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Paz y Ciencia

domingo, 13 de noviembre de 2016

Amor Ambivalente



"Los niños comienzan amando a sus padres, después de un tiempo los juzgan, rara vez, si acaso, los perdonan". Oscar Wilde


Si la característica fundamental de los padres hacia sus hijos es un amor incondicional, la característica emblemática es, en cambio, para los hijos, la ambivalencia. Por tanto, debemos respetar que nos quieran y nos odien un poquito. 

Los hijos necesitan estos dos sentimientos, que son complementarios e imprescindibles para que los más jóvenes se desarrollen adecuadamente y lleguen a convertirse en adultos maduros, independientes y capaces de desplegar todo su potencial.
Nuestros hijos acabarán amándonos por los cuidados recibidos desde su época de bebé, cuando la mamá debe presentarse ante la criatura como "una madre suficientemente buena", al decir de Winnicott.
 
Más adelante, serán moldeados por nuestros condicionamientos, nuestra cercanía, nuestras caricias, pero también estaremos poniéndoles límites para protegerlos y educarlos, circunstancia que no entenderán en un primer tiempo. Nadie se siente agradecido por las frustraciones, y los niños menos. Con todo derecho se enojarán con nosotros, y, a menudo, sin dejar de amarnos.
De niños necesitamos tanto de nuestro padre como de nuestra madre, somos tan dependientes de ellos, los vemos tan grandes y poderosos que es casi imposible que no nos idealicen. Esto nos proporciona seguridad. Cuando somos muy pequeños, pensar que nuestros padres lo saben todo y lo pueden todo no es sólo natural sino conveniente y necesario. Tan conveniente y necesario, como inconveniente y pernicioso puede resultar que esa creencia idealizada se mantenga mucho más allá de la niñez.

Paul Auster, escritor norteamericano, editó hace unos años un libro en el que recopilaba pequeñas historias reales escritas por aficionados. La antología tomó como título: Creía que mi padre era Dios.
Esta frase expresa, de forma bella y sencilla, como contundente la idealización de los padres.
Es sano que exista cierta desilusión después de creer que Mi padre era Dios.

Es así que la decepción de darnos cuenta de las limitaciones de nuestros padres se convierte en algo sano y necesario, pues abre un espacio fructífero en el que cada uno de nosotros irá hallando sus propios modos de hacer las cosas, teniendo propias opiniones sobre el mundo y volviéndose cada vez más responsable de conducir su propia vida, un espacio, en suma, en el que volverse adulto.
Todos los padres dejan huella en sus hijos, claro que después es el hijo el que, al decir de Jean-Paul Sartre: "qué hacer con las cosas que han hecho de nosotros". O bien, John Bradshaw: "qué haremos con el niño herido que aún sigue viviendo entre nosotros".
"Te amo por los cuidados que me prodigas y tu intención, te guardo rencor por tu decisión de someter mi voluntad a la tuya".

Desobedecer y Aventurarse

Ir más allá de los mandatos paternos y maternos es doblemente difícil. Requiere el desafío de asumir la responsabilidad por lo que nos suceda de allí en adelante.
La sobreprotección es el polo opuesto a la moral "laxa" y ni una ni otra facilita el crecimiento del niño. Esto les dejaría sin recursos propios ante las dificultades y peligros de la vida.
El desprendimiento de los hijos es doloroso, aunque recomendable, así como es duro para un hijo salir del nido y afrontar la vida con conciencia, respeto y responsabilidad.
Aquellos padres que permiten hacer todo a sus hijos están haciendo un flaco favor a sus hijos, se les deja sin recursos, sin tolerancia a la frustración y la dificultad de absorber los golpes cuando los padres no están allí.

Lo mejor que pudieron

En ocasiones, las fallas de nuestros padres nos enfadan. No podemos aceptar que tengan límites y nos resulta doloroso pensar que no son personas omnipotentes.
En ocasiones, es simplemente el miedo a la libertad y la incertidumbre lo que nos disuade de seguir adelante. Disfrutar de un espacio de libertad puede dar miedo, como una mala lealtad que tengamos hacia ellos, nos hacen sentir como una traición al ver sus carencias como padres.
Podría decir de tus padres, de los míos y de todos los padres del mundo, incluído yo, sin temor a equivocarme:

"Nosotros los padres, no pudimos hacerlo mejor. 
Con lo que sabíamos, con lo que teníamos, 
Quisimos, probamos, intentamos..., 
algunas cosas nos salieron bien y otras no".


La pena que puede generarnos pensar a nuestros padres de este modo, nos protege de un mal mucho mayor que es el resentimiento hacia ellos.
Se dice que culpar a nuestros padres no sirve de nada, y es cierto. Tenemos que ser justos en lo que nos dieron o no por amor. Entender que pudieron fallarnos y decirlo. Esto vincula emocionalmente la relación, con plenitud y aceptación.
Para aquellos convertidos en padres, el desafío es aceptar decepciones de nuestros hijos hacia nosotros.
Después de tanta vuelta se retoma a Oscar Wilde: Nos han amado, nos han juzgado y con algo de suerte, nos perdonarán.

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