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Paz y Ciencia

jueves, 26 de abril de 2012

Cielo e Infierno

Se cuentea que en la época feudal, un señor de la guerra pasaba con su ejército cerca de un famoso monasterio. Era un hombre cruel y pendenciero, sin especial respeto por los monjes. Sin embargo, como le habían dicho que el abad del lugar era un sabio, decidió parar y pedir audiencia. Se convocó al abad, que entró rodeado de algunos monjes de más edad y tomó su asiento de meditación en el centro de la sala. Ante el estaban las huestes con su cabecilla al frente, que mostraban una actitud arrogante ante los monjes desarmados. El señor feudal quería impresionar a su tropa y después de presentarse preguntó al abad qué diferencia había entre el cielo y el infierno. Se hizo el silencio y las miradas se concentraron en el abad. No obstante, este siguió manteniendo esa mirada limpia, abierta y valiente ante los visitantes, como si estuviera meditando. Pasó un rato y no pronunció palabra alguna. El señor feudal se levantó y con el ánimo exaltado, repitió la pregunta en alto, de pie ante el abad. Pasaron unos segundos, pero el abad no se movió ni dijo nada. Los monjes empezaron a tener miedo, el señor feudal sentía que el abad no le tomaba en serio y los soldados empezaron a inquietarse. Furioso, el señor de la guerra amenazó con su espada: -¡¿Quién te has creído que eres, monje insolente?! ¡Si respondes ahora mismo, te cortaré el cuello con mi espada! Entonces el abad, sin perder la compostura, le dijo al señor de la guerra: - Eso que sentís vos ahora mismo es el infierno. Entonces el señor feudal, viendo que el abad le hacía caso y que su honor estaba intacto, envainó la espada y se sentó de nuevo. Entonces el abad añadió: - Y eso que sentís ahora es el cielo. Cuento japonés.
Cuando el Buda histórico murió, hace 2500 años, animó a sus seguidores a que estudiaran sus enseñanzas y que, si había algo que no les resultaba útil, no lo aplicaran, pero que, si encontraban prácticas útiles, las aplicaran con dedicación. Les dijo que partir de entonces ellos deberían ser cada uno la luz que ilumina su camino. Esa podría ser la función última de la conciencia plena: alumbrar el camino de la vida: ser la luz que nos guía en momentos de confusión y oscuridad, o la luz que alumbra las situaciones de plenitud y alegría: la luz que alimenta la soberanía interior, que nutre la dignidad humana. Cuando nos ponemos de corazón con algo, la vida nos da el genio, el poder y la magia para conseguirlo.
“Si quieres conocer el pasado, entonces mira tu presente que es el resultado. Si quieres conocer tu futuro mira tu presente que es la causa” Buda.

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