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Paz y Ciencia

lunes, 19 de marzo de 2012

Psicosis Maníaco-depresivas desde el psicoanálisis

). Psicosis que se manifiesta por accesos de manía o por accesos de melancolía, o por unos y otros, con o sin intervalos de aparente normalidad. Bajo la apariencia de un trastorno biológico de la regulación del humor, modelo de la enfermedad endógena e incluso hereditaria, esta psicosis corresponde a una disociación de la economía del deseo de la del goce. Totalmente confundido con su ideal en la manía, puro deseo, el sujeto se reduce totalmente al objeto en la melancolía, puro goce. La melancolía. Recordemos solamente aquí un rasgo clínico que distingue la culpa del melancólico (véase melancolía) de la de otros estados depresivos, cualquiera sea su gravedad: la acusación dirigida contra sí mismo toma aquí el carácter de una comprobación, antes que de una queja, comprobación que no lo divide (no hay duda ni dialéctica posible); que no recae nunca sobre la imagen de sí mismo (Lacan, Seminario VIII, 1960-61, «La trasferencia»). Se trata de un odio que se dirige al ser mismo del sujeto, desprovisto de toda posesión, hasta la de su propio cuerpo (síndrome de Cotard) y denunciado como la causa misma de esta ruina, sin la modestia que implicaría tal indignidad. La manía clínica. El síntoma patognomónico de la crisis maníaca es la fuga de ideas. La expresión verbal o escrita está acelerada, es incluso brillante, pero parece haber perdido toda resistencia y toda orientación, como si el pensamiento sólo estuviese organizado por puras asociaciones o conexiones literales (juegos de palabras, dislates). Otro síntoma notable es la extrema capacidad del maníaco para distraerse, su respuesta inmediata a toda solicitación, como si su funcionamiento mental hubiera perdido todo carácter privado. En contraste con la riqueza de los pensamientos, las acciones son inadecuadas y estériles: gastos ruinosos, empresas excesivamente audaces que ponen de manifiesto la pérdida del sentimiento de lo imposible. Existe una tendencia a hacer participar a los semejantes en esta fiesta apremiante con abolición del sentimiento de la alteridad así como de la diferencia de los sexos. La fisiología se ve modificada: ausencia de fatiga a pesar de la falta de sueño, agitación, etc. El humor, incontestablemente exaltado, no es por fuerza bueno y se muestra precario, siendo todo estado maníaco potencialmente un estado mixto (maníaco y melancólico). La manía: estudio psicoanalítico. La manía sólo fue abordada al comienzo por el psicoanálisis (K. Abraham, 1911; Freud, 1915) secundariamente y en su relación con la melancolía: ambas dependerían de «un mismo complejo, al que el yo ha sucumbido en la melancolía, mientras que en la manía lo ha dominado o apartado» (Freud, Duelo y melancolía, 1915).

En Psicología de las masas y análisis del yo (1921), Freud afirma: «No es dudoso que en el maníaco yo e ideal del yo hayan confluido». Por último, en El yo y el ello (1923), Freud incidentalmente pudo considerar la manía como una defensa contra la melancolía. Esta noción de defensa maníaca fue retomada y extendida a otros campos por M. Klein (Contribuciones al estudio de la psicogénesis de los estados maníaco-depresívos, 1934) y Winnicott (La defensa maníaca, 1935), especialmente. Sin embargo es objetable, en la manía, por el dominio que supone en el sujeto de los mecanismos de su psicosis. Para comprender el humor maníaco, conviene recordar las condiciones del humor normal (muy influido, por lo demás, por las convenciones sociales). En ausencia de inscripción en el inconciente de una relación entre los sexos, no existe, para suplirla y guiar el deseo sexual, más que una relación con los objetos de la pulsión que la castración va a hacer funcionar como causas del deseo. Estos objetos funcionan desde entonces como faltantes a la imagen del cuerpo. El hecho de deber así el deseo a la castración da a cada uno un humor más bien depresivo. Además, que el sujeto sólo asuma esta castración en nombre del padre muerto, alimenta su culpabilidad tanto por faltar al ideal que este encarnaba como por pretender realizarlo. A través de la fiesta, con todo, se ofrece la ocasión de celebrar colectivamente cierta realización imaginaria del ideal en un ambiente de consumación, e incluso de trasgresión, que recuerda a la manía pero que permanece cargado de sentido (se trata de conmemorar) y reconoce un límite (la fiesta tiene un término). A la inversa, el maníaco triunfaría totalmente sobre la castración: él ignora las coerciones de lo imaginario (el sentido) y de lo real (lo imposible). Alcanzaría así dentro del orden simbólico una relación al fin lograda con el Otro, a través de una consumación desenfrenada hecha posible por la riqueza inagotable de su nueva realidad. En esta «gran comilona» [«bouffe»: también bufonada], aparece sin embargo más «devorado» por el orden simbólico desencadenado en él que entregado a las satisfacciones de un festín. Por otra parte, esta «devoración» no significa fijación o regresión al estadio oral. Se trata aquí de un levantamiento general del mecanismo de inercia que lastra el funcionamiento normal de las pulsiones (la castración). Los orificios del cuerpo pierden entonces su especificidad (M.
Czermak, Oralité et manie, 1989) para venir a presentificar indiferenciadamente la «gran boca» del Otro, la deficiencia estructural de lo simbólico, desenmascarada por el desanudamiento de lo real y de lo imaginario Especificidad de la psicosis maníaco - depresiva. ¿Cómo situar la psicosis maníaco-depresiva? Freud propone para ella, en 1924 (Neurosis y psicosis), un marco particular, el de las neurosis narcisistas, donde el conflicto patógeno surge entre el yo y el superyó, mientras que en la neurosis se sitúa entre el yo y el ello, y en la psicosis, entre el yo y el mundo exterior. El mismo año, en su Esquema de una historia del desarrollo de la libido, K. Abraham se dedica a distinguirla de la neurosis obsesiva. Mientras que el obsesivo lucharía constantemente contra el asesinato edípico no cumplido, «en la melancolía y la manía, el crimen es perpetrado a intervalos en el plano psíquico, del mismo modo como es realizado ritualmente en el curso de las fiestas totémicas de los primitivos». En esta perspectiva, propia de la evolución del sujeto, M. Klein insiste en el acceso del melancólico a una relación con un objeto completo (que correspondería al yo [moi] lacaniano), cuya pérdida podría ser sentida como una pérdida total. Para Ch. Melman (Seminario, 1986-87), la existencia posible de dos cuadros clínicos así contrastados traduce «una disociación específica de la economía del deseo de la del goce». Cita el ejemplo de aquellos que, a consecuencia de la inmigración y del cambio de lengua de sus padres, tienen un inconciente «formado» en una lengua que, para los padres, era extranjera. En esta lengua de adopción, el deseo no está ligado a una interdicción simbólica, inscrita en el inconciente, sino solamente a una distancia imaginaria del sujeto, tanto de su ideal como de su objeto, susceptible por lo tanto de ser abolida para cometer el «crimen». Este caso ejemplar muestra cómo podría aparecer una psicosis maníaco-depresiva aun cuando los padres tuviesen entre ellos una relación correcta con la ley simbólica. Lo que daría cuenta de la conservación en esta psicosis de cierta relación con el Nombre-del-Padre, como lo manifiesta la ausencia generalmente comprobada en ella de alucinaciones, de construcciones delirantes o de trastornos específicamente psicóticos del lenguaje.

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