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Paz y Ciencia

viernes, 27 de agosto de 2021

Byung-Chul Han quiere ser Puigdemont

 


Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo Psicoterapeuta. Zaragoza Gran Vía Y Online. Teléfono: 653 379 269.                              Website: www.rcordobasanz.es.              Instagram: @psicoletrazaragoza

Byung-Chul Han (Seúl, 1959) hizo en el CCCB lo que normalmente no hace en sus libros, acudir a la ironía. El pensador coreano, experto en Heidegger, y un auténtico best seller gracias a títulos como La sociedad del cansancio, comenzó su conferencia haciendo referencia a la situación política catalana. Más tarde, sin dejar de utilizar el humor ante un auditorio entregado, dijo querer ser Carles Puigdemont para declarar un estado independiente y cumplir, así, su sueño, ejercer el poder (como Platón pedía a los filósofos) y ordenar, como presidente de la nueva república, que se cierren los aeropuertos del país. Todos los turistas quedarían relegados en la frontera. El aplauso del público, hastiado por los efectos de plataformas como Airbnb y de los cruceros que llegan cada día a la Ciudad Condal, no se hizo esperar. Como nuevo mandatario, insistió el ensayista, declararía el derecho de los ciudadanos a ser vagos e improductivos.

La caricatura que hizo de él mismo Byung-Chul Han es, paradójicamente, un fiel retrato de lo que ofrece, en realidad, el pensador. Sin duda se ha convertido en un excelente entomólogo, con una mirada lúcida que pone nombre y apellidos a las contradicciones de la sociedad contemporánea, denunciando el falso mito de la transparencia, la auto-explotación del supuesto emprendedor, la muerte del Eros y el infierno de lo igual. En sus libros hay todo un campo semántico que describe y disecciona con incuestionable acierto la actual globalización y sus altas y bajas tecnologías. Pero el poco espacio que deja para la duda (en sus libros encontrarán afirmaciones, casi nunca preguntas) y su nostalgia por lo que un día fue un mundo mejor (anterior a lo que llama psicopolítica) nos presenta más una retórica del lamento que una oportunidad de encontrar brechas para las pequeñas e imprescindibles resistencias cotidianas.

Han reconoció en el Centre de Cultura Contemporània que detesta viajar. “No viajar es una misión política para mí”, llega a decir. Aceptó la invitación para venir a Barcelona, según sus propias palabras, para escapar unos días del frío de Berlín. Una especie de justicia poética le esperaba en la capital catalana en forma de tormentas encadenadas.

Y fue así, bajo la lluvia, cuando el autor de La sociedad del cansancio consiguió sentirse en Barcelona, por un instante, como algo diferente a un turista. Sin nadie alrededor, gracias a la evidente inclemencia, visitó el parque del laberinto de Horta y, por azar, se topó con la gruta en la que la ninfa Eco se enamora de Narciso. Narciso en el laberinto, piensa Byung-Chul Han, es la imagen que siempre ha perseguido para describir las patologías  de este enjambre digital en el que vivimos. El miedo, el vacío y la vergüenza son consecuencias, según el ensayista, de una libido que ya únicamente se alimenta del yo, del ego.

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“Para ser libres necesitamos al otro”, insistirá Han, quien entiende la alteridad como la posibilidad que ofrece aquello aún no transitado. El pensador acude a la imagen bíblica del naufragio para hablar del mar de algoritmos que parece ordenar nuestra vida, a lo que llama giro dataístico.

“La información se desplaza en un mundo sin umbrales”, denuncia. Mientras en la Ilustración la realidad sustituye al mito, en el dataísmo el dato sustituye a la realidad. A lo digital le falta el peso, y accedemos a la realidad, según un empirismo actualizado por Han, a través del cuerpo. La transparencia, nos dice, no es un sinónimo de la luz, símbolo de la Ilustración, sino todo lo contrario. El homo digitalis deja de ser soberano y responde tan sólo a la hoja de cálculo.

Byung-Chul Han no dejó de utilizar sarcásticamente el tópico (“pensaba que lo que más les gusta a los españoles es la siesta y el vino”) para aludir el animal original que un día fuimos antes de esclavizarnos nosotros mismos, y convertirnos en el animal consumista que hoy representamos. Esa “obligación sistémica” del trabajo permanente es el triunfo de un neoliberalismo que ha conseguido que ya no sea necesario ningún panóptico para que nunca baje nuestro estado de alerta.

Esas imágenes, sin duda, son con las que Han mejor conecta con sus lectores. Otra cosa es cuando ha de abandonar el lamento. Las imágenes que entonces aparecen son imágenes que nacen muertas (“todo el mundo lleva un cáncer dentro”, “la sociedad necesita una quimioterapia radical”, etcétera). El pensador, sin embargo, vuelve a mostrarse honesto cuando arriesga, y ensaya lecturas comparadas. Sean o no aceptadas. Especialmente interesante es la que vincula el botón que posibilita el selfie con el botón que activa la bomba del terrorista suicida. Ambos casos, que aparentemente no tienen relación entre sí, son para Han efectos del vacío que siente el narcisista, una búsqueda del propio cuerpo en una instantánea. Lo que las diferencia es, claro, la pulsión de muerte.

El Narciso en el laberinto que encuentra Byung-Chul Han en Barcelona le lleva a explicar cómo ha trabajado, durante tres años, en una suerte de jardín secreto. De allí nace un libro que pronto llegará a España, Elogio de la tierra. El pensador descubre el enigma que esconde la naturaleza cuando la excavas. Las raíces mantienen un diálogo propio en un mundo subterráneo. Ésa es su actual constelación metafórica. Lo que parece olvidar Han es que un jardín no deja de ser la domesticación urbana de un bosque salvaje. Si tenemos que convocar al animal original que el coreano dice perseguir, último testigo de la auténtica belleza, quizá sea mejor buscarlo en la frondosidad de lo desconocido que en el patio trasero de una zona residencial alemana.

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