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Paz y Ciencia

viernes, 31 de octubre de 2014

Trastorno Bipolar: unas notas



La psicosis maníaco-depresiva o trastorno bipolar se caracteriza por cambios drásticos en el estado de ánimo que pueden ir de una alegría exagerada hasta un estado de tristeza profundo.
Son varias las formas en que se manifiesta esta alteración, aunque la más frecuente es la denominada tipo I, que es "su forma clásica", determinada por fases de manías y depresión intensa que generalmente requieren hospitalizar al paciente.
Se considera que la genética desempeña un papel fundamental en la génesis de este padecimiento y wue los factores ambientales pueden actuar como precipitantes de las crisis. Existe una predisposición hereditaria. Afecta por igual al sexo masculino y al femenino y se presenta generalmente en las edades comprendidas entre los 15 y 25 años. Su prevalencia es del 1%.
Los principales síntomas en la etapa maníaca son la euforia, el aumento de la sociabilidad, la marcada actividad, disminución de la necesidad de dormir, irritabilidad al contradecirlos, locuacidad, ideas de grandeza, gastos excesivos e inapropiados, aumento exagerado de los deseos sexuales y proyecto de planes irrealizables, mientras que la sensación de tristeza, baja autoestima, falta de ilusión y de concentración, enlentecimiento del pensamiento y de las acciones, deseos de morir, despertar en la madrugada, somnolencia, cambios en el apetito, ideas suicidas, de culpa o de ruinas, nos revelan una depresión.
Con relativa frecuencia se asocia al consumo de alcohol u otras drogas, lo que empeora los síntomas. En la fase depresiva existe un alto riesgo de suicidio.
El diagnóstico debe ser realizado por un especialista y se fundamenta en el criterio clínico. No existen aún pruebas específicas para esta enfermedad.
La enfermedad suele evolucionar por episodios. Los estabilizadores del ánimo son el tratamiento de elección. Pueden emplearse otros fármacos siempre bajo la estricta observación del psiquiatra. La terapia con eutimizantes es efectiva en la depresión que no mejora con psicofármacos. Existen fármacos que tienen ese síntoma como diana de su actuación. 
Es esencial la Psicoeducación, no sólo del afectado sino también de los familiares con los que vive el afectado.


jueves, 30 de octubre de 2014

Sobre Eduardo Grecco

Este buen señor es polifacético, transgresor, luchador por ende y una pluma viva e inquieta.
Padece trastorno bipolar y "hace beatos" a los afectados de TB. Es un hombre idealista, soñador. Tiene tres libros escritos sobre trastorno bipolar, verdaderamente magníficos. Por su originalidad y por su estilo, altera la prosa con la poesía, como llevado "por las fuerzas lunares". Podría pasar por sucesivos delirios megalomaníacos pero al parecer es tan arrollador y creativo como sus escritos y el alma en ellos volcada.
Rodrigo Córdoba Sanz.

Bipolar: retazos

El arte de vencer se aprende en las derrotas. Simón Bolívar

El niño malherido física y emocionalmente fue inscribiendo en su psiquismo una serie de pautas mentales no menos importantes. Si "no valgo nada" es porque "soy indigno".

Quien pretenda una felicidad y sabiduría constantes, deberá acomodarse a frecuentes cambios. Confucio

Psicologia de la Sexualidad


SexualidadEd. Traç Dep.Legal B-31092-86
© José Luis Catalán Bitrián


La sexualidad es una acción específica del ser humano, que está integrada en el conjunto de las demás acciones que hacemos. Lo más frecuente es que la sexualidad forme parte de una relación amistosa o de pareja (esto último tiene sus salvedades, como por ejemplo en la masturbación individual en la que la relación es con uno mismo, o en la fantasía erótica, en la que nos relacionamos con un otro de carácter ficticio).
Nadie se extrañaría si dijésemos que comer es una acción, ya que partiendo de la necesidad biológica somos conscientes de que tenemos hambre y hacemos una serie de actos con la finalidad de conseguir satisfacernos. Siguiendo este mismo argumento también podríamos decir que partiendo de una consciente necesidad sexual, la excitación, hacemos una serie de cosas para conseguir un objetivo, que de tener éxito, llamamos orgasmo y que es la mayor satisfacción que sentimos en cuanto al desarrollo de la excitación sexual(1).
Es evidente que la biología hace posible que podamos experimentar la sexualidad, ya que tenemos órganos aptos para desempeñar tal función y una base nerviosa y endocrinológica para controlarla, pero cómo interviene la cultura en todo ello?. Lo resumiremos en los siguientes puntos:
-> En el desencadenamiento de la acción.
-> En el nivel de excitación.
-> En las estrategias técnico-corporales.
-> En la ideología de la técnica.
-> En los resultados.
-> En una ideología de la sexualidad.
Ya sabemos que el primer momento de la acción es aquel en el que lo que hacemos es estar pensando en ella. Si preguntamos a alguien, qué haces?, nos puede contestar, estoy pensando en que quisiera hacer el amor. Claro está que de tener ganas a estar haciéndolo existe la distancia que media entre la imaginación y la realización. Pero se aceptará si la persona tuviera las condiciones adecuadas (poder-hacer) pasaría de las ganas a los hechos. Es decir, que un primer paso para que la sexualidad funcione es tener ganas. Por esta razón cuando se hace el amor por obligación, por piedad, a disgusto, etc. no se suele obtener auténtica satisfacción.
Tener ganas no es suficiente para que se siga la continuación. Qué quiere decir entonces lo de que obligatoriamente tienen que existir condiciones adecuadas? Fundamentalmente que cada cual tiene una concepción de cuándo es oportuna, posible, atractiva.
Veamos más despacio cómo se desarrollan tales ideas de conveniencia.
El bebé, que no ha configurado todavía la respuesta sexual, experimenta la sexualidad simplemente al azar de sus descubrimientos sensoriales, y de forma incompleta. Por los cuidados de la higiene, el roce de la ropa, el ritmo, sus exploraciones corporales... No domina todo el proceso que conduce al orgasmo, en primer lugar por inmadurez de sus órganos y porque tampoco en el resto de acciones sensorio-motrices sucede algo demasiado diferente (no controla tampoco totalmente las posibilidades de su cerebro y los movimientos de su cuerpo).
Durante el período infantil, en el que hay un perfeccionamiento de las distintas habilidades mentales y motoras, también se adquiere una mayor integración del cuerpo propio, dándose ya, el comienzo del esquema sensorial susceptible de configurarse como excitación sexual: el tipo de caricia táctil, estímulos olfativos y visuales, sensibilidad genital. En esta etapa los resultados son muy variables según la educación recibida y un componente azaroso considerable.
Algunos niños tienen inhibida la exploración sexual porque de muy pequeños han aprendido a descartar ese tipo de sensaciones. Algunos padres son muy pudorosos con las exploraciones sexuales infantiles espontáneas y las reprimen, con lo que el niño deja de investigar en ese sentido como podría suceder con la exploración de llevarse cosas a la boca, o el aprendizaje de lo peligroso o de lo que no se hace.
Este tipo de niños, si no son inducidos por otros compañeros, pueden descubrir la sexualidad bastante tarde.
Otra problemática es la que deriva de la información sexual.
No hay porqué suponer que un niño descubre la realidad por sí mismo sin ningún tipo de explicaciones de cómo es esa realidad. Este es el sentido de las preguntas típicas de porqué esto y lo otro. Si no le explicamos al niño que la lluvia cae de las nubes, puede estar convencido de que alguien está tirando agua desde arriba: es lo que creían los hombres primitivos y tardamos bastantes siglos en descubrir que no sucedían así las cosas. También hay sociedades primitivas, como por ejemplo entre loas Arunta de Nueva Australia central, en las que no se sabe la relación que hay entre la sexualidad y la fecundación, de manera que poseen la creencia que las mujeres tienen un poder mágico de tener hijos(2).
Las teorías de los niños mal informados de cómo nacen los niños pueden ser bastante extravagantes: nacen por las orejas, por el ombligo, por el ano o los trae la cigüeña (esta última hipótesis no les suele resultar demasiado creíble y optan en secreto por alguna de las anteriores). Sólo les falta creer que uno coge un trozo de barro, sopla y aparece un niño. También suelen tener bastante confuso lo que es el órgano sexual: será el trasero? será el pie? las niñas no tienen nada? eso de la sexualidad será subirse a un caballo? será pintarse la cara y ponerse colonia? será ponerse ropa de mujer? será apretarse la ropa contra las piernas?. La lista de ideas equivocadas es abundante y variada. Lo que tenemos que aclarar en seguida es que el niño no es perverso por naturaleza, sino por ignorancia: si le explicamos con ideas a su alcance cómo son las cosas atinará a comprender lo que es la sexualidad, cómo son los órganos sexuales masculinos y femeninos (no lo que falta sino el órgano que tiene la mujer), y cómo es el proceso de fecundación. El niño tendrá más sentido de la realidad si los educadores no le inducen a irrealizar las cosas.
Cada vez hay más niños a los que se les educa con mayor liberalidad, con lo que tienen la oportunidad de aprender, jugando, el funcionamiento natural de la sexualidad. A través de sus propias exploraciones sensoriales, una información fidedigna, y sus propias experiencias en las relaciones infantiles respetada por los adultos (ni reprimida ni obligada). Tal vez haya que hablar todavía de los derechos del niño, entre otros, a su sexualidad, y que en algunas sociedades que nosotros llamamos primitivas ya tienen.
Con la pubertad se alcanza una madurez de los órganos sexuales. Puede entonces conseguirse la acción completa de la sexualidad. Pero en cambio no hay un dominio paralelo de la socialización e identidad personal del adolescente. Ello redunda en el siguiente panorama: hay un mayor éxito en la sexualidad masturbadora que en la interpersonal.
En la medida que flaquea el dominio de la relación intersubjetiva (entre iguales) la sexualidad adulta está en su expresión más inmadura. Suele haber un abanico demasiado amplio de desencadenantes de la sexualidad, lo que se refleja en la fantasía erótica que acompaña las actividades masturbatorias (los otros se dan en imagen y lo que hacen se rige por los caprichos del sujeto que ensueña): puede estar mal discriminada respecto a la agresividad (fantasías sádicas y crueles) u otro tipo de impulsos que el adolescente controla a duras penas. Se puede decir que lo que sabe controlar es la explotación mecánica de sus órganos genitales y su imaginación erótica. Este esquema, por supuesto, es muy variable, y además está demasiado interferido por el tabú que normalmente pesa sobre la sexualidad adolescente como para resultar del todo claro. En otras sociedades poseemos ejemplos de madurez sexual en el adolescente, de manera mucho más precoz que en nuestras sociedades, como las que ha descrito M. Mead de Samoa(3).
En comparación al bebé impúdico, en estas cuestiones el adolescente requiere de una protección de su intimidad y una concentración especial: pasar de una simple excitación al orgasmo cuesta un trabajo. Ya sabemos que todo trabajo exitoso, toda acción que realiza su finalidad, sólo es posible concentrándose en ella. Así, si queremos leer el periódico, mal lo podemos hacer si nos distraemos al llegar al primer párrafo. De igual forma la concentración necesaria para tener éxito en la masturbación, como en la sexualidad en general, puede ser alterado por condiciones inadecuadas (bullicio, interrupciones, preocupaciones, sentimientos de culpa o de odio...)
La ansiedad resta sexualidad como el odio resta amor, o como la auto-agresión resta animación. Ansiedad y placer son enemigos irreconciliables, de forma que cuando aparece la primera se fastidia la fiesta. También se oponen a la sexualidad la repugnancia moral y el asco.
Conforme las vivencias sexuales se van perfeccionando se complican las condiciones que se le exigen. Aparece la aspiración de tener relaciones interpersonales de intercambio de prestaciones sexuales. Y hay un abismo entre masturbarse y realizar un coito: la relación con un sujeto de carne y hueso pasa por la aceptación de una persona que posee independencia, autonomía, libertad, deseos como nosotros. El otro de la fantasía hace lo que queremos que haga, es nuestro capricho, pero en la realidad el otro tiene su opinión, mira, juzga, valora, y hay que negociar un acuerdo con él.
El amor, que es una de las principales emociones del intercambio, es el más adecuado para que funcione la sexualidad en una relación de persona a persona. Si la sexualidad con el otro no se basa en por lo menos un intercambio amistoso, degenera en una especie de masturbación, en la cual al otro le hacemos tomar el papel de objeto sin serlo realmente.
Por consiguiente las condiciones para la sexualidad equivalen por un lado a las generales para todas las acciones, y por otro lado en especial para los afectos amorosos: en este caso el amor tiene contenidos sexuales, los bienes que circulen serán trabajos de excitación.
Para ello se requiere que no sólo uno tenga ganas, sino que el otro quiera también, y que pueda por lo tanto, iniciarse el proceso de intercambio.
Esta condición amorosa complica la sexualidad bastante más que en el caso de la masturbación, pero a cambio proporciona una mayor riqueza si comparamos éxito por éxito de cada una de las maneras. Se puede ver en principio mayor conveniencia en aprender a conseguir triunfar en la sexualidad interpersonal que renunciar y dedicarse a la masturbación, siempre que se persiga la máxima intensidad sexual. Claro está que muchos están lejos de este ideal, y tienen problemas a la hora de conseguir una satisfacción de su sexualidad con otra persona.
Una de las primeras reglamentaciones sociales que apareció en la historia humana fue precisamente sobre esta amor-sexual(4), y ello debido a la relación entre sexualidad y reproducción, la relación general entre hombres y mujeres, y las antiguas religiones familiares. A estas reglamentaciones las llamamos modelos de relación. Están pautados socialmente e imponen condiciones especiales a las relaciones sexuales.
Hoy en día poseemos en nuestras costumbres una mayor libertad en cuanto a reglas sociales entre personas que quieren tener relaciones sexuales. Se ha vuelto más flexible el modelo, aunque no deja de haberlo, ni por ello renuncian a seguirse dando como emociones amorosas más o menos intensas.
El grado de libertad ha venido acompañado de otras transformaciones sociales. Por ejemplo, ha cambiado gran parte de la concepción familiar que interfería en el amor. fijémonos en un dato anecdótico: en 1834 estrenaba Fernández de Moratín su obra de teatro El sí de las niñas, obra de vanguardia, escándalo y provocación, en la que se enfrenta valientemente a las costumbres de la época defendiendo el derecho de los jóvenes a elegir la pareja de la que están enamorados. En fechas más anteriores todavía, por ejemplo en los primeros tiempos de los romanos, en la sociedad patriarcal en los que un señor era el rey de la casa (las casas entonces podían consistir en toda la familia más los esclavos) el matrimonio tenía más que ver con los intereses patrimoniales y religiosos -cada lar se regía por la divinidad particular- que con el amor. La concepción patriarcal de los lares familiares de la antigüedad no era muy propicia para las formas de amor-sexual que hoy en día conocemos, y que se daban más como excepciones mítico-heroicas que como otra cosa. Podríamos recordar también el ejemplo de la antigua China, donde los matrimonios se calculaban de antemano según el criterio de los primos cruzados(5).
Junto a los grandes modelos colectivos de relación entre los sexos, nos encontramos otras fórmulas no menos importantes a la hora de la verdad, como los gustos estéticos, ideologías, actitudes frente a la vida, clase social, etc. y que marcan los valores apreciados/despreciados, y por tanto capaces de integrar mayor excitación o degradar el posible sujeto erótico.
El nivel de excitación es variable en la sexualidad. Sabemos sin embargo que es necesario un mínimo de excitación para disparar el orgasmo. La cultura nos da elementos para conseguir ese mínimo y aumentarlo.
Un primer punto de partida para la consecución del orgasmo nos lo da le técnica masturbatoria, con su imaginería erótica por un lado, y por explotación puntual y mecánica de las zonas más sensibles, creando con ello un resultado determinado en cuanto a los niveles de excitación alcanzados, su canal sensorial y los hábitos que en cuanto a sexualidad genera.
Cuando interviene en la sexualidad una pareja es muy posible que las cosas vayan en un principio peor que cuando ambos se masturbaban por separado. Los partenaires están descubriendo fórmulas nuevas de excitación.
Al comienzo de las relaciones, la penetración del pene en la vagina es una manera de obtener placer en la que la mujer en principio no domina lo suficiente como para llegar al orgasmo, y en la que el hombre no puede disfrutar como desearía, ya que muy a menudo se produce un orgasmo muy rápido compulsivo, o más soso en relación al obtenido en la masturbación.
Para que las cosas vayan bien es necesario que la mujer se excite de una manera más intensa y que la penetración, estimulando indirectamente el clítoris, sea capaz de provocar el clímax: por esta razón hablamos de sexualidad irradiada en la que se transforma la forma puntual de conseguir excitación en una más difusa, global y abarcadora. En el caso del varón la irradiación consiste en que pueda repartir su excitación a todo el cuerpo (tener otras fuentes sensuales de excitación) y controlar el ritmo excitatorio antes de alcanzar el nivel crítico de disparo automático del orgasmo.
En la relación interpersonal los servicios mutuos prestados forman un conjunto de potenciadores de la sexualidad, de forma que el entendimiento mutuo, el lenguaje que los amantes crean para su sexualidad, la riqueza de su sensorialidad, la presencia del amor, etc. realzan la sexualidad hacia cotas cada vez más altas y satisfactorias.
Claro está, que la difícil compenetración de una pareja pasa por un aprendizaje, por una parte de la sensibilidad intersubjetiva, y por otra de los modelos de relación ideológicos entre personas, particularmente en referencia a sus roles sexuales.
El nivel de excitación aumenta por un refinamiento de la sensibilidad corporal, por una forma de poner los sentidos en relación con la sexualidad. Así, los olores, el tacto, el oído, la vista, etc. pueden ser utilizados como magnificadores de la sexualidad, y es precisamente la cultura aprendida la que nos enseña a disfrutar de estas cosas inventando y cultivando el aprecio por la música, el baile, el perfume, la moda, etc.
Con el paso de los años sucede a menudo que la excitación sexual disminuye porque se atrofian en parte los sentidos, aumentan los problemas y no se saben encontrar con imaginación recursos nuevos.
Las estrategias técnico-corporales de obtención de placer también tienen que ver con la cultura, y no nos estamos refiriendo al Kamasutra de las posturas para hacer el amor, aunque tenga su importancia, sino más bien a las peculiaridades sensoriales de cada cual. Por poner un ejemplo sencillo: a uno le excitan las caricias suaves, y al otro le dan cosquillas, de forma que estas diferencias en el gusto implican difíciles ajustes en los que cada miembro de la pareja tiene que ceder y aprender algo de la sensibilidad del otro si es que quiere entenderse con él.
Por otro lado, este es el capítulo de otro tipo de estrategias de satisfacción sexual que no son las de la relación hombre-mujer, como en la homosexualidad, u otras formulas de entender la sexualidad.
Enlazando con el punto anterior, pensemos que la sociedad propagandiza o prohíbe las fórmulas diversas, de modo que el coito heterosexual es el que sale premiado, y si bien se toleran otras formas de sexualidad, como es el caso hoy en día de la homosexualidad, en cambio se prohíben otras, como sucede con el incesto y otras llamadas perversiones. Y no sólo eso, sino que a través de la educación se introduce en cierta forma en la vida íntima insinuando y persuadiendo, como por ejemplo predicando la actividad, iniciativa a los hombres o pasividad, coquetería a las mujeres.
Cada grupo social instituye sus propias normas a propósito de la sexualidad, como sucede por lo demás con las otras actividades. Es sobre este fondo normativo que tiene sentido hablar de lo perverso, esto es, lo que va contra las normas emitidas. En ocasiones se olvida este modelo social normativo y en vez de hablar de transgresores se pretende que se trata de enfermedades. El modelo médico, en ocasiones, se utiliza socialmente para lo que no serían verdaderos trastornos funcionales de los órganos corporales. En el pasado se veía al homosexual, por ejemplo, como un enfermo con algún tipo de trastorno genético u otro desconocido(6).
El modo como influye la cultura en los resultados de la sexualidad, es decir, en la concepción del orgasmo, se jerarquiza en orgasmos de primera categoría, de segunda, tercera..., distinguiendo entre orgasmos mejores y peores. Se puede entender como mejor, por ejemplo, el conseguido a la vez por una pareja que se quiere.
También ha ocurrido con la religión de años atrás, que se recomendase o no se viese mal que no se llegara al orgasmo, sobre todo en el caso de las mujeres. Se veía con malos ojos sentir la máxima intensidad de placer sexual, y la política era reducirlo lo más posible ya que parecía que no se podía llegar a suprimirlo del todo.
La sexualidad, como todas las actividades de la vida, son pensadas por la humanidad bajo puntos de vista diferentes. En ocasiones es una actividad pecaminosa, en otras se exalta como lo más importante de la vida. Se integra en el matrimonio como institución o se permite cualquier tipo de relación amistosa.
Una forma de normas sobre la sexualidad es la que se aplica a las edades. En unas sociedades se permite la sexualidad de los adolescentes, incluso la de los niños, y en otras se censura y se considera negativa o peligrosa. Lo mismo sucede con los ancianos. Nuestra sociedad en particular es un tanto estricta con los adolescentes, a los que se considera inmaduros para practicar la sexualidad, y los ancianos, en los que suele estar mal vista, sobre todo si no están viviendo con su cónyuge, lo que ocurre poco a medida que se avanza en años.
También el ambiente de algunas instituciones cerradas se convierte en censor de la sexualidad, por diversas razones: en las cárceles como forma de castigo y privación, en los hospitales por supuestas razones de salud o necesidades organizativas, en los hospitales psiquiátricos para evitar líos, o en otro tipo de grupos a veces aparece una especie de tabú por la suposición de que la permisividad sexual amenazaría o deterioraría al grupo.

Psicología de la Sexualidad

miércoles, 29 de octubre de 2014

Sobre el Amor



¿Qué hemos aprendido del amor a lo largo de la vida?:
El amor es un deseo de los seres humano para no sentirnos solos, nos amarga la idea de que lleguemos a la muerte sin haber alcanzado la felicidad. La búsqueda de la felicidad por parte de las personas es una realidad, aunque no seamos conscientes de ello. No creo que a nadie le guste vivir sumergido bajo el mar de la tristeza, se decir, el mar de lagrimas. Lo importante de la vida es disfrutar de ella, de una manera o de otra.
No podemos vivir aislados del resto del mundo, necesitamos establecer relaciones con las demás personas, es un deseo que a veces nos puede llevar a la locura, es decir, a la obsesión. Como consecuencia de la obsesión, perdemos la noción de la realidad, hecho que nos produce que no seamos felices.
Si en el mundo no hubiese amor, sea de un forma o de otra, seria una catástrofe detrás de otra, y diciendo esto, me atrevo a decir que las guerras al menos han tenido su lado positivo, la posibilidad de poder ver el horror nos proporciona la suficiente sensibilidad para no volver repetir las mismas guerras. Desgraciadamente, siguen las guerras, y es así donde se refleja la crueldad humana, que no es otra cosa que el Egoísmo. El sentimiento del Ego es la principal causa de todas las desgracias del mundo. Seria mucho que en un mundo reinase un clima de amor, esto podría ser una utopía, pero no hay que olvidar que el movimiento hippie que se dio en EEUU en contra de la Guerra del Vietnam.

El odio solamente trae desgracias, mientras encontremos el amor entre las personas el mundo se salvara, pero si por el contrario vence el odio entre las personas del todo el mundo, me atrevo a decir que será el momento en el que llegue el Apocalipsis.

martes, 28 de octubre de 2014

Sobre el Apego





Teorías del apego

La preocupación por la relación temprana del niño con su madre fue uno de los temas centrales de muchos investigadores. Los primeros trabajos en esta línea fueron realizados por René Spitz, (1935) psicoanalista, quien comenzó sus trabajos observando el desarrollo de niños abandonados por sus madres que llegaban a centros de huérfanos. Estas observaciones le permitieron concluir que la madre sería la representante del medio externo y a través de ella el niño podía comenzar a constituir la objetividad de éste.
En 1958, Bowlby plantea una hipótesis que difiere por completo de la anterior. Postula que el vínculo que une al niño con su madre es producto de una serie de sistemas de conducta, cuya consecuencia previsible es aproximarse a la madre. Mas tarde, en 1968, Bowlby define la conducta de apego como cualquier forma de comportamiento que hace que una persona alcance o conserve proximidad con respecto a otro individuo diferenciado y preferido. Como resultado de la interacción del bebé con el ambiente y, en especial con la principal figura de ese ambiente, es decir la madre, se crean determinados sistemas de conducta, que son activados en la conducta de apego. Generalmente el apego tiene lugar en los primeros 8 a 36 meses de edad. En resumen sostiene que el sistema de apego está compuesto de tendencias conductuales y emocionales diseñadas para mantener a los niños en cercanía física de su madre o cuidadores.

Formas de apego

Las formas de apego se desarrollan en forma temprana y poseen alta probabilidad de mantenerse durante toda la vida. En base a como los individuos responden en relación a su figura de apego cuando están ansiosos, Ainsworth, Blewar, Waters y Wall, definieron los tres patrones más importantes de apego y las condiciones familiares que los promueven, existiendo el estilo seguro, el ansioso-ambivalente y el evasivo.
  • Los niños con estilos de apego seguro, son capaces de usar a sus cuidadores como una base de seguridad cuando están angustiados. Ellos tienen cuidadores que son sensibles a sus necesidades, por eso, tienen confianza que sus figuras de apego estarán disponibles, que responderán y les ayudarán en la adversidad. En el dominio interpersonal, las personas con apego seguro tienden a ser más cálidas, estables y con relaciones íntimas satisfactorias, y en el dominio intrapersonal, tienden a ser más positivas, integradas y con perspectivas coherentes de sí mismo.
  • Los niños con estilos de apego evasivo, exhiben un aparente desinterés y desapego a la presencia de sus cuidadores durante períodos de angustia. Estos niños tienen poca confianza en que serán ayudados, poseen inseguridad hacia los demás, miedo a la intimidad y prefieren mantenerse distanciados de los otros.
  • Los niños con estilos de apego ansioso-ambivalente, responden a la separación con angustia intensa y mezclan comportamientos de apego con expresiones de protesta, enojo y resistencia. Debido a la inconsistencia en las habilidades emocionales de sus cuidadores, estos niños no tienen expectativas de confianza respecto al acceso y respuesta de sus cuidadores.

Las experiencias que forman vínculo

El acto de coger el bebé al hombro, mecerlo, cantarle, alimentarlo, mirarlo detenidamente, besarlo y otras conductas nutrientes asociadas al cuidado de infantes y niños pequeños, son experiencias de vinculación. Algunos factores cruciales de estas experiencias de vinculación incluyen la calidad y la cantidad.
Los científicos consideran que el factor más importante en la creación del apego, es el contacto físico positivo (ej: abrazar, besar, mecer, etc.), ya que estas actividades causan respuestas neuroquímicas específicas en el cerebro que llevan a la organización normal de los sistemas cerebrales responsables del apego.
Durante los primeros tres años de vida, el cerebro desarrolla un 90% de su tamaño adulto y coloca en su lugar la mayor parte de los sistemas y estructuras que serán responsables de todo el funcionamiento emocional, conductual, social y fisiológico para el resto de la vida. De allí que las experiencias de vinculación conducen a un apego y capacidades de apego saludables cuando ocurren en los primeros años.
La relación más importante en la vida de un niño es el apego a su madre o cuidador primario, esto es así, ya que esta primera relación determina el “molde” biológico y emocional para todas sus relaciones futuras. Un apego saludable a la madre, construido de experiencias de vínculo repetitivas durante la infancia, provee una base sólida para futuras relaciones saludables.
En la actualidad está tomando importancia la relación o vínculo de apego del niño con el padre, figura ésta de gran importancia para el normal desarrollo evolutivo de todo ser.

lunes, 27 de octubre de 2014

Bipolaridad

La existencia es bipolar, movernos de un lado al otro. El trastorno bipolar es permanecer en esos polos. El hombre se enferma cuando consiste a vivir armónicamente la dualidad de la vida, cuando excluye y dogmatiza las cimas y los valles emocionales. Todos disponemos del antagonismo complementario de los opuestos.

Apego



Resumen: se examinan las motivaciones que impulsan las conductas de apego desde la perspectiva del enfoque "modular-transformacional", tratando de delimitar psicoanalíticamente los diferentes tipos de objetos del apego. Se establece la especificidad del deseo de intimidad, las modalidades bajo las cuales se trata de cumplirlo, el tipo de sufrimiento generado cuando no se lo logra -claramente diferenciables de las angustias de la ruptura del apego-, así como estructuraciones de la personalidad como defensas ante la intimidad Se estudia una forma de la patología de la intimidad, el masoquismo del dolor compartido, forma de alcanzar el sentimiento de comunión intersubjetiva. 

Se reconceptualiza  la afectividad dentro de un modelo que toma en cuenta lo intrapsíquico y lo intersubjetivo, delimitándose tres dimensiones: la expresiva, la comunicacional- inductora y una tercera, en la que el sujeto se autoimpone la afectividad del otro para sentir que se fusiona con éste. 

Los conceptos anteriores son aplicados a la situación analítica a fin de establecer variantes de combinaciones en la pareja analista-analizando de encuentros/desencuentros entre las respectivas formas de deseos de apego, de intimidad, de angustias ante estos deseos, y de tipos de defensas que en ambos integrantes se pueden activar.


  Por nuestra parte, en trabajos anteriores (Bleichmar 1997, 1999), indicamos que para comprender qué es lo que impulsa al apego resulta necesario tener en cuenta los distintos sistemas motivacionales que movilizan al psiquismo. En ocasiones, el objeto del apego es aquel que permite obtener un sentimiento de seguridad –autoconservación-, como se constata en la relación del fóbico con su acompañante. En otras, es el placer sexual el que fija a un objeto que queda seleccionado de entre todos los que rodean al sujeto. En este orden de cosas, la tesis freudiana de la elección de objeto y fijación al mismo por ser el que satisface la pulsión sexual tiene en la actualidad una amplia confirmación no sólo a nivel psicológico sino en base a rigurosos estudios en neurociencia (Insel, 1997).

        El objeto del apego puede ser el que contribuye a la regulación psíquica del sujeto, a disminuir su angustia, a organizar su mente, a contrarrestar la angustia de fragmentación, a proveer un sentimiento de vitalidad, de entusiasmo. El sentimiento de desvitalización, de vacío, de aburrimiento ante la ausencia del objeto del apego hace que se le busque compulsivamente.

        El objeto del apego puede ser, también, y de manera prevalente, el que sostenga la autoestima del sujeto, aquel con el cual fusionarse para adquirir un sentimiento de valía. Objeto narcisizante en las múltiples dimensiones que hemos descrito (objeto de la actividad narcisista, posesión narcisista (Bleichmar, 1981), a las que se agregan las funciones que Kohut (1971) denominó de especularización e imago parental idealizada.

        Por otra parte, hay que distinguir el apego impulsado por el placer que surge en la relación con el otro (el sexual, por ejemplo, o el que narcisiza) del apego defensivo para contrarrestar angustias de separación, de soledad, de desrregulación psicobiológica, de intensos sentimientos de inferioridad. En estos casos, el apego es secundario a la angustia, como en la simbiosis defensiva frente al terror de la desintegración.

        En síntesis, el apego se realiza con un objeto de la autoconservación, con un objeto del narcisismo, con un objeto de la sexualidad, con un objeto de la regulación de las necesidades psicobiológicas. En todos estos casos,  en la conducta de apego hay una fantasmática (de búsqueda del placer o de huída del displacer) que la impulsa y una memoria procedimental que lo organiza (Pally, 1997; Stern, 1985).

        El placer en el sentimiento de intimidad que produce el encuentro con el otro es una motivación adicional para el apego que no es reducible ni a la sexualidad ni al sentimiento de protección de la autoconservación, ni tampoco a la valoración en el área de la autoestima y el narcisismo, o a la regulación psicobiológica. A algunos sujetos les es suficiente con el apego autoconservativo o el sexual, siendo la cuestión de la intimidad algo que ni siquiera está planteada en sus mentes. Basta que la propia necesidad sexual se satisfaga, incluso sin que el otro vibre, para que se busque a un objeto que rondará continuamente en sus pensamientos.

        En cuanto a lo autoconservativo, para tomar un ejemplo, el paciente fóbico con crisis de pánico o hipocondríaco puede manifestar un sólido y compulsivo apego al terapeuta –no faltará jamás a sesión, sentirá intensas angustias de separación- pero en su mente el otro es simplemente un instrumento-cosa que le protege, no alguien con sentimientos y necesidades que se desea compartir.

        Otros sujetos no buscan ni que el objeto les proteja, ni que les brinde gratificación sexual, ni que les regule psicobiológicamente, ni que les equilibre la autoestima. Su necesidad es la de sentirse en el mismo espacio emocional que el otro, sentir que hay un encuentro de mentes. En consecuencia, así como el psicoanálisis describió un objeto de la sexualidad, uno de la autoconservación, uno del narcisismo, uno de la regulación psicobiológica (Lichtenberg, 1989), de igual manera resulta necesario reconocer la existencia de un objeto de la intimidad.

        El sujeto podrá tener todos estos objetos separados en distintas personas –el amigo/a de la intimidad es claramente diferente del objeto sexual o del autoconservativo-, o algunos de ellos confluir en un solo personaje que cumple varias funciones simultáneamente. Articulación compleja entre los diferentes objetos, con disociaciones y condensaciones, que nos alertan acerca de que expresiones tales como “ansiedad de separación” requieren ser particularizadas respecto a cuál es el objeto que está en juego: qué función cumple en relación a uno o varios sistemas motivacionales.

viernes, 24 de octubre de 2014

"El Delirio, un error necesario"


Introducción
El presente trabajo se fundamenta en conceptos procedentes de disciplinas que, como la semiología y la pragmática lingüística, considero esenciales para la psicopatología. Como su nombre indica, el objeto de la psicopatología es el estudio de lo psíquico alterado, y este estudio, al ser el sujeto de naturaleza psicosocial, no puede obviar los conocimientos procedentes del conjunto de las ciencias llamadas humanas; algo así constituyó el intento de Jaspers al introducir en su psicopatología el criterio de comprensión, propio de éstas (junto al deexplicación, método de las ciencias de la naturaleza) (1). Entre nosotros, solo Castilla del Pino se ha dedicado a una labor de esta índole (2). A este autor me remito para dar cuenta de la orientación epistemológica que aquí se adopta.
Partiré de las dos siguientes consideraciones: 1) Es discutible que todas las ideas delirantes constituyan un mismo fenómeno; probablemente el delirio sea un fenómeno heterogéneo, de modo tal que enfermedades diferentes den lugar a distintos tipos de delirio (3) (4) (5). Desde este punto de vista, el delirio sería un fenómeno complejo en el que numerosos factores contribuyen a su formación y mantenimiento. Así, por ejemplo, es probable que no entrañen los mismos mecanismos de construcción el delirio fragmentario, extraño y pueril, sin aparente relación con la biografía del sujeto, propio de ciertas formas de esquizofrenia, que el que constituye la paranoia. 2) El tipo de delirio que denomino interpretación delirante, cuyo contenido es habitualmente autorreferencial, puede ser explicado a partir de las reglas que rigen el pensamiento o raciocinio normal. Con esto intento acercarme al que debería ser el proceder correcto en psicopatología, consistente en explicar lo patológico desde la normalidad.
El concepto de interpretación delirante (desde ahora ID), como el de delirio en general, adolece de cierta imprecisión. En lo que respecta a las ideas delirantes, clásicamente se habla de percepción delirante y de ocurrencia delirante (6), conceptos que han venido manteniéndose a pesar de que en la nosografía actual, a diferencia de, por ejemplo, la nosografía clásica francesa, no encuentren aplicación alguna; en esta última se distinguía el delirio de interpretación de Sérieux y Capgras, constituido por interpretaciones delirantes, y el delirio de imaginación de Dupré y Logre, elaborado a expensas de ocurrencias delirantes (7) (8). Más pormenorizadamente, la escuela francesa ha diferenciado clásicamente cuatro apartados en las "estructuras delirantes crónicas" (9):
a) Las psicosis paranoicas (en principio sin alucinaciones) que incluyen los delirios pasionales (celosos y erotómanos), los de reivindicación (querulantes, inventores e idealistas apasionados), el delirio sensitivo de Kretschmer y los delirios de interpretación de Sérieux y Capgras.
b) Las psicosis alucinatorias crónicas
c) Los delirios parafrénicos y fantásticos
d) Los delirios esquizofrénicos.
Mientras que las psicosis paranoicas se caracterizan por su construcción aparentemente lógica y basada en interpretaciones, los delirios parafrénicos se caracterizan por el carácter fantástico de los temas delirantes y su riqueza imaginativa. Éstos se corresponden con la parafrenia de Kraepelin (10) y su construcción se realiza a expensas de un mecanismo "imaginativo", es decir, mediante fantasías tomadas como reales.
El presente trabajo se refiere al tipo de delirio que constituye el síntoma fundamental, cuando no el único, de las psicosis paranoicas, delirio que, como es admitido clásicamente, (11) (12) guarda una estrecha relación con la personalidad del sujeto delirante.
El concepto de percepción delirante procedente de la escuela fenomenológica de Heidelberg no tiene una exacta correspondencia con el de ID. La ID se asemeja hasta cierto punto a la percepción delirante si entendemos ésta no en el sentido de Jaspers o de Schneider, sino como la interpretación, con características delirantes, de una percepción normal. Pero no es así la genuina concepción de Jaspers. Jaspers (13) habla de ideas delirantes primarias, que surgen de vivencias delirantes primarias, las cuales consisten en una "significación alterada de la realidad". Para Jaspers, la realidad es la significación de las cosas, significación que está indisolublemente unida a la percepción de la realidad, ya que al sujeto las cosas le son dadas con un significado. La vivencia delirante –y la idea, pues la vivencia "se comunica en juicios"- es, como he dicho antes, la significación alterada de la realidad: "La conciencia de la significación experimenta una transformación radical. El saber inmediato que se impone de las significaciones, es la vivencia primaria del delirio" (14). No se trata, pues, de una mera interpretación de la realidad percibida, "sino que es experimentada directamente la significación en la percepción completamente normal e inalterada de los sentidos" (15). Según el "material sensorial" con que se experimenta esta significación, se habla de percepciones delirantes, representaciones delirantes, recuerdos delirantes, cogniciones delirantes, etc. Para Jaspers, estos fenómenos son "incomprensibles", pues son "inmediatos", "primarios", es decir, "no pueden ser seguidos psicológicamente más atrás" e implican un cambio en la personalidad o "conjuntoindividualmente distinto y característico de las relaciones comprensibles de la vida psíquica" (16). Por el contrario, a las ideas delirantes que surgen "comprensiblemente" de fenómenos afectivos, de percepciones falsas o de la personalidad las llama ideas deliroides.
La anterior división se realiza a expensas de un único criterio, la comprensión, criterio, pensamos, débilmente argumentado, por lo que ha suscitado numerosas críticas (17) (18) (19). En definitiva, como dice Sims, para muchos autores, "...todo delirio sería comprensible si uno conociera lo suficiente acerca del paciente" (20). En lo que respecta a las teorías actuales sobre el proceso de formación y mantenimiento del delirio, la mayoría de los autores piensa que el delirio no es psicológicamente irreductible, como dijo Jaspers, sino que es secundario a una anomalía más básica, llámese afecto, personalidad, deseos inconscientes, etc., o una combinación de ellos (21).
Hamilton diferencia la percepción delirante, para cuya conceptuación sigue a Jaspers, de la seudointerpretación delirante o interpretación delirante falsa, la cual no sería más que una interpretación delirante cuyo contenido no es "nuevo" pues guarda relación con el tema de un delirio preexistente. El autor emplea el siguiente ejemplo: un delirante de persecución oye un crujido y lo interpreta como un detective que lo está espiando. Según Hamilton, lo que ocurre en este caso es que "En los delirios totalmente sistematizados hay un delirio básico y el resto del sistema se halla construido lógicamente sobre dicho error" (22).
El presente trabajo versa sobre el tipo de ideas delirantes que constituyen las denominadas psicosis paranoicas de los autores franceses, la paranoia de Kraepelin, el trastorno de idas delirantes de la ICD 10 (23) o el trastorno delirante del DSM IV (24).

Teoría de la interpretación
Una teoría de la interpretación exige partir de una concepción semiótica o, si se quiere, lingüística de la conducta. Esta concepción la encontramos ya en Saussure, en su Curso de lingüística general, donde inscribe la lingüística en una teoría general del signo o semiología: "Se puede, pues, concebir una ciencia que estudie la vida de los signos en el seno de la vida social. Tal ciencia sería parte de la psicología social, y por consiguiente de la psicología general (...) La lingüística no es más que una parte de esta ciencia general" (25).
Las definiciones más usuales de semiología -o de semiótica, si hacemos sinónimos ambos términos- son anteriores a Saussure pues proceden de Morris (26), quien a su vez se basó en Peirce (27). Para Morris, una teoría de la conducta debe fundamentarse en la semiótica, en la que debería basarse asimismo el conjunto de las ciencias humanas.
Ahora bien, ¿qué se entiende por signo? Según Eco, "Signo es cualquier cosa que pueda considerarse como sustituto significante de cualquier otra cosa" (28). Existen varios tipos de signo; uno es el símbolo, en el que la relación significante/significado es totalmente convencional y cuyo paradigma es la palabra no onomatopéyica; otro es el índice, en el que el significante es una muestra física del significado, como lo es el humo respecto del fuego o la nube respecto de la tormenta. Para nuestro cometido, consistente en tratar de fundamentar una teoría psicopatológica de la interpretación, interesa la clasificación de los signos en naturales y convencionales. Los primeros son indicios de algo (es decir, índices), como la nube es indicio de lluvia, o la fiebre lo es de una enfermedad. Indicio, en este caso, es lo mismo que síntoma. Los segundos, los signos convencionales, el más representativo de ellos, la palabra, tienen una triple dimensión, de tal modo que son: síntoma del sujeto, pues allí donde los encontremos (por ejemplo, en forma de manuscrito hallado en una botella, o de pintura rupestre) sabemos que tras ellos existe un sujeto que los produjo; señal dirigida a un receptor (de aquí que comuniquen algo), y símbolo de aquello a que se refiere (la palabra "mesa" al objeto mesa, la caricia al afecto, etc.) (29).
En el presente trabajo se adopta una concepción semiótica de la conducta, es decir, la conducta como signo con esta triple dimensión. Y esto lo aplicamos también, por el momento y en tanto no se demuestre otra cosa, a aquellas conductas consideradas síntomas de una alteración mental "funcional". Pues, siguiendo este razonamiento, ¿ha de entenderse la fobia, algunos tipos de delirio o determinados tipos de alucinaciones como muestras físicas del significado, como lo son los anteriormente llamados índices, síntomas o signos naturales?
Es necesario hacer hincapié en esta división de los signos -en general de los objetos que componen la realidad- en naturales y convencionales. Los objetos convencionales poseen sentido o significación, y como son resultado de la actividad del sujeto, tienen un carácter intencional. Es por esto que no nos preguntamos por el sentido del árbol que hallamos junto al camino pero sí por el del dibujo grabado en su corteza, sobre el que podemos preguntarnos qué significa y con qué intención fue trazado.
Con el término intención me refiero a lo que en el lenguaje coloquial significa "hacer algo con propósito", es decir, con objetivos o fines. Para algunos, la intención es entendida como causa de la conducta; si fuera así, las explicaciones teleológicas de ésta serían explicaciones causales. Mas la relación entre intención y conducta es de carácter conceptual o lógico y no causal; en el caso de que fuera causal, en la inferencia o juicio de intención la verdad de las premisas comportaría la verdad de las conclusiones, y no es así. El análisis de los resultados de una conducta no permite deducir lógicamente que el sujeto tenía la intención de obtener dichos resultados; el segmento externo de la conducta –entendiendo la intención como el segmento interno- no permite verificar (o falsar) la intención del sujeto que la realiza (30).
Atendiendo a lo anterior, se puede definir la interpretación como el proceso cognitivo mediante el cual un objeto convencional, un signo, es dotado de sentido. Dotar de sentido un objeto producto de la actividad humana consiste en atribuirle motivos y/o intenciones; por ejemplo, respecto a la lámpara situada sobre el atril del conferenciante podemos preguntarnos: "¿Qué hace esa lámpara ahí?", o sea, "¿Quién la ha puesto ahí?", "¿Por qué o para qué ha sido puesta ahí?", etc. Ya que, como hemos dicho, todo signo convencional, en tanto síntoma, remite a un sujeto actante; por eso, nuestra actitud no es la misma cuando paseando por el campo vemos una piedra que cuando vemos un hacha de sílex: de la primera damos una explicación causal, o sea, intentamos desarrollar la cadena de hechos naturales que han dado lugar a su presencia allí; la segunda, la interpretamos, le atribuimos motivos y/o intenciones.
Las anteriores afirmaciones implican que el significado de la conducta humana no es unívoco, pues una misma conducta puede ser interpretada de muy diversas maneras –la lámpara sobre el atril podría significar también: "Señal para disparar cuando el conferenciante la encienda"-. Esto quiere decir que acerca de una interpretación no se pueda hablar de su verdad o falsedad sino de su verosimilitud o probabilidad, probabilidad que aumenta cuanto más sea confirmada por los datos que aporta el contexto (31). Todo significado es posible pero unos son más probables que otros. Respecto al significado hay que hablar por lo tanto de grados de probabilidad o de verosimilitud.
Como hemos hecho ver en otro lugar (32) (33), el concepto de contexto es fundamental en toda teoría de la interpretación pues incluso aquellos significados más codificados, como los de las palabras, dependen del contexto en que aparecen. Así, si le digo a alguien: "Eres un mueble", la frase solo tiene sentido para quien sabe de la pasividad de mi interlocutor. Existen contextos codificados (situaciones) que permiten inferir con un alto grado de verosimilitud el sentido de la conducta; así, en el contexto "oficina" no es necesario preguntarse por el significado del objeto "teléfono" pues ya viene dado convencionalmente; pero, ¿y si al entrar en el retrete vemos instalado un teléfono en la cabina del mismo?
Para Ruesh y Bateson (34) el concepto de contexto se corresponde con el nombre que se le da a las situaciones sociales. En psicología cognitiva al contexto codificado se le denomina marco (frame) (35). Mientras que los marcos recogen más bien información visual, los guiones (36) representan información sobre situaciones sociales. Los guiones situacionales se asemejan a los estereotipos culturales compartidos por una comunidad y permiten hacer inferencias sobre el sentido de la conducta; así, son guiones las situaciones sociales recogidas bajo los términos "conferencia", "boda", etc.
La obtención del significado más plausible de una conducta en un contexto dado es posible merced a lo que Eco denomina enciclopedia o conocimiento del mundo (37), que le permite al sujeto extraer del contexto aquellos datos lo suficientemente relevantes como para hacer posible una interpretación verosímil. De este modo, por ejemplo, solo es posible entender el sentido de la conducta del maître si se posee un suficiente conocimiento del mundo de los restaurantes.
Realizar una interpretación racional o, lo que es lo mismo, verosímil, exige, en primer lugar, la construcción de una hipótesis de partida y, en segundo lugar, la valoración correcta de la relevancia de los datos aportados por el contexto a partir de los cuales se confirmará o refutará la hipótesis. Asimismo, se han de construir hipótesis alternativas y se han de seleccionar aquellos datos que las confirmen o refuten. En cualquier caso, la interpretación final resulta de contrastar la hipótesis principal con la información que proporciona el contexto.

La conducta psicótica
Para dar cuenta del fenómeno de la ID partiré del modelo judicativo de la conducta de Castilla del Pino (38) (39) (40). Según este autor, el delirio constituye una patología del juicio de realidad que afecta al componente connotativo de éste. El juicio de realidad tiene dos componentes: denotación o constatación de la existencia del objeto, y connotación o atribución de valores, significado, intención o sentido al denotado. Para los no familiarizados con esta teoría, en la proferencia "La mujer cordobesa es guapa pero altiva", la denotación sería "mujer cordobesa" y la connotación "guapa pero altiva". "Mujer cordobesa" es una realidad empírica, mientras que "guapa pero altiva" nada dice de la mujer cordobesa, sino, más bien, del emisor de la frase, de sus valores y concepción del mundo. La connotación tiene un carácter subjetivo, por lo que no es posible su verificación empírica. "Denotación" y "percepción" no son términos sinónimos; esto se comprueba cuando nos referimos a un objeto interno (una representación mental, un recuerdo, un pensamiento, etc.), el cual no es perceptible pero sí denotable. Denotar es, según Castilla del Pino, "dirimir si un objeto existe o no, y dónde existe, si en el espacio interno o en el externo..." (41). La función del sujeto en virtud de la cual se diferencia la realidad externa de la interna es denominada por Castilla del Pino diacrisis.
El enjuiciamiento de la realidad es una función del sujeto y exige, como condición necesaria, la integridad de los instrumentos cognitivos -inteligencia, memoria, atención, etc.- que hacen posible su vida de relación, es decir, su existencia como sujeto, no como mero organismo. Se trata de una función inherente a la conducta; toda actividad del sujeto exige el enjuiciamiento de la realidad en la cual se lleva a cabo. Denotación y connotación son, pues, dos componentes de toda conducta. Pero hay que añadir algo más: la relación que el sujeto establece con la realidad, en cuanto realidad significante, está determinada por el sentido que le da a los objetos/ signos que la componen. Esto es evidente: la relación que establecemos con, por ejemplo, el vecino, depende de la valoración que hagamos de él como buena/mala persona, simpático/antipático, etc.
En el juicio de realidad psicótico, un objeto interno es situado en la realidad externa y se actúa como si a ésta perteneciera. En lo que respecta a la denotación, lo psicótico consiste en ubicar un objeto interno en la realidad externa, a la vez que se le confiere cualidad sensorial. Se formarían de este modo las pseudopercepciones (alucinaciones e ilusiones). Respecto a la connotación, lo psicótico consiste en considerarla una propiedad, un atributo del objeto; es decir, el juicio de valor es tomado como juicio de hecho, como denotado, adquiriendo la misma certeza que éste. Se forman así las ideas delirantes.
Ahora bien, es necesario hacer las siguientes precisiones; existen dos tipos de connotaciones: los juicios de valor de contenido ético y/o estético y las interpretaciones o juicios de intención. Para todos ellos rige el principio de no-verificabilidad, pero es preciso diferenciar la nula verificabilidad de los juicios éticos y estéticos, de los grados de probabilidad o confirmación de las interpretaciones. Como he dicho antes, en la interpretación, aunque la inferencia obtenida nunca debe adquirir una total certeza, sí puede estar más o menos cercana a la verdad, es decir, ser más o menos verosímil. Así, es imposible verificar la proposición "Juan es simpático pero poco agraciado"; se puede comprender el sentido de la frase si se toma como referencia el sistema de valores del sujeto emisor, pero no es posible acercamiento alguno a la verdad. Por el contrario, mediante indicios o argumentos se podría mostrar la mayor o menor verosimilitud de la frase "No le caigo bien a Charo". Aún mayor acercamiento a la verdad se puede obtener de enunciados tales como "Me persigue la policía", los cuales son prácticamente verificables (o refutables).
Esta diferencia tiene, desde mi punto de vista, un gran interés psicopatológico. Por ejemplo, los delirios constituidos por interpretaciones son auténticos delirios, esto es, las interpretaciones son dotadas de certeza absoluta y tienden a sistematizarse, mientras que los delirios constituidos por juicios de contenido ético y estético no suelen poseer esta convicción y sistematización, tratándose más bien de ideas sobrevaloradas, más que de ideas delirantes. Son los delirios de las psicosis afectivas, depresivas y maníacas (42).

El razonamiento natural
Podemos ahora hacernos la siguiente pregunta: ¿en qué se diferencia formalmente la interpretación delirante de la interpretación normal? Muchos autores vieron en la lógica la base teórica que daría cuenta de los aspectos formales de algunos tipos de delirio, pero más tarde se pudo comprobar que el razonamiento lógico en ellos implicado en nada difiere del razonamiento no delirante. Podemos definir la lógica como la teoría de los sistemas de reglas formales del razonamiento; o también como la codificación de las reglas del razonamiento formalmente válido. Aunque tradicionalmente fue considerada como la teoría de las leyes del pensamiento, esto no es así: el pensamiento opera con arreglo a una lógica, pero la lógica formal no es su constituyente fundamental. Por ello, Piaget postuló la existencia de lo que denominó lógica operatoria o lógica psicológica, que estaría a caballo entre la lógica formal y la psicología como ciencia empírica (43). Esta lógica sería el modelo de la lógica natural que usa el sujeto en su enjuiciamiento de la realidad. Señalaré algunas diferencias entre la lógica formal y el pensamiento natural:
a) El sujeto razona a partir de lo que Jonson-Laird denomina un "modelo mental", que consiste en una representación general o simulación mental del problema a tratar, el cual construye a partir de un número reducido del conjunto de datos que aporta el contexto en que se da dicho problema (44). Es decir, el sujeto no razona acerca del mundo sino acerca de su representación mental del mundo (45).
b) El sujeto no razona solo formalmente sino que al razonar tiene presentes tanto el contenido como la forma.
c) El sujeto razona no sobre datos aislados sino sobre el conjunto de la situación o contexto, por lo cual cuenta con gran cantidad de presuposiciones que obtiene gracias a su conocimiento del mundo o enciclopedia.
d) El problema sobre el que se ha de razonar tiende a ser simplificado; se reduce la información que habría que manejar y se cierra lo antes posible, lo que limita el número de alternativas a considerar (46).
Por todo lo anterior, para muchos autores, los principios de la lógica formal son irrelevantes, cuando no antitéticos, con el razonamiento natural (47).
Gran parte del razonamiento se lleva a cabo a partir de lo que Kahneman y Tversky denominan heurísticos (48). Como se sabe, el entendimiento humano muestra una especial intolerancia a la ambigüedad y a la incertidumbre; pues bien, los heurísticos son mecanismos cognitivos que constituyen una especie de atajos mediante los cuales se reduce la incertidumbre derivada de la limitada capacidad cognitiva humana y la ambigüedad del significado de la conducta. Es definitiva, restringen los problemas a una dimensión manejable por el sistema cognitivo. Esto se logra a expensas de enfatizar unos datos e ignorar otros; los problemas quedan así simplificados pero, lógicamente, a expensas de aumentar la probabilidad de errar en las conclusiones. Su utilización, que es automática e inconsciente, es la norma, mientras que es excepcional que en la vida cotidiana se usen análisis formales y de cálculo. Evans (49) va más allá y diferencia dos etapas en el proceso de razonamiento, la de los heurísticos y la de los analíticos; mientras que la primera etapa es automática y preatencional, determinando aquello a lo que el sujeto atenderá y sobre lo que pensará, estableciéndose de este modo la representación mental del problema, en la segunda se realiza el juicio inferencial. La función de los heurísticos consistiría por tanto en identificar los aspectos subjetivamente relevantes de la información dada.
Uno de los heurísticos descritos por Kahneman y Tversky es la representatividad. Mediante este mecanismo se reduce la complejidad de los razonamientos probabilísticos y causales basándose en la similitud que guardan entre sí los datos. Permite evaluar el grado de correspondencia o semejanza entre una muestra y una población, un ejemplar y una categoría, un acto y un actante, o un resultado y un modelo. Esto es, se valora la probabilidad de que un evento acontezca a partir de que: 1) sus características esenciales se parezcan a las de la población de que proceden, y 2) refleje los rasgos más sobresalientes del proceso mediante el que se ha generado. En conclusión: se valora que A es más probable que B debido a que A es más representativo que B. En un ejemplo de De Vega (50), se trata de decidir qué oficio tiene una mujer, divorciada cuatro veces, que vive en Estados Unidos y que gana mucho dinero. La mayoría de los sujetos suelen contestar que se trata de una actriz de Hollywod, porque el dato "divorciada cuatro veces" suele ser tomado como representativo de actriz de Hollywod. No es infrecuente que se alzaprime la representatividad incluso en contra de probabilidades previamente conocidas; siguiendo con el ejemplo anterior, el que las mujeres ejecutivas se divorcian más que las actrices.
Otro de los heurísticos descritos por Kahneman y Tversky es la accesibilidad; mediante él se juzga la frecuencia de los datos; estima la probabilidad en función de la facilidad con que los datos acceden a la mente, de tal modo que se juzgan como más frecuentes los datos más fáciles de recordar. Es decir, se utiliza la fuerza de la asociación para evaluar la frecuencia de los eventos. Como es natural, los acontecimientos más frecuentes son los más fáciles de recordar, pero la inversa no es cierta. Aparte de la frecuencia, la accesibilidad está determinada por la relevancia que los datos posean para el sujeto en virtud de su impacto emocional. Por ejemplo, es normal que un sujeto piense que es más probable que le roben la casa si acaba de hablar con un amigo al que le han robado la suya.
Una consecuencia de la accesibilidad es la denominada por Chapman y Chapman correlación ilusoria (51), mediante la cual el sujeto establece una correlación entre acontecimientos basándose en su parecido conceptual o semántico. Por ejemplo, en el ya relegado por su nula validez Test de la figura humana se solía correlacionar ojos grandes y muy abiertos con tendencias paranoides. En la correlación ilusoria juega un papel fundamental las expectativas y concepciones previas, más aún si se tiene en cuenta que las teorías previas fuertemente sustentadas no suelen modificarse ante la existencia de datos evidentes contrarios a ellas. También sabemos que existe una tendencia natural a creer que los datos que confirman una hipótesis son más relevantes que los que la falsan, del mismo modo que se suelen "verificar" hipótesis falsas si expresan la ideas que el sujeto tiene al respecto, incluso rechazando la información que permitiría refutarlas (52).
Existen numerosos estudios sobre este fenómeno; así, en sus trabajos sobre psicología social, Nisbett y Ross (53) muestran que los sujetos tienden a no dar crédito a las pruebas que entran en conflicto con sus creencias, y viceversa: tienden a aceptar aquellos argumentos que las confirman. Evans (54) denomina a este fenómenosesgo de confirmación, consistente en la tendencia del razonamiento humano a confirmar antes que refutar las hipótesis de partida. Se trata del principal mecanismo cognitivo implicado en el prejuicio y otras creencias irracionales. Por su parte, Kahneman y Tversky (55) hablan del fenómeno que denominan anclaje (anchoring), que, en la evaluación de probabilidades, consiste en la tendencia a realizar estimaciones a partir de un valor inicial que se ajusta para producir la respuesta final. Extrapolando este mecanismo a la interacción social, vemos que es frecuente que el sujeto persevere en sus primeras impresiones a la hora de predecir acontecimientos futuros, sobrestimando la información que verifica las expectativas y soslayando la que las falsan. Otro fenómeno de esta clase, importante para el tema del presente trabajo, es la denominada ilusión de validez, según la cual datos aparentemente confirmatorios de una inferencia errónea se van añadiendo reforzando progresivamente el juicio erróneo inicial (56).
A modo de resumen interesa destacar lo siguiente:
-Las actitudes, creencias y expectativas del sujeto determinan su manera de razonar. El problema radica en saber cómo tiene lugar esa influencia, esto es, qué modificaciones produce la motivación en el proceso de raciocinio.
-Existe una tendencia natural en el sujeto a negar los hechos que refutan sus interpretaciones y a aceptar aquellos que las confirman.
-Cuando un sujeto sostiene fuertemente una hipótesis, toda nueva información que sea contradictoria con ella es escasamente eficaz para modificarla.
-De mismo modo, si un sujeto sostiene fuertes expectativas sobre algo, suele pasar por alto las evidencias que chocan con ellas. Las concepciones previas suelen pesar más que los datos a la hora de hacer interpretaciones.
Por todo lo anterior, si consideramos que las características fundamentales del pensamiento racional son la coherencia, el estar respaldado por datos relevantes y el ser susceptible de corrección por parte de estos, entonces se puede afirmar que en la vida cotidiana la norma es la irracionalidad.

La interpretación delirante
Veamos ahora algunos aspectos de la ID. Es obvio que la ID constituye un problema cognitivo, pero las investigaciones de enfoque cognitivo más recientes muestran que en el sujeto delirante no existe un problema cognitivo general (57); no obstante, si bien no se puede hablar de una alteración cognitiva, sí podemos hacerlo de un determinado "estilo" cognitivo, una determinado manera de aprehender la realidad. Por ejemplo, las investigaciones de Hemsley y Garety (58), Huq y cols. (59), Garety y cols. (60), así como las de Bottlender y cols. (61), muestran el fenómeno que denominan salto a las conclusiones, sugiriendo que los delirantes tienden a extraer conclusiones más rápidamente que los sujetos no delirantes, se precipitan en la toma de decisiones, muestran dificultad para tener en cuenta nuevos datos y son menos proclives a adoptar hipótesis alternativas. Young y Bentall (62), Dudley y cols. (63) (64) y Mcguire y cols. (65) añaden algo más: muestran que partiendo de datos cuyo contenido es emocionalmente "neutro", los delirantes necesitan menos información para tomar una decisión, pero si los datos tienen un contenido no neutro, tanto los sujetos delirantes como los sanos reducen el número de datos necesarios para decidir. Los autores sugieren que el delirante razona como si se sintiera sobrecargado emocionalmente. Es natural que esta tendencia a extraer conclusiones precipitadamente dé lugar a errores; pues bien, se ha comprobado que el número de errores es mayor si el contenido del material utilizado en el experimento guarda relación con el tema del delirio.
En otros estudios, Mujica-Parodi y cols. (66) (67) sugieren que las conclusiones falsas a las que llega el delirante no se deben tanto a su precipitación a la hora de obtener conclusiones como a una selección y valoración inadecuada de las premisas a partir de las cuales se extraen dichas conclusiones, así como a una dificultad para reconocer hipótesis alternativas. Como dije más atrás, el sujeto normal ha de saber distinguir la información relevante de la accesoria a la hora de construir hipótesis interpretativas, y también cuestionar la validez de estas hipótesis cuando surjan datos que las contradigan. Los autores citados muestran que los errores cometidos en la selección de las premisas son provocados en los sujetos sanos y exacerbados en los sujetos delirantes mediante información cargada emocionalmente. Sostienen que el razonamiento del sujeto normal sometido a situaciones de estrés o miedo es parecido al del sujeto delirante, por lo que sugieren que en éste está activado un mecanismo cognitivo que en el sano solo se activa bajo dichas emociones. En este sentido, el delirio es considerado una vez más un mecanismo de defensa, constituyendo un intento por parte del sujeto de explicarse emociones que no poseen para él un claro referente.
Desde mi punto de vista, en la interpretación delirante el sujeto no parte de una hipótesis cuya verosimilitud ha de contrastar mediante la obtención de datos relevantes y argumentos de carácter lógico, sino de una tesis cierta que se ve corroborada por pseudoargumentos, esto es, por datos que resultan irrelevantes para lo que se trata de demostrar. Esta tesis de partida constituye el tema del delirio -por ejemplo, en el delirio de celos la tesis sería: "Mi pareja me es infiel"; en el de persecución: "Soy perseguido por la CIA", etc.- Se trata de lo que Clerambault denominó postulado (68), una proposición fundamental que, por surgir de un "núcleo ideoafectivo", adquiere para el delirante un carácter axiomático, evidente, derivándose de él todo un sistema deductivo. Sérieux y Capgras (69), al igual que Bleuler (70), en quien se basan respecto a esta cuestión, parten de una hipótesis similar: los errores lógicos que constituyen el delirio tendrían una base afectiva. Sostienen Sérieux y Capgras que en el delirante la idea matriz y el estado emocional acompañante determinan una atención selectiva que "eclipsa el sentido crítico y favorece la producción de interpretaciones" (71). También dicen estos autores que el mecanismo de producción de las idas delirantes no difiere esencialmente del modo habitual de formación de las opiniones erróneas: "En ambos casos la convicción penetra no por el entendimiento, sino por el sentimiento" (72). En virtud de este mecanismo, el delirante "elige" aquellos acontecimientos que mejor se adaptan a la ida matriz, y la "atención expectante" contribuye a que admita como exactos aquellas ideas que concuerdan con su "sistema de errores".
Como he dicho antes, es evidente que la interpretación delirante constituye un problema cognitivo, pero ¿resuelve una aproximación puramente cognitiva los problemas que suscita? Hemos visto cómo en algunos trabajos recientes se sugiere que sin introducir el factor emocional no es posible explicar el fenómeno de la ID. Todo parece indicar, pues, que los afectos influyen en la génesis del delirio; esto ya fue visto por muchos autores clásicos de muy diversas orientaciones epistemológicas.
Para concluir: una correcta explicación de la ID, como la de toda teoría de la interpretación, exige partir de un modelo de sujeto que permita integrar los factores cognitivos y los emocionales, única manera de dar cuenta de los siguientes dos hechos fundamentales: el primero es que el sujeto delirante no delira sobre cualquier tema (73), y el segundo es que el sujeto es siempre protagonista en la trama que constituye el delirio.

Texto de Antonio Díez Patricio: Psicopatología de la Interpretación Delirante