Último capítulo del libro “La salvación de lo bello”, que trata sobre la necesidad de recuperar el sentido de belleza frente a su banalización debida al gusto actual por lo pulido y lo intrascendente. Edición, Raimon Arola.
Presentación
Las reflexiones de Byung-Chul Han se centran en la crisis de los valores vinculados tradicionalmente a la belleza frente el gusto actual que busca ante todo la positividad en cualquier aspecto vital y también en el arte: «un espacio que no tolera ninguna extrañeza, ninguna alteridad, ninguna negatividad» Sus pensamientos se centran sobre todo en el mundo virtual donde todo «se mide por su inmediatez y su valor de uso y de consumo». La reflexión de Han emerge de la tradición occidental, desde Platón a Heidegger, más que del pensamiento extremo oriental, por eso afirma que la experiencia de lo bello es ontológica, no simplemente placentera. En este sentido apunta a la verdad del ser que se refleja en «el engendramiento», puesto que dicha verdad está animada por el primer dios, Eros, que impele a la creación. El núcleo tradicional de la belleza sólo se salvará si el espectador no se comporta de forma pasiva y consumidora sino que se detiene y, a su vez, actúa de forma generadora respecto a la verdad que sustenta la belleza, se vincula a ella, fundando eternidad, aei on.
Como hemos dicho, Han no se refiere a la tradición oriental, sin embargo, su pensamiento extiende sus raíces en ella y para corroborarlo proponemos, como complemento, la lectura del siguiente artículo de Arsgravis: Una explicación sobre la belleza de Kitaro Nishida.
Texto de Byung-Chul Han: «Engendrar en lo bello»
En el diálogo El banquete, Platón establece una escala de niveles de lo bello. El amante de lo bello no se conforma con la visión de un cuerpo hermoso. Más allá de la belleza habitual, sube esa escala hasta lo bello en sí. Pero la inclinación hacia el cuerpo hermoso no se condena. Más bien resulta una parte esencial; es más, un comienzo necesario del movimiento de ascenso hacia lo bello en sí.
Lo peculiar de la teoría platónica de lo bello consiste en que, ante lo bello, uno no se comporta de forma pasiva y consumidora, sino de forma activa y generadora. En presencia de lo bello, el alma se ve impelida a engendrar por sí misma algo bello. Al contemplar lo bello, el Eros despierta en el alma una fuerza engendradora. Por eso se llama «engendrar en lo bello» (tokos en kalo).
En presencia de lo bello, el alma se ve impelida a engendrar por sí misma algo bello.
Por mediación de lo bello, el Eros tiene acceso a lo inmortal. Los «hijos inmortales» que él engendra son obras (erga) no solo poéticas o filosóficas, sino también políticas. Así es como Platón alaba por sus obras tanto a poetas, por ejemplo, Homero o Hesíodo, como también a gobernantes, por ejemplo, Solón o Licurgo. Las leyes bellas son obras del Eros. No solo el filósofo o el poeta son erotómanos, sino también el político. Actos políticos bellos se deben al Eros tanto como las obras filosóficas. La política que se deja conducir por el Eros es una política de lo bello.
El Eros, al ser una divinidad, otorga al pensar una consagración. Sócrates es iniciado por Diotima en los «misterios del Eros», que se sustraen tanto al conocimiento (episteme) como al discurso (logos). También Heidegger es un erotómano. Es el Eros lo que da alas al pensamiento y lo guía: «Lo llamo el Eros, el más antiguo de los dioses según dice Parménides. El aletazo de ese Dios me toca siempre que doy un paso esencial en mi pensamiento y me atrevo a entrar en lo no transitado». Sin Eros, el pensar se degrada a «mero trabajar». El trabajo, que es opuesto al Eros, profana y deshechiza el pensar.
El Eros, al ser una divinidad, otorga al pensar una consagración.
Heidegger no emplaza lo bello en lo estético, sino en lo ontológico. Es un platónico. Según Heidegger, lo bello es «el nombre poético de la diferencia de ser». El Eros se refiere al ser: «Pero el ser se comprende en la aspiración al ser o, corno dicen los griegos, en el Eros». A lo bello se le otorga una consagración ontológica. La «diferencia ontológica» distingue al ser de lo ente. Ente es todo aquello que es. Pero su sentido se lo debe al ser. El ser no es un fondo del cual surja lo ente, sino el horizonte de sentido y de comprensión, únicamente a cuya luz se hace posible un comportarse en relación con lo ente, comprendiéndolo. Heidegger concibe lo bello expresamente como un fenómeno de la verdad más allá de la complacencia estética:
“La verdad es la verdad del ser. La belleza no es algo que suceda adicionalmente a esta verdad. Cuando la verdad se pone en obra, se manifiesta. Este manifestarse, en cuanto que tal ser de la verdad en la obra y como obra, es la belleza. Así es como lo bello forma parte del acontecer la verdad. Lo bello no es solo algo relativo al agrado ni es meramente objeto de agrado”.
La verdad como verdad del ser es un suceso, un acontecimiento que es lo único que otorga a lo ente sentido y significado. Así es como una nueva verdad pone a lo ente bajo una luz completamente distinta, modificando nuestra relación con el mundo y nuestra comprensión de la realidad. La verdad hace que todo se muestre de otro modo. El acontecimiento de la verdad define de nuevo lo que es real. Engendra un «es» distinto. La obra es el lugar que gesta, recibe y encarna el acontecimiento de la verdad. El Eros está apegado a lo bello, a la manifestación de la verdad. En eso se diferencia del agrado. El tiempo en el que predomina el agrado, el «me gusta», es —diría Heidegger— un tiempo sin Eros, sin belleza.
La obra es el lugar que gesta, recibe y encarna el acontecimiento de la verdad. El Eros está apegado a lo bello, a la manifestación de la verdad.
En cuanto que acontecimiento de la verdad, lo bello es generativo, engendrante, incluso poetizante. Da a ver. Lo bello es este don. Lo bello no es la obra como producto, sino sobresalir la verdad resplandeciendo. Lo bello trasciende también la complacencia desinteresada. Lo estético no tiene ningún acceso a lo bello en un sentido enfático. Al ser el resplandeciente sobresalir de la verdad, lo bello es inaparente, en cuanto que se oculta tras los fenómenos. También en Platón es necesario cierto apartar la vista de figuras bellas para llegar a vislumbrar lo bello en sí.
A lo bello se le priva hoy de toda consagración. Ha dejado de ser un acontecimiento de la verdad. Ninguna diferencia ontológica, ningún Eros lo protege del consumo. Es un mero ente, algo que está simplemente dado y presente en su obviedad. Uno se lo encuentra dado simplemente como objeto del agrado inmediato. Engendrar en lo bello deja paso a lo bello como producto, como objeto de consumo y de agrado estético.
A lo bello se le priva hoy de toda consagración. Ha dejado de ser un acontecimiento de la verdad.
Lo bello es lo vinculante. Funda duración. No es casual que, en Platón, lo «bello en sí» «sea eternamente» (aei on). Tampoco como «nombre poético de la diferencia de ser» lo bello es algo que a uno tan solo le agrade. Es lo vinculante, lo normativo, lo que da la medida por excelencia. Eros es la aspiración a lo vinculante. Badiou lo llamaría «fidelidad». En su Elogio del amor escribe:
“Pero es siempre para decir: de lo que fue un azar voy a sacar otra cosa. Voy a sacar de él una duración, una obstinación, un compromiso, una fidelidad. Entonces, «fidelidad» es una palabra que empleo aquí en mi jerga filosófica hurtándola de su contexto habitual. Significa justamente el pasaje de un encuentro azaroso a una construcción tan sólida como si hubiese sido necesaria”.
La fidelidad y lo vinculante se implican mutuamente. Lo vinculante exige fidelidad. La fidelidad presupone lo vinculante. La fidelidad es incondicional. En eso consiste su metafísica; es más, su trascendencia. La creciente estetización de la cotidianeidad es justamente lo que hace imposible la experiencia de lo bello como experiencia de lo vinculante. Lo único que engendra dicha estetización son objetos de un agrado pasajero. La creciente volatilidad no solo afecta a los mercados financieros. Hoy abarca a toda la sociedad. Nada tiene consistencia ni duración. En vista de una contingencia radical se suscita el anhelo de lo vinculante más allá de la cotidianeidad. Hoy nos hallamos en una crisis de lo bello en la medida en que a este se lo satina, convirtiéndolo en objeto de agrado, en objeto del «me gusta», en algo arbitrario y placentero. La salvación de lo bello es la salvación de lo vinculante
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