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Paz y Ciencia

domingo, 1 de julio de 2012

La Conciencia: Vivir en el Alma



"Amurallar el propio sufrimiento es arriesgarte a que te devore desde el interior" Frida Kahlo.

¿Qué nos está señalando la metáfora del Edén? Yo creo que el descubrimiento principal que podemos hacer es que en el paraíso carecemos del órgano de la conciencia. ese que evalúa, compara y juzga la realidad, a nosotros mismos y a los demás, presidido por nuestras ideas sobre el bien y el mal. Me refiero aquí a la conciencia en un sentido moral, axiológico, a la portadora de nuestros valores y leyes, no a la conciencia en el sentido de darse cuenta, de poner atención o percatarnos de la realidad con los sentidos. Esta conciencia que espontáneamente pone atención y se percata de la realidad es de diferente índole a la conciencia moral y, cuando no la distorsionamos con nuestros tabúes perceptivos, se encuentra siempre activa, iluminando y percibiendo todo lo que alcanza.
En el Edén no disponemos, por tanto, de capacidad de deliberación y diálogo interior, pues carecemos del órgano uqe hace distinciones morales y discrimina los asuntos, los comportamientos y las personas como buenos o malos en su esencia (falta de conciencia que piensa, evalúa, compara, discrimina, enjuicia, reflexiona). En un sentido extremo, ni siquiera contamos con una conciencia elemental que diferencie entre el yo y el tú, entre el adentro y el afuera. Somos, simplemente. Al faltarnos el órgano evaluador no existe la muerte como trágica desgracia, por ejemplo, porque no existe la reflexión sobre la muerte como buena o mala, como bella o como horrible. No existe el dolor como experiencia indeseable, aunque le duela al cuerpo, porque solo es una experiencia más que no se evalúa como positiva o negativa. No existe la miseria, porque no hay más que vivencia de lo que hay, y nadie puede pensar que es poco o mucho. Muerte, decadencia, dolor, hambre o tristeza no son más que experiencias en nada diferentes de otras como vida, coraje, ternura o alegría, pero al no poder ser pensadas son únicamente vividas. Este es el paraíso: vivir la vida en lugar de pensarla, sumergirse en ella en lugar tratar de detenerla. Vivencias en estado puro: se viven y pasan, sin pretender agarrarlas para el futuro. El mensaje adicional es que en el paraíso no existe el tiempo más allá del ahora, del instante puro y luminoso.
Cuando Adán y Eva comen del árbol del conocimiento del bien y del mal son expulsados del paraíso y pierden la inocencia. Empieza a crecer en ellos el diálogo interior, se desarrolla la conciencia de sí mismos y la evaluación de las cosas. Con el yo que piensa y juzga les crecen entrañas emociones hasta entonces desconocidas, como el miedo, la vergüenza, el deseo, la esperanza, la angustia, la culpa o el temor de Dios (que tal vez sea el temor a la vida, por haberse separado de ella). En suma, los principales colores del sufrimiento humano, cuya paleta básica es el dicotómico bien / mal. Y en la caída, el órgano que hace distinciones y valoraciones morales va creando su propia cárcel, hecha de conceptos, juicios, pensamientos y directrices. La conciencia construye gruesos muros para que vivan dentro de ellos.
Perdemos la conexión con el paraíso cuando perdemos la relación directa con la vida y surge el concepto de nosotros mismos como entes autónomos y separados, emergiendo la idea de un yo soberano e independiente que se enseñorea sobre la vida a través del pensamiento y la reflexión. Es cierto que en un cierto nivel necesitamos pensar la realidad, necesitamos pensamientos operativos para maniobrar en el mundo, para organizarnos y cuidar de nuestra supervivencia. Pero en otro nivel esos pensamientos construyen un laberinto que nos aprisiona con nuestras exigencias, principios e imágenes mentales. El prisionero es nuestro ser esencial, que va quedando confinado en un estrecho corredor vital.
En el paraíso se vive en pura contemplación activa y pura vivencia de las cosas tal como son, en comunión con los demás y en armonía con la Naturaleza. En el paraíso no existe la reflexión de si los frutos de este árbol son más o menos sabrosos que los de aquel, de si esta hierba es más verde que aquella, de si esa flor es más hermosa que la otra, de si esta sensación física es agradable o desagradable. No existe un yo que lo diga, que trate de crear un universo con sus palabras. Se siente el dolor igual que la alegría, se siente lo agradable igual que lo desagradable. Por supuesto, el organismo se orienta según la preferencia de lo agradable y tiene sus inclinaciones, pero se trata de categorías funcionales, no morales ni verdaderas.
El paraíso absoluto se nos hace presente cuando podemos vivir directamente en la realidad, sin relacionarnos con ella a través de la intermediación del órgano de la conciencia del bien y del mal que evalúa constantemente la realidad. Cuando no está disponible, o no se encuentra desarrollado, o se ha domesticado y purificado la función de este órgano de la conciencia, que actúa de intermediario entre la persona y la realidad. Cuando la realidad no es interpretada, o teorizada, aunque sea favorablemente, ya que lo favorable hace sinapsis con lo desfavorable, que le seguirá.
Se sabe que el bienestar no depende tanto de los hechos en sí mismos como de una actitud. Ya lo decía Epícteto: "No son los hechos los que nos inquietan, sino nuestras opiniones y vivencias de los mismos". La clave está en nuestra manera de vivir la realidad, en tratar de no complicarla con problemas que son fruto de nuestras interpretaciones y no de los hechos en sí mismos. Los problemas vienen de nuestro talento para complicar la simplicidad de los hechos, de nuestra dificultad para aceptarlos y tomarlos como son, aprovechándolos de este modo.
Lo que cuesta es aceptar que todo tiene su lugar bajo el sol, como luego se menciona en el Eclesiastés, uno de los libros del Antiguo Testamento, haciendo referencia al libre juego de los opuestos que se completan en la unidad. En el paraíso no hay comparación, solo el estricto vivir. Prevalece la mirada del niño absorto en la realidad, en pura observación y pura curiosidad, en puro ver sin distracción, sin consideraciones de ningún tipo, sin apropiación ni rechazo de nada, sintonizando con la fuente y el misterio.

Joan Garriga Bacardí: "Vivir en el Alma. Amar lo que es, amar lo que somos y amar a los que son" Rigden Institut Gestalt. 2011, Madrid. Pp.: 24-27

"El Jueves que quise morir": Princesa Inca. La Mujer-Precipicio. Libros del Silencio.

El jueves que quise morir
recordé cómo te dormías encima de mis pechos,
yo dejaba volar las palomas
que tenía dentro de mi vientre,
unas se posaban en tus manos,
otras marchaban por la ventana
hacia cielos que no eran nuestros.

El día que quise morir te recordé a ti
y aquella multitud de palomas
dentro de la habitación
saliendo de mi vientre,
recordé tantos cuartos de bombilla desnuda y
luz herida derrotados con nuestra saliva.

El jueves que quise morir
subí todo Paseo de Gracia
recordando solo  palomas
y cómo te dormías dentro de mi vientre,
solo palomas,
y entré en la portería de mi casa llorando,

pero ya no quería morir,
solo recordar las palomas
que una vez volaron saliendo de mi vientre.



http://youtu.be/757DdYLaJQ4 Cómo hacerte saber de Mario Benedetti.
http://youtu.be/6n1VYLshAys Pablo Neruda en su propia voz.
http://youtu.be/DNx5InxexBI Me gustas cuando callas de Pablo Neruda. Voz de Alejandro Sanz.
http://www.razonypalabra.org.mx/anteriores/n15/oflores15.html Razón y Palabra: La Otredad, la Mismidad. A partir de autores como Octavio Paz. Profundizar en los vericuetos de la psique.

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