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Paz y Ciencia

lunes, 23 de noviembre de 2015

Salvaguardas, deriva institucional e industrias farmacéuticas

“Salvaguardas, deriva institucional e industrias farmacéuticas”


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“Los tristes tienen dos motivos para estarlo: ignoran o esperan” (Albert Camus. El donjuanismo)
La innovación farmacológica y tecnológica -gracias al debilitamiento del entramado ético, político, legal, investigador, académico, profesional y comercial que tenía que establecer sus reglas de funcionamiento- se ha convertido en un gran fracaso social. La medicina como institución está en riesgo de convertirse también en un gran fracaso si no es capaz de tomar el timón. Las industrias farmacéuticas, respondiendo únicamente a su imperativo comercial y olvidando la alianza moral en la que se fundamenta la institución médica, han priorizado el beneficio económico sobre cualquier otra consideración, incluso sobre la salud y seguridad de los pacientes.
Los fines de las organizaciones dedicadas al desarrollo de nuevos medicamentos y tecnologías ya no coinciden con los fines de la medicina pero la inmensa mayoría de las instituciones y profesionales sanitarios siguen irresponsablemente ajenos a esta aplastante realidad y “no ven el elefante en la habitación”. Las industrias farmacéuticas con la suicida apuesta por fundamentar su negocio en el marketing y no en las necesidades, han introducido de manera masiva incentivos y sesgos que atentan contra el interés primordial de la institución y de la sociedad, corrompiendo y manipulando en el camino los procesos de generación, difusión, síntesis y aplicación del conocimiento médico.
La pasada semana se publicó en la revista Actualización en Medicina de Familia (AMF) el artículo “Salvaguardas, deriva institucional e industria farmacéuticas”  (Salvaguardas pdf AMF) en el que el actual presidente de NoGracias (Abel Novoa) y dos de sus fundadores (Juan Gérvas y Carlos Ponte) analizan la gravísima situación en la que este “cambio climático” ha dejado a la medicina. El texto intenta señalar responsabilidades y no buscar culpables aportando algunas claves para superar la crisis desde los valores que deben presidir las instituciones democráticas (transparencia, rendición de cuentas y declaración de conflictos de interés) y sanitarias (compromiso con los pacientes y la sociedad, ayudar, no hacer daño y distribuir de manera equitativa los bienes clínicos que son un común o pro-común).
Parafraseando a Camus, la derrota de una institución no juzga las circunstancias sino a ella misma.
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viernes, 20 de noviembre de 2015

Poder y Subjetividad: las formas actuales de control

Poder y subjetividad: las formas actuales de control

Editorial de Revista Topía n°75 Noviembre/2015
En este número nuestra revista cumple 25 años. De allí que quiero recorrer algunas ideas que fueron apareciendo como notas editoriales durante estos años referidas a los procesos de subjetivación en la actualidad de nuestra cultura.
En el editorial del primer número señalaba: “El hecho de iniciar una publicación que dé cuenta de la teoría y la práctica del psicoanálisis juntamente con el análisis de los problemas que presenta la actualidad de nuestra cultura, es porque pensamos que no es posible entender las crisis individuales, familiares o institucionales por fuera de una cultura que también esta en crisis.” Esto implica una toma de posición en relación a entender que la subjetividad se construye en la intersubjetividad en el interior de una cultura. Dicho de otra manera, la singularidad da cuenta de simbolizaciones que son histórico-sociales. Lo singular lo entendemos desde un plural: cuando nacemos somos singulares en potencia ya que necesitamos de un Primer otro para que nos encontremos con otros otros.
Esta perspectiva va a contramano de algunos espacios intelectuales académicos y no académicos donde predominan las teorías “post”: lo postestructuralista, lo postmarxista, lo postcapitalista, la postpolítica. Allí todo se transforma en un análisis de discurso donde no hay sujeto. Solo desorden lingüístico y predominio de lo imaginario donde la sociedad y el sujeto son entendidos solamente como pura representación. Desde allí la subjetividad tiene una relación de extraterritorialidad con las contingentes formaciones histórico-sociales. Como lo interpretan aquellos que abrevan en las diferentes corrientes del psicoanálisis estructuralista.

UNO / La corposubjetividad

El concepto de corposubjetividad me permite apropiarme de la ontología spinoziana y del modelo pulsional freudiano para entender la subjetividad desde una conceptualización que plantea una ruptura con la idea de algo interior opuesto a un mundo de pura exterioridad. Es decir, reducir la subjetividad como sinónimo de aparato psíquico.
Lo singular lo entendemos desde un plural: cuando nacemos somos singulares en potencia ya que necesitamos de un Primer otro para que nos encontremos con otros otros
La corposubjetividad alude a un sujeto que constituye su subjetividad desde diferentes cuerpos. El cuerpo orgánico; el cuerpo erógeno; el cuerpo pulsional; el cuerpo social y político; el cuerpo imaginario; el cuerpo simbólico. Cuerpos que a lo largo de la vida componen espacios cuyos anudamientos dan cuenta de los procesos de subjetivación. En este sentido, definimos el cuerpo como el espacio que constituye la subjetividad del sujeto. Por ello, el cuerpo como metáfora de la subjetividad se dejará aprehender al transformar el espacio real en una extensión del espacio psíquico. Desde aquí hablamos de corposubjetividad donde se establece el anudamiento de tres espacios (psíquico, orgánico y cultural) que tienen leyes específicas al constituirse en aparatos productores de subjetividad: el aparato psíquico, con las leyes del proceso primario y secundario; el aparato orgánico, con las leyes de la físico-química y la anátomo-fisiología; el aparato cultural, con las leyes económicas, políticas y sociales.
De esta manera entendemos que toda producción de subjetividad es corporal en el interior de una determinada organización histórico-social. Es decir, toda subjetividad da cuenta de la singularidad de un sujeto en el interior de un sistema de relaciones de producción.

DOS / La cultura crea un espacio-soporte intrasubjetivo y transubjetivo

La cultura consistió en un proceso al servicio del Eros que a lo largo de la historia fue uniendo a la humanidad toda. A este desarrollo se opone como malestar -como plantea Freud-, la pulsión de muerte que actúa en cada sujeto. Es por ello que la cultura permite crear un espacio-soporte intrasubjetivo y transubjetivo donde se desarrollan los intercambios libidinales. Este espacio ofrece la posibilidad de que los sujetos se encuentran en comunidades de intereses, en las cuales establecen lazos afectivos, imaginarios y simbólicos que permiten dar cuenta de los conflictos que se producen. Es así como este espacio se convierte en soporte de los efectos de la pulsión de muerte.
Toda producción de subjetividad es corporal en el interior de una determinada organización
histórico-social
En este sentido sostengo que el poder es consecuencia de este malestar en la cultura: las clases hegemónicas que ejercen el poder encuentran su fuente en la fuerza de la pulsión de muerte que, como violencia destructiva y autodestructiva permite dominar al colectivo social. Esta queda en el tejido social produciendo efectos que impiden generar una esperanza ya que llevan al sujeto a la vivencia del desamparo.

TRES / El poder de la cultura hegemónica

Las características de la cultura dependen en cada etapa histórica de los sectores sociales hegemónicos que establecen una organización económica, política y social cuyo objetivo es reproducir las condiciones de dominación. De esta manera ejerce una “dominación simbólica” para reproducir el orden social hegemónico en el reconocimiento y desconocimiento de la arbitrariedad que lo funda.
Esta “dominación simbólica” se basa en una cultura donde la crisis del tejido social y ecológico produce un imaginario social donde el futuro es vivido como una catástrofe, el pasado no existe y solo queda la perpetua inestabilidad del presente. Desde allí el desvalimiento estructural que nos constituye como humanos se encuentra con el imaginario de una cultura que lleva al sujeto a la incertidumbre, la angustia y el miedo; ya que lo único que puede ofrecer es la ilusión de la utopía de la felicidad privada. La felicidad se puede comprar en cómodas cuotas mensuales. El consumo es la medida de nuestro bien-estar. Por ello la subjetivación se realiza por lo que uno tiene y no por lo que es o lo que hace. Es decir, intenta producir un sujeto-mercancía pasivo a los dictados del “mercado” a partir de los medios de comunicación y las nuevas tecnologías. De esta manera el poder de la cultura hegemónica se inscribe en nuestra subjetividad de manera invertida. Es decir, la fuerza del poder no potencia nuestro ser, por lo contrario, nos lleva a la impotencia al transformarnos en mercancías. Como escribe Marx: “La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas.”
El problema de la alteridad es uno de los grandes temas de la actualidad. Rechazar al otro implica no asumir que el otro es la base de todas nuestras esperanzas
En este sentido, la corposubjetividad da cuenta de la cultura y de la singularidad del sujeto. Por ello la cultura hegemónica actual produce los procesos de subjetivación y a su vez constituye la singularidad a partir de una subjetividad in-corporada donde el exceso de realidad produce monstruos que refieren a una subjetividad construida en la ruptura del lazo social. Es aquí donde el sujeto en la vivencia del desvalimiento queda encerrado en sí mismo ya que no puede encontrar un procesamiento simbólico acumulando mercancías. Mucho menos tomando al otro como mercancía. Por el contrario, la cultura al ofrecer el consumo como modelo de subjetivación lleva a formas de la singularidad donde la identificación se sostiene en las pasiones tristes.

CUATRO / El consumismo como modelo de subjetivación

Aclaremos. Si el consumo es necesario para satisfacer nuestras necesidades, el consumismo es un deseo irrefrenable de consumir que al quedar siempre insatisfecho activa permanentemente el circuito. El consumismo nos atrapa en mecanismos compulsivos. Los agentes del mercado saben muy bien que la producción de consumidores implica la producción de nuevas angustias y temores como estudian los expertos en neuromarketing. Por ello en la actualidad el motor del consumismo no es el goce en la búsqueda de un deseo imposible, sino la ilusión de encontrar un objeto-mercancía que obture nuestro desvalimiento originario, ya que se repite compulsivamente en la búsqueda de poder resolver esa carencia y que la actualidad de la cultura la pone en evidencia.
El capitalismo mundializado necesita para su reproducción de una sociedad que se sostenga en el consumismo donde se cosifica al sujeto y se fetichizan las mercancías que adquieren características mágicas. Esto lleva a la hegemonía de los valores simbólicos de una cultura donde aparece que la plenitud del consumidor significa la plenitud de la vida. Compro, luego existo; caso contrario me transformo en un excluido social.
De esta manera, los importantes desarrollos técnicos no están al servicio del conjunto social, ya que su objetivo es que el sistema se autoperpetúe. Dicho más claramente, no es la técnica lo que genera este circuito, sino la necesidad de seguir sosteniendo el sistema capitalista. Esta racionalidad de la sociedad consumista se construye sobre la base de una subjetivación en la que se ofrecen mercancías cuyo “valor de cambio” generan la ilusión de una certidumbre tranquilizadora ante las mociones desligantes y destructivas de la pulsión de muerte. El mercado de consumo promete una supuesta seguridad; caso contrario están aquellos que tienen trabajos precarizados y los excluidos del sistema que muestran un futuro posible. Su costo es el sometimiento de un poder que se sostiene en la ruptura del lazo social. De un poder que necesita de un sujeto solo y aislado.

CINCO / El otro es la base de nuestra esperanzas

En la sociedad del capitalismo tardío lo que importa es el rendimiento: el “tú debes” ha sido reemplazado por el “tú puedes”; “We can” nos dice la publicidad de una ropa deportiva. No hay límites en aras de conseguir el objetivo que nos venden y, gustosamente compramos. De esta manera el capitalismo elimina la alteridad al someter todo al consumo. Por ello creemos que el problema de la alteridad es uno de los grandes temas de la actualidad. Rechazar al otro implica no asumir que el otro es la base de todas nuestras esperanzas. El otro genera Eros y es precisamente el Eros el que permite una razón apasionada. Una razón que da cuenta de uno mismo y de los otros en el colectivo social. Ahora bien, rechazar al otro no remite simplemente al narcisismo donde el sujeto queda atrapado en el juego del yo-yo; sino -deberíamos decir fundamentalmente- el que lo lleva al narcisismo primario en la búsqueda de una totalidad perdida. Allí, al no existir el otro humano, desaparece como sujeto de sus necesidades y deseos.
El consumismo como centro de la subjetivación y de la identificación de la singularidad conlleva interiorizar el sometimiento
De esta manera el consumismo como centro de la subjetivación y de la identificación de la singularidad conlleva interiorizar el sometimiento. El sujeto se ha transformado en su propio explotador en la búsqueda de un éxito que siempre resulta inalcanzable. El disciplinamiento social sostenido en los sectores sociales hegemónicos lo obliga a competir con el otro: yo o el otro. Cualquier medio es validado socialmente. Pero en esta búsqueda de la ilusión de la felicidad privada, el sujeto se transforma en verdugo y víctima de sí mismo lanzado a un horizonte cuyas consecuencias son el fracaso. De allí los síntomas característicos de esta época que encontramos en nuestros consultorios en los que aparecen los aspectos más angustiantes y dolorosos, lo más sufriente del sujeto producto de significaciones que no se pueden poner en palabras; es decir, los síntomas del desvalimiento y el desamparo: adicciones, depresión, suicidios, anorexia, bulimia, etc.
El sujeto se ha transformado en su propio explotador en la búsqueda de un éxito que siempre resulta inalcanzable

SEIS / El poder nos domina desde nuestra corposubjetividad

Los sectores de la clase social dominante crean sus instrumentos de poder, de civilización y de cultura, así como los medios para realizarlo. En este sentido el poder no se agota en los aparatos del Estado, los grupos económicos, los partidos políticos y las instituciones sociales sino se encuentra en como se relacionan los sujetos en la sociedad. Es aquí donde la visibilidad del poder se hace invisible. Es decir, “El capitalismo es una relación social”. Y para que esta funcione el poder ejerce su dominación generando formas de control social cuyas características dependen de cada etapa histórica. En la actualidad el imperio del capital financiero necesita para su reproducción mundializada de estados nacionales que se subordinen y de un sujeto solo y aislado de su clase social. Esta lógica política, social, económica y cultural genera una contradicción y lucha entre el capital y el trabajo que no tiene precedentes en la historia. Su resultado ha sido que la lucha de clases no sólo no se ha extinguido, sino que adquiere una complejidad donde los dominados también son controlados desde su subjetividad. Es así como la forma en que el poder nos domina no está solamente afuera sino dentro de nosotros mismos, organizando en nuestra subjetividad su aparato de dominación.
¿De que manera lo logra? Separando la subjetividad de nuestra experiencia individual, familiar y social. Su resultado es lograr en una gran parte de la población indiferencia y tolerancia a la sociedad capitalista en sus diferentes versiones. Esto lleva a que el sujeto se encierra en el individualismo donde el otro es visto como competidor y la facultad de pensar es reemplazada por los valores de la cultura dominante.
Para sostener esta situación los envoltorios ilusorios del capitalismo mundializado proponen que nada puede ser cambiado. Lo posible es reformar algo para que todo siga igual. Todos debemos comportarnos “reflexivamente” ante las consecuencias de un sistema social y político con un obrar destructivo. No se pretende alcanzar una nueva forma de sociedad más allá del mercado y del Estado. En el fondo su objetivo es simplemente intentar componer la supresión de las obligaciones sociales por medio de limosnas privadas o estatales y una moral desprovista de un sentido crítico.
En este sentido, frente a la propuesta de fragmentación subjetiva, las luchas sociales tienen que ver con la posibilidad de tomar conciencia de las experiencias e intereses comunes. De allí la importancia de las luchas para producir comunidad.

viernes, 13 de noviembre de 2015

Ibone Olza: Íntimos Desastres

Intimos desastres

by I.O.
IMG_20151016_172115Escribo, sobretodo, para mí. A veces me asalta la duda y me pregunto entonces si escribo para otros o para lograr algún tipo de reconocimiento. Como decía García Márquez, que escribía para que sus amigos le quisieran más, o aún más. Pero no, cuando veo mis cuadernos apilados sé que yo no escribo para eso. Tal vez para quererme yo más. Sí, eso puede ser. Cuando me leo siento cierta empatía hacia mis miserias que me hace más sencillo el caminar. Íntimos desastres o desastres íntimos. Quién sabe.
Cuidar lo importante cuando parece insignificante.
Tropezar.
Despacio caminar.
Hay algo desnudo en algún lugar, una pequeña verdad. Cierta y tímida pero verdad al fin y al cabo. Como esas certezas que te alcanzan al caminar. Podrías decir lo que piensas. Podrías caer mal, muy mal.
Apresar la verdad. ¿Apresar?
Experimenta.
Adivina.
Juega
Mientras buscas a Otoño, ausente.

martes, 10 de noviembre de 2015

Alegato por una cierta anormalidad


NOTA: esta es la versión íntegra del capítulo que da título al libro y con el que culmina.
                                                                    
                                                                       
                                                    Alegato por cierta anormalidad.


   Una vez me invitaron a participar en un coloquio psicoanalítico que tenía como tema: Los aspectos patológicos y patógenos de la normalidad. Ciertamente un tema provocativo, pero también un cuestionamiento importante, aunque sólo fuera porque a través de ese tema nos impulsaban a examinar el concepto de Normalidad. Decir que una cosa es "normal" o "no normal" parece ser algo obvio, pero ¿en qué podría consistir esa "normalidad" para un psicoanalista? Y suponiendo que tal artículo se dejara definir, ¿posee formas diversas, existe una buena normalidad y una mala? Ya me resulta difícil representarme qué podrían ser los normales normales, ¿cómo llegaría entonces a distinguirlos de esos otros, los normalesanormales? Ni bien había comenzado a reflexionar sobre estas cuestiones dudosas, una duda más se deslizó en mi espíritu, una duda delicada de formular. Desde hace algunos años frecuento sobre todo a analistas (y por supuesto, a analizandos). ¿Podré saber entonces qué es un ser normal?
   Cuanto más pensaba, más evidente me parecía que la Normalidad, no es, no podría ser, un concepto analítico.
   Para un analista hablar de la normalidad es hablar de la faz oscura de la Luna. Ciertamente, podemos imaginarla, enviar un cohete, tomar fotos, incluso envolverla en una teoría para explicar su aparición - ¿pero adónde nos lleva todo eso? No es nuestro campo, y apenas nuestro planeta. Los neuróticos con su núcleo íntimo, psicótico, los psicotizados con su densa franja neurótica; ésa es nuestra familia, nuestro medio, el lugar donde todos hablamos la misma lengua, con una pequeña diferencia de dialectos. Pero aparte de ello, ¿existe verdaderamente una "estructura normal" de la personalidad? y si existe, ¿por qué tenemos que abandonar el área analítica, tan cómodamenteanormal, para lanzarnos sobre las huellas de los normales? Tal vez para explicarles hasta qué punto están enfermos. Pero sigue habiendo un problema: el que se denomina normal -cuya normalidad para nosotros podrá ser patología, incluso patogenia- no quiere saber de nosotros. Peor aún, desconfía de nosotros. Un poco a la manera del viejo campesino a quien un día le regalé un atado de espárragos de mi jardín de campo -pues era él el que me habí arado la tierra- y que lo rechazo decididamente. "¿No le gustan los esparragos?, le pregunré. - No sabría decirle. Nunca los probé. ¡La gente de por aquí no come eso!". Y bien, tal vez seamos un artículo de lujo como los espárragos; hay que tener gusto para ello. Pero que nos consideremos como altamente comestibles no cambia nada de la cuestión. En resumidas cuentas, el objetivo de la vida ¿no es ser comestible? ¡Entonces, esos "normales" que no quieren saber de nosotros, tampoco nosotros queremos saber de ellos! Nuestro narcisismo (¿normal? ¿patológico?) hace que la gente que no nos pide nada apenas se nos interese. Peor para ellos. Lancémonos hacia la cara oculta de la Luna, y recojamos algunas piedras lunares.
   Es lícito que un analista establezca una oposición entre normal neurótico; lo que no impide que otro diga que es normal ser neurótico. Estamos frente a las dos significaciones principales del vocablo. Decir que "es normal ser neurótico" nos remite a una noción de cantidad: a la norma estadística. Si por el contrario establecemos una oposición entre "normal" y "neurótico" se trata de de una distinción en función de una cualidad. En este caso utilizamos el término en sentido normativo, designando algo "hacia lo cual se tiende", donde por consiguiente se halla incluida la idea de un ideal. Hénos aquí pues con una normalidad estadística y con una normalidad normativa, ademas de nuestra normalidad patológica.
   Lo cuantificable, la norma estadística posee un indiscutible interés cultural, pero su interés psicoanalítico es mucho menor. Lo que puede interesar al analista es precisamente "la normalidad" en su aspecto normativo (por supuesto, con todo lo que eso también implica de vago y de superyoico). A partir de allí hay una multitud de cuestiones que el analista siente la tentación de formularse. He aquí algunas:
   -¿Existen seres normales en el sentido normativo de la palabra? En caso de que existan, ¿en qué consiste su "normalidad" desde el punto de vista analítico? ¿En qué momento se tornan "normales patológicos"?
   -¿Hay analistas normales"?
   -¿Existe una sexualidad "normal"?
   -¿Existen "normas analíticas"?
   Abandonemos entonces la terra firma de lo cuantificable, de la curva estadística, decorada como siempre en trompe l`oeil, y tomemos el terreno deslizante de lo normativo para explorar sus contornos. ¿Qué es un ser normal? El Larousse universal (tomo 2) me informa que normalquiere decir: conforme a la regla, regular, ordinario. ¿Nos permitirá esto detectar regularespatógenos y ordinarios patológicos? Las personas "regulares", llenan las calles; a un gran número de gente le interesa ser "regular", por lo menos ante los ojos de los demás; a otros les interesa de igual manera y a todo precio ser "conformes a la regla": los niños juiciosos. ¿Pero a quien le interesa ser "ordinario"?
   Esta pequeña excursión por la erudición lexical pone a la luz la ambivalencia que se atribuye a la noción de normalidad: aprobación y condena a la vez. Si nos repugna ser "ordinarios", no por ello deseamos ser anormales. Esta ambigüedad implícita en el calificativo nos indica ya que se trata de dos partes diferentes de nuestro ser, una de las cuales quiere ser conforme a las reglas mientras que la otra querría escapar a las mismas. Ahora bien, más allá de esta ambivalencia, lo normativo es un valor subjetivo. La idea que un sujeto se hace de su "normalidad" sólo puede establecerse en relación con una serie de referencias: ¿normal en relación con qué? ¿Ante los ojos de quién? Que nos juzguemos nosotrosmismos, o que juzguemos a los otros como normales o anormales, forzosamente será en relación con una norma. El primer esbozo de todas las normas posibles está proporcionado, evidentemente, por la familia. Para el niño pequeño (y no cambia mucho para los grandes), lo normal es loheimlich, lo conocido, lo que se hace "en casa". Das Unheimliche, esa "inquietante extrañeza" de que habla Freud, es lo anormal, lo que surge en nosotros, y en su surgimiento mismo se recorta extrañamente sobre el trasfondo de lo familiar, de lo que es aceptado por la familia.Das Unheimliche, dice Freud, representa una categoría especial de lo que es heimlich, normal, familiar. La aparente oposición no es tal. El ansia de escapar a la conformidad es el deseo de transgredir las leyes familiares; en cambio, querer "ser normal" es en primer lugar un intento destinado a ganar el amor de los padres respetando sus interdicciones y aceptando sus ideales. Por consiguiente, un objetivo narcisista destinado a ser catectizado en un Ideal del Yo que modulará los objetivos pulsionales. De este modo los niños hacen esfuerzos considerables por comportarse "normalmente". Recuerdo de pronto a un niño en el zoológico con su padre. El niño hacía de todo lo que no había que hacer, se inclinaba sobre el foso de los osos, tiraba piedritas a las focas, atropellaba a los que pasaban... Y el padre, exasperado, exclamó: "¡Cuántas veces habrá que decirtelo! ¡Compórtate como un ser humano!" El niño miró a su padre con un aire infinítamente triste: "Papá, ¿qué hay que hacer para ser un ser humano?". ¿Cómo entrar en el orden de la norma? Conocemos la respuesta: para todo niño la norma es la identificación con los deseos de sus padres. Esta norma familiar será pues "patógena" o "normativa" en función de su derivación, o de su alejamiento en relación con las normas de la sociedad que es la suya.
   Para el psicoanálisis esta norma se definirá en función de la estructura edípica, estructura normalizadora ed la medida en que preexiste al niño y regula las relaciones intrasubjetivas e interhumanas. Resolver la problemática edípica - ¿es eso la "buena" normalidad? Pero todos encuentran una "solución" a la inaceptable situación del Edipo; ya sea una solución neurótica, psicótica, perversa, incluso psicosomática, y no es fácil distribuirlas según una escala normativa. Algunos autores psicoanalíticos presentan en sus escritos a un personaje que se llama "el carácter genital", el que se ama tanto como a su prójimo. Y es comparado con un hermanito, menos estimado, que es llamado "caráter pregenital". He aquí ahora, en posición inversa, el que está afligido por la normalidad , el que sufre del síntoma de normalidad. ¿Cuáles son sus manifestaciones? Se puede suponer que se trata de sujetos que tienen el aspecto de ser "conformes a la regla", de estar "en la norma" y que no demuestran ningún síntoma psíquico, pero que por otra parte son psicosomáticos graves o neuróticos de carácter. A primera vista nada de Unheimlich se descubre en ellos. La normalidad-síntoma invisible al ojo desnudo no sería más que una alteración psíquica oculta bajo una apariencia asintomática. Ya he intentado ( en el capítulo V) trazar un retrato estructural de cierto tipo de pacientes de esta categoría, a quienes he llamado analizando-robots. Estos pacientes están marcados por un sistema de pensamiento inquebrantable que confiere a su estructura una fuerza de robot programado, la cual les permite conservar intacto su equilibrio psíquico. Atraídos por el análisis, esos sujetos se declaran neuróticos auténticos, y no se equivocan. Por cierto que son seres que han sufrido mucho en la infancia, pero tanto ese sufrimiento como sus síntomas no les interesan de ninguna manera. En la situación analítica es el analista el que se encuentra denegado en cuanto Otro, como si de él emanara la muerte que amenaza al analizando, y sacudiera así sus defensas vitales. Pero no quiero hablar de ellos aquí. Hay otros, que se proclaman normales y que también vienen en busca de un análisis. He aquí un ejemplo que considero bastante corriente en clínica psicoanalítica:
   La Sra. Normal se sienta ante mí; bien hundida en el sillón, delgada, elegante, la cabeza alta, me mira tranquilamente. Se me ocurre que se siente más cómoda que yo. Tengo ganas de decirle: "¿Qué es lo que no anda?" como para establecer un equilibrio, pero ella toma la delantera.

   Sra. N... -"Sin duda se preguntará usted por qué he venido a verla. Y bien, mi médicome aconsejó que hiciera un psicoanálisis. Desde hace cierto tiempo mi matrimonio pasa por dificultades y eso me cansa. Los dos tenemos cuarenta y cinco años y hemos tenido tres hijos. Yo quiero a mi marido y a mis hijas; ahora bien, desde hace cierto tiempo, mi marido me hace la vida imposible. Está de mal humor... grita por un sí o por un no... bebe un poco demasiado... finalmente he descubierto hace poco que tiene una amante. Es insoportable, sobre todo porque no hay ninguna razón.
   J.M... - ¿Usted quiere decir que no es para nada responsable de este desacuerdo con su marido?
   Sra N... - He reflexionado mucho al respecto, pero no sé qué otra cosahubiera podido hacer. Pero lo amo; es no constituye un problema para mí.
   J.M... -¿Usted piensa que es él más bien quien tiene problemas?
   Sra. N... -¿Yo? No, realmente no. ¿Qué pienso yo de mí misma? Yo siempre me he sentido muy bien.*

* El "siempre me he sentido muy bien" está expresado en en francés J`ai toujours été trés bien dans ma peau, literalmente "Simpre he estado muy bien en mi piel", donde el término "piel" es importante para los comentarios que hará la autora.(N. del T.)
 
   Durante mis dos únicas entrevistas con la Sra. N... esta frase retornaba sin cesar: Me siento muy bien ("Estoy muy bien en mi piel"). Efectivamente, la Sra. N... me parecía muy cómoda en su tegumento. Si había  un problema, para ella se situaba fuera de este envoltorio de piel. ¿Qué pedía la Sra. N...? Que lo que pasaba fuera de su piel fuera tan ordenado, tan cómodo como ella misma, adentro.
   ¿Qué otra puedo decir sobre ella? Proviene de una familia de la alta burguesía -familia creyente sin más, afectuosa sin exceso, patriota sin ser calvinista, simpatizante con la izquierda sin dejarse envolver por la misma-, y la Sra. N... se estima digna de su ascendencia. Como las otras mujeres de su familia, es una buena ama de casa, vigila bien a las criadas, a los nilos y al marido. Le es fiel y no es frígida. Practica esquí en invierno, va al mar en verano y está ocupada en muchas actividades cívicas y sociales. Durante nuestro segundo encuentro llegó hasta decir ella misma no sabía demasiado qué podría hacer el psicoanálisis por ella. Yo compartía más bien su opinión, pero no dejaba de preguntarme, lo confieso, si a veces uno puede sentirse demasiado bien.
   ¿Pero qué quiere decir esto? ¿Demasiado bien para el análisis? ¿Para el analista? De acuerdo con lo que ella dice, la Sra. N... es una mujer normal, normal ante sus propios ojos como ante los de su familia, de sus vecinos, de sus amigos. ¿Qué más puede pedirse? El psicoanalista, en cambio, pide más. En cuanto analistas, no podemos evitar sentir una impresión de falta en los supuestos normales, Nuestra única esperanza -¿y es justificable?- sería obrar de manera que el "normal" sufriera por su normalidad. Mientras la Sra, N... se muestra incapaz de cuestionarse, en cualquier dimensión de su ser, incapaz de preguntarse lo que realmente piensa de si vida conyugal, de enfrentar lo que realmente piensa de su vida conyugal, de enfrentar lo que puede sentir su marido por ella, de sospechar la legitimidad de su impresión de plenitud y bienestar, de preguntarse finalmente si en todo eso no hay un lado ilusorio, incluso el índice de una falta de imaginación de su parte, mi opinión es que ella permanecerá inanalizable.
   Pero después de todo, ¿es normal cuestionarse? ¿Dudar de nuestras elecciones objetales, de nuestras reglas de conducta, de nuestras creencias religiosas y políticas, de nuestros gustos estéticos? Seguro que no. Como tampoco poner en duda nuestra propia identidad. "¿Quién soy?", pregunta para los locos y los filósofos. Ser testigo de nuestra propia división, buscar un sentido en el sinsentido del síntoma, dudar de todo lo que uno es; a través de todo esto demostramos ser candidatos a un psicoanálisis, precisamente en virtud de estas cuestiones "anormales". Ahora bien, los que se autodenominan normales, los que no plantean tales preguntas, los que no ponen en duda ni su sentido común ni su ser, también ellos hoy en día vienen a pedirnos un análisis. Y el colm es que nosotros, los analistas, los consideramos como grandes enfermos. ¡Enfermos para quienes el psicoanálisis no puede hacer nada! ¿Enfermos de qué? ¿"De estar demasiado bien en su piel"? ¿De sufrir menos que nosotros?
   Pero si el psicoanalista considera con cierta desconfianza a estos demasiado-adaptados-a-la-vida, ellos tampoco consideran al psicoanalista como uno de ellos. ¿Qué aspecto tiene el psicoanalista ante los ojos de los "normales"? Sin duda somos recuperables por la estadística, pero no por ello entramos en la "norma normativa" de los demás. A este respecto, me gustaría narrar la historia verídica -que ya se remonta a hace diez años- de una joven que se creía, como muchos adolescentes de catorce años, en situación de juzgar a los adultos. En el liceo se hablaba de psicoanálisis, incluso se hacían disertaciones sobre el tema. En esa época, el oficio de sus padres - analistas- súbitamente cobraba valor ante sus ojos. Preguntó si podía conocer como si fuera adulta, a algunos amigos analistas de los que a menudo había oído hablar. La madre le propuso que asistiera aun almuerzo en el campo, un domingo, al qu ella pensaba invitar a todo un ramillete de analistas, de todos los colores. Los amigos llegaron, cimieron bien, bebieron bien, hablaron mucho -de la sexualidad femenina, de la percersión, de sus colegas, de la sociedad psicoanalítica- y se fueron bastante tarde. Por la noche los padres preguntaron a su hija sus impresiones. "Y bien, respondió la niña, vuestros amigos son un poco tontos". La palabra estaba de moda, pero no obstante le pidieron algunas precisiones. "¿Pero os escucháis? dijo ella. ¿Habéis notado que no tenéis más que dos temas de conversación?" Un poco a la defensiva, la madre le preguntó qué le pasaba por la cabeza. "¡Los analistas, respondió la hija, sólo hablan del pene o del Instituto de Psicoanálisis!¿Te parece normal eso?"
   Y bien, pensándolo, me veo obligada a admitir que, normales o no, los analistas en libertad no hablan como los demás. Por otra parte, se trate del pene o del Instituto, podemos preguntarnos si al fin decuentas no es lo mismo. Y, cosa mucho más inquietante, compruebo que con el correr de los años, los analistas experimentados hablan cada vez menos del pene y cada vez más del Instituto. ¿Es una evolución "normal"? Sea como fuere, no está demostrado que el analista pertenezca a una especie normal. Incluso los analistas norteamericanos, con su gustopor la adaptación y su capacidad de tomar decisionesm han hecho sonar la alarma ya hace bastante tiempo contra los sujetos que no se reconocen ningún síntoma, que ignoran el sufrimiento psíquico, que jamáshan sido rozados, de cerca o de lejos, por la tortura de la duda, por el temor al Otro, esa gente demasiado-bien-en-su-piel no está capacitada para ser analistas.
   ¿Qué ocurre con la sexualidad? ¿Existe una sexualidad normal? He aquí una pregunta aparentemente "psicoanalítica". Pues bien, Freud subrayó claramente desde 1905 que la barrera entre una sexualidad llamada normal y una sexualidad desviada era más bien frágil. Después de haber caracterizado a la neurosis como un polo"positivo", del cual entonces la perversión se tornaba el "negativo" en función de una misma problemática sexual, añadía "En  los casos más favorables, gracias a ciertas restricciones efectivas y otras modificaciones, puede producirse lo que podemos llamar una vida sexual normal".(Tres ensayos). Es evidente que Freud considera la vida sexual como regida por el azar, y una vida sexual exitosa, como un lujo. En cambio, hallaba trivial lo que él llamaba "la credulidad del amor" y "el capricho intelectual por... las perfecciones del objeto sexual", "sobrestimado". A este respecto, Freud establece una distinción entre la vida erótica de la Antigüedad y la de nuestra época, o más bien, de la suya, pues las costumbres sexuales cambian... Los Antiguos, duce Freud, glorificaban la pulsión sexual en provecho del objeto, mientras que el hombre moderno idealizaba al objeto sexual al mismo tiempo que menospreciaba la pulsión, Por supuesto, podríamos poner en duda la "glorificación" antigua dado el porcentaje de fantasía y de nostalgia que podría contener; pero entonces también podríamos cuestionar la "sobreestimación" freudiana del objeto sexual en la  hora actual. Las comedias musicales modernas, los sex-shops, las películas pornográficas, todos idealizan la pulsión en cuanto tal, y en todas sus formas de expresión erótica, mientras que el objeto no se individualiza y más bien es intercambiable.
   Paralelamente, en la clínica psicoanalítica comprobamos cambios que se mueven en el mismo sentido. Hace algunos años encontrábamos sobre el diván del analista un buen número de pacientes que sufrían diversas formas de impotencia sexual o de frigidez, en un contexto en que el objeto sexual habitualmente era amado y sobreestimado. "La amo y sin embargo no puedo hacer el amor con ellla" . Hoy hay más analizandis que dicen: "Hago el amor con ella pero no la amo". Quisiera citar dos fragmentos de discurso analítico que expresan de manera condensada estas dos posiciones frente al objeto sexual:
   Gabriel, treinta y ocho años, que sufre desde siempre impotencia sexual, toma la palabra: "Ayer por la noche intenté una vez más hacer el amor con ella. ¡Resultado nulo! Y pensar que hace tres años que la amo, Le dije a mi amiga: Lo ves bien: Yo tengo ganas de hacer el amor, pero él (señalando su sexo) no quiere".
   Pierre-André viene desde hace dos años, dos veces por semana, para una psicoterapia. No estoy segura de que él sea capaz aún de hacer un análisis. Es un joven "biena la moda" con largos cabellos que sostiene en la nuca mediante un pequeño adminículo. Habla del "ácido", de la "yerba", de Vasarely... los cuales, junto con las "chicas", constituyen los elemntos inamovibles que llenan su existencia. Veintisiete años, procedente de un medio intelectual, vino a análisis a causa de inhibiciones en su trabajo. Tiene cuatro o cinco amiguitas con las cuales tiene relaciones sexuales. Pero se queja de que es incapaz de amarlas. Salvo, a veces, a través de los paraísos químicos a los que es aficionado. Parece que en ellos descubre signos de su vida inconsciente y la impresión de estar enamorado. Un día me contó: "Ayer tuve relaciones con Pascale por la tarde, y por la noche invité a Francine a mi cama. También hice el amor, pero únicamente porque estaba en erección. Ella no me inspira mucho, no más que Pascale por otra parte. Sin embargo no soy homosexual. Una vez intenté con un tipo. ¡Bah! Era tonto. Pensámdolo bien, prefiero a las chicas".
   Si Gabriel pone el acento sobre la impotencia de la pulsión y sobre su síntoma sexual, Pierre-André lo pone por el lado del objeto y detecta el síntoma en sus relaciones objetales. Su problemática, en cierto dentido complementaria, está resumida en sus dos observaciones. Gabriel: "¡Yo tengo ganas, pero él no!" y Pierre-André: "¡El tiene ganas pero yo no!". Uno se queja de la carencia ejecutiva y el otro de la carencia afectiva. Cualquiera diría que Gabriel tiene un problema sexual, mientras que la vida sexual de Pierre-André, que no acusa el menor desfallecimiento funcional, sería considerado por algunos como libre de síntomas. Gabriel, por ejemplo, sueña con una actividad sexual como la de Pierr-André, pero, "tacaño", trata su sexo como la pila eléctrica que se gasta cuando uno la usa; se quedaría pasmado ante el derroche del joven.
   Estadísticamente, las preocupaciones sexuales de Pierre-André, teniendo en cuenta su edad y su medio, están dentro de la norma. Ahora bien, es probable que la mayoría de los analistas digan que bajo un aspecto normal este paciente oculte síntomas aún más complejos que los de Gabriel. Dirán que una relación objetal donde el erotismo está vinculado con el amor es más bien normativa. ¿Se tratará de un prejuicio contratransferencial? La norma, sexual o no, tiene una dimensión socio-temporal. Una reciente "manifestación de homosexuales" contra la discriminación de que son objeto les parece escandalosamente anormal a los "bien pensantes". En cambio, para muchos jóvenes esabsolutamente normal. ¿Por qué, se dicen, vamos a aceptar ser perseguidos, unicamente porque no practicamos la "sexualidad de papá"? Pero después de todo, ¿son éstos problemas psicoanalíticos? Creo que no. El analista nunca tiene como función decidir lo que el analizando debe hacer con su vida, con sus hijos o con su sexo.
   Si Gabriel, impotente, y Pierre-André, incapaz de amar, son dos casos de psicoanálisis, no es a causa de su comportamiento sexual, sino porque se cuestionan. Si hay juicio, el juicio atañe a la "analizabilidad" del que hace la demanda de análisis. Los dos pacientes evocados aquí poseen una estructura psíquica bastante diferente una de la otra. Las fantasías reprimidas de Gabriel, con su contenido angustiante, impregnado de castración fálica, hallan su expresión simbólica en el cuerpo mismo, dominando así el peligro fantasmado, En cuanto a Pierre-André, su angustia de castración es más global, "primaria". Se parece a un lactante caído del seno , y que lo busca desesperadamente a través de la droga, de su prójimo y de su aparato genital. Tiene sed de los demás y su pene funciona a este efecto. Movido por la fantasía de castración que le es paricular, se lanza a través del espacio angustiante que lo separa del Otro, tal como un trapecista que se preocupa poco por la identidad de ese otro que le tiende las mans, con tal de qu esté ahí. En cuanto a la sexualidad, todo lo que puedo comprobar en cuanto analista, es que las normas sexuales cambian, pero que la angustia de castración permanece. Simplemente ha hallado nuevos disfraces.

   ¿Qué ocurre con la supuesta normalidad de la gente normal? ¿Una perona normal es alguien que necesita un análisis o alguien que no lo necesita? Están los que pretenden, no sin razón, que hay que tener una excelentesalud psíquica para poder hacer un psicoanálisis clásico. Finalmente, si es estadísticamente normal ser neurótico, es aún más normal ignorarque se lo es.Vuelvo ahora a la cuestión planteada hace un momento: ¿es normal cuestionarse, volver a pensar las ideas recibidas, exminar con desconfianza el orden establecido, ya sea el que reina en el interior de uno mismo, el de la familia o el del grupo social al cual pertenecemos? La mayoría de las personas no se plantean tales cuestiones. La óptica del analista, así como la demanda del analizando no entre en las normas. Evolucionamos, nosotros y nuestros enfermos, en una atmósfera rarificada. ¿Por qué el analista habría de ocuparse de los que se dicen normales, sobre todo si su demanda emana de la idea de que "es normal hacerce analizar"? El objetivo de tal análisis sólo podría ser poner en evidencia un sufrimiento ignorado hasta ese momento, hacer que el otro se torne apto para sufrir. ¿Ansiamos propagar la peste por el mundo entero?
   La normalidad, erigida en ideal, es ciertamente un síntoma. ¿Pero es curable? No nos dejamos curar tan fácilmente nuestros rasgos de carácter. Hay quimeras a las cuales nos aferramos más que a nuestra propia vida. ¿Y si "la normalidad" fuera una de ellas? La certeza de ser "normal", conforme, de estar en el orden, de ser ordinario, que se desprende de este estado caracterial, impide el cuestionamiento de uno mismo, y amenaza con tornar inaccesible al análisis al individuo que tiene esa certeza. Observemos también que entre todos los síntomas caracteriales, éste es el que aporta más beneficios secundarios. Que la creencia de los otros en su "normalidad" sea patológica para nosotros, no nos da el derecho de querer abrirles los ojos a todo precio en cuanro a las máscaras y las mentiras del espíritu. El análisis se propone como objetivos hacernos descubrir todo lo que hemos pasado la vida ignorando, hacernos afrontar todo lo que hay de penoso, de más escandaloso en el fondo de nuestro ser, no solamente los anhelos sexuales prohibidos, sino tambien nuestra avidez por todo lo que no poseemos, nuestra avaricia insospechada, nuestro narcisismo infantil, nuestra aagresividad asesina, resmiendo, revelarnos no solamente qu "Yo (Je) es otro" sino que es varios, peeor aún, que el Yo(Je) es capaz de disolverse dejando el sitio a una angustoa sin nombre.¡La cosecha de un análisis! ¿Quién la quiere? ¿Quién trata de abrir para siempre una cuestión sobre todo lo que sabe y sobre todo lo que es? Que el analista se guarde para él este beneficio ambiguo, dirán los que viven cómodamente a distancia de su inconsciente.
   En resumidas cuentas, ¿un análisis nos ayuda a vivir con la gente normal? Nosotros somos marginales y nos ocupamos de otros marginales. Si ya no fuera así, si el psicoanálisis un día cesa de estar al margen de las normas aceptadas, pues bien, no seguirá cumpliendo su función.
   Si la convicción "de ser normal" es una defensa caracterial que traba la libertad de pensar, ¿por qué las personas están afectadas por esa convicción en tan gran número? ¿Cuáles son los signos particularesm cuál es la causa de esa aflicción? Trataremos de delimitar mejor la cuestión desprendiendo los signos contrarios. Comparo fácilmente la personalidad llamada "normal" (tanto desde el punto de vista estadístico, como del normativo) con la personalidadcreadora. La mayoría de las personas no son de ningún modo creadoras, en el sentido fuerte del término. Pero en una perspectiva más amplia, debemos reconocer que el ser humanosiempre crea algo en el espacio que lo separa del otro, o de su deseo: puede ser una neurosis, una perversión, una psicosis o bien una obra de arte o una producción intelectual. La cualidad variable de estas diferentes formas de creación supera nuestro tema, pues se trata de esa "anormalidad" propia del psicoanálisis. Lo que nos interesa más en particular ahora son las personas que no crean nada. Sin embargo, sería más exacto decir que el caracterial de tipo normal se ha creado una coraza que lo protege contra todo despertar de sus conflictos neuróticos y psicóticos. Ese individuo respeta las reglas recibidas así como respeta las reglas de las sociedad, y no las transgrede nunca, ni siquiera en su imaginación. El gusto de la madeleine no despierta nada en él, * y no perderá el tiempo en busca del tiempo perdido. Pero a pesar de todo ha perdido algo. Esta normalida es una carencia que afecta la vida fantasmática, y que aleja al sujeto de sí mismo.
   Los niños,  que lo cuestionan todo, que imaginan cualquier cosa antes de ser "normalizados", al lado de la

*Alusión a la obra de Proust(N. del T.)
  
mayoría de los adultos son sabios, auténticos creadores. Reaparece ante mí un recuerdo lejano: Mi hijo, de tres años, me mira servir el té. "¡Eh, mamá! ¿por qué el té se queda en pie en la taza cuando lo vuelcas desde la tetera?" Yo veía, como si fuera la primera vezm la clumna de té que, efectivamente, se quedaba "de pie" entre la tetera y la taza. Por añadidura me sentí incapaz de formular una explicación. ¿Por qué en la mayoría de nosptros, adultos, ese ojo infantil renuncia a su búsqueda apasionada? ¿En qué momento caen los tabiques, y qué es lo que determina el alcance de su opacidad o de su trans parencia? La mirada asombrada del niño pequeño, fija en la columna de té, ya se ha separado del cuerpo maternoy de sus misterios. Ya comienzxa a comprender que su mundo halla incovenientes cuando él dirige su mirada y sus preguntas a las columnas de agua que salen del cuerpo, y aún más , a la columna fálica del padre, a la que le falta a la madrem y a su conjunción impensable. Las interdicciones no aciertan en el espíritu del hombre. Si no logra desviar su mirada y crear nuevos vínculos simbólicos, corre el riesgo de bajar para siempre los ojos ávidos de la infancia. Todos tenemos sectores cerrados donde la luz de la pregunta y de la duda no penetra, donde los vínculos insólitos ya no se establecerán. ¿Quién, en la edad adulta, sigue siendo capaz de cuestionar lo evidente? ¿De dibujar con la ingenuidad sofisticada de todo niño? ¿De ver en lo cotidiano lo fantástico que los otros ya no ven? ¿Un Einstein tal vez, un Picasso o un Freud?
   Sólo algunos artistas, escritores y sabios escapan a la ducha fría de la normalización, a la entrada en el orden, a la pérdida de la magia del tiempo cuando aún todo era posible. Conservar la esperanza de cuestionarlo todo, de trastocarlo todo, de cumplirlo todo, es un desafío contra las leyes que regulan las relaciones humanas. Es aquí donde todo arte, todo pensamiento innovador constituye una transgresión. De todos nosotros, ¿quién está siquiera a la altura de la creatividad de sus propios sueños? Algunos genios y algunos locos tal vez.
   Y están aún aquellos que no saben más soñar. si el loco borra la distinción entre la imaginación y la realidad exterior, entre el deseo y su cumplimiento, los más enfermos de dichos normales cortan la interpretación de esos dos mundos; el fluido de la vida psíquica no circula más. Lo insólito, lo inquietante ya no tendrán acceso a lo consciente. Al igual que das Unheimliche -que Freud hace derivar de su contrario, lo familiar- la normalidad, siguiendo la misma trayectoria, se acerca cada vez más a lo que es "anormal" en la medida en que esta cualidad del Yo (Moi), este sentido común (que sabe distinguir lo exterior del interior y el deseo de su realización), se aleja del mundo de lo imaginario para orientarse únicamente hacia la realidad externa, fáctica y desafectada, hasta crear una dislocación de la función simbólica, y abrirse así la puerta a la explosión de lo imaginario en el cuerpo mismo.
   Es evidente que el lactante, que aún no conoce las normas de la vida, si espera un día ocupar un sitio en la sociedad que es la suya, deberá sufrir poco a poco el efecto normalizador del entorno, con sus ideales y sus interdicciones. Pero un dominio demasiado grande del Yo (Moi) social, razonable y adaptado, no es mucho más deseable que una predominancia de las fuerzas pulsionales desencadenadas. Es difícil de precisar el punto en que la "norma" se convierte en la argolla del espíritu y en el cementerio de la imaginaación. No cabe duda de que se origina en la relación primordial del niño con el seno, allí donde también se origina el primer acto creador del sujeto: su capacidad de alucinar ese seno, y de mantenerlo en cuanto objeto psíquico en el interior de él, para paliar la insoportable realidad, ¿Es posible que algunos, tal vez muchos, renuncien demasiado pronto a su omnipotencia infantil, se deshagan demasiado rápido de sus objetos transicionales, resuelvan demasiado bien su problemática edípica?
   A la dificultad de ser, siempre es posible responder con una sobreadaptación al mundo real. Todo amenaza entonces con pasar en circuito cerrado. La fuerza creadora, desordenada, se quiebra contra esa coraza que pone en peligro la vida misma. Raspamos un poco esa corteza que rodea a los que-están-demasiado-bien-en-su-piel - ¿y qué hallamos? ¿Una psicosis en potencia? No cabe duda que la normalidad, erigida en ideal, es una psicosis bien compensada. Si hay descompensaciones, el sujeto corre riesgo de vivir estallidos psicóticos, accidentes psicosomáticos, o por lo menos, caer en The mid-life crisis, enfermedad de la longevidad. No diré sin embargo, que el psicoanálisis no puede aportar nada a los super-normales. El trabajo analítico es un proceso creador y los sujetos llevan en ellos mismos todos los elementos para crear su analista y su aventura psicoanalítica, como cualquier otro. Cuando se internan en un psicoanálisis, si nada se crea, tal vez sea porque nosotros no hemos sabido oír su llamado.
   Digamos también en beneficio de este ser "normal", que él es el pilar de la sociedad, y que sin él la estructura social estaría en peligro. Jamás derribará al Reino, y morirá de igual manera por la República. Su epitafio: "Nació hombre y murió fontanero. ¡Pero ojo! ¿Por quién doblan las campanas? ¿Por ellos, por mí, por tí? Nosotros también corremos el riesgo de morirpsicoanalistas. Esta suerte asecha a todos. El psicoanalista que se creyera "normal" y se atribuyera el derecho de preconizar normas a sus analizados, amenazaría con ser muy tóxico para ellos. Ahora bien, "nadie, dijo aproximadamente Freud, conducirá a sus analizandos más lejos que quien ha desarrollado por sí mismo la capacidad de cuestionarse".

miércoles, 4 de noviembre de 2015

No repetiremos ningún verano ni invierno



... Desconfiemos de la visión autopunitiva acerca del “repetirnos”. Y, si trabajamos con pacientes, tratemos de trazar su historial de salud para poder apreciar sus progresos: el fruto de su esfuerzo, que posiblemente le esté pasando desapercibido. Honremos todos ese fruto, trabajosamente cultivado, que a veces tarda tiempo en madurar. Pero un día la vida lo toca apenas, y, delicioso, se desprende de la rama...

Escuchemos a la poeta polaca Wislawa Szymborska (Premio Nobel de Literatura en 1996)  desde su propia comprensión:
"Nada ocurre dos veces y no ocurrirá.
Por esta razón nacimos sin práctica y moriremos sin rutina.
Aunque fuéramos los más torpes alumnos en la escuela del mundo
no repetiríamos ningún invierno ni verano.
Ningún día se repetirá,
no hay dos noches parecidas
dos besos iguales
ni dos miradas idénticas en los ojos"

domingo, 1 de noviembre de 2015

Ser y Ego


La pregunta “¿Quién soy?” es una pregunta muy antigua. El ser humano se lo ha preguntado durante miles de años, y es una pregunta que también nosotros debemos hacernos en la actualidad. Notemos que hay una diferencia entre decir “yo” y “yo mismo”. Algunas veces decimos “yo hago esto”, o “yo lo voy a hacer”; pero otras veces decimos “yo mismo voy a hacer esto”. Cuando hay una diferencia entre dos cosas, es importante notar en qué radica la diferencia. En este caso, decimos “yo mismo” cuando queremos enfatizar que hacemos algo con todo nuestro ser. Al yo le añadimos todo nuestro ser.

¿Qué es este “ser”? He ahí la pregunta crucial. ¿Qué queremos expresar con este “ser”? Para descubrirlo, podemos hacer un experimento: podemos ir hacia nuestro interior (lo cual es una expresión poética, pero que todos podemos entender) y mirarnos a nosotros mismos. Yo puedo mirarme a mí mismo aquí sentado hablándoles a ustedes, así como ustedes pueden mirarse a ustedes mismos sentados allí y escuchándome. Pueden mirarse a ustedes mismos, pueden observarse. Hay algo en nuestro interior que puede mirarnos a nosotros mismos, como si fuéramos dos. Si vamos a lo más profundo de nuestro interior, llegaremos al observador a quien nadie puede observar. Ese es nuestro Ser. El Ser aquel que observa y que no puede ser observado por nadie.

“Soy yo; no soy esta marioneta. Desempeño un papel, y lo voy a representar bien; voy a interactuar con amor con los demás actores, para hacer de esto un buen teatro, y no una cuestión de matarnos unos a otros. Quiero hacer del mundo una danza, un buen espectáculo”.
Este Ser es uno: no podemos distinguir a este observador de algún otro observador. Este es nuestro verdadero Ser, que todos tenemos en común.Diferentes tradiciones lo llaman con distintos nombres: en la tradición cristiana es llamado la realidad Crística que reside en nosotros. San Pablo dice: “Yo vivo, pero no soy yo; es Cristo que vive en mí”. Pablo puede decirlo, así como tú puedes decirlo, yo puedo decirlo… ya que hay un único Ser. Los budistas lo llaman “naturaleza búdica”, la cual se aplica no sólo a los seres humanos: los perros tienen naturaleza búdica, los gatos tienen naturaleza búdica, las plantas tienen naturaleza búdica… así como existe lo que llamamos el “Cristo cósmico”. Los hindúes lo llaman “Atman”, que significa también “aliento”, o “vida”.

Ahora bien, si yo digo “yo mismo”, hago referencia a este Ser universal, pero en cuanto yo; lo mismo que si tú dices “yo mismo”, te refieres a este Ser único pero en cuanto tú. Hay un único Ser, mientras que hay innumerables yos. El “yo” existe en el tiempo y el espacio; el Ser existe más allá del tiempo y del espacio. Este Ser es tan pleno, tan inagotable, que necesita expresarse a sí mismo una y otra vez en cada yo que existe, y solo para manifestar el gozo y la plenitud de la vida. Mi yo es absolutamente único, así como tu yo es también absolutamente único. No solo nuestras huellas digitales son únicas, sino que todo nuestro ser es único: nuestros ancestros, el tiempo y las circunstancias en las que nacimos… Todo esto determina nuestro yo.

¿Qué es este “yo”? Podemos identificarlo con el personaje de una obra de teatro. En el gran teatro del mundo, el Ser hace el papel de un sinnúmero de personajes. Es como una madre que juega a las marionetas con sus hijos pequeños. La madre hace el papel del príncipe, luego del dragón, luego el príncipe lucha con el dragón… pero es una y la misma madre la que actúa para sus niños. Así, podemos imaginarnos al mundo como un gran teatro, en el que el Ser hace el papel de innumerables personajes. Cuando la obra termina, el Ser deja las marionetas en la caja, y es entonces cuando nuestro tiempo se acaba. Nuestro tiempo, nuestro “yo”, comienza cuando nacemos y termina cuando morimos. Sin embargo, esto no afecta al Ser, ya que el Ser trasciende el tiempo y el espacio.

Sin embargo hay un gran peligro, ya que esta marioneta, este pequeño yo, es diferente de los demás yos. El yo mira a la gran cantidad de otros yos que hay en el mundo, y de repente se olvida de su Ser, y piensa que realmente es el príncipe, o la princesa, o el dragón, o el mago, o cualquier otro papel que esté desempeñando. Equivocadamente el yo se identifica con su papel. Es como un actor que está haciendo el papel de Hamlet, y en medio de la obra se olvida de que es un actor y cree que realmente es Hamlet; podemos decir que en ese momento ese actor se ha vuelto loco. Por eso también podemos decir que todos, muy a menudo, yo diría cincuenta veces al día, nos volvemos locos: creemos que somos el papel que estamos desempeñando. El Ser desempeña en mí este papel, pero yo lo olvido.

Cuando esto ocurre, el yo se transforma en el ego. El ego es ante todo temeroso, ya que, al ver tantos otros yos a su alrededor, piensa: “Me van a hacer daño; son tantos, y yo soy tan pequeño comparado con los millones que hay por todos lados”. El ego pasa del temor a la agresión: “Debo defenderme de ellos”, y a la avaricia: “Debo ponerme por encima de ellos; quiero tener más y más, y no voy a compartir lo que tengo, porque no va a alcanzar para todos”. Así es como el yo queda reducido al ego, identificándose con una pequeña marioneta y olvidando su verdadero Ser. Por eso, lo que el ego debe hacer es recordarse a sí mismo: “Soy yo; no soy esta marioneta. Desempeño un papel, y lo voy a representar bien; voy a interactuar con amor con los demás actores, para hacer de esto un buen teatro, y no una cuestión de matarnos unos a otros. Quiero hacer del mundo una danza, un buen espectáculo”. Nuestro ego necesita detenerse, luego mirar y tomar conciencia de su verdadero Ser, y luego actuar, interactuar con los demás.

Necesitamos recordar este panorama del Ser, que es uno y el mismo para todos; del yo, que es un papel que el Ser desempeña; y del ego en el que puede quedar reducido el yo. Debemos tomar esta idea con seriedad, pero al mismo tiempo como un juego. Jugar en el teatro del mundo, sin olvidarnos de que estamos jugando. No encerrarnos en nuestro ego, sino recordar nuestro verdadero Ser. Detengámonos cada tanto a lo largo del día, y digámonos: “soy Yo mismo”, recordando lo que esto significa.