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Paz y Ciencia

martes, 24 de enero de 2017

Raíz última del malestar global



Los budistas afirman que las raíces del mal surgen del sentido del yo o del sentimiento de ser individuos atomizados. En la medida en que pensemos que hay un yo fijo y separado de los demás y nos aferramos a él para crearnos una falsa sensación de seguridad en la permanencia, creamos y nos creamos los problemas.
Buda pensaba que no hay nada inmutable dentro de nosotros, sino que la vida es eternamente fluida.
Los budistas también afirman que, en origen, el sufrimiento tiene tres causas básicas, a las que llaman los tres venenos.
- La primera de ellas es el odio o la aversión, que aparece cuando algo perturba nuestra seguridad o amenaza nuestro sentido del yo. El racismo, el partidismo, la competitividad y la guerra son ejemplos típicos del comportamiento aversivo.
Se plasma como desapego patológico o de rechazo hacia el otro, y quizá también hacia sí mismos. Se trata de personas excesivamente racionales, que lo fían todo al intelecto, personas, casi, analfabetos emocionales.
- El segundo de los venenos es el apego o la avaricia, opuesto al odio o la aversión. Es algo así como el deseo neurótico de aferrarnos a las cosas, las actitudes o las ideas que apoyan nuestra sensación de tener un yo permanente. El estatus social, el dinero, la búsqueda de una identidad definida, la identificación con un equipo o bando, incluso el amor apegado, celoso o limitador, son asuntos relacionados con el apego.
En la vida cotidiana, la gente vive el apego como una exagerada tendencia a los sentimientos desaforados, más bien propios de niños que de adultos.
- En tercer lugar, y como origen y raíz última del mal, de la que fluyen las dos raíces, es la ignorancia. Es la ignorancia lo que nos lleva a apegarnos a lo agradable, al éxito, al placer, a la comodidad, y a rechazar lo desagradable, como la crítica, el fracaso o el dolor. Se trata de personas viscerales, poco dadas a reflexionar sobre sus actos, tendentes a explotar, a pensar con las tripas. Tienen una compulsión a la acción, es una especie de llenar el vacío ontológico, moviéndose de un lado para otro.
Son muchas las tradiciones espirituales que han señalado la ignorancia como el origen de todo mal.
Sócrates decía que se sufre por ignorancia, y San Agustín escribió que la mitad del pecado original es la ignorancia.
La ignorancia no es la falta de conocimientos intelectuales, sino que se trata de una ignorancia espiritual. No reconocer las cosas como realmente son, un mirar hacia otro lado sin afrontar lo que sucede, una dificultad de vivir fluyendo con lo que ocurre.
David Barba. El Eneagrama del mulá Nasrudín


Rodrigo Córdoba Sanz. Terapia humanista y psicodinámica


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