«Si se echa una rama seca y deshojada en una de las minas de sal de Salzburgo, y se recoge al cabo de dos o tres meses, ésta aparece transfigurada, cubierta de infinidad de cristalitos brillantes, que hacen imposible reconocer la rama primitiva».
La mujer amada, esa mujer sin mayores atributos que los de cualquier otra, está sometida, como la rama seca de Stendhal, a la adhesión de atributos-diamantes (sal) que la convierten en un ser inalcanzable, idealizado hasta la perfección. Ésta es la idea. Stendhal habla, dentro del proceso de cristalización, de asuntos muy interesantes en los que no me voy a detener, como la paralización por timidez, es decir, la dificultad que se tiene, debido a infinitos temores, para abordar al ser amado. Pero no nos desviemos.
Desde la óptica de Stendhal el amor es un germen que se lleva dentro y que, en determinadas circunstancias y al contacto más o menos casual con una persona, se desarrolla desmesuradamente, como si esta persona fuera una especie de catalizador de la reacción amorosa. En las novelas del francés, el amor alcanza cimas altísimas, pero los enamorados no se equivocan. Quiero decir, no sufren alucinaciones o visiones irreales (madame Rênal y Julián Sorel están llenos de gracias y virtudes, no son inventados por la fantasmagoría de la «cristalización» —puede verse reseña de Rojo y negro en este blog—).
Ortega da un paso más en la «teoría de la cristalización». Sin entrar en el fondo de su análisis, las 12 ideas o aforismos siguientes resumen bien la esencia de la naturaleza del amor:
1.- El enamoramiento, en su iniciación es una atención anómalamente detenida en otra persona. A fuerza de sobar con la atención un objeto, de fijarse en él, éste adquiere para la conciencia una fuerza de realidad incomparable. Existe a toda hora para nosotros. Está siempre ahí. Los demás seres serán poco a poco desalojados de la conciencia. Este exclusivismo dota al objeto favorecido de cualidades portentosas.
2.- Cuando hemos caído en ese estado de angostura mental, de angina psíquica que es el enamoramiento, estamos perdidos. En los primeros días, aún podemos luchar; pero cuando la desproporción entre la atención prestada al ser amado y al resto de seres pasa de cierta medida, no está ya en nuestra mano detener el proceso.
3.- El enamoramiento es un estado inferior del espíritu, una especie de imbecilidad transitoria.
4.- El amor es el acto másUna no se cansa de leer y releer cada frase, de repetir cada idea. Y si hacer una reseña es podar, aquí cada poda es un sacrilegio que exige penitencia de muchos rezos, pues una tiene la sensación de estar no sólo esquilmando, sino más bien aniquilando sin piedad el paraje completo. Tal vez, por el ilustre pensador que fue, Ortega expuso sus ideas claritas, de modo que resumirlas o sacarlas de su cuenco lleva de la mano el sentimiento pesaroso de haber cometido un pecado descomunal. Poseyó esa magia intelectual de los grandes pensadores, esa facultad suprema que conduce al buen conocimiento del ser humano. No se puede tocar. Es todo. Nuestro autor parecía conocer esa ecuación interna que da como resultado una composición armoniosa de nuestra alma.
El amor es una flecha hundida que (casi) todos llevamos en el costado. A unos pocos afortunados se la extraen sin dolor y gozan de una existencia dichosa. El resto, han de aprender a vivir con ella, dicho en román paladino que diría el bueno de Gonzalo de Berceo. Es oportuno, pues, que se lea este libro. Que se conozcan qué piezas encontró el filósofo, ésas que como manecillas de reloj bien calibrado, guiarán nuestras reflexiones, seguramente erráticas y tormentosas, por senderos firmes y certeros. Excelente texto para conocer de cerca qué es y en qué consiste el acto más íntimo y delicado del ser humano: el sentimiento amoroso.
Confieso que a una se le queda el cuerpo algo incómodo al terminar el último sorbo de este excelente elixir amoroso de, voy a decir, orfebrería espiritual. Porque sí, estamos muy de acuerdo en todo, pero quisiéramos estarlo sólo en casi todo, como sucede al leer eso que dice Ortega de que el amor es un sentimiento que sólo ciertas almas pueden llegar a sentir, porque nos preguntamos ¿y quiénes serán los elegidos?. Todos quisiéramos padecer esa angina psíquica del enamoramiento. Ser contagiados, en infinito bucle, por esa imbecilidad transitoria, la mejor de las imbecilidades posibles. Pero la respuesta… ¡ay!, la respuesta sólo la sabe Dios, origen, padre y manadero de todas las cosas. delicado y vital de un alma, en él se reflejarán la condición e índole de ésta. Según se es, así se ama. Por esta razón, podemos hallar en el amor el síntoma más decisivo de lo que una persona es.
5.- No se enamora cualquiera ni de cualquiera se enamora el capaz.
6.- El amor es un hecho poco frecuente y un sentimiento que sólo ciertas almas pueden llegar a sentir; un talento específico que se da de ordinario unido a los otros talentos, pero que puede ocurrir aislado y sin ellos.
7.- Una vez iniciado, el proceso de enamoramiento transcurre con una monotonía desesperante. Quiero decir que todos se enamoran lo mismo (el listo y el tonto, el joven y el viejo, el burgués y el artista), pero no todos se enamoran por lo mismo. No existe ninguna cualidad que enamore universalmente.
8.- El deseo muere cuando se logra; fenece al satifacerse. El amor, en cambio, es un eterno insatisfecho. Vive del detalle y procede microscópicamente. Es monótono, insistente, pesadísimo.
9.- El instinto tiende a ampliar indefinidamente el número de objetos que lo satisfacen. Por contra, el amor tiende al exclusivismo. Nada inmuniza tanto al varón para otras atracciones sexuales como el amoroso entusiasmo por una determinada mujer.
10.- El amor es, por su misma esencia, elección. Y como brota del centro personal, de la profundidad anímica, los principios selectivos que la deciden son, a la vez, las preferencias más íntimas y arcanas que forman nuestro carácter individual.
11.- En el acto amoroso la persona sale fuera de sí, gravita hacia otra cosa. Amar es ligar el centro o eje de nuestra alma a aquella sensación externa.
12.- Amor es afán de engendrar en la belleza. Implica una íntima adhesión a cierto tipo de vida humana que nos parece el mejor y que hallamos preformado, insinuado en otro ser.
Una no se cansa de leer y releer cada frase, de repetir cada idea. Y si hacer una reseña es podar, aquí cada poda es un sacrilegio que exige penitencia de muchos rezos, pues una tiene la sensación de estar no sólo esquilmando, sino más bien aniquilando sin piedad el paraje completo. Tal vez, por el ilustre pensador que fue, Ortega expuso sus ideas claritas, de modo que resumirlas o sacarlas de su cuenco lleva de la mano el sentimiento pesaroso de haber cometido un pecado descomunal. Poseyó esa magia intelectual de los grandes pensadores, esa facultad suprema que conduce al buen conocimiento del ser humano. No se puede tocar. Es todo. Nuestro autor parecía conocer esa ecuación interna que da como resultado una composición armoniosa de nuestra alma.
El amor es una flecha hundida que (casi) todos llevamos en el costado. A unos pocos afortunados se la extraen sin dolor y gozan de una existencia dichosa. El resto, han de aprender a vivir con ella, dicho en román paladino que diría el bueno de Gonzalo de Berceo. Es oportuno, pues, que se lea este libro. Que se conozcan qué piezas encontró el filósofo, ésas que como manecillas de reloj bien calibrado, guiarán nuestras reflexiones, seguramente erráticas y tormentosas, por senderos firmes y certeros. Excelente texto para conocer de cerca qué es y en qué consiste el acto más íntimo y delicado del ser humano: el sentimiento amoroso.
Confieso que a una se le queda el cuerpo algo incómodo al terminar el último sorbo de este excelente elixir amoroso de, voy a decir, orfebrería espiritual. Porque sí, estamos muy de acuerdo en todo, pero quisiéramos estarlo sólo en casi todo, como sucede al leer eso que dice Ortega de que el amor es un sentimiento que sólo ciertas almas pueden llegar a sentir, porque nos preguntamos ¿y quiénes serán los elegidos?. Todos quisiéramos padecer esa angina psíquica del enamoramiento. Ser contagiados, en infinito bucle, por esa imbecilidad transitoria, la mejor de las imbecilidades posibles. Pero la respuesta… ¡ay!, la respuesta sólo la sabe Dios, origen, padre y manadero de todas las cosas.