En los últimos años, desde La Otra psiquiatría hemos observado un paradójico movimiento diagnóstico que afecta a las dos orillas de la salud mental. Por una parte, la psiquiatría más biologicista, con el DSM 5, ha inundado con cientos de patologías la paleta de nuestro cuadro conceptual en un intento babélico por tratar el malestar psíquico moderno. Por otra, el psicoanálisis, desde hace tiempo, fue comprobando los límites de la clínica estructural dando lugar a una mirada inflacionista de formas intermedias: borderline, narcisistas y formas menores de la locura o psicosis ordinarias. Derivándose de ambas posturas un problema importante: ver desde la óptica de la enfermedad la vida de las personas o entender desde la locura o psicosis las rarezas de la gente.
El mal intrínseco a las disciplinas que, de alguna manera, medicalizan la existencia humana, consiste en patologizar lo diferente, lo que se distancia de la norma. Aquí el ejemplo son los trastornos de la personalidad.
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