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Paz y Ciencia

sábado, 8 de octubre de 2016

En la piel del Psicópata



Pude ver cómo caía un oscuro hilillo de sangre en la boca de Halmea, cómo resbalaba por la sábana hacia la parte de su cuerpo que quedaba bajo Hud. No me moví, ni siquiera parpadeé, pero entonces vi a Hud de pie, sonriéndome; estaba abrochándose la hebilla del cinturón. "¿A qué es una patatita dulce?", dijo. Se puso a silbar y a meterse los bajos del pantalón por dentro de sus botal altas de cuero. Halmea enroscó su cuerpo pegada a la pared...

Larry McCurthy, Horseman, Pass by


No hay nada más importante que escuchar las historias que nos cuentan para el estudio y la reflexión de la psicopatía que historias reales de desesperación y malestar. 

Robert Hare nos explica que tras graduarse a principios de los 60'  buscó un trabajó para alimentar a mi mujer y a mi hija y para pagar mis estudios posteriores. Sin haber trabajado nunca en un prisión encontré trabajo en la Penitenciaría de British Columbia, decir que ese entorno me resultaba nuevo y sorprendente es un eufemismo.

Empecé a trabajar bastante desorientado, sin ningún programa de formación o mentor que me informase en que consistía eso de ser psicólogo de prisiones. El primer día conocí al director y al personal administrativo, todos con uniforme y algunos con armas al cinto. La prisión estaba dirigida al estilo militar e incuso me sugirieron llevar el uniforme, logró convencer al director que no era necesaria esa vestimenta, pero insistió en que al menos me tomaran las medidas en la tienda de la prisión.

El resultado fue el primer signo de que no todo estabau tan ordenado ahí dentro. El recluso me dio dos zapatos del mismo pie. Ese fue un primer mensaje.

Mi primer día de trabajo estuvo lleno de incidencias. Me enseñaron mi despacho; una inmensa área en la planta de arriba de la prisión, un lugar muy distinto de la madriguera que yo hubiera querido tener. Estaba aislado del resto de la institución y tenía que pasar por una serie de puertas cerradas a cal y canto para llegar hasta ahí. En la pared más cercana al escritorio había un sospechoso botón rojo. Un guardia que no tenía ni idea de lo que era un psicólogo -algo que yo tampoco sabía, todo hay que decirlo- me dijo que era el botón de emergencias, pero que si alguna vez tenía que apretarlo no confiase en que la ayuda fuese a llegar a tiempo.

El psicólogo que me precedió dejó una pequeña biblioteca en la oficina. Consistía principalmente en libros del test de Rorschach o el test de Percepción Temática. Conocía aquellas pruebas. Pero no los había usado nunca, de manera que esos manuales sólo reforzaron mi sensación de que no las tenía todas conmigo.

No llevaba ni una hora en el despacho cuando apareció mi primer "cliente". Era un hombre alto, delgado, de cabello oscuro y de unos treinta años. El aire en torno a él era denso y me miró a los ojos de manera intensa y directa, como nadie lo había hecho antes. Su mirada no cesaba (quiero decir que no descansaba la vista mirando al vacío, de tanto en tanto, como se suele hacer habitualmente).

Sin esperar una introducción, el recluso -le llamaré Ray- empezó la conversación: "Hey, doctor, ¿cómo anda? Mire, tengo un problema. Necesito su ayuda Me gustaría hablar de ello".

Con todas las ganas del mundo de estrenarme como psicoterapeuta, le pregunté en qué podía ayudarle. En respuesta sacó un cuchillo y lo blandió delante de mi nariz sonriendo y con la mirada fija en mis ojos. Mi primer pensamiento fue darle al botón rojo, pero no lo hice porque eso podía precipitar un ataque.

En cuanto vio que no iba a apretar el botón me dijo que el cuchillo no era para mí sino para otro recluso que le había hecho insinuaciones a su "protegido", un término carcelario que designa el miembro pasivo de una relación homosexual. Yo no sabía por qué me contaba esto pero pronto sospeché que me estaba poniendo a prueba de nuevo, estaba intentando adivinar qué clase de funcionario era yo. Si no mencionaba el incidente a la dirección, violaría una de las reglas más estrictas de la prisión: la de dar parte por posesión de una arma. Por otro lado, sabía que si informaba de ello, se correría la voz de que el psicólogo era un "chivato" y mi trabajo sería incluso más difícil que antes [...] Seguiré compartiendo esta primera entrevista con Ray, el recluso que puso a prueba a Hare en su primer día de trabajo.

Robert Hare: "Sin Conciencia"


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