Las consecuencias en la personalidad de la desvinculación afectiva son muy importantes, serán mayores en la medida en que dicha desvinculación sea más pronunciada, estas son el narcisismo, el odio y la dominación.
Narcisismo: las personas desvinculadas compiten con el resto porque nada les une a ellos, convirtiéndose así los demás en rivales. En términos de suministros afectivos, el desequilibrio que se produce es un déficit en el suministro externo por la falta de interés en conectar con los otros, y un exceso como compensación en el suministro interno (narcisismo maligno). Pues bien, existen individuos desvinculados que gozan de un cierto éxito social, sea por dinero, por despuntar en alguna característica, por carisma, por ser personajes públicos, etc. Estas personas desearán ser admiradas y elogiadas por los demás, no resultándoles entonces excesivamente molestos siempre y cuando se plieguen a estas condiciones y no se atrevan a enfrentarse, a rivalizar o a cuestionar. Nos encontramos entonces en presencia del narcisismo, paradigma de la desvinculación afectiva "positiva" en tanto el odio y la envidia de estas personas, aunque existe, no son lo suficientemente intensos como para producir sufrimiento en los demás. Eso sí, son individuos que carecen de conexión afectiva con los otros, y esto ciertamente resultará frustrante para su entorno.
Paranoidismo: los paranoides son narcisistas en potencia, es decir, narcisistas que no han gozado del éxito social que hubieran deseado, o, con otras palabras, personas que desean desvincularse completamente de los demás y abastecerse solo de su suministro interno, pero que no han podido hacerlo. Se creen por encima de los demás pero saben que no gozan de ese reconocimiento, lo que produce una frustración continua y una culpabilización del entorno por esta circunstancia.
El problema es que el paranoide, al no tener suficiente suministro interno, necesita todavía aportaciones del externo, no produciéndose una desvinculación afectiva completa. Se crean unas necesidades afectivas muy egoístas y patológicas, mezcladas con odio y frustración tanto por un ego que clama poder y admiración, como por una insatisfacción emocional que, posiblemente, sea de larga data.
El odio y la dominación: la desvinculación, más allá del mayor o menor éxito social, crea siempre un sentimiento de odio hacia los demás. Son personas que disfrutan con el dolor ajeno, que no empatizan en positivo con individuos que sufren, que no se conmueven con noticias tristes en la televisión. Retirar los lazos afectivos no solo eso, sino sustituir los sentimientos positivos por los negativos. La crueldad del ser humano es un exponente de todo esto. Pero no es necesario estar muy desvinculado emocionalmente de los demás para experimentar este odio: las personas, por norma general, no están vinculdas a todo el mundo, sino que pueden manifestar preferencias por algún grupo. Son "vínculos selectivos" que alguien tiene con su grupo de iguales, con una ideología, un partido político, un equipo de fútbol, etc. Cuando esto se produce, en no pocas ocasiones se demoniza a todo aquel que comparte esa afiliación o esos planteamientos, y mucho más si son del grupo rival. La deshumanización y el odio que se destila incluso en personas que afectivamente no se debería considerar desvinculadas nos ilustra sobre la magnitud del odio en los individuos que, como los antisociales y psicópatas, si están desvinculados de los demás.
La relación que se desea con los demás está fundamentada en la dominación. Las personas desvinculadas anhelan un poder suficiente con el que puedan satisfacer su egoísmo y, al mismo tiempo, sentir que no necesitan a los demás y desplegar su desprecio hacia ellos. En determinados comportamientos tiránicos o de explotación se ven claros ejemplos de todo esto, incluyendo fenómenos como el del acoso escolar a los más débiles.
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