El término conciencia procede del latín «conscientia»: «cum», con, y «scientia», ciencia, conocimiento, saber. Conciencia, pues, significa “con conocimiento”.
Si atendemos a su raíz etimológica–del latín conscientia: cum, con, y scientia, ciencia, conocimiento, saber = “con conocimiento”–, la conciencia es saber algo dándose uno cuenta de que lo sabe, o tener una experiencia sabiendo que se tiene. La conciencia tiene dos sentidos esenciales: el representativo y el reflexivo. La conciencia representativa es la que se refiere a los objetos (veo eso y tengo conciencia de lo que es); la conciencia reflexiva se refiere a uno mismo (yo tengo conciencia de que yo soy y sé).
Marx, Nietzsche y Freud sospechan y critican en un aspecto diferente y con un argumento distinto, guiado cada uno por su pensamiento. Y una vez que detectan el problema, cada uno de ellos propone un camino para solucionarlo. Los tres señalan que, tras la noción clásica de sujeto, se esconden unos elementos que lo condicionan. Esto les permite pensar –sospechar– que el hecho de crear una filosofía sobre esta noción es una falacia. Y es más, que la misma noción de conciencia también es otra falacia. Dicho de una forma, los tres pensadores afirman que el sujeto no se construye a sí mismo, sino que es resultado de condicionantes históricos, sociales, morales y psíquicos.
Para Marx, la conciencia del individuo se falsea por intereses económicos y como solución propone acabar con la ideologización; Nietzsche culpa de esta falsa conciencia al resentimiento de la debilidad y apuesta por la restauración del nuevo hombre; Freud ve la causa en las represiones del inconsciente y establece una terapia para abrirle la puerta y darles rienda suelta.
Los tres afirman que el sujeto no se construye a sí mismo, sino que es resultado de condicionantes históricos, sociales, morales y psíquicos
Marx: el motor del cambio es la economía
Karl Marx (1818-1883) detecta el problema descubriendo que la ideología es en realidad una falsa conciencia enmascarada por el materialismo y los intereses económicos. La sociedad del siglo XIX vive unas circunstancias desastrosas que hay que cambiar con urgencia. Es la falsa conciencia social, política y económica. Los ideales ilustrados han calado hondo en las élites europeas, que los utilizan para establecer políticas liberales en lo económico que reducen la intervención del Estado. La Revolución industrial consolida el capitalismo como sistema de producción, y sus consecuencias son terribles: el hacinamiento en las ciudades de miles de trabajadores con empleos realizados en condiciones infrahumanas, jornadas larguísimas cobrando sueldos míseros. La explotación masiva del ser humano por el ser humano.
Marx advierte del error de pensar que el motor del cambio son las ideas; el motor del cambio es la economía. La ideología y la filosofía corresponden a la clase dominante, que gracias a ellas se mantiene en su posición de privilegio. Hay que cambiar este mundo injusto para crear un mundo nuevo de seres libres e iguales. Hay que conseguir la igualdad social donde no existan las clases ni el Estado.
Para Marx, la organización social y laboral del siglo XIX había provocado la explotación del ser humano por el ser humano
Nietzsche: los valores de la moral son decadentes
Nietzsche (1844-1900) habla de la necesidad de cambiar los falsos valores que han dominado en la sociedad occidental a lo largo de la historia, una moralidad que nace a partir de un resentimiento contra la vida. Nietzsche critica la falsa conciencia moral. La moral está llevando al ser humano a la decadencia. Sus valores son decadentes. La moral cristiana de la época en Occidente convierte a los ciudadanos en esclavos de ellos mismos. El bien y el mal presididos por dios. La alienación religiosa. Es una moral de esclavos basada en el sacrificio y el dolor que los poderosos la utilizan para dominar a los oprimidos. La solución llegará con el hombre del futuro, un Superhombre poderoso, seguro de sí mismo, independiente, individualista y que vivirá en libertad.
Nietzsche propone el desarrollo del Superhombre, seguro, independiente y libre. Freud, la liberación mediante la liberación del inconsciente
Freud: la mayor parte de la psique humana es irracional
Freud (1856-1939) critica la falsa conciencia racional. Establece la relación entre ser humano y razón y dice que la mayor parte de la psique humana es irracional y se basa en pulsiones inconscientes que desconocemos pero que controlan y gobiernan nuestra vida y nuestra conducta. Para el padre del psicoanálisis, las motivaciones humanas son irracionales y están causadas por el inconsciente. El ser humano vive en lucha interior constante entre sus instintos, los impulsos destructores y su ambiente cultural. Freud habla del Principio de placer y el Principio de realidad. El primero busca lo placentero y huye de lo que no lo es, pero la realidad se impone socioculturalmente. Freud se refiere a las pulsiones debidas a la represión del inconsciente, esto es, la parte de la mente de la que no tenemos conciencia, pero que muestra signos de su presencia de diversas formas. Un inconsciente que domina y rige los actos de la conciencia. La solución que propone: una vía de escape para defendernos, la terapia psicoanalítica, que permitirá liberar nuestro inconsciente para que así podamos vivir en paz con los demás.
Dios como engaño
Además de la crítica a la falsa conciencia que detectó Paul Ricouer, los tres pensadores coinciden en su ateísmo, convencidos de la idea de que Dios es un pretexto creado para engañar a la gente, una herramienta inventada para alejarla de la razón y de la realidad.
«La religión es el opio del pueblo. Es el espíritu de un mundo que carece de espíritu», dice Marx. Un analgésico. Cuando las necesidades espirituales no están cubiertas, la sociedad busca evadirse a otro mundo imaginario en el que se le prometa una vida mejor. Y eso es para Marx la religión.
Según Nietzsche, las religiones influyen sobre los hombres débiles. «Dios ha muerto», afirma. Y su muerte permite desarrollar un hombre nuevo, superior, que crea sus propios valores morales, necesarios, pero sin Dios.
Para Freud, la religión es una neurosis cercana a veces a la locura, una amenaza para la libertad, la verdad y la felicidad; «La religión es una neurosis obsesiva universal de la humanidad», escribe.
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