La ética, un conjunto de normas que rigen la conducta moral y que determinan lo que es bueno o malo, viene a ocupar entre los humanos el espacio vacío dejado por las inhibiciones instintivas, que regulan la agresividad de los mamíferos. Aparece en casi todas las culturas ligada a la religión y sustituye los frenos naturales derivados del instinto por principios universales que provienen de un ser superior.
Para Gringberg, la ética es el conocimiento que implica la adquisición de la verdad. En lo individual, supone la necesidad de afrontar las verdades que fueron eliminadas del campo de la conciencia por la angustia de la persona, la ingente y dura tarea de desvelar nuestras sombras, los aspectos ocultos y negados de nuestra peculiar forma de ser.
Tenemos, grabado en el software un mecanismo que podríamos considerar como un sustituto de la ritualización: el sentimiento de culpa.
Este sentimiento es un castigo muy poderoso que trataremos de evitar, ya que la culpa a la que nos referimos no es racional, no es un reconocimiento mental de haber hecho algo incorrecto, sino que responde a una emoción muy profunda, a un sentimiento de dolor por habernos equivocado y de temor a un castigo más destructivo aún que la propia culpa.
En el terreno ontogenético, esta moral deja una escapatoria, en el sentido de que si los adultos no se enteran de la mala conducta el castigo puede ser evitado. Pero no ocurre en la moral religiosa, puesto que a los dioses que la imponen no se les puede ocultar nada.
Podemos pensar que esto tiene que ver con el proceso de individuación y la consiguiente batalla entre los intereses egocéntricos y los intereses de los demás. Y que el amor al otro y el deseo de no hacer daño es la verdadera chispa capaz de mantener ese equilibrio entre el deseo de la propia satisfacción, a cualquier precio, y la renuncia.
En el proceso de individuación en el que los humanos, al menos los occidentales, nos hemos situado en el centro del universo, hemos desarrollado cierta dificultad para entender el deseo del otro (la alteridad).
Es evidente que el ser humano presenta dos caras: la de una inmensa capacidad de ternura y la de una tremenda crueldad.
Ferenczi nos habla de lo importante que es adaptarse a la realidad, que, si bien es rica en frustraciones, se completa con la facultad de gozar allí donde pueda hacerse.
Muy importante: Nuestras ideas y conceptos sobre lo que debería ser tienen como resultado la no aceptación de lo que es y el sufrimiento consiguiente.
La fuente del problema casi siempre es el Yo, de hecho, el problema es el Yo.
Sostiene Balsekar que el ser humano se ha habituado tanto al estado de ansiedad y temor constante, que se ha vuelto adicto al miedo psicológico. Una reacción física y natural ante un peligro inminente se ha convertido en un estado tan crónico, que el hombre actual considera que es extraño que, en ciertos momentos, se encuentre relajado y sin el sofocante sentimiento de miedo que se ha convertido en una segunda piel y en la causa de esclavitud.
Hellinger: "Perdonar es una arrogancia".
El ego se equivoca al considerar las reacciones biológicas como sus reacciones. La auténtica libertad posible consiste en ser capaz de aceptar lo que es, "lo que es" en el momento presente.
Esto implica lo que Speziale-Bagliacca llama trascender la lógica de la culpa, pero supone ir más allá de lo que él plantea como responsabilidad trágica, pues, realmente, desde la lógica de Balsekar, el destino deja de estar en nuestras manos, porque nunca lo estuvo.
Carmen Durán: "El sentimiento de culpa".
Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo y Psicoterapeuta.
Este texto profundiza en el amor y la agresividad, en el mandato de la culpa en la ontogénesis, en las religiones, así como en el libre albedrío que nos permite mostrar agresividad con el posterior sentimiento de culpa. También habla de algo que subrayo, el "debería" nos hace esclavos", y su transgresión, culpables.
"El destino nunca estuvo en nuestras manos".
"El destino nunca estuvo en nuestras manos".
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