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Paz y Ciencia

sábado, 28 de agosto de 2021

Carl Rogers: Autenticidad

 


Autenticidad o congruencia: Consiste en que cada persona debe de “ser, lo que es”, es decir, no usar máscaras (el concepto de máscara en psicología, hace alusión a que una persona no muestra quien es, sino que se oculta detrás de otra personalidad).

Relaciones basadas en la autenticidad: la revolución silenciosa de Rogers

Rodrigo Córdoba Sanz. Zaragoza Gran Vía Y Online. Psicólogo y Psicoterapia Integrativa Teléfono: 653 379 269 Website: www.rcordobasanz.es                    Instagram: @psicoletrazaragoza

Mafalda, en una de sus frases estrella, se preguntaba: «¿Por qué a mí me tocó ser yo?». Si hacemos la misma reflexión, será difícil llegar a una conclusión. Como mucho, podremos darnos un «porque sí» como respuesta. Si damos un paso más, podríamos cuestionarnos: ¿Cómo me relaciono con los demás? Y también: ¿Desde dónde actúo? ¿Me acepto? ¿Quién soy yo con el otro? ¿Cómo me siento con cada persona con la que convivo o entablo una relación?

A este debate de uno consigo mismo respondía en parte la revolución silenciosa de Carl Rogers. El psicólogo proponía un modo de vincularse con los demás. Permitía que cada uno conectara con lo que realmente es a través de relaciones auténticas, ya fueran con una pareja, un amigo, un hijo, un maestro, un terapeuta o cualquier persona capaz de demostrar congruencia y autenticidad. Sólo así, sintiéndonos bien con nuestras relaciones, la humanidad podría avanzar hacia un mundo mejor.

Rogers fraguó una psicoterapia que a lo largo de los años causó fascinación en Estados Unidos, y sus ideas le valieron para ser candidato a un Nobel de la Paz.

Relaciones basadas en la autenticidad: la revolución silenciosa de Rogers

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Mafalda, en una de sus frases estrella, se preguntaba: «¿Por qué a mí me tocó ser yo?». Si hacemos la misma reflexión, será difícil llegar a una conclusión. Como mucho, podremos darnos un «porque sí» como respuesta. Si damos un paso más, podríamos cuestionarnos: ¿Cómo me relaciono con los demás? Y también: ¿Desde dónde actúo? ¿Me acepto? ¿Quién soy yo con el otro? ¿Cómo me siento con cada persona con la que convivo o entablo una relación?

A este debate de uno consigo mismo respondía en parte la revolución silenciosa de Carl Rogers. El psicólogo proponía un modo de vincularse con los demás. Permitía que cada uno conectara con lo que realmente es a través de relaciones auténticas, ya fueran con una pareja, un amigo, un hijo, un maestro, un terapeuta o cualquier persona capaz de demostrar congruencia y autenticidad. Sólo así, sintiéndonos bien con nuestras relaciones, la humanidad podría avanzar hacia un mundo mejor.

Rogers fraguó una psicoterapia que a lo largo de los años causó fascinación en Estados Unidos, y sus ideas le valieron para ser candidato a un Nobel de la Paz.

Desde sus inicios, contribuyó a la educación con su enfoque centrado en la persona. Uno de sus héroes era John Dewey, quien creía que la buena educación no debía ser sólo intelectual, sino entregarse totalmente a la experiencia.

Después de muchos años asistiendo a personas, uno de los momentos de mayor reconocimiento le llegó después de la Segunda Guerra Mundial, cuando comenzó a ayudar a militares y lisiados de guerra. Hasta entonces, estos sólo eran atendidos por médicos: nadie se había interesado por cómo se sentían emocionalmente. A raiz de aquello, Rogers fue invitado a Japón para que otros psicólogos conocieran su forma de ayudar.

El humanismo actual recoge aspectos de las teorías de Rogers, así como de otros como Maslow, Erich Fromm, Robert Carkhuff o Victor Frank.

Rogers aportó a esta corriente la tendencia actual que considera que hay un impulso natural, constructivo y optimista hacia la supervivencia y la autorrealización. En una metáfora, la tendencia puede verse como una semilla que de manera natural será árbol. Una frase que debería darnos la fórmula para confiar en nuestra propia transformación positiva.

Enfoque centrado en la persona

Además de informes y artículos, Rogers publicó más de 15 libros. El proceso de convertirse en persona (1961) es uno de los más conocidos. Lo escribió cuando era profesor de psicología y psiquiatría en la Universidad de Wisconsin y se convirtió en la biblia del movimiento humanista de la psicología.

Sus terapias grupales tomaron forma en la obra Grupos de encuentro (1970). En ellas, el terapeuta no era más que una persona que participaba del encuentro para conocer, entender y ayudar al otro.

Rogers afianzó una terapia no directiva donde la figura del facilitador no llevara máscaras psicológicas ni profesionales. El terapeuta se encuentra de igual a igual con su cliente (ni siquiera se denominaba ‘paciente’ puesto que no era una figura pasiva, sino un experto en su propia trayectoria).

La esencia rogeriana se aprecia en que el punto de vista del psicoterapeuta se trata más de una forma de ser frente al cliente que en el mero ejercicio de una profesión. Su psicología se acerca a los problemas de cada individuo y de la humanidad hasta llegar a lo que significa verdaderamente existir como ser humano.

En El poder de la persona (1978), Rogers confía en que los individuos que albergan fortaleza interna para impulsarse y derribar sus defensas pueden cambiar la propia lectura de sus experiencias vitales.

Relaciones basadas en la autenticidad: la revolución silenciosa de Rogers

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Mafalda, en una de sus frases estrella, se preguntaba: «¿Por qué a mí me tocó ser yo?». Si hacemos la misma reflexión, será difícil llegar a una conclusión. Como mucho, podremos darnos un «porque sí» como respuesta. Si damos un paso más, podríamos cuestionarnos: ¿Cómo me relaciono con los demás? Y también: ¿Desde dónde actúo? ¿Me acepto? ¿Quién soy yo con el otro? ¿Cómo me siento con cada persona con la que convivo o entablo una relación?

A este debate de uno consigo mismo respondía en parte la revolución silenciosa de Carl Rogers. El psicólogo proponía un modo de vincularse con los demás. Permitía que cada uno conectara con lo que realmente es a través de relaciones auténticas, ya fueran con una pareja, un amigo, un hijo, un maestro, un terapeuta o cualquier persona capaz de demostrar congruencia y autenticidad. Sólo así, sintiéndonos bien con nuestras relaciones, la humanidad podría avanzar hacia un mundo mejor.

Rogers fraguó una psicoterapia que a lo largo de los años causó fascinación en Estados Unidos, y sus ideas le valieron para ser candidato a un Nobel de la Paz.

Desde sus inicios, contribuyó a la educación con su enfoque centrado en la persona. Uno de sus héroes era John Dewey, quien creía que la buena educación no debía ser sólo intelectual, sino entregarse totalmente a la experiencia.

Después de muchos años asistiendo a personas, uno de los momentos de mayor reconocimiento le llegó después de la Segunda Guerra Mundial, cuando comenzó a ayudar a militares y lisiados de guerra. Hasta entonces, estos sólo eran atendidos por médicos: nadie se había interesado por cómo se sentían emocionalmente. A raiz de aquello, Rogers fue invitado a Japón para que otros psicólogos conocieran su forma de ayudar.

El humanismo actual recoge aspectos de las teorías de Rogers, así como de otros como Maslow, Erich Fromm, Robert Carkhuff o Victor Frank.

Rogers aportó a esta corriente la tendencia actual que considera que hay un impulso natural, constructivo y optimista hacia la supervivencia y la autorrealización. En una metáfora, la tendencia puede verse como una semilla que de manera natural será árbol. Una frase que debería darnos la fórmula para confiar en nuestra propia transformación positiva.

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Enfoque centrado en la persona

Además de informes y artículos, Rogers publicó más de 15 libros. El proceso de convertirse en persona (1961) es uno de los más conocidos. Lo escribió cuando era profesor de psicología y psiquiatría en la Universidad de Wisconsin y se convirtió en la biblia del movimiento humanista de la psicología.

Sus terapias grupales tomaron forma en la obra Grupos de encuentro (1970). En ellas, el terapeuta no era más que una persona que participaba del encuentro para conocer, entender y ayudar al otro.

Rogers afianzó una terapia no directiva donde la figura del facilitador no llevara máscaras psicológicas ni profesionales. El terapeuta se encuentra de igual a igual con su cliente (ni siquiera se denominaba ‘paciente’ puesto que no era una figura pasiva, sino un experto en su propia trayectoria).

La esencia rogeriana se aprecia en que el punto de vista del psicoterapeuta se trata más de una forma de ser frente al cliente que en el mero ejercicio de una profesión. Su psicología se acerca a los problemas de cada individuo y de la humanidad hasta llegar a lo que significa verdaderamente existir como ser humano.

En El poder de la persona (1978), Rogers confía en que los individuos que albergan fortaleza interna para impulsarse y derribar sus defensas pueden cambiar la propia lectura de sus experiencias vitales.

Más allá de los fundamentos teóricos, probablemente el caso práctico o testimonio más comentado sea el de Gloria, en 1964. Hoy se pueden rescatar en YouTube vídeos de tres de los terapeutas más influyentes de la época —Carl Rogers, Fritz Perls (Gestalt) y Albert Ellis (terapia racional-emotiva conductual)— trabajando con la misma cliente.

Gloria accedió de forma voluntaria a 40 minutos de terapia, que sería grabada y publicada, con cada uno de ellos. El tema central de las charlas era la dificultad que le suponía contar a su hija su relación con otros hombres tras divorciarse.

Varios expertos han coincidido en que Rogers dejaba más libertad a su paciente y más espacio a sus silencios; y que mostraba más transparencia para que ella conectara con sus propios emociones y planteamientos.

Durante la sesión, por ejemplo, Gloria necesita que su psicoterapeuta resuelva algunas preguntas que tiene sobre sí misma. En vez de llevarla a tomar una decisión correcta o la más apropiada, Rogers deja que acepte su verdadera esencia. Para Rogers, el mecanismo del cambio no radica en clarificar sus valores y creencias, sino en explorar su verdadero yo. «Convertirse en la persona que uno es y con la capacidad de tomar las decisiones más satisfactorias es la meta máxima de la terapia centrada en el cliente», decía.

Congruencia y empatía genuina

Solemos hablar de la empatía como «ponerse en el lugar del otro», o traducido del inglés, «en los zapatos del otro». Para Rogers esto era insuficiente y superficial. No se puede ser empático si esta empatía no se produce de manera genuina. ¿Qué quiere decir ’empatía genuina’? Significa vivir nuestras relaciones, cualesquiera que sean, siendo nosotros mismos y percibiendo a los otros también por lo que son, con aceptación, sin todos los elementos subjetivos que introducimos en los demás. No sólo es ponerse los zapatos sino los pies del otro. Sería como despojarnos de todo lo que es nuestro y entonces ver cómo son los otros y desde dónde actúan y piensan. Ayudar al otro desde lo que es, a percibirse a sí mismo, a aceptarse y quererse. La premisa de Rogers se contrastó una y otra vez: cuando las personas son aceptadas y apreciadas, tienden a desarrollar cariño hacia sí mismas.

Lo que diferenciaba a Rogers, sobre todo, era que se centraba en la persona y no en el problema: la persona puede tener problemas, pero estos van y vienen. Lo realmente importante es poner el foco en la persona, en su marco de referencia. El resto del mundo desaparecía para él —también su propia historia personal—, se dejaba llevar por aquello que el cliente le decía: si era algo muy duro para él, o si le impactaba, si veía dolor o lágrimas —incluso cuando la persona no llorase por fuera.

Según el cofundador de la psicología humanista, no había metodología: sus interpretaciones, dilucidaciones o reflejos con aclaraciones de lo que decía el cliente, así como muchas de sus pautas en la conversación, no estaban recogidas en ningún manual; aunque con los años su apellido ha dado nombre a una orientación psicológica que hoy día es combinada con otras prácticas como la Gestalt y que se usa para tratamientos de trauma o apego entre otros.

La mirada incondicional al otro, el no juzgar y la autenticidad de la relación con su cliente son las actitudes por las que Rogers abogaba. El propósito de su terapia era escuchar, aceptar y reconocer los sentimientos que el cliente estaba teniendo en ese preciso momento. Esta era una de las condiciones suficientes para construir la personalidad. De hecho, la escucha de Rogers fue comparada con la de Freud. Para autores como Kahn y Kohut, Rogers la convierte no sólo en una herramienta para escuchar sino en una cura terapéutica. Él destierra la posibilidad de confrontación que utilizan los psicoanalistas para llevar a los clientes a ser conscientes de la relación entre sus palabras y su comportamiento.

Cultura y religión en los grupos de encuentro

En los últimos años de su vida, se dedicó a aplicar sus ideas a situaciones políticas y organizó talleres para la resolución de conflictos en Centroamérica. También llevó a cabo workshops y grupos con protestantes y católicos en Belfast; y con blancos y negros en Sudáfrica. «En los grupos, se ven unos a otros como personas, no como aquellos católicos o protestantes malos. Los sentimientos de hostilidad irracional se disuelven», resumió.

En 1982, Rogers publicó un artículo sobre la guerra nuclear y reiteró que «sería muy útil que los políticos de ambos lados de la Cortina de Hierro pudieran expresar sus miedos más profundos sobre el otro lado». Era, dijo, la única esperanza de evitar la Destrucción Mutua Asegurada. En 1984, Rogers lanzó oficialmente el Proyecto de Paz para que culturas e ideologías diferentes entendieran al otro desde una nueva perspectiva, en una campaña que fue apoyada por estrellas de Hollywood.




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