sábado, 31 de marzo de 2012
"La Contratransferencia", Winnicott
Trabajo presentado en la segunda parte de un simposio sobre la Contratransferencia, organizado por la Sección Médica de la British Psychological Society, Londres, 25 de noviembre de 1959, y publicado originalmente en el British Journal of Medical Psychology, 33, págs. 17-21.
Lo que deseo decir puede enunciarse brevemente. Creo que a la palabra "contratransferencia" ahora debería restituírsele su uso original. Podemos utilizar las palabras como gustemos, sobre todo tratándose de palabras artificiales como lo es ésta. Naturalmente, una palabra como "self" sabe más que nosotros; nos usa y puede gobernarnos. Pero "contratransferencia" es un término que nosotros podemos esclavizar, y la lectura de los textos técnicos me lleva a pensar que está en peligro de perder su identidad. Hay ahora toda una literatura en torno de este vocablo, y yo he tratado de estudiarla. En mi artículo "Hate in the Counter-transference" (1947) (que trata principalmente sobre el odio), dije que, según cierto uso, "contratransferencia" designaría "la anormalidad en los sentimientos contratransferenciales, y relaciones e identificaciones fijas reprimidas en el analista. Esto lleva a comentar que el analista necesita más análisis...". A los fines de ese escrito, recogí a continuación otros dos significados posibles. Será fútil cualquier discusión que se base en las fallas del análisis del propio analista. En cierto sentido, esto pone fin al debate. Pero el significado de la palabra contratransferencia puede ampliarse, y creo que todos estamos de acuerdo en extenderlo un poco para tener la oportunidad de ver nuestro trabajo de una manera nueva. Pero volveré a la idea que he expresado. Antes de proseguir, tengo que retomar una observación realizada por Michael Fordham al principio de su intervención, en la cual cita a Jung como cuestionando la idea de que la transferencia es el producto de la técnica psicoanalítica, y subrayando que es un fenómeno general transpersonal o social. Aparte del hecho de que no sé qué significa "transpersonal", pienso que una distorsión del uso del término tal como Freud lo introdujo puede generar confusiones. La característica de la técnica psicoanalítica es este empleo de la .transferencia y de la neurosis de transferencia. La transferencia no es sólo una cuestión de buena comunicación o relación. Tiene que ver con el modo como un fenómeno altamente subjetivo surge repetidamente en el análisis. El psicoanálisis consiste en gran medida en la preparación de las condiciones para el desarrollo de esos fenómenos, y en su interpretación en el momento oportuno.
La interpretación relaciona el fenómeno transferencia) específico con una porción de la realidad psíquica del paciente, y esto en algunos casos significa relacionarla al mismo tiempo con una porción de su vida pasada. En un ejemplo típico, el paciente va eligiendo desconfianza y odio en la relación con el analista, lo que puede verse como correlacionado con el peligro de encontrarse con otro paciente, o con las interrupciones debidas a los fines de semana y las vacaciones. Con el transcurso del tiempo, una interpretación le da sentido a todo esto, no en los términos del presente, sino de la estructura dinámica de la personalidad del paciente. A continuación de ese trabajo, el paciente pierde esa neurosis de transferencia específica y comienza la eclosión de otra. (A menudo el trabajo no se realiza de un modo tan claro, pero como ilustración esto describe perfectamente el principio básico.) Michael Fordham (1960) nos ha proporcionado un buen ejemplo con la paciente que lo interrogaba reiteradamente. por fin la mujer dijo: "Usted es como mi padre, nunca contesta las preguntas". A menudo un paciente da claves que el analista puede interpretar de modo fructífero, pero en este caso una porción importante aunque pequeña de la interpretación fue aportada por la propia paciente, y sin duda el analista pudo entonces intervenir con una interpretación más completa. Es necesario que dedique tiempo a estas aclaraciones, porque si no nos ponemos de acuerdo sobre el término transferencia no debemos empezar a discutir la contratransferencia. Incidentalmente, podría recordarle al doctor Fordham que alguno de los términos que él emplea carecen de valor para mí, pues pertenecen a la jerga junguiana. El, a su turno, podría decirme cuáles de mis palabras le resultan inútiles. Por mi parte, me refiero a "transpersonal", "inconsciente transpersonal", "ideal analítico transpersonal", "arquetípico", "componentes contrasexuales de la psique", "ánimus y ánima", "conjunción ánimus-ánima". Este lenguaje no puede llegar a establecer una comunicación conmigo. Para algunas de las personas que se encuentran en este salón, éstas son palabras cotidianas, y para el resto no tienen ningún significado preciso. También debemos tener cuidado con el empleo de términos que reciben diferentes usos entre grupos diversos de investigadores: yo, inconsciente, ilusorio, sintónico (reaccionar sintónicamente), análisis, etcétera. Ahora puedo volver al tema del fenómeno de la transferencia-contratransferencia y examinar lo que sucede en términos generales en el trabajo profesional. El trabajo profesional es totalmente distinto de la vida corriente, ¿no es así? Todo esto comenzó con Hipócrates, quizás el fundador de la actitud profesional.
En el juramento médico encontramos el cuadro de un hombre o una mujer que constituye una versión idealizada del hombre o la mujer comunes de la calle. Pero es así como somos cuando actuamos profesionalmente. Ese juramento incluye la promesa de no cometer adulterio con una paciente. Este punto supone el pleno reconocimiento de un aspecto de la transferencia, la necesidad que experimenta el paciente de idealizar al médico, y de enamorarse de él, de soñar. Freud admitió el desarrollo de toda una gama de fenómenos subjetivos en la relación profesional; en efecto, el análisis del propio analista implicaba el reconocimiento de que éste se encuentra bajo tensión al mantener una actitud profesional. Empleo deliberadamente este modo de hablar. No estoy diciendo que el análisis del analista pretenda liberarlo de la neurosis; se trata de aumentar la estabilidad del carácter y la madurez de la personalidad del profesional, que constituyen la base de su trabajo y de nuestra capacidad para mantener una relación profesional. Desde luego, la actitud profesional podría erigirse sobre una base de defensas, inhibiciones y regularidad obsesiva; lo que digo es que precisamente en esos casos el terapeuta se encuentra bajo tensión, porque cualquier estructuración de las defensas de su yo reduce su capacidad para enfrentar las situaciones nuevas. El psicoterapeuta (analista o psicólogo analítico) debe seguir siendo vulnerable y, sin embargo, no abandonar su rol profesional en sus sesiones de trabajo reales. Supongo que el analista profesional de conducta correcta es más fácil de encontrar que el analista que, sin dejar de comportarse bien, conserva la vulnerabilidad propia de una organización defensiva flexible. (Fordham se refiere a esta misma idea en su propio lenguaje.) En el psicoanálisis hay un uso mucho más pleno de los fenómenos de la transferencia que, por ejemplo, en la asistencia social. Esto le proporciona al analista una ventaja terapéutica sobre el asistente social, pero hay que recordar las ventajas que conserva la asistencia individualizada más general que brinda el primero, quien, trabajando con las funciones yoicas del paciente, está en mejores condiciones para relacionarse con las necesidades de provisión social que tiene el yo del individuo. Como analistas solemos encontrar obstáculos en esta función, que no es la nuestra. En el análisis, lo característico es que la neurosis de transferencia derive del ello. En la asistencia social un hombre puede decirle a una visitadora "usted me recuerda a mi madre", y no es necesario hacer nada respecto de esto, salvo que la asistente lo crea. En el análisis, el analista habrá recibido claves que le permiten interpretar no sólo la transferencia de sentimientos de la madre a él, sino también los elementos instintivos inconscientes que están debajo, y los conflictos suscitados y las defensas que se organizan. De este modo, el inconsciente empieza a tener un equivalente consciente y a convertirse en un proceso vivo que envuelve a las personas, y a ser un fenómeno aceptable para el paciente. Seguramente lo que el paciente encuentra es la actitud profesional del analista, y no los hombres y mujeres inconfiables que somos en la vida privada. Quiero empezar con esta observación clara, aunque tenga que modificar algo más adelante lo que ahora estoy diciendo. Deseo dejar establecido que el trabajo del analista es un estado especial, es decir, que su actitud es profesional. El trabajo se realiza con un encuadre profesional. En este encuadre damos por sentado que el analista no está sometido a trastornos de la personalidad y el carácter de un tipo o grado tal que impidan mantener la relación profesional, o que para mantenerla obliguen a pagar el alto costo que suponen las defensas excesivas. La actitud profesional se parece al simbolismo, en cuanto supone una distancia entre el analista y el paciente. El símbolo está en una brecha entre el objeto subjetivo y el objeto percibido objetivamente. Se verá que en este sentido estoy en desacuerdo con una afirmación de Fordham, aunque algo más adelante concordaré con él. La afirmación a la que me refiero es la siguiente: "El (Jung) compara la relación analítica con una interacción química, y continúa diciendo que el tratamiento no puede, mediante ningún dispositivo... ser otra cosa que el producto de la influencia recíproca en la cual desempeñan su parte tanto el ser total del médico como el paciente". Más adelante subraya que es fútil que el analista erija defensas de tipo profesional contra la influencia del paciente, y continúa: "Al hacerlo, no hace más que negarse el empleo de un órgano de información sumamente importante". Yo preferiría ser recordado como alguien que sostiene que entre el paciente y el analista está la actitud profesional del analista, su técnica, el trabajo que realiza con su mente. Ahora bien, les digo esto sin temor porque no soy un intelectual, y de hecho hago personalmente mi trabajo en gran medida partiendo del yo corporal, por así decirlo. Pero en mi trabajo analítico me pienso funcionando gracias a un esfuerzo mental consciente aunque fácil.Las ideas y los sentimientos acuden a la mente, pero antes de formular una interpretación los examino y escudriño. Esto no significa que los sentimientos no participen. Por un lado, puedo sentir dolor de estómago, pero habitualmente ello no afecta mis interpretaciones; por otra parte, tal vez una idea del paciente me ha estimulado erótica o agresivamente, pero tampoco este hecho afecta por lo común mi trabajo interpretativo, lo que diga, el modo o el momento en que lo diga. Durante la sesión el analista es objetivo y congruente, y no es un salvador, un maestro, un aliado ni un moralista. El efecto importante del propio análisis del analista en relación con esto consiste en que ha fortalecido su yo de modo tal que puede seguir profesionalmente involucrado y hacerlo sin demasiada tensión. En la medida en que esto sea cierto, la palabra contratransferencia puede designar los rasgos neuróticos que malogran la actitud profesional y perturban el curso del proceso analítico tal como lo determina el paciente. A mi juicio esto es así, salvo con cierto tipo de diagnóstico, que ahora deseo describir, que modifica la totalidad del problema y me lleva a desear concordar con la afirmación de la que acabo de disentir. El tema en discusión es ahora el rol del analista: este rol debe variar según el diagnóstico del paciente. Ninguno de los oradores tuvo tiempo para referirse más que brevemente a la cuestión del diagnóstico (aunque Fordham citó a Jung: "Está claro, sin embargo, que él está segura de que el naciente puede tener efectos muy drásticos sobre el analista y que ellos pueden inducir en él manifestaciones patológicas. Sostiene que éste es particularmente el caso cuando se trata de esquizofrenias fronterizas, y Jung desarrolla este tema de un modo interesante"). Por lo tanto, ahora hablo desde una posición diferente, y el cambio se origina en el hecho de que me refiero al manejo y tratamiento de casos fronterizos para los cuales la palabra psicótico es más apropiada que la palabra neurótico. Pero la gran mayoría de las personas que acuden a nosotros en busca de psicoanálisis no son psicóticos, y a los estudiantes hay que enseñarles en primer lugarel análisis de los casos no-psicóticos. Quizá se espere que yo emplee palabras tales como psiconeurosis, psicosis, o histeria, trastorno afectivo y esquizofrenia, pero no lo haré para clasificar los casos en función de lo que nos proponemos aquí. Creo que dos tipos de casos modifican completamente la actitud profesional del terapeuta. Uno es el paciente con tendencia antisocial y el otro es el paciente que necesita una regresión. El primero, el paciente con una tendencia más o menos antisocial, está reaccionando permanentemente a una deprivación. Su enfermedad, o el aspecto esperanzado que hay en ella, obliga al terapeuta a corregir y a continuar corrigiendo las fallas del yo auxiliar que alteró el curso de la vida del paciente. Lo único que el terapeuta puede hacer, aparte de quedar atrapado, es aprovechar lo que sucede para llegar a un enunciado preciso de la deprivación o las deprivaciones originales, tal como las percibió y sintió el paciente en su niñez. Esto supone trabajar o no con el inconsciente del paciente. Un terapeuta completamente comprometido en el trabajo con pacientes que presentan una tendencia antisocial no estaría en una buena posición para comprender la técnica psicoanalítica, la operación de la transferencia o la interpretación de la neurosis de transferencia. Nosotros tratamos de no derivar los casos antisociales a nuestros estudiantes de psicoanálisis precisamente porque con esos casos no podemos enseñar psicoanálisis. Se los trata mejor de otro modo, aunque el psicoanálisis puede a veces añadirse con utilidad. No dedicaré más consideraciones a la tendencia antisocial. En el otro tipo de paciente al que estoy refiriéndome, puede ser necesaria una regresión. Para generar un cambio significativo, el paciente tendrá que atravesar una fase de dependencia infantil. Tampoco en este caso puede enseñarse psicoanálisis, aunque sí practicarlo en una forma modificada. La dificultad consiste aquí en el diagnóstico, en la localización de la falsedad de la personalidad falsa que oculta al self verdadero inmaduro. Para que en este caso el self verdadero oculto se haga reconocer, el derrumbe del paciente formará parte del tratamiento, y el analista tendrá que ser capaz de interpretar el rol de la madre para el infante del paciente. Esto significa brindar un yo auxiliar en gran escala. El analista tendrá que seguir orientado hacia la realidad externa, mientras de hecho se identifica con el paciente, incluso se fusiona con él. El paciente debe volverse sumamente dependiente, incluso absolutamente dependiente, y esto vale aunque exista una parte sana de la personalidad que mientras tanto actúe como aliado del analista y de hecho le diga cómo debe comportarse. Advertirán que ahora estoy empleando frases concordantes con las utilizadas por Fordham. Una vez más puede decirse que los analistas que trabajan principalmente con pacientes que se vuelven muy dependientes de esta manera, quizá no comprendan ni aprendan la técnica psicoanalítica, basada en el trabajo con la gran mayoría de los pacientes, en los cuales su propia dependencia infantil fue manejada con éxito por sus madres y padres. (Nunca podrá subrayarse lo bastante el hecho de que la mayoría de las personas, si se analizan, necesitan la técnica psicoanalítica clásica, con la actitud profesional del analista entre éste y el paciente.) Per contra, el analista clásico, el que ha aprendido su tarea con la neurosis de transferencia y confía en su capacidad para abordarla a medida que se desarrolla y repetidamente reaparece, tiene mucho que aprender de quienes cuidan e intentan hacer psicoterapia con pacientes necesitados de atravesar las etapas del desarrollo emocional que en sentido propio corresponden a la infancia.
Por lo tanto, desde esta posición modificada con el paciente diagnosticado como psicótico o esquizofrénico, y con la transferencia dominada por la necesidad que tiene el paciente de hacer regresión a una dependencia infantil, me encuentro en condiciones de sumarme a muchas de las observaciones del doctor Fordham, quien, no obstante, considero que no las vinculó adecuadamente con la clasificación de los pacientes, debido a que le faltó tiempo. El psicótico fronterizo gradualmente atraviesa las barreras que yo he denominado la técnica del analista y la actitud profesional, y obliga a una relación directa de tipo primitivo, incluso al extremo de la fusión. Esto se hace de un modo gradual y ordenado, y la recuperación es consecuentemente ordenada, salvo cuando, como característica misma de la enfermedad, el caos debe reinar supremo tanto dentro como fuera. En la formación de psicoanalistas y en estudios relacionados, no debemos colocar a los estudiantes en la situación de quedar relacionados con las necesidades primitivas de los pacientes psicóticos, porque pocos podrán soportarlo, y pocos podrán extraer algún aprendizaje de esa experiencia. Por otra parte, en una práctica psicoanalítica adecuadamente organizada hay lugar para algunos pacientes que cruzan la frontera profesional, y que nos someten a esas pruebas especiales y formulan las exigencias que en esta discusión nosotros parecemos estar abarcando con el término "contratransferencia". Yo podría tomar el tema de las respuestas del analista. De hecho, me resulta difícil perder esta oportunidad de discutir las cosas de toda clase que he experimentado y que se vinculan con las ideas formuladas por el doctor Fordham.
Por ejemplo, hubo una paciente que me golpeó. Lo que yo le dije entonces no puede publicarse. No fue una interpretación, sino la reacción a un hecho. La paciente atravesó la línea blanca profesional y obtuvo un poco de lo que soy realmente; creo que ella lo sintió como real. Pero una reacción no es contratransferencia. ¿No sería mejor en este punto permitir que el término contratransferencia recobre su significado y designe lo que esperamos eliminar mediante la selección, el análisis y la formación de los analistas? Esto nos dejaría las manos libres para discutir muchas cosas interesantes que los analistas pueden hacer con los pacientes psicóticos en regresión temporaria y dependientes, a los cuales podríamos aplicarles la expresión de Margaret Little: la respuesta total del analista a las necesidades del paciente. Bajo este título u otro similar hay mucho por decir sobre el empleo que puede hacer el analista de sus propias reacciones conscientes e inconscientes ante el impacto del paciente psicótico o de la parte psicótica del paciente, y sobre el efecto de este impacto en la actitud profesional. Yo me cuento entre quienes ya han escrito algo y dicho mucho sobre este tema que interesa por igual a junguianos y freudianos. Esto podría y sin duda debe constituir la base de futuras discusiones, pero si se pretende extender está palabra para que abarque todo el mundo contenido en el título de este simposio (la contratransferencia), creo que lo único que se obtendrá es confusión.
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