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Paz y Ciencia

domingo, 21 de julio de 2013

Melancolía y Manía



R. Mazzuca se propone en este trabajo, ubicar en relación a los conceptos de Freud, la clínica que se deriva de ellos. Es así que aborda los temas del duelo, la melancolía y la manía, tanto en su estatuto psiquiátrico como en el psicoanalítico perseguido por Freud desde los comienzos de su enseñanza, categorías enteramente congruentes con el resto de la clínica freudiana que coloca en primer lugar la tajante oposición entre neurosis y psicosis.
Destaca además la especificidad de la subjetividad melancólica, y distingue claramente lo designado como temperamento o carácter melancoloide, que incluye tanto un componente afectivo como las representaciones ideativas concomitantes, es decir, lo que hoy suele llamarse componente cognitivo.
La metapsicología freudiana de la melancolía
La teoría que Freud construye para dar cuenta de esta particularidad de la subjetividad melancólica reposa fundamentalmente en dos conceptos, ambos originales de su pensamiento, el de identificación y el de narcisismo. Muy tempranamente, en su diálogo con Fliess, Freud utilizó el mecanismo de identificación para dar cuenta de los síntomas histéricos y melancólicos. Pero recién en este texto, de 1915, desarrolla con precisión la distinción entre identificación histérica e identificación melancólica, porque en ese momento ya puede articularla en referencia a la teoría del narcisismo.
Freud sostiene que el sujeto fracasa en el cumplimiento del trabajo de duelo ante la pérdida de la persona amada y que reacciona utilizando el recurso de identificarse con el objeto perdido para, de este modo, reconstruirlo en su propio yo. Esto permite disociar la ambivalencia amor–odio, ya que el yo, por una parte, conserva el amor por el objeto abandonado y, por otra, el odio se ensaña con ese objeto sustitutivo ahora reconstruido en el yo. Es por esto que las quejas inequívocamente gozosas del melancólico constituyen una satisfacción de tendencias sádicas.
"Por obra de una afrenta real o un desengaño de parte de la persona amada sobrevino un sacudimiento de ese vínculo de objeto. El resultado no fue el normal, que habría sido un quite de la libido de ese objeto y su desplazamiento a uno nuevo, sino otro distinto, [...] la libido libre no se desplazó a otro objeto sino que se retiró sobre el yo. Pero ahí no encontró un uso cualquiera, sino que sirvió para establecer una identificación del yo con el objeto resignado. La sombra del objeto cayó sobre el yo, quien, en lo sucesivo, pudo ser juzgado por una instancia particular como un objeto, como el objeto abandonado".
Podemos verificar en el párrafo reproducido que el concepto de identificación está utilizado en el interior de la teoría del narcisismo (retiro de la carga de libido del objeto, su desplazamiento hacia el yo) con la modalidad que es específica de las psicosis. Esto implica que Freud ubica la melancolía en el campo de estas entidades clínicas y, dentro de este, en clara oposición con la paranoia. Mientras en esta el narcisismo exalta e infla el yo del sujeto, la identificación narcisista del melancólico, por el contrario, constituye una herida permanentemente abierta para la pérdida libidinal y vacía el yo hasta el empobrecimiento total, una libidorragia, podríamos decir, que explica -dice Freud- el asombroso eclipse en el melancólico de la pulsión que en todos los seres vivientes los lleva a aferrarse a la vida. Y esto, haya o no ocasión de suicidio, riesgo de todos modos siempre presente en la melancolía. En cuanto a la estrategia con el conflicto de ambivalencia:
"Si el amor por el objeto [...] se refugia en la identificación narcisista, el odio se ensaña con ese objeto sustitutivo insultándolo, denigrándolo, haciéndolo sufrir y ganando en este sufrimiento una satisfacción sádica. Ese automartirio de la melancolía, inequívocamente gozoso, importa, en un todo como el fenómeno paralelo de la neurosis obsesiva, la satisfacción de tendencias sádicas y de tendencias al odio que recaen sobre un objeto y por la vía indicada han experimentado una vuelta hacia la persona propia. En ambas afecciones suelen lograr los enfermos, por el rodeo de la autopunición, desquitarse de los objetos originarios y martirizar a sus amores por intermedio de su condición de enfermos. [...]. Solo este sadismo nos revela el enigma de la inclinación al suicidio por la cual la melancolía se vuelve tan interesante y peligrosa". Es interesante notar que, en el momento de distinguir la identificación histérica y melancólica, Freud llama a esta última no por su nombre sino identificación narcisista: "Tampoco son raras en las neurosis de transferencia identificaciones con el objeto, y aun constituyen un conocido mecanismo de la formación de síntoma, sobre todo en el caso de la histeria. Pero tenemos derecho a diferenciar la identificación narcisista de la histérica porque en la primera se resigna la investidura de objeto, mientras que en la segunda esta persiste [...]".
 
El duelo patológico y la manía
El hecho de que Freud utilice el trabajo normal del duelo para la comprensión de los procesos melancólicos ha conducido frecuentemente a afirmar que en estos ocurre un duelo patológico, y es necesario reconocer que algunas expresiones de Freud en este texto autorizan esa denominación. Sin embargo, lo correcto es entender que en la melancolía el sujeto se ve incapacitado para realizar el trabajo de duelo y obtener sus frutos que consisten en desligarse del objeto perdido, y que mas bien evita el duelo con el recurso de reconstruir el objeto en el yo.
Esta imposibilidad de realizar el duelo no es una característica específica de la melancolía sino una peculiaridad que comparte con las otras formas de psicosis. La subjetividad psicótica en general carece de recursos adecuados para enfrentar el vacío que se abre en lo real por la pérdida del objeto. Lo propio del sujeto melancólico, respecto de las otras formas de psicosis, es el tipo de respuesta ante la imposibilidad del duelo: la alteración del yo por la identificación con el objeto y el empobrecimiento resultante: "El complejo melancólico se comporta como una herida abierta, atrae hacia sí desde todas partes energías de investiduras y vacía al yo hasta el empobrecimiento total, [...]".
En cambio el concepto de duelo patológico es aplicable de una manera pertinente al duelo que Freud describe en este texto para las neurosis obsesivas. En estos casos, la severidad del superyo y la satisfacción sádica que se deriva de ella, permiten establecer algunas analogías con los procesos melancólicos, sin que, sin embargo, se cumplan los procesos narcisistas propios de la melancolía: "La pérdida de un objeto de amor es una ocasión privilegiada para que campee y salga a la luz la ambivalencia de los vínculos de amor. Y por eso, cuando preexiste la disposición a la neurosis obsesiva, el conflicto de ambivalencia presta al duelo una conformación patológica y lo compele a exteriorizarse en la forma de unos autorreproches, a saber, que uno mismo es culpable de la pérdida del objeto de amor, vale decir, que la quiso. En esas depresiones de cuño obsesivo tras la muerte de personas amadas se nos pone por delante eso que el conflicto de ambivalencia opera por sí solo cuando no es acompañado por el recogimiento regresivo de la libido".
Podemos citar otro párrafo que expresa con claridad esta analogía o paralelismo entre neurosis obsesiva y melancolía, con la clara indicación de que en la primera no se cumplen las condiciones narcisistas de la segunda: "De las tres premisas de la melancolía: pérdida del objeto, ambivalencia y regresión de la libido al yo, las dos primeras las reencontramos en los reproches obsesivos tras acontecimientos de muerte".
Para terminar de caracterizar la teoría freudiana de Duelo y melancolía es necesario mencionar su extensión a los fenómenos de la manía. Freud hace suyos los aportes de la psiquiatría que había reunido en una misma entidad clínica, la melancolía y la manía, y proporciona un apoyo adicional a esta conjunción a partir de la experiencia psicoanalítica que muestra que "no solo es lícito, sino hasta obligatorio, extender un esclarecimiento analítico de la melancolía también a la manía". Una es el reverso de la otra. La oposición polar de los síntomas, tristeza o depresión en un caso, júbilo y exaltación en el otro, inhibición general por una parte, presteza para emprender toda clase de acciones por la otra, se explica por la oposición de los procesos metapsicológicos.
"La manía no tiene un contenido diverso de la melancolía, y ambas afecciones pugnan con el mismo ‘complejo’, al que el yo probablemente sucumbe en la melancolía, mientras que en la manía lo ha dominado o lo ha hecho a un lado. [...].
En la manía el yo tiene que haber vencido a la pérdida del objeto (o al duelo por la pérdida, o quizá al objeto mismo), y entonces queda disponible el monto de contrainvestidura que el sufrimiento dolido de la melancolía había atraído sobre sí desde el yo había ligado. Cuando parte, voraz, a la búsqueda de nuevas investiduras de objeto, el maníaco nos demuestra también inequívocamente su emancipación del objeto que le hacía penar".
El segundo Freud, después de Más allá del principio del placer, retomará los aportes del texto de 1915 sobre la manía y la melancolía para desarrollarlos con los conceptos de la segunda tópica acerca de las instancias del superyo y el ideal del yo. Estas reúnen el conjunto de restricciones al que el yo debe plegarse y debe admitirse que la tensión generada por la distancia entre el yo y las exigencias del ideal a las que debe acomodarse, no puede ser soportada de manera permanente, razón por la cual de tanto en tanto esa distancia queda anulada y el yo se siente fusionado con el ideal: "Siempre se produce una sensación de triunfo cuando en el yo algo coincide con el ideal del yo. Por el contrario, el sentimiento de culpa (y el de inferioridad) puede comprenderse como expresión de la tensión entre el yo y el ideal".
Estas oscilaciones periódicas del estado afectivo pasando de un momento de inhibición y restricción a otros de permisividad y bienestar, presentan amplitudes muy diversas de un sujeto a otro: imperceptibles en los casos llamados normales, visibles en los estados neuróticos y extremas como ocurre en la melancolía y la manía. En estos casos, las razones que determinan las oscilaciones que perturban tan profundamente la vida del sujeto suelen ser desconocidas. No parecen desempeñar un papel decisivo las ocasiones exteriores, ni se reconocen motivos internos. Freud denomina espontáneas estas formas de melancolía para distinguirlas de aquellas en que el psicoanálisis logra reconocer las motivaciones que le dan origen, es decir, en términos de esa época, de carácter psicógeno. Pero la investigación psicoanalítica no ha podido esclarecer el proceso por el cual un estado se transforma en el otro: "nos falta toda intelección del mecanismo por el cual una melancolía es relevada por una manía. Estos serían los enfermos para quienes podría ser válida nuestra hipótesis de que su ideal del yo se disuelve temporariamente en el yo después que lo rigió antes con particular severidad".
Sin dejar, entonces, de notar una serie de puntos sobre los que todavía la investigación no ha echado luz, Freud delimita con precisión cuál es la metapsicología de manía y melancolía en términos de la segunda tópica:
"Sobre la base de nuestro análisis del yo es indudable que, en el maníaco, yo e ideal del yo se hallan confundidos, de manera que el sujeto, dominado por un sentimiento de triunfo y de autoarrobamiento, no perturbado por crítica alguna, puede regocijarse por la ausencia de inhibiciones y al abrigo de todo reproche o remordimiento. Es menos evidente, aunque muy verosímil, que la miseria del melancólico sea la expresión de una oposición muy aguda entre ambas instancias del yo, en que el ideal, sensible en exceso, manifiesta de manera implacable su condena del yo por medio del delirio de insignificancia y en la autodenigración".
La naturaleza de estos procesos es aplicable a los diferentes casos sin importar su etiología: "no veo dificultad en hacer intervenir en ambas clases de melancolías, las psicógenas y las espontáneas, el factor de la rebelión periódica del yo contra el ideal del yo. En las espontáneas puede suponerse que el ideal del yo se inclina a desplegar una particular severidad, que después tiene por consecuencia automática su cancelación temporaria. En las psicógenas, el yo sería estimulado a rebelarse por el maltrato que experimenta de parte de su ideal, en el caso de la identificación con un objeto reprobado".

http://virtualia.eol.org.ar/014/default.asp?dossier/mazzuca.HTML
http://youtu.be/OiuL-08aZPw El más triste adiós

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