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Paz y Ciencia

domingo, 31 de mayo de 2015

Antología de la poesía surrealista

Antología de la Poesía Surrealista de lengua francesa 
Aldo Pellegrini


La poesía debe ser hechaPOR todos.
LAUTRÉAMONT
En 1922 comienza a llamar la atención en Francia un grupo de artistas que se dicen militantes de un nuevo movimiento al que designan con el nombre de surrealismo. Este pequeño grupo de artistas habría de ejercer considerable influencia en el arte de este siglo. Estos artistas, en su mayoría poetas, se agrupaban alrededor de la revista de vanguardia "Littérature", yHACIA el año 1924 constituirían ya un núcleo relativamenteNUMEROSO, que funda un órgano exclusivo de ese movimiento: "La Révolution Surréaliste", realizando simultáneamente un amplio programa de agitación. Lo curioso en ellos era que no hablaban preferentemente de literatura y de arte. Más que de artistas, hacían el papel de agitadores, y en ellos parecía mezclarse lo político y lo filosófico con lo poético, al mismo tiempo que un curioso espíritu de investigación se unía a un afán por la aventura y el escándalo.[...]
Lo que constituyó la novedad de este movimiento fue la creencia de que el arte no tiene una función en sí, sino que es un modo de expresión de lo vital en el hombre.PAR ellos arte y vida forman una unidad.[...]
Todo lo que el surrealismo piensa del arte se resume en su concepción de la omnipotencia de la poesía. La poesía constituye el núcleo vivo de toda manifestación e arte y ella le da su verdadero sentido. Pero la poesía no es para los surrealistas un elemento decorativo, o la búsqueda de una abstracta belleza pura: es el lenguaje del hombre como esencia, es el lenguaje de lo inexpresable en el hombre, es conocimiento al mismo tiempo que manifestación vital, es el verbo en su calidad de sonda lanzada hacia lo profundo del hombre.
El cantoPOR el canto en sí no existe (ni siquiera en los pájaros). El canto es objetivación del deseo, del amor, del gozo de vivir, del odio, de la cólera, de la desesperación, de la angustia del destino y de la muerte; todo lo que en el vivir es apasionado y ardiente, la poesía lo convierte en vivencia que se objetiva, en objeto tan palpitante y ardiente como la vida misma. La poesía no es explicación de lo que pasa en el hombre, esPARTE viviente del hombre que se desprendePARA hacerse objetiva y concreta, es algo que trasciende de los límites del hombre como individuo.[...]
Todo lo que el surrealista considera esencial en el hombre -y por tanto, en su lenguaje, la poesía- se resume en los términos de la libertad, el amor, lo maravilloso.[...]
La liberación del hombre debe comenzar por la liberación espiritual, y para ello Breton aconseja un procedimiento de índole estrictamente poética: "el vertiginoso descenso en el interior del espíritu".[...]
El amor es para los surrealistas la pasión que exalta todos los mecanismos de la vida, aquella en que la función de vivir adquiere todo su sentido. Ellos ven en el amor la unión de lo físico (la vida inmediata) con lo metafísico: es al mismo tiempo cumplimiento y trascendencia. De este modo se establece una fusión entre el concepto romántico del amor sublime y el erotismo.
La libertad y el amor son los pilares de la concepción surrealista el hombre.[...]
Lo maravilloso no constituye una negación de la realidad sino la afirmación de la amplitud de lo real, que abarca el mundo visible (aquel que tieneACCESOa nuestros sentidos) y el mundo invisible. La poesía sumerge al hombre en ese mundo total -visible e invisible- al cual alude lo maravilloso. Pero la fuente primera de lo maravilloso es la vida misma, y la poesía es, ante todo, expresión de ese asombro de vivir. Pero no debe ser sólo expresión, debe llegar a ser parte de la vida -con todo lo que tiene ésta de tumultuoso e imprevisible-, impulsada por una energía motora: el amor, marchando por un camino no trazado: la libertad.
Pero la poesía tiene todavía una función muy importante que no han descuidado los surrealistas: al descubrir al hombre lo recóndito de su espíritu, al intentar objetivarlo mediante el lenguaje, la poesía no sólo se convierte en mecanismo de liberación sino que resulta método de conocimiento.
La poesía como fuente de conocimiento se basa en la creencia de que los poderes del espíritu pueden ir más allá del mundo de lo aparente.
El conocimiento que ofrece el poeta es un conocimiento de tipo muy especial, es un conocimiento "iluminador".El poeta ilumina de golpe las zonas oscuras del ser y al penetrar con su luz en la profundidad del espíritu, en su zona de nacimiento, no sólo nos revela al hombre esencial, sino que descubre allí los lazos secretos que lo unen al mundo que lo rodea y del cual forma parte.[...]
LAS TÉCNICAS SURREALISTAS
El poeta surrealista, como todo artista creador, pone en juego una particular función del espíritu: la imaginación. Recordemos lo que dijo de ella Baudelaire: "Es la más científica de las facultades, porque sólo ella comprende la analogía universal."
Pero el poeta surrealista utiliza la imaginación de un modo particular: para permitirle la mayor amplitud de acción, la total espontaneidad, elimina toda traba racional. Recurre por ello a un procedimiento que le es peculiar, el automatismo, así como la utilización del material de los sueños, de los estados crepusculares y mediúmnicos, de los estados delirantes. A través de esos mecanismos la imaginación adquiere sus condiciones de instrumento "iluminador". Rimbaud ya había dado su fórmula en "Una temporada en el infierno": "El poeta se hace vidente mediante un largo, inmenso y razonado desorden de todos los sentidos."[...]
El automatismo constituye el centro y la clave de la técnica poética surrealista.[...]
Desde el punto de vista exterior, el automatismo tiene similitud con el procedimiento de asociación libre usado por Freud en el psicoanálisis. Su función consiste también en abrir las puertas de lo inconsciente para permitir su expresión directa, sin la censura de la razón; pero en el caso del automatismo se aprovecha la calidad creadora, podríamos decir, los valores energéticos del material que surge, par captarlo en estado naciente, en su pureza máxima, gracias a la absoluta espontaneidad que concede el método.[...]
El material onírico, las imágenes producidas en los sueños, forman parte importante de la técnica poética surrealista. En todo tiempo los artistas observaron con interés ese mundo misterioso que surgía espontáneo y como extraño a nuestra mente. Shakespeare decía en Macbeth: "El sueño, alimento el más dulce que se sirve a la mesa de la vida."[...]
El sueño representa para los surrealistas un contacto con ese mundo profundo del espíritu cuyo contenido exploran. Es, como el automatismo, un modo de expresión directa de indudable valor y, como pasa con el material automático, las imágenes oníricas no interesan al poeta por su posibilidad de ser interpretables desde un punto de vista freudiano, sino por su calidad en sí, por ser portadoras de una energía creadora en su forma primera no deformada, por su plasticidad, su pureza y autenticidad.[...]
El poeta surrealista se sirve frecuentemente del azar en sus creaciones. El azar nos enfrenta con la excepción, con lo que está fuera de las normas. Al utilizar mecanismos de azar se ponen en juego ciertas afinidades ocultas entre el hombre y el mundo que entrarían en el dominio de los mecanismos mágicos. Aquello que la casualidad, lo accidental, y más que nada la coincidencia, aportan al hombre, puede de pronto adquirir un significado y una importancia excepcional. Todo ello no sería, en definitiva, más que el índice de la reconciliación de los fines de la naturaleza y los fines del hombre. En el terreno de la poesía, nada pone más en evidencia la importancia del azar que el juego surrealista denominado "Cadáver exquisito". De un modo general, el poeta aprovecha la incidencia del azar para hacer surgir imágenes que existían latentes en su propio espíritu.
El humor representa la protesta contra el orden convencional. Es la manifestación más neta del disconformismo. Revela la máxima acción corrosiva del espíritu sobre la máscara de un mundo artificioso, hipócrita y convencional, a la que desintegra y anula.[...]
Puede considerarse vinculada con el humor la presencia en la poesía surrealista de elementos antipoéticos en íntima fusión con los poéticos. Esta fusión de elementos aparentemente contradictorios confiere enorme vitalidad a la obra poética, ofreciéndonos una síntesis equivalente de lo que sucede en la vida misma. Esta característica es una de las que establece la distancia que existe entre la poesía surrealista y la llamada poesía pura, construcción puramente decorativa y avital.[...]
Ésta es la visión panorámica de un movimiento que intentó luchar en pro del hombre a secas, es decir por todo hombre individual u concreto; que ha tratado de mostrar (a veces con el heroico sacrificio de algunos de sus militantes) el camino de la verdadera naturaleza de ese hombre. Un movimiento que ha sabido denunciar a todos aquellos que en el pasado y en el presente han pretendido ampulosamente salvar a la humanidad, sacrificando el destino y las aspiraciones de ese hombre concreto. Para esa lucha usó un arma cuyo verdadero poder todavía desconocemos: la poesía. La poesía cuyos dos componentes activos, la libertad y el amor, son los mismos que configuran la vida integral del hombre.

ALDO PELLEGRINI

Jacques Baron

EL DESCONOCIDO


Él decía Mis labios son racimos monstruosos

panteras que cantan

más dulces que los pájaros tan dulces de la colina

y los toros sangrantes de las grandes nubes oscuras

Él decía

Yo llevo en mi pecho

olas inmensas y ásperas

en medio de las flores tan bellas de los días solemnes

Llamaba María

a una pequeña que llevaba legumbres

Él decía, él decía además

Yo soy una amapola

que despierta por la mañana el azul pálido de las bestias.

L'Allure poétique


Aimé Césaire

SOL SERPIENTE


Sol Serpiente ojo fascinador ojo mío

el mar piojera de islas crujiendo en los dedos de las rosas

lanza-llamas y mi cuerpo intacto fulminado

el agua eleva las osamentas de luz perdidas en el corredor sin

          pompa

torbellinos de hielo aureolan el corazón humeante de los cuervos

nuestros corazones

es la voz de los rayos domesticados que giran sobre sus goznes

          de lagartija

traslado de anolis al paisaje de vidrios rotos

son las flores vampiros que suben a relevar las orquídeas

elixir del fuego central

fuego justo fuego mango nocturno cubierto de abejas

mi deseo un azar de tigres sorprendidos en los azufres

pero el despertar estañoso se dora con los yacimientos infantiles

y mi cuerpo de guijarro que come pescado que come

palomas y sueños

el azúcar de la palabra Brasil en el fondo de la ciénaga.

Les Armes miraculeuses


André Frédérique

IDEA FIJA


Soy capaz de matar a mi padre

si mi padre flotara

y yo necesitara una balsa

con la forma de mi padre

para flotar en las aguas


Soy capaz de matar a mi hermana

si necesitara sangre roja

para pintar su corazón


Soy capaz de matar a mis dos hijos

si hubiera que sustraerlos a la escuela

para que no supieran jamás

la regla de los participios


Soy capaz de matar a Dios

si tuviera que morir

a fin de que me perdone

y de que entienda que matar es tan sólo una costumbre.

Histories blanches


Roland Giguère

ANTE LO FATAL


Ante las ruedas rotas de un viaje imaginario

          yo te decía: abramos el mar


ante la espada desnuda sembrada de estrellas

          yo te decía: habito la corola


ante el espejo oval de tu belleza

          yo te decía: confundamos la hoguera


ante el día que pasaba entre tus labios

          yo te decía: una hora más de fiebre

ante el furor que aullaba en el balcón

          yo te decía: el verano


ante los flagelos que se pudrían en nuestra puerta

ante el rojo bárbaro de la cohorte

ante los gestos pesados de los testigos

ante las líneas rotas de nuestras manos


Yo te decía siempre lo maravilloso fácil.

Inédito


Jean Arp

PLAZA BLANCA


esta mañana coloca en mi camino

SÓLO los bibelots de la muerte

las campanas tocanAÑOS enCADA minuto

pasan años queTIENEN abanicos de hormigas en las cabezas

pasan años que tienen hocicos vegetales

y aletas de genio

pasan años que ahuyentan a pequeños años


la luz del arte habla del suicidio delicioso

cierro los ojos y me encuentro en la plaza blanca

el agua de la plazaESTÁ agitada

olas enormes se precipitan sobre las casas

y arrancan los labios

que los pájaros han colocado en las ventanas

abro los ojos

las blancas crines echan a volar

soñadores tomados de la manoCOMO los ciegos

atraviesan la plaza

el viento acaricia las plantas domesticadas

cierro los ojos

es de noche

de pronto me despierto en la noche

los pájaros cantan

es de día

montañas líquidas flotan en el aire

abro los ojos y me duermo de pie en medio de la plaza blanca

la umbela de las estrellas se cubre de labios

Le siège de l'air


André Breton

NO HA LUGAR


Arte de los días arte de las noches

La balanza para heridas que se llama Perdón

Balanza roja y sensible al peso de un vuelo de pájaro

Cuando las amazonas de cuello de nieve con las manos vacías

Empujan sus carros de vapor sobre los prados

Veo esa balanza perpetuamente enloquecida

Veo el ibis cortés

Que vuelve del estanque atado a mi corazón

Las ruedas del sueño hechizan a las espléndidas huellas

Que se elevan muy alto sobre las caracolas de sus vestiduras

Mientras el asombro brinca de acá para allá sobre el mar

Sal mi querido amanecer no olvides nada de mi vida

Toma esas rosas que brotan de los pozos de los espejos

Toma el palpitar de todas las pestañas

Toma hasta los hilos que sostienen los pasos

De los volatineros y de las gotas de agua

Arte de los días arte de las noches

Yo estoy en la ventana muy distante de una ciudad llena de

          espanto

Afuera hombres con sombrero de copa se siguen a intervalos

          regulares

Parecidos a las lluvias que yo amaba

Cuando hacía buen tiempo

"A la ira de Dios" es el nombre de un cabaret

En el que entré ayer

Está escrito sobre el frente blanco con letras más pálidas

Pero las mujeres-marinos que se deslizan detrás de los cristales

Son demasiado felices para tener miedo

Aquí nada de cuerpos del delito siempre el asesinato sin pruebas

Nada de cielo siempre el silencio

Nada de libertad sino para la libertad.

Le revolver à cheveux blancs


René Char

A LA SALUD DE LA SERPIENTE


I

Yo canto el calor con rostro de recién nacido, el calor

          desesperado.


II

Le toca al pan romper al hombre, le toca ser la belleza

          del amanecer.


IV

En la ronda de la golondrina una tormenta se forma, un

          jardín se diseña.


V

Siempre habrá una gota de agua que dure más que el sol

          sin que el ascendiente del sol sufra por eso.


VII

Lo que viene al mundo para no trastornar nada, no

          merece ni consideración ni paciencia.


XI

Tú harás del alma que no existe, un hombre mejor que

          ella.


XX

No te encorves sino para amar. Aun muerto, sigues

          amando.


XXIV

Si habitamos un relámpago, allí está el corazón de lo

          eterno.


XXVI

La poesía es de todas las aguas claras la que menos se

          demora ante los reflejos de sus puentes.

Poesía, vida futura en el interior del hombre que ha

          ganado en calidad.

Le Poème pulvérisé

EL CADÁVER EXQUISITO


El vapor alado seduce al pájaro encerrado bajo llave.


La ostra del Senegal se comerá el pan tricolor.


El ciempiés enamorado y frágil rivaliza en maldad con el cortejo

          lánguido.


El cloro en forma de pera hace hablar a los senescales atroces.


El siglo doce, bello como un corazón, lleva a casa de un

carbonero el caracol del cerebro que se quita cortésmente

          el sombrero.


La chiquilla anémica hace ruborizar a los maniquíes encerados.


El amor muerto adornará al pueblo.


Las mujeres heridas atascan la guillotina de cabellos rubios.


El seno con colores de fuego sobrepasa de un grado, de un dedo,

          de un sorbo, a los senos melodiosos.


La huelga de las estrellas castiga a la casa sin azúcar.


La luz completamente negra desova noche y día el lustro que

          no sabe hacer el bien.

André Breton

 

Poeta y crítico francés, líder del movimiento surrealista. Nació en Tinchebray, Orne; estudió medicina y trabajó en hospitales psiquiátricos durante la I Guerra Mundial. Una vez afincado como escritor en París, se convirtió en pionero de los movimientos antirracionalistas en el arte y la literatura conocidos como dadaísmo y surrealismo, surgidos del desencanto generalizado con la tradición que definió la época posterior a la I Guerra Mundial. El estudio de las obras de Sigmund Freud y sus experimentos con la escritura automática (escritura libre de todo control de la razón y de preocupaciones estéticas o morales) influyeron en su formulación de la teoría surrealista. Breton expresa sus opiniones en Littérature, la principal publicación surrealista, revista en cuya fundación colaboró y de la que fue editor durante muchos años, y en los Tres Manifiestos Surrealistas de 1924, 1930, 1942. Su obra más creativa es la novela Nadja (1928), en parte autobiográfica. Su poesía, recopilada en Poemas (1948), refleja la influencia de los poetas Paul Valéry y Arthur Rimbaud. © M.E.

Textos: En la ruta de San Román
La unión libre (fragmento)
Lo escrito se lo lleva el viento
Martinica encantadora de serpientes (fragmento)
Najda (fragmento)
Primer Manifiesto Surrealista (fragmento)

La canción más hermosa del mundo

Leopoldo Maria Panero



LA CANCIÓN DEL CROUPIER DEL MISSISSIPPI
«Fifteen men on the Dead Man's Chest.
Yahoo! And a bottle of rum!»

Canción pirata
Fumo mucho. Demasiado.
Fumo para frotar el tiempo y a veces oigo la radio,
y oigo pasar la vida como quien pone la radio.
Fumo mucho. En el cenicero hay
ideas y poemas y voces
de amigos que no tengo. Y tengo
la boca llena de sangre,
y sangre que sale de las grietas de mi cráneo
y toda mi alma sabe a sangre,
sangre fresca no sé si de cerdo o de hombre que soy,
en toda mi alma acuchillada por mujeres y niños
que se mueven ingenuos, torpes, en
esta vida que ya sé.
Me palpo el pecho de pronto, nervioso,
y no siento un corazón. No hay,
no existe en nadie esa cosa que llaman corazón
sino quizá en el alcohol, en esa
sangre que yo bebo y que es la sangre de Cristo,
la única sangre en este mundo que no existe
que es como el mal programado, o
como fábrica de vida o un sastre
que ha olvidado quién es y sigue viviendo, o
quizá el reloj y las horas pasan.
Me palpo, nervioso, los ojos y los pies y el dedo gordo
de la mano lo meto en el ojo, y estoy sucio
y mi vida oliendo.
Y sueño que he vivido y que me llamo de algún modo
y que este cuento es cierto, este
absurdo que delatan mis ojos,
este delirio en Veracruz, y que este
país es cierto este lugar parecido al Infierno,
que llaman España, he oído
a los muertos que el Infierno
es mejor que esto y se parece más.
Me digo que soy Pessoa, como Pessoa era Álvaro de Campos,
me digo que estar borracho es no estarlo
toda la vida, es
estar borracho de vida y no de muerte,
es una sangre distinta de esa otra
espesa que se cuela por los tejados y por las paredes
y los agujeros de la vida.
Y es que no hay otra comunión
ni otro espasmo que este del vino
y ningún otro sexo ni mujer
que el vaso de alcohol besándome los labios
que este vaso de alcohol que llevo en el
cerebro, en los pies, en la sangre.
Que este vaso de vino oscuro o blanco,
de ginebra o de ron o lo que sea
—ginebra y cerveza, por ejemplo—
que es como la infancia, y no es
huida, ni evasión, ni sueño
sino la única vida real y todo lo posible
y agarro de nuevo la copa como el cuello de la vida y cuento
a algún ser que es probable que esté
ahí la vida de los dioses
y unos días soy Caín, y otros
un jugador de poker que bebe whisky perfectamente y otros
un cazador de dotes que por otra parte he sido
pero lo mío es como en «Dulce pájaro de juventud»
un cazador de dotes hermoso y alcohólico, y otros días,
un asesino tímido y psicótico, y otros
alguien que ha muerto quién sabe hace cuánto,
en qué ciudad, entre marineros ebrios. Algunos me
recuerdan, dicen
con la copa en la mano, hablando mucho,
hablando para poder existir de que
no hay nada mejor que decirse
a sí mismo una proposición de Wittgenstein mientras sube
la marea del vino en la sangre y el alma.
O bien alguien perdido en las galerías del espejo
buscando a su Novia. Y otras veces
soy Abel que tiene un plan perfecto
para rescatar la vida y restaurar a los hombres
y también a veces lloro por no ser un esclavo
negro en el sur, llorando
entre las plantaciones!
Es tan bella la ruina, tan profunda
sé todos sus colores y es
como una sinfonía la música del acabamiento,
como música que tocan en el más allá,
y ya no tengo sangre en las venas, sino alcohol,
tengo sangre en los ojos de borracho
y el alma invadida de sangre como de una vomitona,
y vomito el alma por las mañanas,
después de pasar toda la noche jurando
frente a una muñeca de goma que existe Dios.
Escribir en España no es llorar, es beber,
es beber la rabia del que no se resigna
a morir en las esquinas, es beber y mal
decir, blasfemar contra España
contra este país sin dioses pero con
estatuas de dioses, es
beber en la iglesia con música de órgano
es caerse borracho en los recitales y manchas de vino
tinto y sangre «Le livre des masques» de Rémy de Gourmont
caerse húmedo babeante y tonto y
derrumbarse como un árbol ante los farolillos
de esta verbena cultural. Escribir en España es tener
hasta el borde en la sangre este alcohol de locura que ya
no justifica nada ni nadie, ninguna sombra
de las que allí había al principio.
Y decir al morir, cuando tenga
ya en la boca y cabeza la baba del suicidio
gritarle a las sombras, a las tantas que hay y fantasmas
en este paraíso para espectros
y también a los ciervos que he visto en el bosque,
y a los pájaros y a los lobos en la calle y
acechando en las esquinas
«Fifteen men on the Dead Man's Chest
Fifteen men on the Dead Man's Chest
Yahoo! And a bottle of rum!
»


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Arcoiris





Sylvia Plath: morir es un arte


Nunca volveré a hablar con Dios. Esa es la respuesta que Sylvia Plath le da a su madre cuando esta le comunica que su padre ha muerto. La infancia de la poeta, hasta que su padre muere, es bastante común en la medida que las familias felices son comunes. Los padres eran personas inteligentes: Otto, un erudito bastante más preocupado por su carrera y sus publicaciones que de su familia; Aurelia, capaz de renunciar a su carrera y su intelecto, quedar en un segundo plano para tener lo que ella entiende por hogar feliz. La madre, que ayudaba en las divulgaciones científicas a su marido y se hacía cargo de la pequeña Plath, hablaba así de su primer año de matrimonio, muy diferente de lo que fue el primer año del matrimonio Hughes-Plath: Comprendí que si quería un hogar tranquilo (y así era) tendría que hacerme a la idea de ser más sumisa, aunque no iba con mi carácter. Así, el hogar Plath era tranquilo gracias a la renuncia de la madre. Otto, en cambio, se encerraba en su estudio a trabajar, con un rol mucho más autoritario y respetuoso, pero también distante: él era el centro de la familia y los miembros de esta debían adaptarse a su condición de hombre culto y académico. El primer problema con el que se enfrenta Sylvia Plath, con dos años, es que ha nacido su hermano Warren. Un bebé. Odio a los bebés. Yo, que durante dos años y medio había sido el centro de un tierno universo, sentí que el eje se torcía y que un frío polar me paralizaba los huesos. Ese tierno universo se lo debía, en parte, a sus abuelos maternos, a los que convirtió en refugio y en recuerdo perfecto a lo largo de los años. Además de que el abuelo la tenía endiosada —una diosa y una mujer en miniatura—, con las recurrentes enfermedades del hermano y, más tarde, del padre, Sylvia Plath se vio agradablemente obligada a pasar más tiempo con ellos. Entonces, Aurelia le mandaba cartas a su hija, a la casa junto al mar en la que se había instalado: Estoy muy orgullosa de lo bien que coloreas los dibujos. Procura escribir tan bien como coloreas. Procura escribir las palabras en vez de imprimirlas.
De aquellas cartas y de la importancia que le daba su madre a la perfección, Sylvia Plath dedujo que la exigencia con la que creció era materna, sobre todo porque la muerte del padre borró aquellas escenas en las que, ya muy enfermo, su hermano Warren y ella acudían una vez al día al estudio de Otto, en el que se exhibían porque el resto del día el padre no podía atenderlos. Aquellas visitas poco comunes en un ambiente familiar como el que vivía con sus abuelos, hizo que la figura del padre se convirtiera, de algún modo, en la medida de las cosas, como un juez: los hermanos mostraban sus habilidades, recitaban poemas, daban cuenta de lo que sabían. Sin embargo, la muerte de Otto a los 55 años (tras una diabetes que no quiso tratarse, la convalecencia, la amputación de la pierna y una fulminante embolia pulmonar) hizo que en su frágil memoria la perfeccionista fuera la madre, que mandaba aquellas cartas con dibujos para colorear, pidiéndole que no se saliera del contorno. La muerte del padre no solo alteró los roles, sino que produjo una inestabilidad económica y emocional. Aurelia, que quedó conmocionada cuando era pequeña al ver llorar a su madre, evitó hundirse en el duelo ante sus hijos, para ahorrarles lo que ella vivió, de modo que los niños no pudieron vivir de forma natural la desgracia y la tristeza de una pérdida tan importante, cosa que Sylvia Plath después le recriminaría a su madre. Además, tuvo que ponerse a trabajar dando clases y renunciar, en una nota que Sylvia le hizo firmar, a volverse a casar. La muerte del padre irrumpió en la vida de dos niños que, de pronto, se sintieron profundamente dependientes de Aurelia; ya habían perdido a uno. Warren, al recibir la noticia, se alegró de que su madre fuera veinte años más joven que el padre y todavía estuviera sana, pero Sylvia lo único que quería era: que su madre llorara, que no se volviera a casar, que Dios no la volviera a decepcionar de aquel modo. Ese hueco que dejó Otto fue el mismo que usó Plath para escribirle un poema a su hijo hablando de su marido, que ya no viviría con ellos: Serás consciente de una ausencia, ahora. Aun así, la paz volvió al hogar Plath: los abuelos se mudaron a su casa y, poco después, por un curso que impartiría Aurelia en la universidad, se marcharon los cinco al interior (con mejor clima para las enfermedades de todos), en el que Sylvia volvió a reconducir su pequeño mundo hacia una estabilidad. Escribía, pintaba, sacaba matrículas de honor, tocaba el piano. La mayor diferencia con respecto a la vida que habían llevado con su padre era que, de pronto, el poder estaba repartido en tres personas distintas y, sobre todo, que se estableció una especie de matriarcado al que ni Sylvia ni Warren estaban acostumbrados cuando su padre vivía. Aurelia, en unas memorias inéditas, habla del poco dinero que tenían, pero de todos modos tenía un fondo destinado a libros y teatro, a los que les daba carácter de imprescindible. En ese ambiente renovado y sano, creció una Sylvia Plath aplicada, inteligente y sensible.
La chica que quería ser Dios
En cuanto ingresa en el colegio de bachillerato superior, Sylvia Plath se divide en dos: la que escribe compulsivamente en su diario, anotándolo todo, y la que se preocupa de salir con el mayor número de chicos posible (hasta el punto de apuntar cuántas veces le habían pedido cita, cuántas veces la había pedido ella, sus correspondientes rechazos y citas en total). Se propone cambiar de actitud, no ser tan restrictiva consigo misma, y se busca un diminutivo para esa nueva Sylvia: Sherry. Aun así, la señorita Plath se abre paso entre las murallas de la enfermedad llamada adolescencia y empieza a formar parte de un grupo selecto de estudiantes del profesorCrockett. En el programa especial, estudian y leen a Hemingway, Eliot, Frost, Dickinson, Faulkner, Lawrence, Yeats, Joyce, Woolf, Dylan Thomas, Shakespeare, Platón, Dostoievski… La Sylvia Plath, bajo el estímulo del profesor y el grupo, vuelve a mostrar su lado más vital y entusiasta, y aunque en ningún momento el objetivo del profesor Crockett era volverlos competitivos, Sylvia no se relaja y acaba siendo la mejor en todo; Crockett, que la recordó años más tarde diciendo que le debía mucho, se preguntaba si se relajaría alguna vez. La respuesta era no. En aquel curso, Sylvia anotó en su diario: Nunca jamás conseguiré la perfección que anhelo con toda mi alma… mis pinturas, mis poemas, mis cuentos.
Entre artículos, diarios, cuentos y poemas, Sylvia empieza a coquetear con la literatura, que ya iba un poco más allá de la propia escritura, y se da cuenta de que todo lo que vive lo justifica, de algún modo, convirtiéndolo en ficción, reciclando todo cuanto le pasa. En casa, sobre mi escritorio, está el mejor relato que he escrito. ¿Cómo puedo decirle a Bob [Riedeman, su novio] que mi dicha se debe a haber arrancado un trozo de mi vida, un trozo de dolor y belleza, y haberlo transformado en palabras mecanografiadas sobre un papel? ¿Cómo puede saber él que justifico mi vida, mi emoción intensa, mi sentimiento, convirtiéndolos en letra impresa? Sylvia, que ha dejado atrás a Sherry y la ligereza, ingresa en la Universidad, en Smith, y eso la hace profundamente feliz. Va a convivir en una residencia femenina de estudiantes con otras (casi 50) chicas, y no hay nada que le agrade tanto como ser la protagonista del momento dulce que está viviendo. Además, procura desvincularse de la mujer común y se niega a cocinar tres veces al día, a la jaula, a la rutina, a la costumbre; La chica que quería ser Dios es lo que desearía, escribe en su diario, y olvidarse de las restricciones y las limitaciones, ya como Sylvia Plath, sin necesidad de dualizar su personalidad (Sherry no tenía apenas fuerza). Pero la felicidad de la futura poeta es siempre efímera, porque su autoexigencia la mantiene constantemente alerta y sin relajarse, como decía el profesor Crockett: Me aterra pensar que la vida se me escapa como agua entre los dedos… tan deprisa que tengo poco tiempo para parar de correr. No quiere descansar y detenerse un momento a pensar, porque le angustia no poder estar en todos los sitios que desea; sitios, por supuesto, de reino intelectual. Lo único que la calma es sacar las notas brillantes que saca y que la inviten al baile los chicos, pero no es suficiente.
La vida es soledad, pese a todos los opiáceos, pese a las máscaras risueñas que todos nos ponemos. Y cuando al fin encuentras a alguien a quien crees que podrás mostrar tu alma, te detienes asustado por tus propias palabras… palabras tan apagadas, tan feas, tan vacías y débiles… por haber permanecido tanto tiempo en tu angosto y oscuro interior. Sí, existe la alegría, la satisfacción y el compañerismo… pero la soledad del alma en su pasmosa timidez es abrumadora y espantosa.
Sylvia Plath vivía atemorizada por sus propias preguntas: ¿Para qué es mi vida? ¿Qué voy a hacer con ella? En sus diarios, que escribía metódicamente, vemos cómo se va abocando a un dramatismo poco característico para una joven de su edad, con las oportunidades y la mente brillante que poseía; todas las cualidades que tenía se volvían en su contra, hasta el mundo de angustiarse por no tener pareja, una pareja real, y creía que se volvía loca, que el sueño era negro, y el desvanecimiento, y la muerte. Igual que Alfonsina Storni vivía como un hombre (que quería decir, para la época, libremente), Sylvia Plath siente que la mujer tiene a su alrededor unos barrotes, como de cárcel, que el hombre ni siquiera ve. Y escribe:
Estoy de malas. Me disgusta ser chica porque como tal he de comprender que no puedo ser hombre. En otras palabras, tengo que canalizar mis energías en la dirección y la fuerza de mi compañero. Mi único acto libre es elegir o rechazar a ese compañero.
Mi gran tragedia es haber nacido mujer
Dick Norton y Sylvia Plath eran novios en su primer año de Smith. En las vacaciones de primavera, Sylvia aceptó un trabajo para poder estar más cerca del que creía que sería su marido. Aunque discutían y vivían momentos que a Sylvia le parecían desagradables, estaba tan angustiada por ser todavía virgen y no encontrar al hombre perfecto, que se negaba a romper con su compromiso. En aquellas vacaciones, Sylvia, resentida, se negó a visitar a Norton cuando este se lo pidió, de modo que acabó intimando con una camarera a la que había conocido en aquellos días. La traición de Norton hizo que Sylvia sintiera todavía con más pesar aquel disgusto por ser una chica, aquella importancia que se le daba a ciertas cosas porque así estaba determinado socialmente. Estaba absolutamente decepcionada e indignada: Mi gran tragedia es haber nacido mujer. La poeta se estaba reservando la virginidad para su marido, posiblemente Dick Norton, mientras él había hecho el amor con una mujer que no le importaba en absoluto. La sexualidad era un tema recurrente en los cuentos y en sus meditaciones, sobre todo por lo que leía y por lo que debía ser en aquella época una mujer ideal; además, no dejaba de tener en cuenta todo lo que se decía, como que la mujer no se siente satisfecha con el acto sexual o que se necesita tiempo y seguridad para alcanzar el placer completo. El sexo era el enemigo; el hombre, por tanto, también.
En aquel curso Sylvia leía a Ortega y Gasset o Thomas Man, pero uno de los libros más importantes fue Male and Female, de Margaret Mead, precisamente porque encontraba en él la provocación para sus propios pensamientos y vivencias. Plath subrayaba: ¿Hemos hecho algo igualmente desastroso para todos educando a las mujeres igual que a los hombres? Las mujeres verán el mundo de forma distinta que los hombresEd Cohen, un amigo con el que se escribía filosófica, literaria e íntimamente, un gran apoyo que Plath necesitaba, le mandó estas líneas:
Tienes que afrontarlo… nosotros los “radicales” creemos que la mujer debe compartir la vida y las experiencias de su marido, pero para la mayoría de la gente la mujer tiene un papel social definido en el matrimonio que no permitirá la existencia (sic) que me siento inclinado a creer que tú deseas antes de dedicarte al hogar y a los niños y todo lo demás. Si me permites ser mordaz por una vez, los buenos chicos pulidos que conoces (ya sabes, los que quieren que la madre de sus hijos sea virgen, etc.) se morirían ante la sola idea de que su esposa viviera en la selva mexicana o en la orilla izquierda de París. Lo cual significa simplemente que el tipo de individuo que cree en lo que yo llamo un tanto despectivamente moralidad convencional, llevará también un tipo de vida un tanto convencional. Y es probable que tal situación sea literariamente bastante estéril… Puedes dedicarte a tu carrera, o puedes criar una familia. Pero me extrañaría mucho que pudieras hacer ambas cosas dentro del marco social en que vives.
La elección de Sylvia la dejaba profundamente deprimida, porque no quería renunciar a nada (la imagen de la higuera en La campana de cristal). No sabía quién era, adónde quería ir, qué sentido podía encontrarle a su existencia. Tenía grandes esperanzas en convertirse en escritora y, a un tiempo, no creía poder hacerlo aunque confiaba en su trabajo y lo defendía. Por otra parte, no había otra cosa que deseara más que encontrar un buen hombre con el que casarse y tener una familia (esa sumisión que Aurelia aceptaba para tener un hogar tranquilo). Pero algo la iba a hacer desplomarse y dejar el matrimonio y todas las cosas que le preocupaban a un lado, porque estaba a punto de sucumbir a su propia oscuridad. Fue invitada cuatro semanas a Nueva York como redactora deMademoiselle, una revista femenina de moda de la que era becaria, y allí le prepararon una cita con un rico peruano sin escrúpulos, que intentó violarla, insultándola con violencia. Después de aquello, y de la relación con Dick cada vez más insignificante, arrojó toda la ropa que se había comprado para aquellas cuatro semanas, renunciando a la moda femenina, a ese lado de la mujer; sería una persona distinta a partir de entonces. Pero después de aquel forcejeo consigo misma, cayó, como tantas otras veces pero con un motivo mayor, en su propia enfermedad. Estaba tan deprimida, con (sus primeras) ganas de acabar con su vida, que su madre, al encontrarle cortes en las piernas, acabó por convencerla para que hiciera terapia de shockAlgún dios me agarraba por las raíces del pelo. Y aquel dios que le agarraba por las raíces del pelo con sus voltios azules, con aquella terapia de shock, no fue suficiente para aplacar el mal de Sylvia Plath, que acabó tomando somníferos hasta perder el conocimiento. Estuvo inconsciente dos días en el sótano de su casa, donde se escondió. Salgo a dar un paseo largo. Volveré mañana.
La bella joven de Smith
Sylvia Plath estuvo desaparecida esos dos días porque se había metido en un lugar poco accesible debajo de la casa y no daban con ella. Aurelia, su madre, denunció la desaparición: investigaciones, policías, reporteros, voluntarios, ciudadanos, noticias nacionales. La bella joven de Smith, que así fue como la llamaron, estuvo desaparecida en Wellesley hasta que Warren oyó un gemido, la buscó y la encontró semiinconsciente, con contusiones y cortes bajo el ojo derecho. Una vez en el hospital, cuando abrió los ojos y su madre le dio ánimos, diciéndole que toda la familia estaba muy contenta de hacerla encontrado, Sylvia se lamentó: Fue mi último acto de amor. Aurelia explicó que el suicidio se debía a su incapacidad para escribir, a la falta de fluidez (entonces ya tenía muchos relatos escritos, además de ser redactora de la revista), o incluso que Sylvia estaba enamorada de Perry Norton (hermano de Dick y amigo de su hija) y este se había comprometido hacía poco. Los médicos dijeron que no había síntomas de psicosis ni esquizofrenia y que, con ayuda, se recuperaría completamente; aun así, la actitud de Sylvia era incompatible con el diagnóstico esperanzado: no quería curarse y no quería avanzar hacia ninguna parte, sino de nuevo al interior, a ese abismo. Había perdido la facultad de escribir y leer, y una vez en semana su antiguo profesor Crockett la visitaba y le daba refuerzo para que volviera a ser la señorita Plath que todos conocían. En 1953, Sylvia estaba recuperada y un año más tarde estaba lista para ingresar de nuevo en Smith, ya como escritora respetada y admirada por todas sus compañeras de estudio. En cuanto a su enfermedad, que extrañaba tanto a sus amigas, la escritora decía que Duele todoEra como si ardiera bajo la piel. De la relación entre locura y escritura, que tan romántica parece, Plath dijo que no existe: Cuando estás loca, estás ocupada en estar loca… todo el tiempo… Yo cuando estaba loca, era solo eso, una loca.
Un Adán violento
En 1955 le dan una beca para que estudie en Cambridge y Sylvia parece que recupera toda la vitalidad y la energía necesaria. Por entonces, la poeta se ha despedido de aquella niña Sherry que quería liberarse y volverse algo más ligera, pero precisamente esa libertad, sobre todo sexual, tensa la relación con su madre. Sylvia mantiene relaciones con varios hombres, y para su ingreso en Cambridge sigue en pie encontrar un marido, pero como la beca financia todo lo que tendría que hacer un hombre, su despreocupación la lleva a una vida un poco menos ordenada e inmediata. Aun así, Inglaterra no iba a ser la cura a todos sus temores, porque en febrero de 1956, en su diario se puede ver cómo vuelve a analizarlo todo minuciosamente hasta el hartazgo. Lo determinante es una carta que le manda a su médico en la que le confiesa que vuelve a sentir los mismos síntomas, cuando se intentó suicidar:
Querido doctor: Me encuentro muy mal. He tenido el corazón en un puño con palpitaciones y amagos. De repente, los simples rituales del día se resisten como un caballo terco. Resulta imposible mirar a la gente a la cara. ¿Puede irrumpir de nuevo el mal? ¡Quién sabe! La conversación intrascendente es fatal.
También la hostilidad aumenta. Esa virulencia peligrosa y devastadora que surge del alma enferma. La mente enferma, también. En nuestro interior se derrumba la imagen de identidad que a diario luchamos por grabar en el mundo indiferente u hostil; y nos sentimos aplastados.
Esa inseguridad la reconduce en cólera, porque tiene 23 años y sigue soltera. Y ese pesar, sin que lo sepa todavía, estaba a punto de disolverse, porque compra un ejemplar de una revista literaria en la que vienen poemas de Ted Hughes que, como ya imaginamos, la sobrecogen. Aquella misma noche se presentó en la fiesta de la revista y conoció al poeta, que se convertiría en su marido. En una habitación aislada…
Me besó violentamente en la boca y me arrancó la cinta del pelo, mi pañuelo rojo del pelo que había soportado el sol y mucho amor y no volveré a encontrar otro igual, y mis pendientes de plata preferidos: ja, continuaré, rugió. Y me besó el cuello y yo le mordí fuerte la mejilla y cuando salimos de la habitación la sangre le caía por la cara.
Sylvia Plath se enamora y cree haber encontrado al hombre más fuerte del mundo, un Adán alto, desmañado, saludable, con voz de trueno (así se lo cuenta a su madre en una carta), un vagabundo que jamás se detendrá. Un hombre (le cuenta a su hermano) igual a ella, con la voz más rica y extraordinaria que Dylan Thomas, capaz de sacar uno de los libros de su vitrina y ponerse a leerlos como ella misma, un contador de historias. Sin embargo, también le parecía un aplastador de cosas y personas, un hombre al que le gustaba beber y conquistar mujeres. El 16 de junio de 1956, Ted Hughes y Sylvia Plath se casan.
Tiempo antes de la muerte
Aunque por fin había encontrado lo que tanto anhelada, un marido, la Sylvia Plath esposa escribe esto en su diario en el primer tiempo de su matrimonio (tan diferente a la actitud sumisa de su madre, que también se había casado con un hombre inteligente al que admiraba):
La ofensa penetrando, nítida como una navaja, y sangre oscura que mana… Sentada en el comedor con camisón y jersey contemplando la luna llena, hablando con la luna llena, iniquidad que crece hasta llenar la casa como planta antropófaga. La necesidad de salir. Todo está en silencio. Quizá él esté dormido. O muerto. Cómo saber cuánto tiempo hay antes de la muerte…
El amor que sentían el uno por el otro era devastador y fuerte. Si tenemos en cuenta el historial de Sylvia Plath, podríamos adivinar, sin saber cómo acabó finalmente el matrimonio, que no le haría ningún bien. Era la esposa de un hombre brillante al que admiraba y al que seguía donde fuera, pero su condición de casada le coartaba, como ya había reflexionado tanto en su reciente juventud, una libertad que para la poeta había sido siempre vital. Caminaba un poco por detrás de Ted y siempre le complacía lo que a él, como advertían los amigos que compartían con ellos los primeros años de noviazgo. Pero Sylvia quedó embarazada y las sombras eran menos sombras, daban menos miedo y de alargadas pasaron a insignificantes. Frieda encarnaba la luz que tanto faltaba a su madre.
Me miré el vientre y vi a Frieda Rebecca [su primera hija], blanca como harina, con la crema que cubre a los recién nacidos, con graciosos garbancitos de pelo aplastados en la cabeza, y enormes ojos azul oscuro… La comadrona la limpió con una esponja junto a mi cama en la palangana grande de pírex y la echó en la cuna bien tapadita con una botella de agua caliente; mamó unos minutos como una pequeña experta, consiguió sacar unas gotas de calostro y luego se durmió… Nunca me había sentido tan feliz.
Sylvia Plath y Ted Hughes 2
Entonces Sylvia Plath pasó a ser madre, no escritora. Y el cambio de rol le traía problemas de identidad con Ted y consigo. Estoy pensando ponerme a trabajar yo misma si Ted se ocupa de dar de comer a la niña al mediodía. Sylvia empezaba a ser, aunque lo advirtiera solamente ella, la madre de Frieda y también una escritora publicada; sus dos identidades estaban condenadas a entenderse, porque eran igual de fuertes. Después de las buenas críticas, elThe New Yorker le ofrece mandar todos los poemas para publicárselos. Por entonces, Sylvia sufre un aborto y en el poema Tulipanes aparece una mujer hospitalizada que quiere quedarse ingresada, en un momento de plenitud total (quizá porque la relación con Ted ya había estado salpicada de momentos tensos, coléricos; el hospital ofrecía a Plath un lugar sin connotaciones negativas, como un limbo).
Soy una monja ahora, nunca he sido tan pura.
No deseaba flores, querría únicamente
yacer con las palmas hacia arriba, totalmente vacía.
La campana de cristal
La novela autobiográfica que escribió Sylvia Plath tenía la intención de narrar las cuatro semanas que pasó como redactora invitada por Mademoiselle, su ruptura, su depresión, el intento de suicidio. Pero además, con la imagen de la higuera, trataba un tema que todavía le preocupaba: elegir. Una mujer tenía necesariamente que elegir, y ahora Plath era madre y escritora a la vez.
Vi mi vida desplegándose ante mí mi vida como las ramas de la higuera verde…
En la punta de cada rama, como un grueso higo morado, me hacía señas y me llamaba un futuro maravilloso. Un higo era un marido y un hogar feliz e hijos y otro higo era una famosa poeta y otro higo era una brillante profesora y otro higo era E Ge, la asombrosa editora, y otro higo era Europa y África y Sudaméricca y otro higo era Constantino y Sócrates y Atila y un montón de amantes con nombres extraños y profesionales originales y otro higo era una campeona del equipo olímpico y por encima y más allá de todos los higos había muchos más que ni siquiera podía distinguir.
Me veía sentada en la horquilla de la higuera, muriéndome de hambre, sólo porque no podía decidir qué higo quería elegir. Los quería todos y cada uno, pero elegir uno significaba perder todos los demás…
Entretanto, Sylvia y Ted tienen su segundo hijo, Nick, pero el matrimonio es cada vez más una desgracia para ambos. Ted se ausenta injustificadamente, amantes, esas mujeres a las que le gustaba conquistar como ya sospechaba Plath en el noviazgo. Sylvia es celosa y aquel primer encuentro, en el que él la besa violentamente y ella le muerde la mejilla hasta sangrar, no es más que la primera escena de una vida que los iba a conducir a la locura, a la desesperación, cuando ya no controlas nada. El forcejeo al que se vieron sometidos era más de lo que Plath podía soportar; aunque daba muestras de querer solucionar su matrimonio y convertirlo en aquel perfecto que tanto había soñado, la realidad era bien distinta. Sus hijos, Frieda y Nick, eran pequeños, y Sylvia quemaba las cartas y el manuscrito de una novela dedicada amorosamente a Ted en una pequeña pira funeraria, para horror de Aurelia, que quiso evitarlo sin éxito. Sylvia estaba desatada, encolerizada. La ruptura era inevitable. Y finalmente Ted la abandona por la poeta Assia Wevill.
Se han librado de los hombres
patanes torpes, embotados, balbucientes.
Morir es un arte
No creía en la cura. Si el corazón es frágil, como una taza de porcelana, y una gran pérdida lo hace añicos, ni todo el tiempo y la bondad del mundo podrán ocultar las feas grietas. En cuanto el precioso líquido del amor se derrama, te quedas seca. Seca y vacía.
Sylvia se había quedado seca y vacía, y además tenía un corazón frágil y ya lo sabía, como una taza de porcelana que lo único que había hecho era romperse en más pedazos, unos irreconciliables, tras una gran pérdida, como la ausencia de su padre. No, no había cura. Y la cura era devastadora. Ya en el poema Filo, la mujer alcanza la perfección cuando está muerta. Sylvia Plath tiene una gran (y oscura, tremenda) productividad que compensa la soledad, la ausencia y ese mal que volvía, como advertía en la carta que le mandó desde Cambridge a su doctor; ese mal volvía y no solo eso, sino que estaba dispuesto a quedarse, estaba dispuesto a volver el cuerpo de la mujer pura perfección, pura muerte.
Morir
es un arte, como todo.
Yo lo hago excepcionalmente bien
Tan bien, que parece un infierno.
Tan bien, que parece de veras.
Supongo que cabría hablar de vocación.
El 11 de febrero de 1963, Sylvia se despierta a las seis de la mañana y le prepara el desayuno a sus hijos, de tres y un año. En una bandeja lleva a la habitación de Frieda y Nick: pan, mantequilla, leche. Vuelve a la cocina en la que acaba de prepararlo, cierra la puerta, tapa todos los resquicios con toallas. Mete la cabeza en el horno. Abre el gas.
La mujer alcanzó la perfección.
Sylvia Plath 1
http://www.jotdown.es/2013/04/el-club-de-los-poetas-suicidas-sylvia-plath/