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Paz y Ciencia

martes, 27 de junio de 2017

El suicidio según los alienistas

El suicidio sería una afección individual.
Esta es la tesis sostenida por numerosos alienistas. Según Esquirol, "El suicidio tiene todas las características de la enajenación mental". "El hombre sólo atenta contra su vida cuando padece delirios y los suicidas están enajenados".
Partiendo de este principio, el autor concluye que el suicidio involuntario no debería estar penado por la ley.
Falret y Moreau de Tours se expresan en términos casi idénticos. Es verdad que este último hace una indicación sospechosa en el mismo pasaje en el que enuncia la doctrina que suscribe: "¿Debemos considerar que el suicidio es, en todos los casos, el resultado de enajenación mental? Sin pretender resolver esta difícil cuestión nos inclinamos instintivamente hacia la respuesta afirmativa a medida que profundizamos en el estudio de la locura y adquirimos más experiencia  tratando a más enajenados".
En 1845, el doctor Bourdin había sostenido la misma opinión, pero menos moderadamente, en un documento que desde su aparición produjo cierto barullo en el mundo médico.

Émile Durkheim: "El Suicidio". Ed. Akal, 2015. Madrid. Pág.: 28

domingo, 11 de junio de 2017

Locuras Razonantes El delirio de Interpretación

LOCURAS RAZONANTES El Delirio de Interpretación
Paul Sérieux y Joseph Capgras (1909)




En Valladolid tuvo lugar un trabajo que va a continuar. Una nueva colección de libros denominada Biblioteca de los Alienistas del Pisuerga, cuyos responsables son los psiquiatras vallisoletanos Fernando Colina y Ramón Esteban y el psicoanalista de nuestra Escuela, José María Álvarez.
Este primer volumen está dedicado al libro de Paul Sérieux y Joseph Capgras (1909), Las locuras razonantes. El delirio de interpretación. Dedicado a glosar tanto el primer número de esta recién nacida Biblioteca como a la tarea intelectual de los responsables de la misma se dedicó la intervención del conferenciante invitado, el Prof. Dr. Rafael Huertas García-Alejo, investigador del Instituto de Historia de la Ciencia del CSIC.
En la Presentación del libro se destaca: «Por muchas razones, esta monografía constituye uno de los grandes hitos de la psicopatológica psiquiátrica(…). La obra está dedicada a los ‘interpretadores puros’, es decir, a esos sujetos que, sin oír visiones ni oír voces, desvarían pero a la vez manifiestan una extraña articulación entre la locura y la razón que les hace merecedores del calificativo de ‘locos razonantes’(…) Al analizar esta monografía de Sérieux y Capgras desde una perspectiva historiográfica se advierte, antes que nada, el ámbito problemático en el que se sitúa: las relaciones entre la locura y la razón.»

Escuela Lacaniana de Psicoanálisis del Campo Freudiana

viernes, 9 de junio de 2017

Breve Pincelada sobre el Duelo

Hombres tristes, por lo tanto, porque la tristeza del duelo se convierte en la amenaza predominante para quien se entrega a la esperanza y desdeña el culto al ayer que anula todo cambio de futuro.
Así lo entiende el propio Epicuro, "Nada sucederá en todo el tiempo que no haya sucedido en el tiempo infinito ya pasado".
Quien da todo por perdido nada tiene que perder. " No hay esperanza sin temor ni temor sin esperanza", afirmó Spinoza mucho más tarde, guiado por la misma preocupación ante la pérdida y el duelo que la acompaña.

Fernando Colina: "Deseo sobre Deseo"
Un libro muy jugoso, rico en erudición y lectura exigente.

Rodrigo Córdoba Sanz.
Psicólogo Zaragoza
Psicoterapeuta

domingo, 4 de junio de 2017

Maternidad Igualdad Fraternidad -Ibone Olza-



MATERNIDAD IGUALDAD FRATERNIDAD

Entrada del Blog de Ibone Olza. "Maternidad, Igualdad y Fraternidad"... Parece un libro necesario, la conciencia matriarcal empieza a resultar un "sufragio" de lo establecido social y culturalmente. 
"Patricia Merino explica sobre las madres como sujeto político en las sociedades poslaborales"
Rodrigo Córdoba Sanz.

Un padre igualitario pondrá el bienestar de sus hijxs por encima de sus propios deseos e inseguridades y sabrá respetar a la mujer que ha hecho posible su paternidad. El padre verdaderamente igualitario y entrañable es antipatriarcal por definición. No es posible una masculinidad ni una paternidad “nueva” sin haber efectuado el indispensable salto moral, cultural y existencial que supone para un varón renunciar al patriarcado, es decir, aceptar y respetar seriamente que las mujeres tienen derecho a deseos, opiniones y vida propia; que su condición de padre es independiente de su condición de pareja de la madre; y que la maternidad es un privilegio de las mujeres. Si estas convicciones son auténticas, no se alterarán en casos de conflicto: solo cuando un padre es capaz de atravesar una posible ruptura sin dejar de respetar a la madre de sus hijxs , sin instrumentalizar a las criaturas , y absteniéndose de usar los poderes que el sistema patriarcal le brinda contra la madre, se puede afirmar que ese hombre es igualitario; y solo en ese caso la convergencia de paternidad y maternidad es posible sin riesgo de perjuicio para niñxs y madres.
Siempre han existido y seguirán existiendo paternidades amorosas a pesar de la norma hegemónica de la paternidad patriarcal, pero nunca se han logrado a través de instrumentos legales y coactivos.
Patricia Merino
Esta cita de Patricia Merino está extraída de su libro Maternidad, Igualdad y Fraternidad. Me parece un libro importante y necesario, que contribuirá sin duda a visibilizar las profundas contradicciones y dificultades que nuestra sociedad tiene con la maternidad y los cuidados. Sobre todo, el libro ayuda a pensar hacia donde ir, desmontando algunas de las falacias que se aceptan dentro de la corrección política moderna o del supuesto progreso como verdades y que tan dañinas resultan para los más pequeños. Como botón de muestra valga esa de que es lo mismo maternidad y paternidad.
Precisamente la parte del libro dedicada a la paternidad es la que más me ha gustado: consigue explicar y visibilizar temas francamente difíciles como el problema de que la custodia compartida sea impuesta u otros. Creo que permite entender lo importante que es reconocer y nombrar las ncesidades de los más pequeños  en momentos de máxima vulnerabilidad críticos para su desarrollo.
Gracias Patricia Merino por haber escrito este libro. Seguro que no ha sido fácil,  pero sin duda ha merecido la pena. Nos va a servir para imaginar ese mundo mejor por el que tantas personas luchamos y seguir avanzando en su construcción poniendo la vida y sus cuidados en el centro de la política y lo social.

sábado, 3 de junio de 2017

"Disforia de Género" Jose María Álvarez





ENTREVISTA A JOSÉ MARÍA ALVAREZ

 "Disforia de Género".
Se trata de un tema ideológico, no sólo por el contenido acerca de la transexualidad, sino por las supuestas patologías asociadas. 
Rodrigo Córdoba Sanz


……  “En materia sexual muchos de esos cambios se deben a Freud. Lo llamativo, en mi opinión, es que pese a mostrarse un tanto conservador con la cuestión del falo –el famoso falocentrismo freudiano–, en lo tocante a la sexualidad, buena parte de los cambios a los que asistimos hoy día derivan de los descubrimientos que él realizó: en ocasiones inspiran nuevas vías de conocimiento, y otras veces sirven de motivo de crítica, con lo que, se quiera o no, determinan también el rumbo de las investigaciones.”
Contamos en esta ocasión en Tiresias, en la recta final hacia las próximas Jornadas de la ELP, con la palabra de José Mª Álvarez,  miembro de la ELP y de la AMP.
Tiresias: En el marco de las próximas Jornadas de la ELP  trabajaremos, como sabes, acerca de las elecciones de sexo, del registro que va de la norma a la invención. Es un  tema que nos convoca ya que asistimos cada vez más a cambios y alternativas que sin duda afectan o afectarán a nuestra forma de abordar la  clínica. ¿Qué puedes decirnos de estas nuevas alternativas, como  escuchar por ejemplo el llamado -y la llamada de algunas comunidades- al tercer sexo?
JM Álvarez: No sé si el mundo ha cambiado tanto como dicen o si en él coexisten lo inédito y lo de siempre, coexistencia que de existir no debe ser nada fácil a juzgar por el ruido de fondo que produce. Pero sí creo que en materia sexual muchos de esos cambios se deben a Freud. Lo llamativo, en mi opinión, es que pese a mostrarse un tanto conservador con la cuestión del falo –el famoso falocentrismo freudiano–, en lo tocante a la sexualidad, buena parte de los cambios a los que asistimos hoy día derivan de los descubrimientos que él realizó: en ocasiones inspiran nuevas vías de conocimiento, y otras veces sirven de motivo de crítica, con lo que, se quiera o no, determinan también el rumbo de las investigaciones.
Como sabemos, los desarrollos lacanianos a propósito de la sexuación y del goce son tan actuales que incluso marcan tendencia, es decir, que lo que comprobamos a diario en las consultas u observamos en la gente de la calle, le da la razón a Lacan en un hecho sustancial: por lo que parece, cualquier intento de normativizar la cuestión del sexo resulta inaplicable por la sencilla razón de que el goce es autoerótico, y el hecho de que cada quien goce a su manera, hace imposible aplicarle el grillete de la norma. Como analistas, no contribuimos a pergeñar una normativa ni más progresista ni más retrógrada, sino que nos limitamos a respetar la invención de cada uno y tratamos de analizar esas respuestas en función de la inexistencia de un supuesto prototipo de la relación sexual.
Esta particularidad del goce determina además la proliferación de nombres con los que hoy día se pretende asignar una identidad a las formas de gozar, uno de cuyos últimos intentos corresponde a las siglas BDSM, con las que se intenta agrupar cierto tipo de prácticas y fantasías sexuales poco habituales. Con anterioridad a estos intentos de nominación e identificación, los estudios de género, mediante el énfasis puesto en la construcción social, contribuyeron a cuestionar la norma de las relaciones heterosexuales y el coito como fin por excelencia. En este contexto surge el llamado “tercer sexo” o “tercer género”, cuyo ámbito semántico es amplio pues alude tanto a estado intermedio entre hombres y mujeres o un estado en el que se es ambos, como a un estado en el que no se es ninguno o se cambia de uno a otro, o se considera incluso una categoría aparte de lo masculino y lo femenino. Es ésta última acepción la que algunos consideran más apropiada para la denominación “tercer sexo”.
Esta pléyade de nombres e intentos de identificación, esta proliferación de categorías y en su caso de diagnósticos, muestra a las claras de qué manera en materia sexual cunde el malestar y resalta hasta qué punto la opacidad del goce se escapa, como agua entre las manos, a cualquier norma o clasificación.
Por último, es necesario mencionar la contribución que aporta a las elecciones del sexo la endocrinología moderna y la actual cirugía, así como el acceso a ese tipo de prestaciones por cuenta de la Seguridad Social.
Pero la transformación mediante la castración no es algo reciente. Describe Luciano de Samóstata la historia de amor no correspondido y trágico entre Estratónice y Cambabo. Entre los elementos referidos en la narración de esa leyenda se puede leer la castración a la que fue sometido Cambabo para evitar su unión con Estratónice. Este hecho no es único, ni mucho menos. En la época de Imperio se pueden leer breves menciones a la práctica de la castración en hombres, un tipo de castración que no estaba motivada por algún castigo. Estos hombre mudados en mujeres se vestían con ropas femeninas y se ocupaban de actividades tradicionalmente asignadas a las mujeres.
Desde el punto de vista sanitario, por fortuna estamos muy lejos de la época de Luciano. Pero la diferencia más notoria no se refiere al progreso de la Medicina, sino que radica en el aumento de demandas de ese tipo de intervenciones, aspecto sobre la que volveré más adelante.
 Tiresias: “No es la duda lo que vuelve locos a los hombres, sino la certeza” es una frase de  Nietzsche que  resuena en la teoría de las psicosis de Lacan y  que nos ubica, en rasgos generales,  en la locura del lado de la certeza y en la neurosis  con relación a la duda. Desde esta  premisa, ¿qué podríamos pensar de los sujetos que se dicen absolutamente seguros, con certeza, que son mujeres atrapadas en un cuerpo de hombre, como ocurre con muchos sujetos transexuales? ¿Cómo abordar esto desde la clínica?
JM Álvarez: La frase de Nietzsche pertenece a la autobiografía Ecce Homo, escrita en su periodo de locura álgida, de ahí que supiera bien lo que decía. Tendemos a pensar, sobre todo si el Seminario de Lacan dedicado a Schreber nos ha calado, que la certeza es lo más característico de la experiencia psicótica. Este elemento está presente en la mayoría de las caracterizaciones de la locura que realizaran los clásicos de la psicopatología. Pero Lacan en ese seminario asimila la neurosis a la pregunta –distinta en el caso del histérico y del obsesivo– y la psicosis a la respuesta, una respuesta que se da antes de que la pregunte se formule. Más allá del sustrato argumental que no viene ahora al caso, como imagen esta comparación es fabulosa.
Siempre que se la defina adecuadamente, la certeza, en mi opinión, es consustancial a la locura, por lo que no hay una sin la otra. Desde luego que los psicóticos también dudan. Eso nadie lo pone en cuestión. Dudan, como es natural, sobre cosas colaterales al corazón de su locura. Pero en lo tocante a su núcleo, la densidad de la verdad y del saber contenido en la certeza es distinta de la idea sobrevalorada, del fanatismo, de la estupidez o de raciocinio más acendrado. La certeza de la que hablan los psicóticos no sólo tiene un espesor especial que la distingue de las creencias o de las opiniones, sino que desempeña un papel crucial en el destino vital, organiza asimismo la forma de conducirse por el mundo y determina la mayor parte de las actividades cotidianas. Además de esa densidad tan llamativa que posee y del determinismo inexorable que impone, la certeza propia del loco suele apartarle del lazo social y condenarlo a una soledad radical. Pese a sus inconvenientes, como el pecio al que el náufrago se agarra en medio del océano, el loco se abraza a su certeza y la mantiene como el saber más auténtico e indeleble, como la verdad por excelencia de la que le daría vértigo dudar. Porque la certeza es necesaria para la locura, de ahí que cuando se pierde o se nubla, el sujeto cae en la perplejidad o en la melancolía. Y cuando se recupera y el sujeto vuelve a abrazarla, a veces dice entusiasmado: “Eureka, lo encontré”.
Como decía, quizá la certeza sea la experiencia más genuina de la locura, siempre y cuando se añada que esa certeza le inhabilita para el lazo social y le conduce inexorablemente a la soledad más absoluta. Si la certeza pudiera llegar a compartirse y contribuyera a facilitar la amistad y las relaciones, entonces locura y certeza no serían términos equivalentes. En ese caso convendría revisar qué entendemos por certeza, no vayamos a equivocarla con creencias o ideas sobrevaloradas.
Tan loca es la certeza sobre el sexo, la identidad sexual o la discordancia con respecto al género, como lo es la certeza sobre Dios, la familia o el psicoanálisis. Porque en la experiencia de la certeza no importa cuál sea el objeto sobre el que se cierne, sino que importan tres aspectos característicos:  en primer lugar, los relativos al saber incuestionable y a la verdad necesaria; en segundo lugar, los referidos al papel central que desempeña en la vida del loco; en tercer lugar, puesto que es una verdad incompartible, lo tocante a la exclusión de las relaciones a las que indefectiblemente aboca. Estas características pueden servirnos de guía en la clínica cotidiana, aunque el diagnóstico resulta a menudo bastante complejo y laborioso en aquellos casos en que la certeza coincide con la realidad, y aún más en aquellos otros que están cubiertos de una morralla de fenómenos obsesivos.
La locura puede ser ruidosa o silenciosa, común o estrambótica, discreta o llamativa, normalizada o enloquecida. Tan loca es una certeza que coincide con la realidad como otra que es extraña. Enfatizo esto para señalar la hipernormalidad con la que suelen presentarse muchos pacientes que solicitan informes para cambio de sexo. Desde luego, como más tarde mostraré, esa hipernormalidad es a veces cultivada, quiero decir que algunos solicitantes han aprendido muy bien el papel que deben representar para conseguir lo que vienen  a buscar.
  Tiresias: El significante transexual es bastante joven,  ¿cómo surge en la historia de la clínica psiquiátrica?
JM Álvarez: Cualquier pregunta respecto a la historia de la locura o de las alteraciones psíquicas debe tener presente que el interés médico-psicológico por este tipo de perturbaciones es relativamente reciente, de ahí que a veces no sepamos muy bien si eso no existía o simplemente no se recogía en los documentos. Por otra parte, aun cuando la historiografía pudiera asegurar que tal o cual desarreglo se dio en determinado contexto y periodo histórico, caeríamos en el error si pensáramos que su valor clínico y su significación social es la misma que se le asigna hoy día. Por tanto, en esta materia debemos movernos con cierta cautela cuando franqueamos los límites del siglo XIX hacia atrás.   Aunque la cuestión de la transexualidad se pierda, quizás, en la noche de los tiempos, en lo tocante a la historia de la psicopatología, las referencias al transexualismo y al travestismo fueron escasas durante el siglo XIX y primeras décadas del XX. Las menciono juntas, en principio, porque durante años se confundieron o no se diferenciaron. Citaré algunas de las más conocidas. La primera proviene de Esquirol y está publicada en su libro recopilatorio sobre las enfermedades mentales, titulado Des maladies mentales considérées sous les rapports, hygiénique et médico-légal y publicado en 1838. Se trata del caso de un hombre que se siente mujer y que padece, según Esquirol, una “inversion génitale”. Este autor lo considera un monomaniaco, lo que en su terminología quiere decir que razona perfectamente en todo lo que está fuera del epicentro de esa convicción.
Mucho más interesante son las dos descripciones que realizara Richard von Krafft-Ebing en su Psychopathia sexualis, obra amplísima que fue completada en los años veinte por el psiquiatra alemán Albert Moll. En esta obra se insiste en el “extraordinario deseo” que muestran algunos hombres por convertirse en mujeres, intenso deseo que les lleva a transformar no sólo las ideas y los sentimientos, sino también las sensaciones del cuerpo. La observación 354 presenta el caso de un hombre que se siente mujer. El valor documental de este texto, que por lo demás se nutre de un relato autobiográfico, no tiene parangón, en mi opinión, en esta materia. La observación 355 muestra el caso de una mujer que se siente hombre. Ambos tienen en común una “metamorfosis” (“una extraña transformación en todo su ser”, escribe Kraff-Ebing) que les sobrevienen durante una crisis típicamente psicótica. Abundante en manifestaciones locas, esta “metamorfosis sexual paranoica”, según califica el autor al primero de los dos casos, nos recuerda notablemente el  “pousse-à-la-femme” de Paul Schreber: “Entonces sentí de pronto un cambio en mí –escribe el protagonista de la observación 354–, y me creí cercano a la muerte; salté con mis últimas fuerzas del baño, pero había sentido una libido exactamente de mujer (…) ¿Pero quién podría describir mi espanto, cuando a la mañana siguiente, al despertarme, me sentí completamente transformado en mujer y que al andar o estar de pie, tenía la sensación de tener vagina y senos?”.  Cito con cierta abundancia las palabras de este paciente porque esa experiencia psicótica de transmutación sexual, acompañada de alucinaciones auditivas y cenestésicas, contrasta con numerosos casos de transexualismo que atendemos hoy día, en muchos de los cuales apenas se perciben signos evidentes de psicosis.
Pero los casos de transexualismo eran muy escasos y apenas se hayan referencias en la literatura especializada. Uno de ellos puede encontrarse en The Sexual History of the World War (1930), de Magnus Hirschfeld, En ella, este médico berlinés informa de una joven que trató de alistarse en el ejército alemán para participar en la Gran Guerra. Después de algunos intentos infructuosos, Hirschfeld la examinó y la declaró “un hombre psicológico”, con lo que se le abrieron las puertas del ejercito y sirvió como soldado masculino, convirtiéndose en un excelente combatiente. Hirschfeld, uno de los nombres ilustres de la historia de la sexología, desarrolló la teoría del tercer sexo, intermedio entre varón y mujer.
Seguramente el término ‘transexual’ proviene del artículo “Psychopathia Transexualis”, que D. O. Cauldwell publicó en 1949 en la revista Sexology (vol. 16, pp. 274-280). En este texto se refiere a esos casos inusuales de personas que desean pertenecer al sexo que no es el suyo, como Earl, el caso que le da pie a su descripción. En ese momento, tal como anota Cauldwell, los casos de transexualismo eran muy escasos en la práctica y en la literatura especializada. En la década de los cincuenta, los términos “transexual” y “trasexualismo” se fueron paulatinamente extendiendo entre los especialistas, sobre todo gracias a las obras de Harry Benjamin (El fenómeno transexual, 1966) y de Robert Stoller (Sexo y género, 1968).
 Tiresias: ¿Qué nos puedes decir de las posiciones de la psiquiatría, que resuelve estas certezas con la negación o directamente con la intervención quirúrgica eludiendo  la mayoría de las veces al sujeto?
 JM Álvarez: Desde hace poco más de un año me ocupo, en el marco del trabajo hospitalario, de informar del estado psicopatológico de los solicitantes de cambio de sexo. En nuestra Comunidad, según el protocolo de atención sanitaria, las personas afectadas de “disforia de género” –es la nueva categoría del DSM-V en la que se incluye a quienes experimentan una marcada incongruencia entre el género experimentado/expresado y el género asignado, incongruencia que debe darse durante al menos seis meses–, esas personas, decía, “necesitan un término diagnóstico que permita su acceso a la atención sanitaria y no sea usado para estigmatizar a la persona en el ámbito social, laboral o legal”. Pues bien, quien solicita ese cambio debe pasar previamente por Salud Mental, de cuyo informe favorable depende el acceso al tratamiento hormonal y más tarde, si así lo confirma el sujeto, a la cirugía.
Este tipo de decisiones no son precisamente las más gratas de mi jornada laboral. Sabemos que algunos sujetos enloquecen en el proceso o después de haber culminado el cambio de sexo. Sabemos también que otros se intentan matar (algunos seguramente lo consiguen) cuando se les cierra las puertas al tratamiento hormonal y a la cirugía. Por otra parte, también sabemos que algunos sujetos que han culminado el cambio permanecen estables, sin crisis, sin contratiempos reseñables durante los años que podemos seguirles.
Mi experiencia en este asunto es escasa, por tanto todo lo que diga no tiene más valor que la mera opinión. Decir que todos los transexuales son psicóticos, cosa que se escucha a menudo en determinados lugares, no aporta gran cosa, ni siquiera aunque eso fuera cierto. Las afirmaciones tan categóricas me dan repelús, más aún cuando tienen vocación universalista. No sé si puede elevar al rango de signo patognomónico de psicosis el transexualismo. No estoy seguro.
Hasta donde sé, podría repartir, sin ánimo de hacer ninguna clasificación, entre varios tipos a los transexuales con los que trato habitualmente. En primer lugar, el sujeto “hipernormal”, que de tan normal llama la atención. No se advierte en él ninguna discontinuidad, crisis, desencadenamiento, desanudamiento, llamémoslo como queramos, nada que indique una ruptura en su acontecer vital. Según dicen, desde siempre viven en un cuerpo que no se corresponde con ellos mismos. A uno de ellos sólo le he visto angustiado cuando se demoraba la posibilidad de iniciar el tratamiento hormonal. Cuando hablo con estos sujetos tengo la impresión de que en el transexualismo han encontrado un equilibrio mucho más potente que cualquier otro, sea delirante, fóbico, obsesivo o el que sea. Tengo curiosidad por saber cómo les irá dentro de diez años, por ejemplo.
Contrasta con este primer tipo el de los psicóticos fácilmente reconocibles. Por lo general han llevado una vida dura y marginal, con abuso de drogas y comercio sexual, etc. En estos casos, el empuje a la mujer no ha servido para reequilibrar la psicosis. Tampoco hay garantía alguna de que las hormonas o el bisturí les sirvan para algo; más bien al contrario.
Otro tipo bien caracterizado es el que presenta a sujetos que han sufrido un breve desencadenamiento, brevísimo, instantáneo a veces, e inmediatamente se ha rehecho con el proyecto de transformación en otro sexo. Se trata de sujetos más inestables, en esto distintos a los hipernormales, que han sufrido en la infancia algún tipo de abuso. Hace poco me decía alguien en la consulta que, cuando era niña, había sido violada y en ese momento pensó que si fuera chico, eso no le pasaría. Cuando el violador la dejó libre, fue a casa y lo primero que le dijo a su madre fue que quería tener “un pito”. Estos casos son muy delicados a la hora de prever qué será de ellos cuando avance la transformación.
El último tipo incluye a algunos sujetos que, cuando rascas un poco, se revela una patología importante. A partir de cierto momento tuvieron una revelación o iluminación, o cayeron en la cuenta de pronto de que sus malestares anteriores estaban provocados porque viven en un cuerpo que no se corresponde con ellos mismos. La particularidad de este último tipo es que cuando, sea por lo que sea, se les niega la posibilidad de la realización transexual, entonces intentan matarse. A veces sólo ese hecho llama la atención y hay que dar muchos rodeos para averiguar a qué se debió tal intento de suicidio, cosa que no siempre se logra a la primera ni a la cuarta.
Desde luego que si con un tratamiento por la palabra se puede evitar el paso por el quirófano, siempre se opta la palabra. Pero la locura es muy brava y no siempre lo simbólico atempera esa furia autodestructiva y gozosa.
A mí la cuestión del transexualismo me hace ver la locura más como una solución que como una enfermedad. Es cierto que hay que estar bastante chiflado para acogerse a una solución de ese tipo, tan radical. Pero el caso es que a veces funciona. La cuestión es saber cuándo puede funcionar y cuándo no. Mejor dicho, a quién le puede funcionar y a quién no.


Hemos leído Sobre la Locura



Hemos leído: Sobre la locura, de Fernando Colina


Un texto introductorio-valorativo del excelente libro de Fernando Colina ("Sobre la Locura"). Un erudito que requiere una lectura atenta, con lápiz en mano, exigente y placentera. Rodrigo Córdoba Sanz
HEMOS LEÍDO… (texto a cargo de Pablo Molina González)
Sobre la locura” de Fernando Colina
“Sobre la locura” puede ser un libro que asuste, a cada lector desde una esquina diferente. Sin embargo, pasado ese susto inicial, creemos que el libro es una exhortación tranquila a hacer. A hacer de otro modo con la locura. A hacer también con algo de locura, “sin pragmatismo ni evidencia”, tratando de acortar distancias con ella, tanto racionales como físicas.
Y no es sólo una invitación a hacer en la intimidad de cada uno con el loco, o sea, de puertas para adentro de la consulta, porque “desgraciadamente, nuestra tarea clínica no se desarrolla en un ambiente aséptico y recogido, a solas entre el loco y el alienista, sino que siempre se interfieren la familia y la sociedad”.
Por eso, todo el libro está atravesado de una militancia decidida contra el discurso científico y biomédico de la locura, que es el que impera, el que está siempre ya ahí, el que subyace cuando alguien se declara imparcial, el que educa en la enfermedad. Ese que con tanto beneficio nos han vendido y, tan cómodamente (pero no sin consecuencias), hemos comprado. El discurso que dice seguir a Kraepelin, psiquiatra que “encontraba una gran ventaja clínica en no entender la lengua de los enfermos”. El discurso del “sujeto cerebral” y el “control químico”.
Pero tampoco es sólo este “Sobre la locura” una nueva propedéutica que vuelva a tratar de mantener a raya, a arrinconar (para fácil manejo), a la locura en otro lugar radicalmente otro y opuesto al de normalidad. Sino que el libro, siguiendo la advertencia o el pliegue foucaltiano que interpreta la historia como “aquello que nos aleja de nosotros mismos”, se acerca, con sus teorías preferidas pero deponibles, a la “rebeldía” y deslumbrante clarividencia del loco. Loco que, desde esta perspectiva, “representa una indagación sabia sobre los límites del hombre y su verdad”, “pues la angustia del loco no apunta tanto a los riesgos del individuo como a las amenazas que acechan a la humanidad”.
Tirando de esto, “hoy podemos llamar esquizofrenia a las consecuencias que experimentan algunos desafortunados ante la abertura excesiva de esa grieta contemporánea que define nuestro tiempo”. Grieta, herida o yaga de nuestras entretelas de cuyos cambios a lo largo de las épocas trata de hacerse cargo esa disciplina llamada historia de la subjetividad, que Colina frecuenta y hace comparecer como radio fundamental del mapa circunferencial que este libro es. Herida que, como dice uno de esos humoristas que suspenden el sentido, quizás sea más grande que los cuerpos que la albergan. Naufrago o exiliado del lenguaje, el loco, “provisto con una linterna en sus manos” como acertó a decir Nietzsche, nos alumbra esa herida que es nuestro sustrato, nuestro fondo, y nos compete, queramos o no. El loco habita de forma imposible esa herida que es su único mundo, salvo que lo decore y adecente (con escaso margen de mejora) con el brutal trabajo delirante.
Radicalmente inefable por ser siempre sin lenguaje, “soy un completo abismo” es todo lo que pudo decir Artaud, esta geografía que enclava al loco puede ser representada como un “paisaje árido y mudo”, del que el cielo se aleja cada vez más en la modernidad, y del que “se arrancan las pulsiones que arrasan la conciencia del psicótico con su estrépito horrísono y su sobrecogedora indistinción de vida y muerte”. Mirando allí, quedamos advertidos que sin los señuelos del deseo (que son el abuso que el lenguaje permite y exige, y del que los locos quedan excluidos), sin ellos, esa es nuestra verdad y el mundo al que nos acercamos peligrosamente.
Y se nos adelgaza el deseo cuando sólo nos limitamos a ser hombres “biológicos y económicos”, pasivos y de gozoso consumismo. Remendones del deseo, tejamos malla simbólica que lo sostenga y lo ascienda, que llegue al cielo y lo retenga, para que el horizonte no se siga abriendo y desdibujando.
Ni la violencia insoslayable de esos lugares simbólicos (llámense familia, trabajo o sociedad), ni el poder que siempre acarrean los discurso que podamos realizar desde su interior, nos eximen de tomarlos a cargo cada vez, de hacer y desear, de remover espacio y tiempo, cielo y tierra. Hay que asaltarlos y delirar, quizá llevar a cabo una revolución.
En el libro no se escamotean la violencia ni el poder, se los atiende bien, como a los locos, como a nosotros mismos, véase, tendiendo idealmente a la libertad y midiendo cada vez las distancias.
Se nos recuerda que la trampa que dispone el mal clínico consiste en ofrecer una única opción, casi siempre farmacológica, y si el loco no la coge, esperar. Esperar altivo o condescendiente, relamiéndose, sabiendo que tarde o temprano, con el rabo entre las piernas, descompensado, el loco volverá, dándole la razón y suplicando perdón y pastilla. Dejarnos arrastrar también es caer en esa trampa, aceptar la única opción propuesta de mercancía y nada. Y entonces, cada vez más adictos, deprimidos, impulsivos e hiperactivos, viviremos hacinados y pobres en el estrecho límite entre las psicosis y lo otro.
Y esperemos que entonces el loco sume una risa más a las que le salen a Colina en este “Sobre la locura”: la de reírse de todos los que se le acercan por no usar y abusar de aquello que debían y que a él siempre le estuvo vedado.
“Tan interesante como es el cazador Gracchus –ése es mi convencimiento y ninguna adulación -, no hay tiempo para pensar en él, de informarse acerca de él, más aún, no hay ni siquiera tiempo para preocuparse de él. Tal vez en el momento de la muerte, como el de Hamburgo, eso no lo sé. Quizás agonizando en la cama ese hombre laborioso tuvo por vez primera tiempo para estirarse y dedicar algunos de sus ociosos pensamientos al verde cazador Gracchus. En otro caso, como ya he dicho: yo no sabía nada de ti, estaba aquí, en el puerto, por asuntos de negocios, vi la barca, la pasarela estaba dispuesta y pasé por ella. Pero ahora quisiera saber algo de ti”. (Del relato “El cazador Gracchus” de Kafka).