta de vuelo
emplazada como un atrio sobre el mar
leíamos a Horacio para mantenernos
sobrios y medidos
mientras no hacíamos mucho muelle
ante el infierno fatigante de los Mirage
Esos camotes doctorados en dogmas
que venían a arruinarnos el menú
pero ahí, por gust
o, por impaciencia severa
falseábanmos la epistola original
la dejábamos casi sin lengua
y yo mismo hacía los arreglos:
Subamos a las cabinas de los Harrier
antes de haber digerido las ostras
aún hinchados de vino de Bellaterra
Olvidémonos de lo que es decoroso
y de lo que no lo es; qué más da
Hagámonos cargo de ser inscritos
en las bellas listas de los repudiados
Bien así como los viciosos remeros
Del celtense Coritani,
que al deseo de la patria
prefirieron el deleite vedado
Complacidos con esa tenue recitación
recuperábamos la vara alta, Luchino
Recuperábamos nuestra punta de puñal
y nuestro horror a las honras
Patricio Landaeta Mardones
Licenciado en Filosofía Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Doctorando Universidad 

Acceso a la Web de Origen
Complutense de Madrid 

domingo, 30 de noviembre de 2014

Sobre los Fenómenos Elementales



En el psicoanálisis lacaniano hablamos de tres estructuras clínicas, entre las que se encuentran la neurosis y la psicosis. La estructura neurótica comprende a la neurosis histérica, la cual privilegia el cuerpo del sujeto como lugar de inscripción de los síntomas, y la neurosis obsesiva, cuyos síntomas privilegian el pensamiento como lugar de aparición. Lo que fundamentalmente caracteriza al sujeto neurótico es que se trata de un sujeto de la duda: es el sujeto que se hace preguntas sobre su ser, su existencia y su deseo (”qué quiero, de dónde vengo, para dónde voy, quién me ama, a quien amo, esto si es lo que deseo, etc.”).
La estructura psicótica abarca a la psicosis paranoica -cuando el sujeto ha construido un delirio de persecución- y la esquizofrenia -el sujeto esquizofrénico tiene un delirio de fragmentación del cuerpo-. En la psicosis ya no se habla de síntomas, sino de «fenómenos elementales», los cuales van desde el delirio, hasta las alucinaciones (de voces o visuales) y construcción de nuevas palabras (neologismos). Lo que fundamentalmente caracteriza al psicótico es que se trata de un sujeto de la certeza: él tiene una certeza sobre lo que le está pasando, y esta certeza funda su delirio -por ejemplo: «soy la mujer de Dios y he venido a crear una nueva raza de hombres» (caso Schreber de Freud, 1911)-.
Para diagnosticar una estructura psicótica, el psicoanálisis lacaniano busca, entonces, lo que se denomina «fenómenos elementales», es decir que para esta estructura no se habla de síntomas, como en la estructura neurótica, sino de fenómenos elementales. Estos fenómenos se pueden presentar incluso antes del desencadenamiento de una psicosis, de un delirio, y es lo que se denomina prepsicosis; por esto es muy importante buscar dichos fenómenos elementales de forma metódica en un sujeto en el que se sospecha que sea psicótico.
Los fenómenos elementales se pueden clasificar en tres grandes grupos; ellos son: primero, lo que en la clínica psiquiátrica francesa clásica denomina fenómenos de automatismo mental, los cuales aluden fundamentalmente a “la irrupción de voces, del discurso de otros, en la más íntima esfera psíquica” (Miller, 1997, p. 24). En estos casos el sujeto dice escuchar una voz, que viene de afuera, que viene del Otro, que le dice cosas, le ordena hacer algo o lo insulta. Segundo, fenómenos que involucran el cuerpo: “fenómenos de descomposición, de despedazamiento, de separación, de extrañeza, con relación al propio cuerpo” (Miller). Es decir que el sujeto psicótico tiene un delirio en el que su cuerpo es percibido como extraño o fragmentado. También es posible encontrar una distorsión en la percepción del tiempo y el espacio: el sujeto no sabe dónde se encuentra y en que período del tiempo se haya. Tercero, “fenómenos que conciernen al sentido y a la verdad” (Miller). En estos casos, el sujeto testimonia tener experiencias inefables o experiencias de certeza absoluta, ya sea con respecto a su identidad -“yo soy Simón Bolívar”-, hostilidad de un extraño -“mi familia me quiere envenenar”-, o “expresiones de sentido o significación personal. En otras palabras, es cuando el paciente dice que puede leer, en el mundo, signos que le están destinados, o que contienen una significación que él no puede precisar, pero que le están dirigidos exclusivamente a él” (Miller, p. 25).

domingo, 18 de mayo de 2014

Winnicott: un pensamiento que abre interrogantes

 
 
Autores
WINNICOTT
Un pensamiento que se renueva y crece en el diálogo con los interrogantes del siglo que se inicia
Por Alfredo Tagle
Psicoanalista
alfredotagle@hotmail.com
 
Creo percibir en los últimos años un creciente interés por el pensamiento de Donald Winnicott. Además de ser uno de los autores más citados, y por psicoanalistas de distintas corrientes, también ha aumentado notablemente la convocatoria de seminarios, cursos y encuentros, abocados al estudio y discusión de su obra. El acercamiento a su legado puede obedecer a diferentes razones, algunas de las cuales intentaré explorar en el presente texto. Interpreto que una parte de este mayor interés pueda ser motivado por la búsqueda de respuestas a los nuevos cuestionamientos surgidos de una práctica que avanza hacia territorios hasta hace no mucho tiempo marginales o incluso inexplorados. Los profesionales con formación psicoanalítica hemos ido expandiendo nuestro quehacer hacia incumbencias cada vez más abarcativas. A la ya asentada incorporación de los niños y la siempre discutida de los psicóticos se han agregado ya hace tiempo, el análisis de parejas, de familias y también de otros grupos de variada conformación.
Sin embargo, la fuente de los mayores interrogantes no se encuentra hoy en estas iniciativas que incorporan nuevos abordajes, sino en el deslizamiento espontáneo en el interior de nuestra propia clínica hacia patologías de menor tradición psicoanalítica. Los desafíos más habituales que nos traen nuestros pacientes se han ampliado, desplazándose hacia modalidades del sufrimiento anímico que podríamos ubicar en la genérica zona de los trastornos narcisistas. Si bien mantienen su vigencia las problemáticas gestadas en  torno a la angustia de castración, es de general reconocimiento entre colegas la progresiva presencia de manifestaciones sintomáticas que responden a la presencia de angustias más primitivas -donde está en juego el ser o no-ser y no solo el tener o no tener- derivadas de deficiencias en la constitución de las fronteras entre el yo y el objeto: las patologías de déficit, las de borde o fronterizos, los esquizoides, algunas adicciones, anorexias o crisis de pánico, y podríamos seguir. Pero no es sólo a través de su descripción sintomática, sino fundamentalmente a partir de la dinámica transferencial puesta en juego, que podemos adscribir estos padecimientos a un “más acá de la neurosis”. El no poder entender a estos pacientes desde los paradigmas del sufrimiento neurótico, pero tampoco poderlos considerar psicóticos, nos pone frente a un excedente a comprender y teorizar.
Por otro lado, y desde una perspectiva institucional, se ha ido consolidando la extensión del Psicoanálisis como referente teórico para los profesionales de muchas instituciones públicas, como por ejemplo para los que se debaten en la práctica de trincheras de la asistencia hospitalaria. A toda  esta ampliación y enriquecimiento de la base empírica de nuestra disciplina debemos agregar la creciente presencia -en instituciones educativas, judiciales, y también de asistencia o contención social- de profesionales que orientan y organizan su práctica desde una concepción psicoanalítica.

¿Por qué Winnicott?
Heredero de una tradición hasta ahora marginal en la historia del Psicoanálisis, en cuya genética no es menor la presencia de autores como Sandor Ferenczi más predispuestos a seguir a sus pacientes -aún más allá de los límites de la teoría “oficial”, y a enfrentarse a sus propias resistencias- que a ubicar prontamente la inanalizabilidad del lado del paciente. Que, por otra parte, es bueno recordar que no de otra manera avanzó Freud en la construcción de sus teorías. Winnicott se manifiesta siempre predispuesto a aceptar el juego que su paciente le propone, exponiéndose a la incertidumbre y a los riesgos de resignar el control y mantenerse disponible para lo que al paciente le fuera necesario desplegar. Actitud clínica que lo mantiene abierto y receptivo a la subjetividad del otro, en la que la técnica es sólo un medio, relativo y adaptable a cada caso, para lograr tomar contacto con la dramática de su mundo interno. Además, no se trata sólo de comprender cómo funciona el paciente, sino también de transitar con él el espacio que se abre entre ambos, donde se pone en juego, en sentido pleno, la propia subjetividad del terapeuta. En total armonía teórica con su concepción del desarrollo temprano, donde no es posible entender a un bebé sin adentrarse en la trama emocional que lo sostiene, Winnicott plantea la ineludible necesidad de trabajar con el entorno, que es lo que, cuando está internalizado, se actualiza en la persona del analista apelando a su disponibilidad y capacidad para interpretar -en los tres sentidos posibles: el semiótico, el teatral y el psicoanalítico- el papel asignado.
Por un lado, esta proclividad a adaptarse a las circunstancias, buscando en encuadres atípicos las formas propicias para lograr comunicarse con el paciente, hace de la clínica que se desprende de sus teorías una herramienta útil para la mencionada y actual clínica de fronteras. A lo que se agrega, por otro lado, la concepción relacional del proceso de constitución de la persona individual y a la vez social que lleva a Winnicott a poner su mirada en el entre, perspectiva que amplía enormemente la posibilidad de operar en situaciones complejas o de recursos restringidos, tenga esta restricción origen material externo o se deba a las psicopatologías en juego, tanto en el paciente como en su entorno.
Una de las varias circunstancias en las que vemos en acto la fertilidad de su pensamiento es cuando, abocado a la supervisión de albergues de niños -evacuados por la guerra y separados momentáneamente de sus familias de origen- no sólo logra significativos progresos en la comprensión de los procesos emocionales que vivían  estos niños como consecuencia de la separación -lo que le dio acceso a mejores formas de ayudarlos- sino que también, y a partir sobre todo de los más problemáticos,  comienza a entender y a teorizar el proceso por el que un niño se hace desafiante, afirmándose en una conducta antisocial.
Si bien la clínica psicoanalítica constituye la parte fundamental de su base empírica, no tuvieron un papel menor en la construcción de su pensamiento las experiencias como pediatra y como psiquiatra en una heterogénea consulta hospitalaria. Es significativa, en este sentido, su resistencia a aceptar la corrección del título en inglés de su primer libro de Psicoanálisis: A través de la Pediatría al Psicoanálisis. La propuesta de su editor inglés: De la Pediatría al Psicoanálisis, como finalmente se tradujo en castellano, parece sugerir el paso de una cosa a la otra y no da cuenta de que, en realidad, a su interés por el Psicoanálisis lo veía como un enriquecimiento y profundización en el ejercicio de la Pediatría. Nunca dejó de sentirse pediatra, y esto es sólo un emergente de su visión integradora, en principio de la psique y el soma, pero que también se extiende más allá, hacia su planteo de un abordaje teórico-clínico desde una concepción intersubjetiva y relacional del ser humano.

En su libro Clínica psicoanalítica infantil lo que Winnicott intenta mostrarnos, y lo dice explícitamente en el prólogo, son “ejemplos de comunicación con niños”. La técnica del garabato no es más que un recurso para lograr el estado particular del yo en el que el niño se pone en sintonía con sus objetos subjetivos, cosa que sólo es posible en el espacio potencial, abierto a lo posible, sostenido por un objeto disponible y receptivo. La mayoría son primeras o únicas entrevistas de niños a los que, por diferentes razones, no es posible o conveniente ofrecer un tratamiento psicoanalítico; de allí su intento de lograr -través de una técnica original, que podría ser cualquier otra- una comunicación que permita, en el tiempo disponible, acompañar al niño en una breve, y en algunos casos valiosísima, experiencia. Es difícil estimar su valor; en algunos casos el seguimiento posterior parece revelarnos su enorme potencial como proceso elaborativo y transformador. Como en el caso de Liro (caso I) a quien -a través del sutil y oscilante recorrido entre el mundo subjetivo de los sueños del niño y la realidad de su malformación física-, a lo largo de una hora de juego, lo lleva a desentrañar la encrucijada del vínculo temprano con la madre en que había quedado entrampado su narcisismo. Necesitaba, antes que nada, ser aceptado y querido tal como había nacido. El poder figurar y poner en palabras tal necesidad, junto a la posterior confirmación e iluminación de la confabulación vincular en la entrevista con la madre, hizo posible para ambos una acogida más realista de la enfermedad congénita que Liro compartía con su mamá, de quien la había heredado. También los cirujanos del Servicio notaron cómo la intervención colaboró con la mejor aceptación, por parte de Liro y su mamá, del alcance limitado de la corrección mediante operaciones.
Si bien es cierto que Winnicott  destaca en varias ocasiones que estas “entrevistas terapéuticas” son operativas con niños que no están muy enfermos y cuyo entorno es favorable -con  padres receptivos y con recursos suficientes como para colaborar con la transformación de un círculo vicioso en uno benigno- también es cierto que niños como Bob (caso IV), con perturbaciones serias y con apariencia, e incluso diagnósticos previos, de patologías sumamente graves, pueden cambiar casi abruptamente la modalidad de su relación con el mundo circundante, modificando el rumbo de su evolución a partir de estas intervenciones cuyo núcleo es la comunicación con el niño, aunque considerando siempre el entorno en relación al cuál su mundo subjetivo cobra sentido.
De todas maneras, lo valioso de estos registros clínicos pertenecientes a sus últimos diez años de trabajo, algunos ya publicados previamente, es que a través de ellos se revela la esencia misma de su forma de entender el proceso terapéutico: como un encuentro entre dos personas. Sin embargo, como para Winnicott el contacto con otro es una utopía en el ámbito de la realidad externa, se hace necesaria la apertura de un espacio de otra naturaleza, liberado de la concreción del mundo externo convencional para poder lanzarse a explorar la dramática del mundo subjetivo. La disponibilidad de Winnicott a vibrar en sintonía con su pequeño paciente es lo que pone, en este caso, al frágil territorio de los sueños al servicio del despliegue de las necesidades elaborativas del chico. Tanto en estos relatos clínicos como en sus últimos textos, el encuentro de paciente y terapeuta en territorio de descanso, libre del eterno y permanente esfuerzo de los hombres por diferenciar su mundo interno de la realidad exterior, es la llave que abre para Winnicott la posibilidad del entramado elaborativo de los excesos traumáticos y de los restos que no han podido ser integrados a la historización personal.
En el intento de hacer algo por sus pacientes, más allá de los límites e imposibilidades de cada caso, muchos terapeutas encuentran formas de interactuar que les resultan apropiadas pero  que también los llevan a una dolorosa duda o cuestionamiento de su práctica como silvestre o no psicoanalítica. Es aquí donde el pensamiento de Winnicott trabaja sobre el superyó analítico descentrándolo de recetas técnicas o modalidades de encuadre determinadas para dar crédito a una actitud más creativa en la que el terapeuta se compromete como persona en la búsqueda de un encuentro singular e irrepetible con otro.
Resulta conmovedor ver el compromiso y la entrega de muchos terapeutas que, sorteando las restricciones de su práctica en los consultorios externos del hospital público, logran comunicarse con su paciente en el marco de encuadres originales construidos en el intercambio y adaptados al caso. A veces puede tratarse de algunas pocas entrevistas, o eventualmente de una o dos. En ocasiones estos procesos incluyen entrevistas con terceros, como padres, hermanos, tutores o diferente personal de otras instituciones a las que también concurren o en las que se encuentran internados. Para muchos profesionales en formación psicoanalítica, la pregunta sobre si lo que hacen en el hospital es o no psicoanalítico no les resulta menor. Junto a recursos ya establecidos, como la psicoterapia o el tratamiento psicoanalítico, Winnicott valoriza muy especialmente  estas “entrevistas terapéuticas” como un intercambio mucho más libre en el que no existen dos casos iguales y que es, por lo tanto, imposible de generalizar como una técnica. Pero, si bien no hay caminos preestablecidos, no se trata de una espontaneidad librada a sí misma y basada solo en la intuición; la trama conceptual del Psicoanálisis es la que sostiene y da sentido a estos recorridos clínicos: “La única compañía de que dispongo cuando me interno en ese territorio desconocido de cada nuevo caso es la teoría que siempre está conmigo, que se ha constituido en parte de mi ser y a la que ni siquiera necesito recurrir de un modo deliberado.” (1)
No obstante, el suelo fértil para el creciente interés por los aportes winnicottianos trasciende el ámbito de estas “consultas terapéuticas” -tan compatibles con la consulta hospitalaria- para extenderse a toda la clínica de niños en general. Es aquí donde su ubicación de la psicoterapia en la superposición de dos zonas de juego: la del paciente y la del terapeuta, se hace francamente evidente e ineludible. El concebir el juego como medio técnico para acceder a los contenidos inconscientes, al modo de la asociación libre de los adultos, ya no alcanza a cubrir todo lo que -a los que trabajamos con chicos- se nos revela en el jugar de nuestros pequeños pacientes. Son frecuentes los casos de chicos que vienen a sesión francamente a jugar, oponiendo una resistencia tenaz a las interpretaciones y, sin embargo,  para nuestra sorpresa progresan notablemente. Al dar cuenta del protagonismo de los estados de ilusión en la constitución del psiquismo y en su posterior funcionamiento, el pensamiento de Winnicott nos da herramientas para comprender y poder interactuar con el enorme potencial de este tercer espacio tan esencial a la existencia de los hombres. Su concepción relacional, tanto del enfermar como de la cura, nos permite ver y entender la capacidad transformadora del jugar en análisis, que no es cualquier jugar, y el papel del analista como objeto disponible. También aquí muchos terapeutas, que al seguir a sus pacientes se hallaban perdidos y explorando tierras extrañas, encontraron en Winnicott un referente orientador.
En cuanto a esa gran parte de lo que ocurre en las sesiones de Psicoanálisis que se resiste a ser encuadrado dentro de las modalidades neuróticas de transferencia, también tiene Winnicott mucho para decirnos. En este sentido, nos parece que su concepción de la regresión a la dependencia, como una modalidad no patológica ni defensiva de la regresión, es uno de sus aportes más significativos para la comprensión de algunos casos de esta clínica de fronteras. Se trata de la reaparición en escena de necesidades tempranas,  en momentos de constitución, que no tuvieron lugar o quedaron sin procesar debido a fallas en la provisión ambiental. Necesidades narcisistas, o del yo, que han permanecido disociadas, fuera del ámbito de las relaciones del yo, produciendo malestar o manifestaciones disruptivas incomprensibles.
En otros casos, estas necesidades del  yo se presentan como parte de un verdadero self oculto, protegido por un falso self, y a la espera de condiciones de relacionamiento más promisorias para su despliegue que las anteriormente dadas. Es a partir de la aparente normalidad de pacientes con exitosos tratamientos anteriores en los que, sin embargo, persiste una inconsistencia,  futilidad o falta de realidad en su sentimiento de sí, que Winnicott concibe el falso self como una fachada defensiva en la que se expresa el sometimiento al entorno. La disponibilidad y contención del analista será condición necesaria para la reedición, en transferencia, de las necesidades tempranas que habían sido congeladas ante condiciones no propicias. En contacto con el verdadero self, antes confinado, el mundo y las relaciones de objeto irán cobrando la realidad vivencial y la significación emocional de la que carecían.
La violencia y los límites, tanto dentro del ámbito familiar como en las demás instituciones de la vida social, es otra de las encrucijadas de la clínica actual. Aquí también las ideas de Winnicott hacen una significativa contribución para avanzar en la comprensión. Sus aportes sobre el papel de la agresión en la constitución y funcionamiento del psiquismo son de un inestimable valor clínico. Nacido de la expresión y autoafirmación de sí mismo, el impulso vital se transforma en agresión en el encuentro con lo otro, dando sentido y enriqueciendo la interacción con el mundo. Al ser alojada y procesada en el seno del vínculo maternante se generan las estructuras para regularla, permitiendo su integración. La fusión instintiva es el otro camino por el cual la agresión puede ofrecer su valioso aporte a las demás mociones de la vida psíquica.
Para Winnicott no es la agresividad del hombre la que pone en peligro a la sociedad, sino  que -por el contrario- lo que tiene consecuencias imprevisibles es la represión de la agresividad individual.  El rechazo y la censura, o el sentimentalismo (término en inglés) como intento de negar el odio y la destructividad inherente a todo vínculo, no hacen más que propiciar la disociación de las espontáneas mociones agresivas, impidiendo el entramado con la sexualidad en su vertiente amorosa. Al no encontrar modalidades que puedan ser recibidas y moduladas en la relación con el entorno, la vuelta contra sí mismo o la irrupción imprevisible pasan a ser otras vías posibles para su expresión, con la carga individual y social que ello significa. El despliegue de la agresión y el odio en transferencia será una nueva oportunidad para su procesamiento, siempre que el analista acepte el desafío de sobrevivir como tala los embates. En esta misma línea, el concebir a la destrucción como componente necesario de la creatividad es otro de los valiosos aportes de su pensamiento, sobre todo porque no se trata de un planteo filosófico, sino de la teorización de movimientos observables en la clínica.

Para ir concluyendo con esta  desordenada exploración de posibles razones para el resurgir de un pensamiento hasta no hace mucho confinado a la mortífera repetición de algunos clichés, no puedo dejar de considerar lo que podría ser su más significativa contribución, cuyo alcance y profundidad creo que aún no hemos terminado de vislumbrar. Se trata del hecho de haber concebido a aquellos primeros objetos no-yo de los albores de la existencia individual como la matriz genética de la que se desprende todo el rico y múltiple despliegue simbólico de las diferentes culturas, hallazgo que nos aporta una perspectiva realmente innovadora para abordar algunos de los más antiguos misterios de la existencia, como los que se ocultan en el arte o en las creencias. Es que aquella primera creación de la omnipotencia infantil encierra ya los secretos de la paradoja que, como vértice de una pirámide invertida, soporta todo el peso del conjunto de la creación humana. Una realidad creada y a la vez encontrada, que no pertenece al mundo interno pero tampoco a la realidad exterior, ilusión sostenida siempre por otros, locura permitida en la que se cobija el arte, la religión y también “las inconsecuencias, chifladuras y excentricidades de los hombres” que menciona Freud en “Neurosis y psicosis” (1924) con las que “el yo evita un desenlace perjudicial en cualquier sentido, deformándose espontáneamente, tolerando daños en su unidad o incluso disociándose en algún caso” para lograr sortear los conflictos sin represión, es decir sin enfermar (2). Nos encontramos, sin duda, ante un pensamiento original y, además, fértil para una época que padece el vacío dejado por la muerte de Dios, la resignación de los grandes relatos. Ante su luz “la verdad” o “la realidad” pierden parcialmente contundencia y sustancialidad para dejar espacio a un mundo virtual, potencialmente abierto a lo posible en el que se desarrolla gran parte de la vida de los hombres. Entre la madre y el bebé, entre la objetividad y la subjetividad, entre el cuerpo y el habla, lugar del encuentro imposible entre personas donde germina la cultura, y también el self, que surgido del gesto espontáneo, es alojado y cobra consistencia en el seno de ese encuentro. Su ser “verdadero” no se alimenta de lo concreto, deriva del mundo de los sueños  y se sostiene en el vuelo hacia lo posible del proyecto identificatorio, como una íntima y contundente verdad en torno a la que se organiza.

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