Una de las necesidades más profundas del ser humano es la de pertenecer, la de estar en contacto, la de sentirse unido amorosamente con otras personas.
Vamos hacia la pareja, en primera instancia, porque somos mamíferos, gregarios. Somos seres empáticos, amorosos, generosos y necesitados al mismo tiempo, de manera que solemos vivir en un estado de carencia y falta, y a la vez, de abundancia y grandeza. Albergamos el deseo y la esperanza de dar y recibir, y de encontrar a través del otro un camino de compañía y una calidad existencial que nos traiga regadío.
Si fuéramos cocodrilos, reptiles de sangre fría, nuestras necesidades serían otras, pero para un mamífero no hay mayor necesidad que pertenecer a un colectivo y estar en contacto con otras personas.
Aunque quizá nada nos falte desde una perspectiva existencial y espiritual, en el plano de las pasiones humanas hay algo que debe ser calmado, liberado o llenado: necesitamos encontrar plenitud en nuestras relaciones y calmar nuestra sed de dar y recibir amor. Esto nos permite trascender el Yo: pasar al nosotros, a la unión.
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