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Paz y Ciencia

domingo, 22 de enero de 2017

Sombra y Conciencia



Desde la fundación de la psicoterapia, un trabajo entre dos para aliviar y curar al paciente, el objetivo era "hacer consciente lo inconsciente", según Freud. Jung prefería denominar "nuestro encuentro con la sombra".
En paralelo a este proceso de develamiento, la construcción de una relación interpersonal es esencial. La psicoterapia equivale tanto a la relación con uno mismo, por el sendero de ir arrancándole oscuridad su señorío.
Freud suscitó la necesidad teórica de la comprensión histórica de los pacientes, para hacer viable el movimiento de arrojar luz a la oscuridad, como diría Jung. Se trata de un conocimiento para "tomar conciencia" capaz de producir significados. Esto implica una concepción que deja atrás el antagonismo entre situación e historia, y que enfoca su tarea a incluir en sus reflexiones la totalidad de la relación del paciente.
Al revisar las diferentes versiones  sobre el proceso de "darse cuenta" podemos apreciar el acuerdo en torno de que el producto de su actividad engendra una progresiva inclusión, un proceso anteriormente disociado. En suma, se crece uniendo lo que estaba separado.
Tal dinámica comporta pensar que lo denominado "nuestra sombra" implica una relación lógica (no espacial) que abarca todos los aspectos que la persona rechaza de sí misma y, puesto que no los admite dentro de sí, el proceso de individuación no puede cumplirse. Para que esto suceda se hace ineludible la integración del todo del individuo.
La sombra representa, pues, nuestra cara oculta y excluida, a la cual Jung se refiere como "nuestra hermana de la oscuridad, que aunque invisible forma parte de nuestra totalidad".
Este reino inconsciente es atemporal y está regido por una lógica que evade las leyes de la causalidad, y su constitución está nutrida por la presencia de una operación psicológica que Freud describe como represión. Dispositivo inherente a la vida psíquica, que opera tanto en la filogenia como de la ontogenia. En el primer caso, este acontecimiento se ubica en el momento del paso hipotético de la naturaleza a la cultura, en el segundo, se despliega en torno de los procesos que, desde el nacimiento en adelante, actúan como los responsables de suprimir los contenidos rechazables y dolorosos para la conciencia. En este sentido, la represión funciona como defensa aunque en contra del crecimiento, maduración emocional, autorrealización e individuación.
La sombra, en este caso, va creciendo, manteniendo lejos de la conciencia los elementos que pueden ayudar a sanar. Dice Jung: "El consciente se puede amaestrar como un papagayo, no, sin embargo el inconsciente". Por esta razón, San Agustín ha expresado su agradecimiento a Dios por no haberle hecho responsable de sus sueños".
Como consecuencia de esta lucha por sujetar a la sombra, por una parte el Yo se va empobreciendo en sus capacidades creativas, y por otra, lo reprimido retorna, de manera deformada como síntomas, sueños y vínculos. Es justamente mediante la observación de estas figuras como podemos interpretar el tenor de lo ocultado. Por tanto, mientras la sombra permanece, el hombre se ve esclavizado a sus dictados e impedido de sanar los desgarrones de su integración. Por eso el camino para sanar esta herida consiste en enfrentar la sombra y abrazarla.
A partir de este lugar, la función del terapeuta consiste en ser "partero" de la sombra del paciente. Ayudarlo a que dé luz aquello que se mantiene en la oscuridad del inconsciente y que lo preña de padecimientos psicofísicos y desdichas vinculares. Un parto, en general, similar al propio y "natural" de las mujeres, aunque no siempre doloroso. Sí existe un dolor evolutivo que hace avanzar y que, luego de pasado, invade de gozo y disminuye la ignorancia.
Desde el punto de vista del terapeuta involucrado en el marco de la relación terapéutica con el paciente, a quien está ayudando a enfrentarse con su sombra, vale aquí la reflexión de Nietzsche: "Hay casos en que los psicólogos somos los caballos. Nos asustamos de nuestra propia sombra, que se mueve delante de nosotros. El psicólogo tiene que apartarse de su ego para ver". Para ver su lado oscuro y temido.
Es interesante reseñar que cuando la persona ha superado su sombra se vuelve más compasiva, ya que para desplegar este sentimiento necesita haber vivido la experiencia de atravesar un dolor, padecido en carne propia, y sobre el cual haya prevalecido.
Así, el encuentro con la sombra -que nunca es casual, que siempre es sincronístico, que siempre sucede como parte de un trabajo, aun cuando no sepamos lo que estamos haciendo- forma parte del proceso más global de la evolución. Por lo tanto, como estamos destinados a tener que aprender y evolucionar, somos forzados a toparnos con la sombra. Más tarde o más temprano, según la disposición de nuestra personalidad a aceptar los dictados de nuestra alma.
El hacernos uno con la sombra, supone estar realizando un trabajo para el desarrollo en nuestro mundo, alcanzar mayor compasión, más sabiduría sobre nosotros mismos y, especialmente un dominio de nuestros talentos y nuestras fuerzas, que dejan de actuar enajenados, alienados por la conciencia, para ponerse al servicio de la unidad del amor.

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