Bateman, y Fonagy
En el TLP, existen dos autoimágenes escindidas, una realista que es reconocida y otra que es sentida como ajena por estos pacientes. Ésta última es una representación mental con funciones cognitivas, afectos y disposiciones conductuales y primitivas que es la responsable de las manifestaciones impulsivas (autolesiones, intentos suicidas, pleitos físicos, abuso de sustancias), inestabilidad (tormentas afectivas, ira intensa) y desorganización cognitiva (alteración de la identidad, ideas paranoides, episodios disociativos, psicosis transitorias) de estos pacientes.
Durante el desarrollo, una vez internalizada esa autoimagen patológica, el niño constantemente hace esfuerzos desesperados por expulsarla y colocarla en la mente de sus padres o cuidadores, a los que intenta controlar en forma tiránica para tener la ilusión de controlar esa autoimagen en la persona de aquellos. Con esto, a veces se coloca en situaciones de víctima y permite el maltrato o bien él mismo actúa como victimaria de sus personas significativas. Estas conductas continúan activas en la adolescencia y en la edad adulta con una psicodinamia parecida a la que proponen Clarkin, Yeomans y Kernberg.
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