El verdadero desastre humanitario
Desde el origen de las civilizaciones patriarcales, los seres humanos hemos creído que la vida es una lucha y que hay enemigos por doquier. Así hemos organizado innumerables guerras y catástrofes, con el propósito de dominar al otro y salvarnos. ¿Cuál es la raíz de todo este malentendido milenario? El miedo. ¿Y como se establece el miedo? Se instauró durante nuestras infancias, por no habernos sentido suficientemente amados ni protegidos.
El miedo es una emoción útil -en muchos casos- pero en otros, nos deja completamente infantilizados, sin criterio y expuestos a manipulaciones y engaños. Justamente porque nos remite automáticamente a experiencias primarias.
En la actualidad, la circulación instantánea de la información, facilita los engaños colectivos, que enraízan en la falta de sentido común que arrastramos desde tiempos remotos.
¿Qué pasaría si cada día, en los diarios de todo el mundo, se publicaran las cifras de muertes por enfermedades? Cada año mueren 60.000.000 de seres humanos en nuestro Planeta Tierra. Casi 10.000.000 de cáncer. Alrededor de 20.000.000 de enfermedades cardiovasculares. Otros tantos por diabetes, obesidad y complicaciones vinculadas. Casi todos estamos enfermos, aunque muchos no nos morimos en seguida. ¿Es una catástrofe? Sí, claro. Señal de que estamos viviendo mal, contaminando el planeta e intoxicándonos todos nosotros con alimentos basura, harinas, azúcar, lácteos, fármacos, drogas, alcohol, rabia y malestar.
Entiendo que ese es el verdadero desastre humanitario que tenemos que atender, aunque no está en las primeras planas de los periódicos. Tenemos que cambiar radicalmente de paradigma. Comer distinto, usar otros sistemas de medicina, educar distinto, vincularnos distinto, informarnos distinto. No resolveremos ninguna pandemia aislándonos ni confinándonos en nuestros hogares, sino por el contrario, a través de la cooperación social, porque esa es -y ha sido- la llave de la prosperidad. Necesitamos recuperar la confianza en nuestra comunidad a diferencia de lo que estamos haciendo ahora: considerando a nuestros vecinos como enemigos potenciales que van a hacernos daño.
Los virus no son peligrosos. Somos nosotros quienes estamos dramáticamente disminuidos inmunológicamente. La buena noticia es que podemos cambiar hacia una vida más equilibrada, depurando nuestro organismo de toda la toxicidad acumulada y restableciendo el orden físico y espiritual.
Las medidas gubernamentales actúan desde el mismo miedo y la misma falta de conciencia que la población. Estamos constatando que -como consecuencia del encierro- vamos a estar todos un poco más enfermos. Porque la vida social es saludable. Trabajar y movernos es saludable. Tener proyectos de vida es saludable. Circular en libertad es saludable. Divertirse es saludable. Compartir es saludable.
El miedo provoca incluso que dispongamos algo insólito y digno de un mundo que está patas para arriba: tenemos prisioneros a los niños. Paradójicamente, los perros gozan del derecho de pasear por las calles. Los niños son seres en movimiento y los adultos somos responsables por su bienestar. Por eso, en estos momentos de tanta restricción, es urgente que encontremos recursos creativos para que corran, salten, trepen y se expresen; antes de que se debiliten por hacinamiento o falta de estímulo físico. También es imprescindible -ahora más que nunca- nutrirlos con alimentos fisiológicos, y obviamente, con toda nuestra capacidad para amarlos en la forma en la que ellos lo reclaman.
Esta es una oportunidad para cambiar en serio. Hemos nacido en equilibrio y es hora de honrar nuestra salud. No es necesario luchar contra nada. Al contrario, se trata de recuperar nuestra armonía original.
Laura Gutman
El miedo es una emoción útil -en muchos casos- pero en otros, nos deja completamente infantilizados, sin criterio y expuestos a manipulaciones y engaños. Justamente porque nos remite automáticamente a experiencias primarias.
En la actualidad, la circulación instantánea de la información, facilita los engaños colectivos, que enraízan en la falta de sentido común que arrastramos desde tiempos remotos.
¿Qué pasaría si cada día, en los diarios de todo el mundo, se publicaran las cifras de muertes por enfermedades? Cada año mueren 60.000.000 de seres humanos en nuestro Planeta Tierra. Casi 10.000.000 de cáncer. Alrededor de 20.000.000 de enfermedades cardiovasculares. Otros tantos por diabetes, obesidad y complicaciones vinculadas. Casi todos estamos enfermos, aunque muchos no nos morimos en seguida. ¿Es una catástrofe? Sí, claro. Señal de que estamos viviendo mal, contaminando el planeta e intoxicándonos todos nosotros con alimentos basura, harinas, azúcar, lácteos, fármacos, drogas, alcohol, rabia y malestar.
Entiendo que ese es el verdadero desastre humanitario que tenemos que atender, aunque no está en las primeras planas de los periódicos. Tenemos que cambiar radicalmente de paradigma. Comer distinto, usar otros sistemas de medicina, educar distinto, vincularnos distinto, informarnos distinto. No resolveremos ninguna pandemia aislándonos ni confinándonos en nuestros hogares, sino por el contrario, a través de la cooperación social, porque esa es -y ha sido- la llave de la prosperidad. Necesitamos recuperar la confianza en nuestra comunidad a diferencia de lo que estamos haciendo ahora: considerando a nuestros vecinos como enemigos potenciales que van a hacernos daño.
Los virus no son peligrosos. Somos nosotros quienes estamos dramáticamente disminuidos inmunológicamente. La buena noticia es que podemos cambiar hacia una vida más equilibrada, depurando nuestro organismo de toda la toxicidad acumulada y restableciendo el orden físico y espiritual.
Las medidas gubernamentales actúan desde el mismo miedo y la misma falta de conciencia que la población. Estamos constatando que -como consecuencia del encierro- vamos a estar todos un poco más enfermos. Porque la vida social es saludable. Trabajar y movernos es saludable. Tener proyectos de vida es saludable. Circular en libertad es saludable. Divertirse es saludable. Compartir es saludable.
El miedo provoca incluso que dispongamos algo insólito y digno de un mundo que está patas para arriba: tenemos prisioneros a los niños. Paradójicamente, los perros gozan del derecho de pasear por las calles. Los niños son seres en movimiento y los adultos somos responsables por su bienestar. Por eso, en estos momentos de tanta restricción, es urgente que encontremos recursos creativos para que corran, salten, trepen y se expresen; antes de que se debiliten por hacinamiento o falta de estímulo físico. También es imprescindible -ahora más que nunca- nutrirlos con alimentos fisiológicos, y obviamente, con toda nuestra capacidad para amarlos en la forma en la que ellos lo reclaman.
Esta es una oportunidad para cambiar en serio. Hemos nacido en equilibrio y es hora de honrar nuestra salud. No es necesario luchar contra nada. Al contrario, se trata de recuperar nuestra armonía original.
Laura Gutman