Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo Y Psicoterapeuta. Zaragoza Gran Vía Y Online. Teléfono: 653 379 269 Website: www.rcordobasanz.es. Instagram: @psicoletrazaragoza
En la mayoría de las sociedades modernas, la vulnerabilidad y la inseguridad de la existencia, así como la necesidad de ir tras los objetivos personales en condiciones de aguda e irredimible incertidumbre, se aseguraron desde el comienzo mediante la exposición de las actividades vitales a las caprichosas fuerzas del mercado. Aparte de proteger las libertades del mercado y en ocasiones ayudar a resucitar el vigor declinante de las fuerzas mercantiles, el poder político no tenía necesidad de interferir. Cuando exigía a sus súbditos la obediencia y el acatamiento de la ley, podía apoyar su legitimidad en la promesa de mitigar el alcance de las ya existentes vulnerabilidad e incertidumbre de las personas: limitar los daños y perjuicios perpetrados por el libre juego de las fuerzas del mercado, proteger a los vulnerables contra golpes mortales o excesivamente dolorosos y asegurarlos contra al menos algunos riesgos de los muchos que necesariamente entraña la libre competencia. Tal legitimación halló su expresión suprema en la autodefinición de la forma gubernamental moderna como <<Estado del bienestar>>.
Esa fórmula de poder político está hoy perdiéndose en el pasado. Las instituciones del <<Estado del bienestar>> van desmantelándose y desfasándose de forma progresiva, mientras se retiran una por una las restricciones antes impuestas a las actividades comerciales y al libre juego de la competencia mercantil, con sus nefastas consecuencias. Las funciones protectoras del Estado se restringen a una pequeña minoría inempleable e inválida, aunque incluso esa minoría tiende a ser reclasificada de <<objeto de asistencia social>> a <<objeto de la ley y el orden>>: la incapacidad para participar en el juego del mercado se criminaliza cada vez más. El Estado se lava las manos con respecto a la vulnerabilidad y la incertidumbre ocasionados por la lógica (o la ilógica) del libre mercado, redefiniéndolas como errores y asuntos privados, problemas con los que tiene que lidiar y deben sobrellevar los individuos valiéndose de sus propios recursos. Tal como lo cuenta Ulrich Beck, ahora se espera que los individuos busquen soluciones biográficas a las contradicciones sistémicas.
Estas nuevas tendencias tienen un efecto secundario: corroen los cimientos sobre los que fue apoyándose cada vez más el poder estatal en los tiempos modernos, reivindicando para sí un papel crucial en la lucha contra la vulnerabilidad y la incertidumbre de sus súbditos. En el ostensible crecimiento de la apatía política, en la erosión de las lealtades y los intereses políticos (<<no más salvación por la sociedad>>, como lo expresa la notoria frase de Peter Drucker, o bien <<no hay sociedad; solo están los individuos y sus familias>>, como declarara con similar contundencia Margaret Thacher) y en la masiva renuncia de la población a la participación en la política institucional, vemos pruebas contundentes del derrumbe de los cimientos sobre los que se estableció el poder estatal.
Una vez que hubo renunciado a su anterior interferencia programática en la inseguridad causada por el mercado, proclamando en contraste que la perpetuación y la intensificación de esa inseguridad era misión de todo poder político, interesado por el bienestar de sus súbditos, el Estado contemporáneo debió buscar otras variedades -no económicas- de vulnerabilidad e incertidumbre en las cuales apoyar su legitimidad. Esta alternativa, al parecer, ha sido identificada ahora (quizá de forma más espectacular, aunque en absoluto exclusiva, por parte del gobierno estadounidense) con el problema de la seguridad personal: las amenaza a los cuerpos, a las posesiones y a los hábitats humanos, originadas en actividades delictivas, en la conducta antisocial de las <<clases marginales>> y, en tiempos más recientes, tanto en el terreno global como -cada vez más- en los <<inmigrantes ilegales>>. A diferencia de la inseguridad causada por el mercado, que en todo caso es claramente visible y obvia en lo que respecta a su alivio, esta inseguridad alternativa con la que el Estado procura restaurar su perdido monopolio de la redención necesaria, apuntalamiento artificial, o al menos una gran dramatización, para inspirar suficiente <<miedo oficial>> y al mismo tiempo eclipsar o relegar a una posición secundaria la inseguridad de origen económico, acerca de la cual el Estado no puede -ni desea- hacer nada. A diferencia de las amenazas que representa el mercado para la posición social, la autoestima y el sustento, el alcance de los peligros que acechan a la seguridad personal debe presentarse en los colores más oscuros, de modo tal que (tal como ocurría en el régimen político estalinista) la no materialización de las amenazas puede celebrarse como un suceso extraordinario, como el resultado de la vigilancia, el cuidado y la buena voluntad de los organismos estatales. No es casual que el poder de excepción, los estados de emergencia y la designación de los enemigos estén en su apogeo. Si el poder de excepción es una esencia eterna de toda soberanía, y si la selección y el escarnio de los enemigos es la sustancia extemporánea de <<lo político>> son cuestiones rebatibles; sin embargo, poca duda cabe acerca de que los músculos de los poderes actuales se ejercen en pos de ambas actividades casi como nunca antes.
Gustavo Dessal |
(...) La actual fascinación con las <<autopistas de la información>> como remedio para la decadencia de los lazos humanos, la declinación del compromiso cívico y el (no menos importante) choque entre los principios del placer y de realidad, o bien la fascinación con la ingeniería genética como el remedio para los traumas humanos, las afecciones físicas y, más en general, la contingencia humana (...).
Desde luego, el neoliberalismo ni siquiera invierte demasiados esfuerzos en disimular que esta ideología está al servicio del capital, y sus promotores hace mucho tiempo que se parten de risa cuando recuerdan que alguna vez Hegel creyó que el saber absoluto habría de redimir al esclavo. Pero lo decisivo no es solo la consecuencia que esto arroja en el plano de las condiciones cada vez más precarias que suponen para una inmensa mayoría de la población humana, como usted lo ha desarrollado en su obra Vidas desperdiciadas. Hay algo mucho más terrible, que cabría calificar como el <<factos letal>> que subyace a la idea contemporánea de progreso. Factor letal que no supone una simple metáfora, una figura retórica, una descripción de los <<daños colaterales>> que el avance de la ciencia y la técnica inevitablemente acarrean, como si se tratase del precio que la humanidad ha pagado desde siempre en cada una de sus conquistas. Estamos ante algo nuevo, algo cualitativamente nuevo, y que Freud aventuró bajo el término de <<pulsión de muerte>>. En su obra Modernidad y Holocausto, usted percibió con toda claridad que la catástrofe no es un accidente en el programa de la racionalidad científico-técnica, sino que es intrínseca a dicho programa. Por supuesto, ni el psicoanálisis ni ningún pensamiento lúcido cuestiona el hecho de que la ciencia es uno de los más altos logros de la facultad sublimatoria humana. Lo grave comienza a partir del momento en que la ciencia, y en particular el acontecimiento histórico de la técnica moderna, que amenaza con aplastar incluso al discurso científico mismo, se imponen de forma gradual pero imparable como único modo de revelación de la verdad. Y cuando esto invade el territorio de la subjetividad, y no se limita a su aplicación al mundo físico-matemático, o mejor dicho, cuando los paradigmas tecnocientíficos del mundo físico-matemático se extrapola al territorio de la subjetividad y del lazo social, descubrimos algo que amenaza la condición humana de un modo que no ha tenido precedentes. Resulta triste decirlo de este modo, pero no podemos sustraernos a la evidencia de que Auschwitz fue la fiesta de inauguración de un nuevo paradigma histórico, en el que la ideología del progreso ha mostrado su sentido mortal. Es necesario un gran esfuerzo de ceguera o de cinismo intelectual para darle la espalda a lo que Freud compuso bajo su concepto de Todestrieb, su famosa <<pulsión de muerte>>, que lejos de pertenecer a la categoría del instinto, se muestra como el reverso devastador de la razón humana.
* Zygmunt Bauman (Modernidad y Holocausto)
Desde luego, el neoliberalismo ni siquiera invierte demasiados esfuerzos en disimular que esta ideología está al servicio del capital, y sus promotores hace mucho tiempo que se parten de risa cuando recuerdan que alguna vez Hegel creyó que el saber absoluto habría de redimir al esclavo. Pero lo decisivo no es solo la consecuencia que esto arroja en el plano de las condiciones cada vez más precarias que suponen para una inmensa mayoría de la población humana, como usted lo ha desarrollado en su obra Vidas desperdiciadas. Hay algo mucho más terrible, que cabría calificar como el <<factos letal>> que subyace a la idea contemporánea de progreso. Factor letal que no supone una simple metáfora, una figura retórica, una descripción de los <<daños colaterales>> que el avance de la ciencia y la técnica inevitablemente acarrean, como si se tratase del precio que la humanidad ha pagado desde siempre en cada una de sus conquistas. Estamos ante algo nuevo, algo cualitativamente nuevo, y que Freud aventuró bajo el término de <<pulsión de muerte>>. En su obra Modernidad y Holocausto, usted percibió con toda claridad que la catástrofe no es un accidente en el programa de la racionalidad científico-técnica, sino que es intrínseca a dicho programa. Por supuesto, ni el psicoanálisis ni ningún pensamiento lúcido cuestiona el hecho de que la ciencia es uno de los más altos logros de la facultad sublimatoria humana. Lo grave comienza a partir del momento en que la ciencia, y en particular el acontecimiento histórico de la técnica moderna, que amenaza con aplastar incluso al discurso científico mismo, se imponen de forma gradual pero imparable como único modo de revelación de la verdad. Y cuando esto invade el territorio de la subjetividad, y no se limita a su aplicación al mundo físico-matemático, o mejor dicho, cuando los paradigmas tecnocientíficos del mundo físico-matemático se extrapola al territorio de la subjetividad y del lazo social, descubrimos algo que amenaza la condición humana de un modo que no ha tenido precedentes. Resulta triste decirlo de este modo, pero no podemos sustraernos a la evidencia de que Auschwitz fue la fiesta de inauguración de un nuevo paradigma histórico, en el que la ideología del progreso ha mostrado su sentido mortal. Es necesario un gran esfuerzo de ceguera o de cinismo intelectual para darle la espalda a lo que Freud compuso bajo su concepto de Todestrieb, su famosa <<pulsión de muerte>>, que lejos de pertenecer a la categoría del instinto, se muestra como el reverso devastador de la razón humana.
* Zygmunt Bauman (Modernidad y Holocausto)
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