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Paz y Ciencia

martes, 31 de agosto de 2021

Lacan: El deseo es el deseo del otro

 


Rodrigo Córdoba Sanz Psicólogo Clínico Zaragoza Gran Vía Y Online.                  Teléfono: 653 379 269 Website: www.rcordobasanz.es                  Instagram: @psicoletrazaragoza

A diferencia de la necesidad, el deseo no puede ser satisfecho.

La distinción que Lacan hace entre necesidad y deseo sustrae totalmente a este del ámbito de la biología.

También es importante diferenciar el deseo de las pulsiones: el deseo es uno, las pulsiones son muchas. Es decir, las pulsiones son manifestaciones particulares (y parciales) de una fuerza única, el deseo.

De hecho, habría un solo objeto de deseo, el objeto a, que es representado por objetos parciales en diferentes pulsiones parciales. Pero el objeto a no es el objeto hacia el que tiende el deseo, sino la causa misma del deseo. El deseo no es una relación con un objeto, sino la relación con una falta.

El sentido de la fórmula lacaniana “El deseo humano es el deseo del Otro” (una de las más famosas) tiene varios sentidos, no necesariamente opuestos entre sí.

Por una parte, el deseo es esencialmente “deseo del deseo del Otro”, deseo de ser objeto del deseo de otro (y deseo de reconocimiento por parte de otro).

Por otra parte, el sujeto desea en tanto Otro; o sea, desea desde el punto de vista de otro. Lo que hace que un objeto sea deseable no es que posea alguna cualidad intrínseca, sino el que sea deseado por otro.

Ambas definiciones se relacionan: el deseo humano es deseo de reconocimiento porque, al desear lo que desea otro, puedo hacer que el otro reconozca mi derecho a poseer ese objeto y, así, que el otro reconozca mi superioridad sobre él.

El deseo es deseo del Otro, también, en el sentido de que el deseo fundamental es el incestuoso con respecto a la madre, el Otro primordial.

El deseo es siempre “deseo de alguna otra cosa”, ya que es imposible desear lo que ya se tiene. Por lo tanto, el objeto de deseo es pospuesto continuamente, es una metonimia.

El deseo surge, originalmente, en el campo del Otro; es decir, en el inconsciente. Esto equivale a decir que el deseo es un producto social; se constituye en una relación (dialéctica) con los deseos percibidos de otros sujetos.

Sociología

 

Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo Clínico. Zaragoza. N° Col: A-1324. Zaragoza Y Online. Teléfono: 653 379 269 Website: www.rcordobasanz.es. Instagram:@psicoletrazaragoza

La Sociología es una ciencia, le pese a quien le pese, una ciencia que molesta y debe hacerlo, pues para que esta llegue a su función: Destapar los entramados de dominación social, debe tener en su episteme más profunda la crítica, tanto de ella misma como de todos sus objetos de estudio.


El primer paso para comprender la Sociología es aceptar la subjetividad. Las personas somos seres sociales, como tales nos desenvolvemos y tenemos sentido  únicamente dentro de una sociedad. Esto quiere decir que, si reviviéramos el mito del salvaje en la realidad, esos “Tarzan” o “Mowgly”, únicamente nos mostrarían de humano la carcasa física, pues carentes de socialización las personas no podemos desarrollarnos cognitivamente y no llegamos a convertirnos en seres humanos sociales.


Es decir, somos sujetos sociales, y como tal estamos sujetos, anclados al contexto social que nos ve nacer y nos moldea. Las ciencias puras, también conocidas como ciencias naturales, tienen su baluarte en la objetividad absoluta, en el empirismo y la comprobación más exacta, pues su suerte es que los objetos de estudio de sus materias carecen de una subjetividad tan potente. Es bien diferente estudiar el cosmos, en cierta manera inmutable para nosotros, aquel espacio infinito que se rige por leyes universales e inamovibles, que entender la realidad social, esa amalgama de contextos y conflictos de los cuales formamos parte y de los que es necesario tomar distancia para poder comprenderlos objetivamente.


La Sociología y por tanto las sociólogas y sociólogos debemos convertirnos en extraterrestres para poder entender lo que nos rodea. Es decir, debemos alejarnos de nuestra realidad social para obtener una visión de relativa objetividad, y, sobre todo, debemos alejarnos de “lo que damos por sentado”. Aquí es donde entra esa “Imaginación Sociológica” que tanto persigue el buen hacer sociológico pues solo desde la distancia se evitarán los sesgos más profundos, los prejuicios y la influencia de nuestro propio “yo social” frente a la verdad.


Pocas ciencias pueden ofrecer lo que da la Sociología, pues no nos otorgará verdades absolutas, ni leyes universales. Sin embargo, nos ofrece la oportunidad y la exigencia de deconstruirnos a nosotros mismos una y otra vez, una manera de entender la realidad social aceptando lo que es, un conocimiento subjetivo que siempre será inabordable, volátil e impredecible. Esto no es malo, pues si la función de la ciencia es arrojar luz sobre la incomprensión, la Sociología cumple bien esta función. Además, lo hace sobre uno de los objetos de estudio científico más difíciles de abordar: la sociedad.


Ahora bien, la Sociología no puede conformarse únicamente con profundas teorizaciones sobre las temáticas que aborda. Debe basarse como toda ciencia en evidencias, pruebas, datos y en general conocimiento comprobable, comparable y demostrable. Es por eso que se basa en dos vertientes metodológicas que cada vez están más interconectadas entre sí y que deberían unirse en una sola: las técnicas cuantitativas y las técnicas cualitativas.


En las técnicas cuantitativas englobamos todos aquellos datos y evidencias numéricas y cuantificables que la Sociología produce para comprobar sus hipótesis. Es decir, si se quiere por ejemplo averiguar si hay diferencia salarial entre barrios de una misma ciudad, se abordará el estudio diferenciado de los barrios haciendo un análisis estadístico/comparativo de las rentas. Posteriormente, estos datos pueden servir para explicar fenómenos como la segregación socioespacial. Un fenómeno que nos indica como las condiciones materiales de la gente (sus ingresos, por ejemplo) influyen en la fisionomía (composición urbana) de la ciudad.


Por otro lado, no se debe dejar de lado el conocimiento subjetivo. Como ya hemos nombrado antes, la Sociología estudia a los sujetos y estudia la subjetividad. Esta dimensión de estudio le ha costado demasiados quebraderos de cabeza pues colinda con los discursos, opiniones, teorías… y en general diferentes maneras subjetivas de entender el mundo.


No obstante, a través de las técnicas cualitativas, la comprensión y la interpretación del conocimiento subjetivo también es posible. Es decir, en muchas ocasiones puede ser más esclarecedor una "historia de vida" o "entrevista" de una persona que ha vivido en un barrio toda su vida, que ha visto como evolucionaba su fisionomía urbana, a que problemáticas y cambios se enfrentaba la zona, como afectaron las diferentes crisis, las guerras… que cualquier estadística extraída por el mejor muestreo realizable.


Lo bueno de estos dos enfoques es que son complementarios, y es necesario que lo sean, pues sin el esfuerzo de objetivación de herramientas como la socioestadísticia o la demografía la Sociología no sería una ciencia. 


Por otro lado, si se deja de lado la dimensión cualitativa del conocimiento social se pierde la profundidad necesaria para comprender realmente el entorno social, quedándonos en datos banales, carentes de interpretación y complementación discursiva, necesaria igual o más que las anteriores dimensiones.

lunes, 30 de agosto de 2021

La Naturaleza Humana

 


La naturaleza humana no es una cuestión
​de mente y de cuerpo, sino de psique y soma interrelacionados, donde la mente es como algo
que florece al borde del funcionamiento somático."
(D. W. Winnicott)




Escrito entre 1954 y 1971 y publicado luego de fallecimiento en ese año este libro constituye el resumen más categórico y final de la obra de Winnicott; estructurado a partir de pequeños capítulos, el autor va desglosando de manera magistral y con su método ligero y atractivo sus precisiones sobre el desarrollo fetal, el desarrollo del neonato, la relación estrecha entre cuerpo y mente (articulando sus conceptos de 'soma' y 'psique'), así como sus opiniones sobre las tesis freudianas sobre el desarrollo psicosexual, el objeto y fenómeno transicionales, culminando con sus consideraciones sobre la intervención del ambiente en el desarrollo infantil y devenir de la patología neurótica. 
Para quien desee comprender las tesis fundamentales del cuerpo psicoanalítico winnicottiano este texto es una valiosa herramienta, que por su claridad y brevedad se consolida como un referente que ningún estudioso del psicoanálisis podrá omitir. Al mismo tiempo, al haber sido escrito en los últimos años de la práctica profesional de Winnicott (práctica que continuó de manera ininterrumpida hasta el momento de su muerte) este libro es el más actualizado en lo que a las posiciones teóricas y prácticas del autor se refiere. 
Editado por Editorial Paidós en su colección de "Psicología Profunda", por vez primera en 1993, el texto ya va en su quinta reimpresión (2010), traducido magistralmente por Jorge Piatigorsky quien ya se ha encargado de otras traducciones importantes de textos psicoanalíticos, el libro es sin lugar a dudas una joya de la literatura psicoanalítica de la que no se debe prescindir en ninguna biblioteca personal.

domingo, 29 de agosto de 2021

Reseña Byung-Chul Han


Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo Psicoterapeuta. Zaragoza Gran Vía Y Online. Teléfono: 653 379 269 Website: www.rcordobasanz.es.                Instagram: @psicoletrazaragoza

Byung-Chul Han nació en Corea del Sur en 1959. Filósofo y teórico de la cultura, ha desarrollado su carrera como académico en la Universidad de Berlín.

Estudió metalurgia en la Universidad de Corea, en Seúl. Luego, para conseguir el apoyo de sus padres, con la excusa de prolongar sus estudios de ingeniería, en la década de 1980 se trasladó a Alemania para estudiar filosofía, sin saber el idioma. En 1994 obtuvo el doctorado en filosofía con una tesis sobre Martin Heidegger.

En el año 2000, se incorporó al Departamento de Filosofía de la Universidad de Basilea, donde completó su habilitación para ser docente universitario. En 2010 se convirtió en miembro de la facultad de la Universidad de Artes y Diseño de Karlsruhe. Y en 2012 consolida su carrera académica como profesor de filosofía y estudios culturales en la Universidad de Berlín.  

Autor prolífico,  al punto de publicar una o dos obras al año desde 2007 a la fecha (aunque tiene varias publicaciones anteriores, desde 1999). En ellas, se orienta fundamentalmente a identificar los modos de construcción y deconstrucción de las prácticas contemporáneas, valores sociales y normas culturales del capitalismo en su modelo neoliberal.

Para entregar algunos elementos con los que comprender sus planteamientos, reseñaremos brevemente los libros “En el enjambre”, de 2013, y “Psicopolítica”, de 2014, en tanto que son una excelente síntesis de las obras anteriores y un anticipo de las postreras.  

En el enjambre

Se trata de un texto breve y de fácil lectura, por lo que se transformó rápidamente en un best seller. Entre las materias que aborda se encuentran: las redes sociales, la revolución digital y el internet, especialmente del sentido del vertiginoso crecimiento del mundo digital y de los medios electrónicos.

Para Byung-Chul Han vivimos un cambio de paradigma caracterizado por la falta de distancia, donde lo privado se hace público, es decir, la comunicación deshace las distancias y fomenta una exhibición de lo privado. A lo que se suma el hecho de que todo es imagen, cámara y anonimato. Paradojalmente, también hay una exacerbación de los afectos, las emociones, las vivencias personales…   

Actualmente, todos seriamos consumidores y producto a la vez. El medio digital hace de la gente productores activos. Su opinión se presenta sin intermediario, mutando la representación en presentación directa. El medio digital genera, asimismo, apariencia de cercanía. Pero, en el fondo, nos aparta del otro, nos quita el tacto y el contacto. Hemos pasado de la acción al tecleo, al acto de un clic. 

Se trata de la primacía de la imagen. Imágenes domesticadas en tanto que consumibles, que pierden, de este modo, su capacidad de decir la verdad.

Esto es expresión de la decadencia de la cultura y la erosión del respeto recíproco. En el enjambre digital no se tiene alma, ni espíritu; se es puro individuo aislado. Estamos en el anonimato, pero no es que seamos nadie, somos alguien anónimo, sin un nosotros…

El enjambre es, entonces, fugaz, y no desarrolla energía política. Es puro bullicio, que aparta el silencio. Por esta razón, las oleadas de indignación social movilizadas los últimos años, no tienen la capacidad de reconfigurar el espacio público. La indignación multitudinaria no puede escapar de la individualidad. Es multitud sin interioridad, aglomeración sin congregación. No hay multitud cooperativa, hay soledad.

Por todo esto, para Byung-Chul Han hay que redefinir y repensar la soberanía en tiempos de la red. Si se trata de soberanía, se trata, por lo tanto, del ciudadano. Pero en la actualidad el ciudadano se ha vuelto un consumidor. Consumidor que, por lo demás, está sometido al cansancio, al desgaste, al shock que genera el exceso de información. La fatiga es el síndrome de la época.

Ante aquello, Byung-Chul Han sólo vislumbrará la misma propuesta de Heidegger, que es, a la vez, la de Carl  Schmitt: volver al misterio y su silencio, que son lo opuesto a la sociedad de la información.

Una característica del enjambre es la hiperconexión de la comunicación digital, que es la base para la vigilancia y el control. En este punto, plantea su concepto de “psicopolítica”, que es la vigilancia, el control, pero no de lo exterior hacia lo interior (como el biopoder foucaultiano), sino desde el interior mismo. La psicopolítica mueve a los hombres no desde fuera sino desde dentro. Es el paso del big brother orwelliano (de la novela “1984”) al big data. El psicopoder lee los propios pensamientos y los controla. Y en este sentido, el big data es más eficiente que el big brother. El psicopoder supera al biopoder de Michael Foucault.

Psicopolítica

A pesar de que parecen temas complejísimos, la lectura de las obras de Byung-Chul Han son sencillas y breves, agradables y hasta entretenidas. A la vez, detecta muy bien las problemáticas contemporáneas y mantiene cierta profundidad analítica.

En “Psicopolítica”, el autor surcoreano, plantea que la libertad, hoy, se ha convertido en coacción. Y en medio del enjambre de la red digital, la libertad es ilimitada. El neoliberalismo, que es el modelo político, económico y cultural que domina la actualidad, es una mutación del capitalismo que transforma al trabajador en empresario, en emprendedor, y lleva al individuo a explotarse a sí mismo. Este en el sujeto neoliberal.  

El neoliberalismo ha logrado transferir la vigilancia del big brother a los propios individuos por medio del big data. En la vigilancia neoliberal el sujeto se expone y de este modo se autovigila y se transparenta. La transparencia, dice Byung-Chul Han, es un dispositivo neoliberal, con el que se desinterioriza a la persona. Con suficientes datos se podría entender todo. El smartphone, por ejemplo, es un aparato de vigilancia y confesionario móvil.

El poder adquiere una forma permisiva, ofrece un marco para la libertad, no opera de frente contra la voluntad, no reprime sino que seduce. El botón de “like” es el símbolo del capitalismo neoliberal.

El poder disciplinario utilizaba la reclusión, por medio de instituciones como la cárcel, el manicomio, la familia, la escuela, etc. Aquellos son los dominios de la biopolítica. Pero ahora se ha dado un paso a la psicopolítica. Se ha ido más allá de Foucault y su poder disciplinar, el biopoder…

Optimización, competencia, iniciativa, rendimiento, son algunos de los mecanismos de la psicopolítica. Dominar por medio de la deuda es otro. Y es que el régimen neoliberal explota la psique. El big data reemplaza a la estadística… Otras formas refinadas de explotación de la psicopolítica son: el couching, los gimnasios, las teorías y talleres de inteligencia emocional, los seminarios, el liderazgo empresarial, las terapias de autoayuda, la optimización personal, la autoexplotación, la búsqueda de rendimiento. La psicopolítica busca agradar en vez de someter.

Por todo esto, el neoliberalismo es el capitalismo de la emoción, de la explotación de las emociones, de los recursos para aumentar la productividad y el rendimiento. Si la racionalidad sería coacción de la sociedad disciplinaria, por el contrario, la emocionalidad sería una expresión de la subjetividad libre. Es la dictadura de la emoción y los modelos emocionales para maximizar el consumo: no consumimos “cosas”, sino emociones y experiencias.

No obstante, constata Byung-Chul Han, todo esto nos lleva al agotamiento, la depresión, el colapso. Vuelve a aparecer, entonces, la necesidad de misterio y de silencio.

Virginia Satir

 


Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo Psicoterapeuta Zaragoza Gran Vía Y Online. Teléfono: 653 379 269 Website: www.rcordobasanz.es.                  Instagram: @psicoletrazaragoza


Nació en Neillsville de Wisconsin, la mayor de cuatro hijos de Minnie Happe Pagenkopf y Oscar Alfred Reinnard Pagenkopf. Cuando tenía 5 años, enfermó de apendicitis, pero su madre, quien era devota de la “ciencia cristiana”, rehusó llevarla a un doctor. Para cuando el padre de Virginia se impuso en contra de los deseos maternos, su apéndice se rompió. Los doctores lograron salvarle la vida, pero Satir fue forzada a quedarse en el hospital varios meses.

Fue una niña curiosa que aprendió por sí misma a leer a los tres años y a los nueve había leído todos los libros de su pequeña escuela rural de una sola aula. Cuando alcanzó los cinco, Satir decidió convertirse en una “detective infantil para investigar padres”. Ella luego explicó que “No sabía exactamente qué buscaría, pero me di cuenta que mucho sucedía en las familias de lo que era evidente”.
En 1929, su madre insistió que su familia se mudara de su granja a Milwaukee, para que Virginia pudiese cursar la secundaria. Los años en secundaria coincidieron con la gran depresión, y para ayudar a su familia tomó un empleo de medio tiempo y además asistió a tantos cursos como fuese posible para graduarse lo más pronto posible. En 1932, recibió su diploma de secundaria y en seguida se matriculó en el Colegio Universitario Estatal de Profesores de Milwaukee. Para costear su educación trabajó en una tienda de departamentos y de niñera.
Satir se graduó de segunda en su clase con una maestría en educación en 1936.2 Ella pasó los próximos dos años en una escuela pública en Williams Bay, Wisconsin, primero como maestra y luego como directora. El siguiente año se convirtió en una educadora viajante, trabajando en Ann Arbor (en Míchigan), Shreveport (en Luisiana) y en Miami (Florida).
En 1948 se recibió de Máster en trabajo social por la Universidad de Chicago. Luego, Satir empezó una práctica privada. Trabajó con su primera familia cliente en 1951, y para 1955 estaba trabajando con el Instituto Psiquiátrico de Illinois, motivando a otros terapeutas a enfocarse en familias en vez de pacientes individuales. Para el final del decenio, se mudó a California, donde co-fundó el “Mental Research Institute” en Palo Alto de California. El instituto recibió una subvención del NIHM en 1962, permitiéndoles comenzar el primer programa formal de entrenamiento en terapia familiar jamás ofrecido.
Una de las ideas más novedosas de Satir fue que “el problema presentado pocas veces es el problema real, en tanto que la forma que tiene la gente de encarar el problema presentado la que crea el problema real”. Satir también ofreció propuestas acerca de los problemas particulares generados por baja autoestima en las relaciones.
Satir publicó su primer libro en 1964. Su reputación creció con cada libro subsecuente y viajó por el mundo entero describiendo sus métodos. También se convirtió en “diplomat” del Academy of Certified Social Workers y recibió el premio por servicio distinguido del American Association for Marriage and Family Therapy. También ha sido reconocida con varios doctorados honorarios, incluyendo un doctorado de 1978 en ciencias sociales de la Universidad de Wisconsin-Madison, y en 1986 un doctorado del Professional School of Psychological Studies.
Todo su trabajo fue hecho bajo el concepto del “convertirse más plenamente humano”. A partir de la posibilidad de una tríada nutricia de padre, madre e hija/hijo, concibió un proceso de validación humana. Continuamente plantó semillas de esperanza para la paz mundial en tanto continuación de su trabajo para comprender y ayudar grupos humanos a partir del nivel de familia, y la humanidad entera en tanto famila.

La desaparición de los rituales: Byung-Chul Han


Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo Psicoterapeuta. Zaragoza Gran Vía 32 Y Online Teléfono; 653 379 269 Website: www.rcordobasanz.es.                    Instagram: @psicoletrazaragoza

LA DESAPARICIÓN DE LOS RITUALES: PRESIÓN PARA PRODUCIR

En el mundo contemporáneo, donde la fluidez de la comunicación es un imperativo, los ritos se perciben como una obsolescencia y un estorbo prescindible. En ‘La desaparición de los rituales’ (Herder), el filósofo Byung-Chul Han disecciona por qué las formas simbólicas cohesionan la sociedad y reflexiona sobre estilos de vida alternativos que serían capaces de liberarla de su narcisismo colectivo.

Los rituales dan estabilidad a la vida. Parafraseando las palabras de Antoine de Saint-Exupéry, se puede decir que los rituales son en la vida lo que en el espacio son las cosas. Para Hannah Arendt es la durabilidad de las cosas lo que las hace «independientes de la existencia del hombre». Las cosas tienen «la misión de estabilizar la vida humana». Su objetividad consiste en que «brindan a la desgarradora mutación de la vida natural […] una mismidad humana, una identidad estabilizante que se deduce de que día a día, mientras el hombre va cambiando, tiene delante con inalterada familiaridad la misma silla y la misma mesa»(*).

Las cosas son polos estáticos estabilizadores de la vida. Esa misma función cumplen los rituales. Estabilizan la vida gracias a su mismidad, a su repetición. Hacen que la vida sea duradera. La actual presión para producir priva a las cosas de su durabilidad. Destruye intencionadamente la duración para producir más y para obligar a consumir másDemorarse en algo, sin embargo, presupone cosas que duran. No es posible demorarse en algo si nos limitamos a gastar y a consumir las cosas. Y esa misma presión para producir desestabiliza la vida eliminando lo duradero que hay en ella. De este modo destruye la durabilidad de la vida, por mucho que la vida se prolongue.

El smartphone no es una cosa en la acepción que Hannah Arendt da al término. Carece justamente de esa mismidad que da estabilidad a la vida. Y tampoco es especialmente duradero. Se distingue de cosas tales como una mesa, que yo tengo ante mí en su mismidad. Sus contenidos mediáticos, que acaparan continuamente nuestra atención, son cualquier cosa menos idénticos a sí mismos. Su trepidante alternancia no permite demorarse en ellos. El desasosiego inherente al aparato lo convierte en un trasto. Además nos hace adictos y nos obliga a echar mano de él, mientras que de una cosa no deberíamos sentir que nos mete presión.

«Un consumo sin escrúpulos hace que estemos rodeados de un desvanecimiento que desestabiliza la vida»

Son las formas rituales las que, como la cortesía, posibilitan no solo un bello trato entre personas, sino también un pulcro y respetuoso manejo de las cosas. En el marco ritual las cosas no se consumen ni se gastan, sino que se usan. Por eso pueden llegar a hacerse antiguas. Por el contrario, bajo la presión para producir nosotros nos comportamos con las cosas, es más, con el mundo, consumiendo en lugar de usando. En contrapartida, ellas nos desgastan. Un consumo sin escrúpulos hace que estemos rodeados de un desvanecimiento que desestabiliza la vida. Las prácticas rituales se encargan de que tengamos un trato pulcro y sintonicemos bien no solo con las otras personas, sino también con las cosas: «Con ayuda de la misa los sacerdotes aprenden a manejar pulcramente las cosas: sostener con cuidado el cáliz y la hostia, limpiar pausadamente los recipientes, pasar las hojas del libro. Y el resultado del manejo pulcro de las cosas es una jovialidad que da alas al corazón» (**).

Hoy consumimos no solo las cosas, sino también las emociones de las que ellas se revisten. No se puede consumir indefinidamente las cosas, pero sí las emociones. Así es como nos abren un nuevo e infinito campo de consumo. Revestir de emociones la mercancía y —lo que guarda relación con ello— su estetización están sometidos a la presión para producir. Su función es incrementar el consumo y la producción. Así es como lo económico coloniza lo estético.

Las emociones son más efímeras que las cosas. Por eso no dan estabilidad a la vida. Además, cuando se consumen emociones uno no está referido a las cosas, sino a sí mismo. Se busca la autenticidad emocional. Así es como el consumo de la emoción intensifica la referencia narcisista a sí mismo. A causa de ello cada vez se pierde más la referencia al mundo, que las cosas tendrían que proporcionar.

También los valores sirven hoy como objeto del consumo individual. Se convierten en mercancías. Valores como la justicia, la humanidad o la sostenibilidad son desguazados económicamente para aprovecharlos: «Salvar el mundo bebiendo té», dice el eslogan de una empresa de comercio justo. Cambiar el mundo consumiendo: eso sería el final de la revolución. También los zapatos o la ropa deberían ser veganos. A este paso pronto habrá smartphones veganos. El neoliberalismo explota la moral de muchas maneras. Los valores morales se consumen como signos de distinción. Son apuntados a la cuenta del ego, lo cual hace que aumente la autovaloración. Incrementan la autoestima narcisista. A través de los valores uno no entra en relación con la comunidad, sino que solo se refiere a su propio ego.


(*) H. Arendt, Vita activa oder Vom tätigen Leben, Múnich, Piper, 2002, p. 163 [trad. cast.: La condición humana, Barcelona, Paidós, 2003].

(**) P. Handke, Phantasien der Wiederholung, Frankfurt del Meno, Suhrkamp, 1983, p.8 [trad. cast.: La repetición, Madrid, Alianza, 2018].


Este es un extracto de ‘La desaparición de los rituales: una topología del presente’, de Byung-Chul Han (Herder)

sábado, 28 de agosto de 2021

Carl Rogers: Autenticidad

 


Autenticidad o congruencia: Consiste en que cada persona debe de “ser, lo que es”, es decir, no usar máscaras (el concepto de máscara en psicología, hace alusión a que una persona no muestra quien es, sino que se oculta detrás de otra personalidad).

Relaciones basadas en la autenticidad: la revolución silenciosa de Rogers

Rodrigo Córdoba Sanz. Zaragoza Gran Vía Y Online. Psicólogo y Psicoterapia Integrativa Teléfono: 653 379 269 Website: www.rcordobasanz.es                    Instagram: @psicoletrazaragoza

Mafalda, en una de sus frases estrella, se preguntaba: «¿Por qué a mí me tocó ser yo?». Si hacemos la misma reflexión, será difícil llegar a una conclusión. Como mucho, podremos darnos un «porque sí» como respuesta. Si damos un paso más, podríamos cuestionarnos: ¿Cómo me relaciono con los demás? Y también: ¿Desde dónde actúo? ¿Me acepto? ¿Quién soy yo con el otro? ¿Cómo me siento con cada persona con la que convivo o entablo una relación?

A este debate de uno consigo mismo respondía en parte la revolución silenciosa de Carl Rogers. El psicólogo proponía un modo de vincularse con los demás. Permitía que cada uno conectara con lo que realmente es a través de relaciones auténticas, ya fueran con una pareja, un amigo, un hijo, un maestro, un terapeuta o cualquier persona capaz de demostrar congruencia y autenticidad. Sólo así, sintiéndonos bien con nuestras relaciones, la humanidad podría avanzar hacia un mundo mejor.

Rogers fraguó una psicoterapia que a lo largo de los años causó fascinación en Estados Unidos, y sus ideas le valieron para ser candidato a un Nobel de la Paz.

Relaciones basadas en la autenticidad: la revolución silenciosa de Rogers

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Mafalda, en una de sus frases estrella, se preguntaba: «¿Por qué a mí me tocó ser yo?». Si hacemos la misma reflexión, será difícil llegar a una conclusión. Como mucho, podremos darnos un «porque sí» como respuesta. Si damos un paso más, podríamos cuestionarnos: ¿Cómo me relaciono con los demás? Y también: ¿Desde dónde actúo? ¿Me acepto? ¿Quién soy yo con el otro? ¿Cómo me siento con cada persona con la que convivo o entablo una relación?

A este debate de uno consigo mismo respondía en parte la revolución silenciosa de Carl Rogers. El psicólogo proponía un modo de vincularse con los demás. Permitía que cada uno conectara con lo que realmente es a través de relaciones auténticas, ya fueran con una pareja, un amigo, un hijo, un maestro, un terapeuta o cualquier persona capaz de demostrar congruencia y autenticidad. Sólo así, sintiéndonos bien con nuestras relaciones, la humanidad podría avanzar hacia un mundo mejor.

Rogers fraguó una psicoterapia que a lo largo de los años causó fascinación en Estados Unidos, y sus ideas le valieron para ser candidato a un Nobel de la Paz.

Desde sus inicios, contribuyó a la educación con su enfoque centrado en la persona. Uno de sus héroes era John Dewey, quien creía que la buena educación no debía ser sólo intelectual, sino entregarse totalmente a la experiencia.

Después de muchos años asistiendo a personas, uno de los momentos de mayor reconocimiento le llegó después de la Segunda Guerra Mundial, cuando comenzó a ayudar a militares y lisiados de guerra. Hasta entonces, estos sólo eran atendidos por médicos: nadie se había interesado por cómo se sentían emocionalmente. A raiz de aquello, Rogers fue invitado a Japón para que otros psicólogos conocieran su forma de ayudar.

El humanismo actual recoge aspectos de las teorías de Rogers, así como de otros como Maslow, Erich Fromm, Robert Carkhuff o Victor Frank.

Rogers aportó a esta corriente la tendencia actual que considera que hay un impulso natural, constructivo y optimista hacia la supervivencia y la autorrealización. En una metáfora, la tendencia puede verse como una semilla que de manera natural será árbol. Una frase que debería darnos la fórmula para confiar en nuestra propia transformación positiva.

Enfoque centrado en la persona

Además de informes y artículos, Rogers publicó más de 15 libros. El proceso de convertirse en persona (1961) es uno de los más conocidos. Lo escribió cuando era profesor de psicología y psiquiatría en la Universidad de Wisconsin y se convirtió en la biblia del movimiento humanista de la psicología.

Sus terapias grupales tomaron forma en la obra Grupos de encuentro (1970). En ellas, el terapeuta no era más que una persona que participaba del encuentro para conocer, entender y ayudar al otro.

Rogers afianzó una terapia no directiva donde la figura del facilitador no llevara máscaras psicológicas ni profesionales. El terapeuta se encuentra de igual a igual con su cliente (ni siquiera se denominaba ‘paciente’ puesto que no era una figura pasiva, sino un experto en su propia trayectoria).

La esencia rogeriana se aprecia en que el punto de vista del psicoterapeuta se trata más de una forma de ser frente al cliente que en el mero ejercicio de una profesión. Su psicología se acerca a los problemas de cada individuo y de la humanidad hasta llegar a lo que significa verdaderamente existir como ser humano.

En El poder de la persona (1978), Rogers confía en que los individuos que albergan fortaleza interna para impulsarse y derribar sus defensas pueden cambiar la propia lectura de sus experiencias vitales.

Relaciones basadas en la autenticidad: la revolución silenciosa de Rogers

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Mafalda, en una de sus frases estrella, se preguntaba: «¿Por qué a mí me tocó ser yo?». Si hacemos la misma reflexión, será difícil llegar a una conclusión. Como mucho, podremos darnos un «porque sí» como respuesta. Si damos un paso más, podríamos cuestionarnos: ¿Cómo me relaciono con los demás? Y también: ¿Desde dónde actúo? ¿Me acepto? ¿Quién soy yo con el otro? ¿Cómo me siento con cada persona con la que convivo o entablo una relación?

A este debate de uno consigo mismo respondía en parte la revolución silenciosa de Carl Rogers. El psicólogo proponía un modo de vincularse con los demás. Permitía que cada uno conectara con lo que realmente es a través de relaciones auténticas, ya fueran con una pareja, un amigo, un hijo, un maestro, un terapeuta o cualquier persona capaz de demostrar congruencia y autenticidad. Sólo así, sintiéndonos bien con nuestras relaciones, la humanidad podría avanzar hacia un mundo mejor.

Rogers fraguó una psicoterapia que a lo largo de los años causó fascinación en Estados Unidos, y sus ideas le valieron para ser candidato a un Nobel de la Paz.

Desde sus inicios, contribuyó a la educación con su enfoque centrado en la persona. Uno de sus héroes era John Dewey, quien creía que la buena educación no debía ser sólo intelectual, sino entregarse totalmente a la experiencia.

Después de muchos años asistiendo a personas, uno de los momentos de mayor reconocimiento le llegó después de la Segunda Guerra Mundial, cuando comenzó a ayudar a militares y lisiados de guerra. Hasta entonces, estos sólo eran atendidos por médicos: nadie se había interesado por cómo se sentían emocionalmente. A raiz de aquello, Rogers fue invitado a Japón para que otros psicólogos conocieran su forma de ayudar.

El humanismo actual recoge aspectos de las teorías de Rogers, así como de otros como Maslow, Erich Fromm, Robert Carkhuff o Victor Frank.

Rogers aportó a esta corriente la tendencia actual que considera que hay un impulso natural, constructivo y optimista hacia la supervivencia y la autorrealización. En una metáfora, la tendencia puede verse como una semilla que de manera natural será árbol. Una frase que debería darnos la fórmula para confiar en nuestra propia transformación positiva.

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Enfoque centrado en la persona

Además de informes y artículos, Rogers publicó más de 15 libros. El proceso de convertirse en persona (1961) es uno de los más conocidos. Lo escribió cuando era profesor de psicología y psiquiatría en la Universidad de Wisconsin y se convirtió en la biblia del movimiento humanista de la psicología.

Sus terapias grupales tomaron forma en la obra Grupos de encuentro (1970). En ellas, el terapeuta no era más que una persona que participaba del encuentro para conocer, entender y ayudar al otro.

Rogers afianzó una terapia no directiva donde la figura del facilitador no llevara máscaras psicológicas ni profesionales. El terapeuta se encuentra de igual a igual con su cliente (ni siquiera se denominaba ‘paciente’ puesto que no era una figura pasiva, sino un experto en su propia trayectoria).

La esencia rogeriana se aprecia en que el punto de vista del psicoterapeuta se trata más de una forma de ser frente al cliente que en el mero ejercicio de una profesión. Su psicología se acerca a los problemas de cada individuo y de la humanidad hasta llegar a lo que significa verdaderamente existir como ser humano.

En El poder de la persona (1978), Rogers confía en que los individuos que albergan fortaleza interna para impulsarse y derribar sus defensas pueden cambiar la propia lectura de sus experiencias vitales.

Más allá de los fundamentos teóricos, probablemente el caso práctico o testimonio más comentado sea el de Gloria, en 1964. Hoy se pueden rescatar en YouTube vídeos de tres de los terapeutas más influyentes de la época —Carl Rogers, Fritz Perls (Gestalt) y Albert Ellis (terapia racional-emotiva conductual)— trabajando con la misma cliente.

Gloria accedió de forma voluntaria a 40 minutos de terapia, que sería grabada y publicada, con cada uno de ellos. El tema central de las charlas era la dificultad que le suponía contar a su hija su relación con otros hombres tras divorciarse.

Varios expertos han coincidido en que Rogers dejaba más libertad a su paciente y más espacio a sus silencios; y que mostraba más transparencia para que ella conectara con sus propios emociones y planteamientos.

Durante la sesión, por ejemplo, Gloria necesita que su psicoterapeuta resuelva algunas preguntas que tiene sobre sí misma. En vez de llevarla a tomar una decisión correcta o la más apropiada, Rogers deja que acepte su verdadera esencia. Para Rogers, el mecanismo del cambio no radica en clarificar sus valores y creencias, sino en explorar su verdadero yo. «Convertirse en la persona que uno es y con la capacidad de tomar las decisiones más satisfactorias es la meta máxima de la terapia centrada en el cliente», decía.

Congruencia y empatía genuina

Solemos hablar de la empatía como «ponerse en el lugar del otro», o traducido del inglés, «en los zapatos del otro». Para Rogers esto era insuficiente y superficial. No se puede ser empático si esta empatía no se produce de manera genuina. ¿Qué quiere decir ’empatía genuina’? Significa vivir nuestras relaciones, cualesquiera que sean, siendo nosotros mismos y percibiendo a los otros también por lo que son, con aceptación, sin todos los elementos subjetivos que introducimos en los demás. No sólo es ponerse los zapatos sino los pies del otro. Sería como despojarnos de todo lo que es nuestro y entonces ver cómo son los otros y desde dónde actúan y piensan. Ayudar al otro desde lo que es, a percibirse a sí mismo, a aceptarse y quererse. La premisa de Rogers se contrastó una y otra vez: cuando las personas son aceptadas y apreciadas, tienden a desarrollar cariño hacia sí mismas.

Lo que diferenciaba a Rogers, sobre todo, era que se centraba en la persona y no en el problema: la persona puede tener problemas, pero estos van y vienen. Lo realmente importante es poner el foco en la persona, en su marco de referencia. El resto del mundo desaparecía para él —también su propia historia personal—, se dejaba llevar por aquello que el cliente le decía: si era algo muy duro para él, o si le impactaba, si veía dolor o lágrimas —incluso cuando la persona no llorase por fuera.

Según el cofundador de la psicología humanista, no había metodología: sus interpretaciones, dilucidaciones o reflejos con aclaraciones de lo que decía el cliente, así como muchas de sus pautas en la conversación, no estaban recogidas en ningún manual; aunque con los años su apellido ha dado nombre a una orientación psicológica que hoy día es combinada con otras prácticas como la Gestalt y que se usa para tratamientos de trauma o apego entre otros.

La mirada incondicional al otro, el no juzgar y la autenticidad de la relación con su cliente son las actitudes por las que Rogers abogaba. El propósito de su terapia era escuchar, aceptar y reconocer los sentimientos que el cliente estaba teniendo en ese preciso momento. Esta era una de las condiciones suficientes para construir la personalidad. De hecho, la escucha de Rogers fue comparada con la de Freud. Para autores como Kahn y Kohut, Rogers la convierte no sólo en una herramienta para escuchar sino en una cura terapéutica. Él destierra la posibilidad de confrontación que utilizan los psicoanalistas para llevar a los clientes a ser conscientes de la relación entre sus palabras y su comportamiento.

Cultura y religión en los grupos de encuentro

En los últimos años de su vida, se dedicó a aplicar sus ideas a situaciones políticas y organizó talleres para la resolución de conflictos en Centroamérica. También llevó a cabo workshops y grupos con protestantes y católicos en Belfast; y con blancos y negros en Sudáfrica. «En los grupos, se ven unos a otros como personas, no como aquellos católicos o protestantes malos. Los sentimientos de hostilidad irracional se disuelven», resumió.

En 1982, Rogers publicó un artículo sobre la guerra nuclear y reiteró que «sería muy útil que los políticos de ambos lados de la Cortina de Hierro pudieran expresar sus miedos más profundos sobre el otro lado». Era, dijo, la única esperanza de evitar la Destrucción Mutua Asegurada. En 1984, Rogers lanzó oficialmente el Proyecto de Paz para que culturas e ideologías diferentes entendieran al otro desde una nueva perspectiva, en una campaña que fue apoyada por estrellas de Hollywood.