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Paz y Ciencia

jueves, 10 de noviembre de 2016

Ser papá. Una experiencia genial y dolorosa



Con este título quiero decir que ser padre es algo fundamental en la vida, dicen algunos. Yo no lo creo.
Sigo, es formidable, no porque exista un instinto, una presión social o sea una experiencia trascendental. 

Tampoco por aquello del gen egoísta, esto es, querer transmitir los genes para transferir al mundo una parte de ti. Tu vida ya nunca será igual.
La parte peligrosa es el miedo, propio de la responsabilidad. El terror a no ser buenos padres. No estar a la altura. 

Existen razones que llamaría antropológicas, el instinto, según dicen:

También la presión social. Estamos atravesados de una cultura y factores sociológicos que parecen indicar que tenemos que ser padres. Cada vez más, se recurre a la fecundación artificial, a madres lesbianas que solicitan una donación de esperma, con las consecuencias que supone. El niño o niña preguntará a sus madres y reclamará a su papá, pidiendo que desempeñe esta función.

Comentando sucintamente arriba los factores supuestamente instintivos y la presión social, más obvia. Me cuesta pensar en el instinto paterno y me inclino más al instinto maternal. Porque la mamá tiene nueve meses para fantasear y sentir el bebé, sin embargo, el papá está como sostén de la madre, tal y como diría Winnicott. Una vez la mujer halla parido, la madre sólo estará para cuidar al bebé y amamantarlo, tarea ardua y satisfactoria. De la inicial simbiosis hay que pasar, con el tiempo a una dependencia relativa, para eso quedará mucho tiempo. El papá mirará atento y atónito, intentando hacer lo que sepa, pueda y le dejen. Su rol también es esencial.

La Trascendencia

Si aceptamos que el deseo de ser padres no se debe tanto a lo instintivo o a la presión social, ha de ser la trascendencia el punto fuerte.
Si de trascender se trata, es seguro que tener hijos es el modo garantizado e infalible de conseguirlo.
El momento vital en el que por lo general nos planteamos tener hijos no coincide con el tiempo en el que la preocupación por la trascendencia lógicamente se instala. Esta última se acerca más a una madurez avanzada o al final de la vida. 

Si lo instintivo, lo social y lo transcendental no son los motores del amor en el triángulo madre, padre e hijo. Tomemos un ejemplo de la sabiduría femenina:

"El deseo de ser padres responde a muchas cosas, pero especialmente y más que a ninguna otra cosa, responde a nuestro deseo de dar amor".
Tenemos hijos para eso: para poder amarlos. 

Los hijos, a diferencia de otros vínculos, por su asimetría, son capaces de dar una gran magnitud de amor, pero esto es una falacia.
Es por supuesto posible, deseable y hasta frecuente que los hijos quieran también a sus padres, pero esto no es inherente al vínculo.
Una frase que caracteriza lo dicho es una gran pintada que apareció en Buenos Aires donde ponía: Es mucho mejor tener hijos que tener padres.
En lugar de disfrutar de los hijos, llegado el momento, se debe aprender a disfrutar con el disfrute de los hijos. 

El amor incondicional lleva consigo la compleja tarea de aceptar, de buen grado, el hecho de que hemos de criar a nuestros hijos para que tarde o temprano puedan y quieran abandonarnos. Ésa será, para padres y madres, la marca de un trabajo bien hecho.

Joseph Zinker: "El amor es el regocijo por la mera existencia del otro".

Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo y Psicoterapeuta. Zaragoza. 653379269
Página Web Rodrigo Córdoba Sanz

Bibliografía y Sugerencia: "Padres e Hijos". Jorge y Demián Bucay

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