El amor que invita al poder
Para que el amor fluya sobre los rieles del buen amor, ninguno de los dos debe sentir poder sobre el otro, sino que debe contribuir a que el otro alcance el poder en sí mismo.
La realidad, no obstante, es que la pareja se enzarza en luchas de poder que mina su relación. Desde fuera, parece que el hombre es el más fuerte. Sin embargo, muchas mujeres, en su interior se creen mejor que su pareja. No se puede generalizar pero esto sucede a menudo. Y cuando pasa, y escasea entre los dos el genuino respeto, la relación se hace desigual y más competitiva que cooperativa, y se rompe la franqueza y la dicha del vínculo profundo.
Tanto hombres como mujeres podemos tratar de imaginar si seríamos capaces de inclinar la cabeza, suavemente y de corazón y experimentarlo como un gesto de reconocimiento y respeto ante su existencia y su realidad, y no como una humillación o una derrota.
Mirar a la pareja y valorar lo que sientes por la pareja en lo esencial, en lo verdadero de nuestro ser.
Aunque resulte extraño, muchas mujeres se sienten mejores, unas cuentan que son iguales y sólo unas pocas se sienten inferiores. Con los hombres pasa lo contrario. Sólo unos pocos se sienten, en realidad, mejores que su pareja.
En los asuntos esenciales, la madre es la que está presente, por ejemplo, cuidar a un bebé. Quizá por ello destaca en lo laboral, económico y político.
Hasta ahora se nos contaba que a la mujer sólo se les dejaba el poder de los sentimientos, pero es eso precisamente lo que mueve el mundo, incluso el mundo económico y político.
En el libro de Claudio Naranjo:
La mente patriarcal, hace un diagnóstico preciso de los males del mundo: es esa misma mente patriarcal, con sus largos brazos que todo lo infectan -competencia, lucha, imposición, las envidias y todas las pasiones bajan que gobiernan el Yo, la que su pretendida grandeza olvida la verdad esencial de que todos somos uno: padre, madre e hijo, o mente, emoción e instinto, y no en el predominio de una figura sobre las otras.
Si tantas mujeres piensan en su fuero interno que son mejores que los hombres, debamos aceptar que sea verdad. Las mujeres más inteligentes se encargan de que el hombre no noten su grandeza, por no decir su superioridad. La mujer enseña e interpreta al hombre para que el hombre no sea un
analfabeto emocional.
El verdadero poder radica en estar asentado en la realidad de uno mismo, no en sentirse superior a otra persona o en dominará física o psicológicamente. Experimentamos el propio poder cuando nos enraizamos y nos reconocemos en nuestra experiencia real, en cada momento y lugar. Cuando estamos conformes con nuestra realidad, con nuestros sentimientos, problemas, alegrías, vivencias, pensamientos, contradicciones, necesidades. Con nuestro lugar de origen, cultura, familia, con nuestros deseos de cambiar lo que no nos gusta o lo que sentimos como injusticia... Es decir, cuando estamos en sintonía con nuestra propia realidad.
Virginia Satir, en su libro
En contacto íntimo, nos enseña que el genuino poder tiene que ver con la congruencia y con lo que ella llama "las cinco libertades": la libertad de ver y escuchar lo que está aquí en lugar de lo que debería estar, la libertad de sentir lo que siente en lugar de lo que debería sentirse, la libertad de decir lo que uno siente y piensa si lo elige en lugar de impostarse, la libertad de pedir lo que se quiere en lugar de pedir permiso y la libertad de arriesgarse en lugar de optar únicamente por estar seguro.
El poder de la congruencia huye, por tanto, de posiciones de culpabilización, victimismo, hiperracionalidad o pasotismo, que para Satir no dejan de ser lugares de sufrimiento y falso poder en las relaciones íntimas.