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Paz y Ciencia

jueves, 30 de octubre de 2014

Psicologia de la Sexualidad


SexualidadEd. Traç Dep.Legal B-31092-86
© José Luis Catalán Bitrián


La sexualidad es una acción específica del ser humano, que está integrada en el conjunto de las demás acciones que hacemos. Lo más frecuente es que la sexualidad forme parte de una relación amistosa o de pareja (esto último tiene sus salvedades, como por ejemplo en la masturbación individual en la que la relación es con uno mismo, o en la fantasía erótica, en la que nos relacionamos con un otro de carácter ficticio).
Nadie se extrañaría si dijésemos que comer es una acción, ya que partiendo de la necesidad biológica somos conscientes de que tenemos hambre y hacemos una serie de actos con la finalidad de conseguir satisfacernos. Siguiendo este mismo argumento también podríamos decir que partiendo de una consciente necesidad sexual, la excitación, hacemos una serie de cosas para conseguir un objetivo, que de tener éxito, llamamos orgasmo y que es la mayor satisfacción que sentimos en cuanto al desarrollo de la excitación sexual(1).
Es evidente que la biología hace posible que podamos experimentar la sexualidad, ya que tenemos órganos aptos para desempeñar tal función y una base nerviosa y endocrinológica para controlarla, pero cómo interviene la cultura en todo ello?. Lo resumiremos en los siguientes puntos:
-> En el desencadenamiento de la acción.
-> En el nivel de excitación.
-> En las estrategias técnico-corporales.
-> En la ideología de la técnica.
-> En los resultados.
-> En una ideología de la sexualidad.
Ya sabemos que el primer momento de la acción es aquel en el que lo que hacemos es estar pensando en ella. Si preguntamos a alguien, qué haces?, nos puede contestar, estoy pensando en que quisiera hacer el amor. Claro está que de tener ganas a estar haciéndolo existe la distancia que media entre la imaginación y la realización. Pero se aceptará si la persona tuviera las condiciones adecuadas (poder-hacer) pasaría de las ganas a los hechos. Es decir, que un primer paso para que la sexualidad funcione es tener ganas. Por esta razón cuando se hace el amor por obligación, por piedad, a disgusto, etc. no se suele obtener auténtica satisfacción.
Tener ganas no es suficiente para que se siga la continuación. Qué quiere decir entonces lo de que obligatoriamente tienen que existir condiciones adecuadas? Fundamentalmente que cada cual tiene una concepción de cuándo es oportuna, posible, atractiva.
Veamos más despacio cómo se desarrollan tales ideas de conveniencia.
El bebé, que no ha configurado todavía la respuesta sexual, experimenta la sexualidad simplemente al azar de sus descubrimientos sensoriales, y de forma incompleta. Por los cuidados de la higiene, el roce de la ropa, el ritmo, sus exploraciones corporales... No domina todo el proceso que conduce al orgasmo, en primer lugar por inmadurez de sus órganos y porque tampoco en el resto de acciones sensorio-motrices sucede algo demasiado diferente (no controla tampoco totalmente las posibilidades de su cerebro y los movimientos de su cuerpo).
Durante el período infantil, en el que hay un perfeccionamiento de las distintas habilidades mentales y motoras, también se adquiere una mayor integración del cuerpo propio, dándose ya, el comienzo del esquema sensorial susceptible de configurarse como excitación sexual: el tipo de caricia táctil, estímulos olfativos y visuales, sensibilidad genital. En esta etapa los resultados son muy variables según la educación recibida y un componente azaroso considerable.
Algunos niños tienen inhibida la exploración sexual porque de muy pequeños han aprendido a descartar ese tipo de sensaciones. Algunos padres son muy pudorosos con las exploraciones sexuales infantiles espontáneas y las reprimen, con lo que el niño deja de investigar en ese sentido como podría suceder con la exploración de llevarse cosas a la boca, o el aprendizaje de lo peligroso o de lo que no se hace.
Este tipo de niños, si no son inducidos por otros compañeros, pueden descubrir la sexualidad bastante tarde.
Otra problemática es la que deriva de la información sexual.
No hay porqué suponer que un niño descubre la realidad por sí mismo sin ningún tipo de explicaciones de cómo es esa realidad. Este es el sentido de las preguntas típicas de porqué esto y lo otro. Si no le explicamos al niño que la lluvia cae de las nubes, puede estar convencido de que alguien está tirando agua desde arriba: es lo que creían los hombres primitivos y tardamos bastantes siglos en descubrir que no sucedían así las cosas. También hay sociedades primitivas, como por ejemplo entre loas Arunta de Nueva Australia central, en las que no se sabe la relación que hay entre la sexualidad y la fecundación, de manera que poseen la creencia que las mujeres tienen un poder mágico de tener hijos(2).
Las teorías de los niños mal informados de cómo nacen los niños pueden ser bastante extravagantes: nacen por las orejas, por el ombligo, por el ano o los trae la cigüeña (esta última hipótesis no les suele resultar demasiado creíble y optan en secreto por alguna de las anteriores). Sólo les falta creer que uno coge un trozo de barro, sopla y aparece un niño. También suelen tener bastante confuso lo que es el órgano sexual: será el trasero? será el pie? las niñas no tienen nada? eso de la sexualidad será subirse a un caballo? será pintarse la cara y ponerse colonia? será ponerse ropa de mujer? será apretarse la ropa contra las piernas?. La lista de ideas equivocadas es abundante y variada. Lo que tenemos que aclarar en seguida es que el niño no es perverso por naturaleza, sino por ignorancia: si le explicamos con ideas a su alcance cómo son las cosas atinará a comprender lo que es la sexualidad, cómo son los órganos sexuales masculinos y femeninos (no lo que falta sino el órgano que tiene la mujer), y cómo es el proceso de fecundación. El niño tendrá más sentido de la realidad si los educadores no le inducen a irrealizar las cosas.
Cada vez hay más niños a los que se les educa con mayor liberalidad, con lo que tienen la oportunidad de aprender, jugando, el funcionamiento natural de la sexualidad. A través de sus propias exploraciones sensoriales, una información fidedigna, y sus propias experiencias en las relaciones infantiles respetada por los adultos (ni reprimida ni obligada). Tal vez haya que hablar todavía de los derechos del niño, entre otros, a su sexualidad, y que en algunas sociedades que nosotros llamamos primitivas ya tienen.
Con la pubertad se alcanza una madurez de los órganos sexuales. Puede entonces conseguirse la acción completa de la sexualidad. Pero en cambio no hay un dominio paralelo de la socialización e identidad personal del adolescente. Ello redunda en el siguiente panorama: hay un mayor éxito en la sexualidad masturbadora que en la interpersonal.
En la medida que flaquea el dominio de la relación intersubjetiva (entre iguales) la sexualidad adulta está en su expresión más inmadura. Suele haber un abanico demasiado amplio de desencadenantes de la sexualidad, lo que se refleja en la fantasía erótica que acompaña las actividades masturbatorias (los otros se dan en imagen y lo que hacen se rige por los caprichos del sujeto que ensueña): puede estar mal discriminada respecto a la agresividad (fantasías sádicas y crueles) u otro tipo de impulsos que el adolescente controla a duras penas. Se puede decir que lo que sabe controlar es la explotación mecánica de sus órganos genitales y su imaginación erótica. Este esquema, por supuesto, es muy variable, y además está demasiado interferido por el tabú que normalmente pesa sobre la sexualidad adolescente como para resultar del todo claro. En otras sociedades poseemos ejemplos de madurez sexual en el adolescente, de manera mucho más precoz que en nuestras sociedades, como las que ha descrito M. Mead de Samoa(3).
En comparación al bebé impúdico, en estas cuestiones el adolescente requiere de una protección de su intimidad y una concentración especial: pasar de una simple excitación al orgasmo cuesta un trabajo. Ya sabemos que todo trabajo exitoso, toda acción que realiza su finalidad, sólo es posible concentrándose en ella. Así, si queremos leer el periódico, mal lo podemos hacer si nos distraemos al llegar al primer párrafo. De igual forma la concentración necesaria para tener éxito en la masturbación, como en la sexualidad en general, puede ser alterado por condiciones inadecuadas (bullicio, interrupciones, preocupaciones, sentimientos de culpa o de odio...)
La ansiedad resta sexualidad como el odio resta amor, o como la auto-agresión resta animación. Ansiedad y placer son enemigos irreconciliables, de forma que cuando aparece la primera se fastidia la fiesta. También se oponen a la sexualidad la repugnancia moral y el asco.
Conforme las vivencias sexuales se van perfeccionando se complican las condiciones que se le exigen. Aparece la aspiración de tener relaciones interpersonales de intercambio de prestaciones sexuales. Y hay un abismo entre masturbarse y realizar un coito: la relación con un sujeto de carne y hueso pasa por la aceptación de una persona que posee independencia, autonomía, libertad, deseos como nosotros. El otro de la fantasía hace lo que queremos que haga, es nuestro capricho, pero en la realidad el otro tiene su opinión, mira, juzga, valora, y hay que negociar un acuerdo con él.
El amor, que es una de las principales emociones del intercambio, es el más adecuado para que funcione la sexualidad en una relación de persona a persona. Si la sexualidad con el otro no se basa en por lo menos un intercambio amistoso, degenera en una especie de masturbación, en la cual al otro le hacemos tomar el papel de objeto sin serlo realmente.
Por consiguiente las condiciones para la sexualidad equivalen por un lado a las generales para todas las acciones, y por otro lado en especial para los afectos amorosos: en este caso el amor tiene contenidos sexuales, los bienes que circulen serán trabajos de excitación.
Para ello se requiere que no sólo uno tenga ganas, sino que el otro quiera también, y que pueda por lo tanto, iniciarse el proceso de intercambio.
Esta condición amorosa complica la sexualidad bastante más que en el caso de la masturbación, pero a cambio proporciona una mayor riqueza si comparamos éxito por éxito de cada una de las maneras. Se puede ver en principio mayor conveniencia en aprender a conseguir triunfar en la sexualidad interpersonal que renunciar y dedicarse a la masturbación, siempre que se persiga la máxima intensidad sexual. Claro está que muchos están lejos de este ideal, y tienen problemas a la hora de conseguir una satisfacción de su sexualidad con otra persona.
Una de las primeras reglamentaciones sociales que apareció en la historia humana fue precisamente sobre esta amor-sexual(4), y ello debido a la relación entre sexualidad y reproducción, la relación general entre hombres y mujeres, y las antiguas religiones familiares. A estas reglamentaciones las llamamos modelos de relación. Están pautados socialmente e imponen condiciones especiales a las relaciones sexuales.
Hoy en día poseemos en nuestras costumbres una mayor libertad en cuanto a reglas sociales entre personas que quieren tener relaciones sexuales. Se ha vuelto más flexible el modelo, aunque no deja de haberlo, ni por ello renuncian a seguirse dando como emociones amorosas más o menos intensas.
El grado de libertad ha venido acompañado de otras transformaciones sociales. Por ejemplo, ha cambiado gran parte de la concepción familiar que interfería en el amor. fijémonos en un dato anecdótico: en 1834 estrenaba Fernández de Moratín su obra de teatro El sí de las niñas, obra de vanguardia, escándalo y provocación, en la que se enfrenta valientemente a las costumbres de la época defendiendo el derecho de los jóvenes a elegir la pareja de la que están enamorados. En fechas más anteriores todavía, por ejemplo en los primeros tiempos de los romanos, en la sociedad patriarcal en los que un señor era el rey de la casa (las casas entonces podían consistir en toda la familia más los esclavos) el matrimonio tenía más que ver con los intereses patrimoniales y religiosos -cada lar se regía por la divinidad particular- que con el amor. La concepción patriarcal de los lares familiares de la antigüedad no era muy propicia para las formas de amor-sexual que hoy en día conocemos, y que se daban más como excepciones mítico-heroicas que como otra cosa. Podríamos recordar también el ejemplo de la antigua China, donde los matrimonios se calculaban de antemano según el criterio de los primos cruzados(5).
Junto a los grandes modelos colectivos de relación entre los sexos, nos encontramos otras fórmulas no menos importantes a la hora de la verdad, como los gustos estéticos, ideologías, actitudes frente a la vida, clase social, etc. y que marcan los valores apreciados/despreciados, y por tanto capaces de integrar mayor excitación o degradar el posible sujeto erótico.
El nivel de excitación es variable en la sexualidad. Sabemos sin embargo que es necesario un mínimo de excitación para disparar el orgasmo. La cultura nos da elementos para conseguir ese mínimo y aumentarlo.
Un primer punto de partida para la consecución del orgasmo nos lo da le técnica masturbatoria, con su imaginería erótica por un lado, y por explotación puntual y mecánica de las zonas más sensibles, creando con ello un resultado determinado en cuanto a los niveles de excitación alcanzados, su canal sensorial y los hábitos que en cuanto a sexualidad genera.
Cuando interviene en la sexualidad una pareja es muy posible que las cosas vayan en un principio peor que cuando ambos se masturbaban por separado. Los partenaires están descubriendo fórmulas nuevas de excitación.
Al comienzo de las relaciones, la penetración del pene en la vagina es una manera de obtener placer en la que la mujer en principio no domina lo suficiente como para llegar al orgasmo, y en la que el hombre no puede disfrutar como desearía, ya que muy a menudo se produce un orgasmo muy rápido compulsivo, o más soso en relación al obtenido en la masturbación.
Para que las cosas vayan bien es necesario que la mujer se excite de una manera más intensa y que la penetración, estimulando indirectamente el clítoris, sea capaz de provocar el clímax: por esta razón hablamos de sexualidad irradiada en la que se transforma la forma puntual de conseguir excitación en una más difusa, global y abarcadora. En el caso del varón la irradiación consiste en que pueda repartir su excitación a todo el cuerpo (tener otras fuentes sensuales de excitación) y controlar el ritmo excitatorio antes de alcanzar el nivel crítico de disparo automático del orgasmo.
En la relación interpersonal los servicios mutuos prestados forman un conjunto de potenciadores de la sexualidad, de forma que el entendimiento mutuo, el lenguaje que los amantes crean para su sexualidad, la riqueza de su sensorialidad, la presencia del amor, etc. realzan la sexualidad hacia cotas cada vez más altas y satisfactorias.
Claro está, que la difícil compenetración de una pareja pasa por un aprendizaje, por una parte de la sensibilidad intersubjetiva, y por otra de los modelos de relación ideológicos entre personas, particularmente en referencia a sus roles sexuales.
El nivel de excitación aumenta por un refinamiento de la sensibilidad corporal, por una forma de poner los sentidos en relación con la sexualidad. Así, los olores, el tacto, el oído, la vista, etc. pueden ser utilizados como magnificadores de la sexualidad, y es precisamente la cultura aprendida la que nos enseña a disfrutar de estas cosas inventando y cultivando el aprecio por la música, el baile, el perfume, la moda, etc.
Con el paso de los años sucede a menudo que la excitación sexual disminuye porque se atrofian en parte los sentidos, aumentan los problemas y no se saben encontrar con imaginación recursos nuevos.
Las estrategias técnico-corporales de obtención de placer también tienen que ver con la cultura, y no nos estamos refiriendo al Kamasutra de las posturas para hacer el amor, aunque tenga su importancia, sino más bien a las peculiaridades sensoriales de cada cual. Por poner un ejemplo sencillo: a uno le excitan las caricias suaves, y al otro le dan cosquillas, de forma que estas diferencias en el gusto implican difíciles ajustes en los que cada miembro de la pareja tiene que ceder y aprender algo de la sensibilidad del otro si es que quiere entenderse con él.
Por otro lado, este es el capítulo de otro tipo de estrategias de satisfacción sexual que no son las de la relación hombre-mujer, como en la homosexualidad, u otras formulas de entender la sexualidad.
Enlazando con el punto anterior, pensemos que la sociedad propagandiza o prohíbe las fórmulas diversas, de modo que el coito heterosexual es el que sale premiado, y si bien se toleran otras formas de sexualidad, como es el caso hoy en día de la homosexualidad, en cambio se prohíben otras, como sucede con el incesto y otras llamadas perversiones. Y no sólo eso, sino que a través de la educación se introduce en cierta forma en la vida íntima insinuando y persuadiendo, como por ejemplo predicando la actividad, iniciativa a los hombres o pasividad, coquetería a las mujeres.
Cada grupo social instituye sus propias normas a propósito de la sexualidad, como sucede por lo demás con las otras actividades. Es sobre este fondo normativo que tiene sentido hablar de lo perverso, esto es, lo que va contra las normas emitidas. En ocasiones se olvida este modelo social normativo y en vez de hablar de transgresores se pretende que se trata de enfermedades. El modelo médico, en ocasiones, se utiliza socialmente para lo que no serían verdaderos trastornos funcionales de los órganos corporales. En el pasado se veía al homosexual, por ejemplo, como un enfermo con algún tipo de trastorno genético u otro desconocido(6).
El modo como influye la cultura en los resultados de la sexualidad, es decir, en la concepción del orgasmo, se jerarquiza en orgasmos de primera categoría, de segunda, tercera..., distinguiendo entre orgasmos mejores y peores. Se puede entender como mejor, por ejemplo, el conseguido a la vez por una pareja que se quiere.
También ha ocurrido con la religión de años atrás, que se recomendase o no se viese mal que no se llegara al orgasmo, sobre todo en el caso de las mujeres. Se veía con malos ojos sentir la máxima intensidad de placer sexual, y la política era reducirlo lo más posible ya que parecía que no se podía llegar a suprimirlo del todo.
La sexualidad, como todas las actividades de la vida, son pensadas por la humanidad bajo puntos de vista diferentes. En ocasiones es una actividad pecaminosa, en otras se exalta como lo más importante de la vida. Se integra en el matrimonio como institución o se permite cualquier tipo de relación amistosa.
Una forma de normas sobre la sexualidad es la que se aplica a las edades. En unas sociedades se permite la sexualidad de los adolescentes, incluso la de los niños, y en otras se censura y se considera negativa o peligrosa. Lo mismo sucede con los ancianos. Nuestra sociedad en particular es un tanto estricta con los adolescentes, a los que se considera inmaduros para practicar la sexualidad, y los ancianos, en los que suele estar mal vista, sobre todo si no están viviendo con su cónyuge, lo que ocurre poco a medida que se avanza en años.
También el ambiente de algunas instituciones cerradas se convierte en censor de la sexualidad, por diversas razones: en las cárceles como forma de castigo y privación, en los hospitales por supuestas razones de salud o necesidades organizativas, en los hospitales psiquiátricos para evitar líos, o en otro tipo de grupos a veces aparece una especie de tabú por la suposición de que la permisividad sexual amenazaría o deterioraría al grupo.

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