La esencia del valor es vivir sin engañarnos. Sin embargo, no es fácil observar con sinceridad lo que hacemos. Vernos con claridad es al principio molesto y embarazoso. A medida que aprendemos a vernos con más claridad y a ser leales, empezamos a percibir cosas que preferiríamos negar: nuestra sentenciosidad, mezquindad y arrogancia. No se trata de pecados sino de hábitos temporales de la mente que pueden desaparecer. Cuanto más los conozcamos, más débiles se volverán. Así es como llegamos a confiar en que nuestra naturaleza básica es extremadamente sencilla y carece de la lucha entre el bien y el mal.
Un bodhisattva empieza a hacerse responsable de la dirección que toma su vida. Es como si lleváramos a cuestas un equipaje innecesario. Las enseñanzas nos animan a abrir las maletas y a observar atentamente lo que hemos metido en ellas. Al hacerlo empezamos a comprender que muchas cosas que llevamos ya no las necesitamos.
Hay unas enseñanzas tradicionales que nos apoyan en este proceso: los enemigos cercanos y lejanos de las cuatro cualidades ilimitadas. El enemigo cercano es algo similar a una de estas cuatro cualidades. Sin embargo, en lugar de liberarnos, nos carga más aún. El enemigo lejano es lo opuesto a la cualidad, algo que se interpone en nuestro camino.
El enemigo cercano de la bondad incondicional es el apego. Hay una palabra tibetana, lhenchak, que lo define bien. "Lhenchak" nos indica cómo el amor que fluye libremente puede extraviarse y estancarse. Se enseña que el lhenchak más intenso se da en las tres relaciones siguientes: entre padres e hijos, entre amantes y entre maestros espirituales y discípulos. El Lhenchak se caracteriza por el aferramiento y el sentimentalismo. Es como encerrarnos en la telaraña de nuestras neurosis compartidas. Por naturaleza, inhibe el crecimiento humano. Una relación lhenchak acaba inevitablemente siendo una fuente de irritación y ceguera.
La bondad incondicional es distinta del lhenchak porque no se basa en la necesidad, sino que es un genuino aprecio e interés por el bienestar de otra persona, un respeto por su valor. Amamos a alguien no porque se lo merezca o no, ni porque sea afectuoso con nosotros o deje de serlo, sino por su propio bien. Este amor va más allá de las relaciones que mantenemos con los demás. Cuando amamos incluso a una flor sin caer en el Lhenchak, la percibimos con más claridad y sentimos más ternura por su perfección intríneca.
Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo y Psicoterapeuta.
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