Vídeo de Michel Onfray presentando su libro
Este trabajo de Michel Onfray, un filósofo potente y con alta productividad, ha alcanzado las sensibilidades de los más firmes defensores del psicoanálisis. A mi entender, el psicoanálisis es una "inspiración", no un modelo firme y rígido. Es más, de este último modo, coincido con Onfray en que es peligroso pero el texto parece tener un cierto sesgo, probablemente buscado y por otra parte, inconsciente.
Recomiendo leerlo, en dosis pequeñas, masticarlo y digerirlo con cariño crítico porque no todo es cierto aunque puede que la crítica a la atmósfera del psicoanálisis como "la cura" es acertada..
Rodrigo Córdoba Sanz
“Odio”
El libro ha generado airadas protestas y acusaciones desde círculos intelectuales de Francia.
La historiadora y psicoanalista Elisabeth Roudinesco aseguró en un artículo publicado por Le Nouvel Observateur que el nuevo texto de Onfray está “plagado de errores y cruzado por rumores”.
Roudinesco acusó a Onfray de haber sacado las cosas de contexto y sostuvo que Freud “de ninguna manera se adhiere al fascismo y nunca hizo apología de los regimenes autoritarios”.
“Cuando sabemos que ocho millones de personas en Francia se tratan con terapias derivadas del psicoanálisis, está claro que en el libro y en las palabras del autor hay una voluntad de daño”, sostuvo.
En su debate con Onfray, Kristeva defendió el psicoanálisis como un mecanismo capaz de tratar problemas como la histeria, el complejo de Edipo o las conductas anoréxicas y bulímicas, entre otros.
“Onfray nos insulta cuando dice que el psicoanálisis no cura”, escribió el psiquiatra y psicoanalista Serge Hefez en el semanario Le Point. “¿Qué hacemos todos nosotros en nuestros consultorios, centros de terapia familiar, conyugal, nuestros hospitales y servicios hospitalarios si no es ayudar al sujeto a convertirse en actor de su propia historia?”.
Hefez afirmó que “el psicoanálisis sí cura, es un tratamiento útil y vivo, practicado por miles de terapeutas concienzudos que conocen de fracasos, éxitos parciales y éxitos”.
Onfray respondió que muchas reacciones contra su libro evitan responder sus argumentos centrales y, en un artículo publicado en el diario Le Monde, preguntó si es imposible hacer una relectura crítica de Freud.
“Con este libro, algunos amigos me habían anticipado el odio porque me metía con el monedero”, escribió. “Hoy me doy cuenta lo acertados que estaban…”.
No podemos pedirle a Onfray que sea más ingenioso y original de lo que es capaz de ser y que se abstenga de usar descalificaciones tan tópicas, ramplonas y esloganescas como aquellas que hacen referencia al presunto fascismo de Freud, pero, en general, su ensayo no carece del todo de interés. Aunque ciertos puntos que trata de divulgar sean algo que debiera ser ya consabido por todos los interesados en la investigación psicológica. Que la historia de las modernas ciencias de Psique son un relato lleno de arbitrariedades, prejuicios, subjetividad y despistes como no se da en ninguna otra rama de las ciencias naturales es algo que tenemos que etiquetar de obvio. Que, sin embargo, en contraste con sus auténticas utilidad y verosimilitud, bien enfocado como negocio es uno de los más prósperos y boyantes que existen, lo hablé no más que hace un par de días con un colega (que es, dicho sea de paso, junto con las ratas, tan pobre como yo). Lo que la ciencia médica aporta al enfermo físico guarda infinita mejor proporción con el honorario al uso que lo que aportan al enfermo mental la psiquiatría y la psicología (aunque siga siendo también una proporción muy injusta). No, no sólo es un problema del Psiconálisis. Onfray se queda corto. Yo hablo de toda la ciencia psicológica en general. Si nos atrevemos al sensacionalismo de gritar que no cura el Psicoanálisis, habría que seguir avisando que tampoco lo hacen el Conductismo, ni la evolutiva, ni la cognitiva, ni la Gestalt, ni… Ni la Psicología junguiana. Me viene a la mente el título de aquel ensayo del junguiano Hillman y Michael Ventura titulado “Cien años de psicoanálisis y todo sigue igual”.
Pensemos. La medicina ha alargado la esperanza de vida bastante en un siglo. La psicología se encuentra sin embargo cada década ante más y más prevalencia de la problemática mental. Eso sí: más clientes, claro.
¿Y ya está? ¿Éstos son los términos entre los que debe enmarcarse el debate? No. La primera responsabilidad como ciencia de la psicología es tratar de comprender y conocer la psique. Intentar curarla viene después. Atendiendo a esta prioridad, decimos de nuevo que el panorama en general es tan triste como lo es el paisaje de la práctica clínica, pero no del todo es tan así. Por ejemplo, un junguiano, inherentemente, concibe la psique como algo que se adapta hasta cierto punto a las consignas filosóficas que predica Freud, y el conductismo, y Adler, y el cognitivismo, y… Y después de cualquiera de esos puntos, continua hacia niveles más allá, hacia las últimas fronteras. La auténtica filosofía, ciencia, de lo que es la psique, es holística, o no es. Onfray avisa de que el psicoanálisis es sobre todo algo a imagen y semejanza de su autor. Bueno, dejando ahora de lado que eso pasa con todo, en realidad, incluso con las matemáticas (y, por supuesto, entre la obra de Onfray y él mismo -cosa de la que él mismo es consciente-), podemos contraponer que precisamente un investigador con un carácter más vasto y más complejo, creará una teoría psíquica de mayor alcance y, por tanto, más cerca de su objetivo final. En Psicología, como en ninguna otra disciplina, la importancia del sujeto investigador, su experiencia biográfica, y la complejidad de su temperamento es vital en el alcance y veracidad de su producción científica. Los mapas los hemos confeccionado explorando el mundo. Los mapas de la psique los confeccionan los que se aventuran por sus entresijos. No olvidemos nunca que en este área el investigador y el objeto de estudio coinciden. Lo que uno no descubre en sí mismo, no lo hará a través de ningún electroencefalograma ni estudiando ratas.
El primer problema llega alrededor del problema de la falsabilidad. Colón indicó el camino a América y todo el mundo desde entonces pudo ir. Jung habló de ciertas realidades que, no nos engañemos, la mayor parte de la gente jamás hará conscientes. Por eso Freud sigue teniendo más fama y popularidad. Porque el sexo es una realidad flagrante en todos.
Ahora vayamos con el problema de la terapia. Para mí, y para mucha gente, la comprensión, el análisis de lo psíquico, es el principal hilo curativo. Por eso tengo muy claro que una mala filosofía sobre la psique, un cuerpo teórico pobre, como es en efecto el Psicoanálisis, y como es en general el que presenta la ciencia psicológica moderna, no puede propiciar un verdadero reajuste psíquico. Excepto los casos en que la psique del paciente se conforme con un trabajo al nivel que sí alcance la eventual teoría de su sanador y aquellos, muy abundantes, en que la transferencia, la relación sentimental con el terapeuta, sea el alivio en sí que necesite, al menos temporalmente, como una taza de tila, esa psique dolorida. La mayor parte de los alivios terapéuticos se producen a través de la mera acción de acompañamiento, de enfermería, que hace el terapeuta. El amigo alquilado. Una vez alguien me dijo “Si hubiera en el mundo más amistad no harían falta tantos psicólogos”. Exacto. Así es. En relación a esto, ¿qué más da que el amigo alquilado sea junguiano, o freudiano, o conductista? Esta forma de “éxito terapéutico” se da especialmente (obvio) en caracteres sentimentales. Lo cual no justifica las enormes sumas que se cobran, pero sí empieza a justificar en algo el ejercicio de esta polémica profesión. Por otra parte, el mero hecho de la transferencia bien sabemos que moviliza ciertas estructuras inconscientes que pueden poner en marcha el mecanismo de una más auténtica curación, el cual puede abrirse paso más allá del mero acompañamiento fraternal hasta producir el necesario reajuste realmente curativo. Digámoslo así: hasta en la consulta de los conductistas (y en las reuniones de Onfray con sus amigos ateos) los arquetipos, los dioses, están presentes. Así que nada queda al margen de lo que él llama “efecto placebo”. Y yo entiendo que nos abre hacia el concepto de la autocuración. Lo cual es el quid de toda la clínica psicológica.
El terapeuta no es un cirujano. No podemos intervenir la psique. Es algo que queda mucho más allá de cualquier voluntad, poder y alcance. Lo digo mucho: sólo ayudamos a quienes se ayudan a sí mismos. Aunque, dicho con más exactitud, sería: “sólo ayudamos a quienes ayuda el Sí mismo”. Si consideramos, como hay considerar, la auténtica cura como la integración de lo inconsciente en la conciencia, el incremento de conciencia, presupuesto que el Psicoanálisis y la Psicología junguiana comparten, el terapeuta sólo ayuda si es usado por el Self para poner voz a los contenidos inconscientes que quiere mostrarle al ego del paciente y obligarle a asimilar. El terapeuta sólo es útil si queda atrapado, sincrónicamente, en el destino que traza la línea curativa del “cuando el paciente está preparado, aparece el terapeuta”. Entonces, lo que suele además suceder es que el sanador se transforma a la vez que su cliente.
El proceso no puede compararse a un tratamiento médico físico, con su cartesiana linealidad. Nadie aplica un método, pues el método se impone a la voluntad de los dos participantes en el proceso. La acción del terapeuta es esencialmente indirecta. Todo está en manos de la actitud y aptitud del paciente y de la disposición de su inconsciente. Todo es Dios mediante. Todo es un experimento alquímico. A veces los síntomas (de los dos) atraviesan un aparentemente contradictorio período de empeoramiento, que es de todos modos necesario. A veces el fruto del encuentro sólo aparecerá mucho tiempo después, lejos ya del tiempo de las sesiones. A veces, por supuesto, no madura nunca fruto ninguno.
La postura del profesional es profundamente pasiva frente al poder de los arquetipos (los verdaderos guías y médicos). En ciertos casos, es imposible distinguir lo que llega a la consulta de lo que aparece por la calle en forma de amistad o relaciones sentimentales. Son los mismos temas, las mismas tipologías, las mismas constelaciones arquetípicas, los mismos retos. En esos casos, todo es destino. El que el terapeuta haya llegado a estar ahí. El que cierta gente dé con él. Por un lado, estoy convencido de que el Self de las personas que van a terapia podría enviarles la misma información de otra manera. O sea, que el analista es contingente, prescindible. Al mismo tiempo, sin embargo, sé que están todos ahí convocados por el karma.
Ésta es la perspectiva junguiana más pura. Sinceramente, creo que quien aborde este trabajo de otro modo, quizás como se empeña uno en la fontanería u otra “profesión de provecho”, se va a forrar vivo, seguro, pero está engañando al mundo y a sí mismo, aunque su consulta mantenga la media estadística de éxito alrededor del efecto placebo autocurativo. Esto no es una forma más de ganarse la vida y medrar en sociedad. Esto es una forma de entregarla.
Hay mejores y peores psicologías, en tanto hay mejores y peores científicos y ciencias. Pero no. Ni la mejor podemos decir que cura. La mejor lo es porque se pone al servicio del proceso autocurativo tratando de ser el mejor placebo posible.
Homeopatía, magnetismo, radiestesia, exorcismo, astrología… Qué gratas y certeras comparaciones. Es así. La verdadera disciplina terapéutica encuentra en estas cosas sus hermanas. Las verdades más esclarecedoras, curativas y exactas que sin embargo nadie va a atrapar fácilmente en un laboratorio ni haciendo estadística, sujetas todas al Principio de elusividad cósmica. Antipopulares y aristocráticas por esencia. Se pensará Onfray, con su típica razón de adolescente terrible, que ofende diciendo eso…