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Paz y Ciencia

lunes, 11 de enero de 2021

Sigmund Freud y lo Inconsciente

 


Rodrigo Córdoba Sanz Psicólogo Clínico Zaragoza. Psicoterapeuta Psicoanalítico. Psicoterapia Dinámica. Zaragoza. Gran Vía 32 Teléfono: 653 379 269 Página Web: Psicólogo Zaragoza

Desde el momento en que nos despertamos, nuestra cabeza se pone en marcha y no dejamos ni un instante de pensar en todo tipo de cosas, ya sean importantes o nimiedades; nos levantamos de la cama y ponemos el piloto automático mientras empezamos con la rutina de todas las mañanas sin detenernos a pensar como se prepara el café, como nos vestimos o nos cepillamos los dientes. El encargado de llevar a cabo estas tareas rutinarias es el inconsciente, mientras que la parte consciente está ocupada pensando dónde se dejaron las llaves del coche o si llegará tarde al trabajo.

Nuestros procesos mentales son una combinación entre los procesos conscientes y los inconscientes, interactuando de un modo dinámico. La parte inconsciente gestiona el 90% de lo que hacemos sin molestar a la parte consciente, sin prestar atención. Esta se activa para los estímulos nuevos o importantes ya que es imposible procesar todo lo que sucede a nuestro alrededor.

Se calcula que el inconsciente es capaz de absorber simultáneamente 11 millones de unidades de información mientras que conscientemente percibimos un máximo de 40 unidades; esto se traduce en que el primero procesa 200.000 veces más datos, lo que se debe a que la parte consciente de nuestro cerebro se limita únicamente al córtex cerebral, el área más superficial con aproximadamente un milímetro de espesor. No obstante, los procesos conscientes consumen la mayor parte de la energía que este utiliza. De este modo, se podría decir que el inconsciente es un filtro que selecciona la información relevante para que la procese el consciente, y obvia lo irrelevante. La estructura encargada de decidir qué es lo bastante nuevo e importante para compartir con nosotros es el tálamo. Este filtro permite que no nos saturemos con toda la cantidad de información que hay a nuestro alrededor y nos ayuda a adaptarnos a nuestro entorno. Dado que es imposible que podamos estar atentos a todo lo que percibimos, nuestro cerebro bloquea el tacto de nuestro reloj o de un collar y ni siquiera sentimos que lo llevamos puesto.

Constantemente nuestro pensamiento está dándole vueltas a cosas que sucedieron y planificando otras que tendremos que hacer, pero pocas veces nos centramos conscientemente en el presente. El inconsciente es el que se encarga de funciones en el momento actual mientras nuestra mente está divagando por el pasado o futuro. Se podría decir que nos protege del entorno en el presente y, si aparece un peligro, se encarga de focalizar la atención en este para poder reaccionar ante él.



Ante un peligro, si nuestra reacción fuera consciente usaríamos nuestro razonamiento, lo cual implicaría una mayor flexibilidad ante la situación; sin embargo, provocaría un retraso a la hora de actuar. Vivimos en el pasado, todo lo que experimentamos conscientemente ya ha sucedido aunque percibamos que lo estamos viviendo sin retraso ya que la información visual tarda al menos un tercio de segundo en ser procesada. Esta latencia de tiempo puede tener graves consecuencias a la hora de reaccionar ante un accidente de tráfico, por ejemplo. De todas maneras, ante una situación de riesgo, la primera reacción que tenemos es inconsciente: cualquier estímulo visual tarda 50 milisegundos en llegar al tálamo. Si lo percibido se categoriza como un peligro, este envía simultáneamente la información al córtex visual y a la amígdala, que es la encargada de disparar la señal de alarma y, en tan solo 150 milisegundos, nos ponemos en acción sin saber por qué. A partir de este momento, se empiezan a procesar y analizar los colores, siluetas y contrastes y se recomponen los fragmentos en una imagen significativa y consciente.

El inconsciente también tiene un importante papel a la hora de relacionarnos con los demás, más concretamente cuando conocemos a alguien por primera vez; en ese instante ya nos formamos una opinión de esta persona. Todos generalizamos, sin darnos cuenta, nuestras anteriores vivencias con los otros y nuestro cerebro es experto en clasificar los rostros y colocarlos en categorías específicas. Tan solo necesitamos 100 milisegundos de exposición a una nueva cara para juzgarla y realizar valoraciones como, por ejemplo, si esa persona es digna de confianza, competente o conflictiva; cuando se ve un rostro con los ojos juntos y la barbilla cuadrada, por lo general, se le evalúa como una persona agresiva. Aunque no tengamos la intención de juzgar, son procesos automáticos muy rápidos basados en las experiencias previas que se han registrado en el inconsciente.

Cada vivencia ha dejado una huella en nuestra memoria inconsciente. Esta base de datos influye en la toma de decisiones recuperando la información que tenemos almacenada, con lo que gran parte de las decisiones que tomamos a diario son instintivas y se basan en procesos ajenos a la lógica. Se ha demostrado que en muchas situaciones, si hay que decidir entre dos opciones, es mejor basarse en una buena razón que tener en cuenta muchas alternativas; es fácil pensar que cuantas más opciones e información tengamos para tomar una decisión, hay más posibilidades de optar por la más adecuada. Sin embargo, valorar los pros y los contras requiere invertir tiempo y recursos, resultando poco eficaz.

En esta línea, se ha comprobado que las decisiones instintivas son eficaces, a veces mucho más eficaces que las decisiones racionales. La intuición se basa en principios sencillos que ignoran la información que es más irrelevante y seleccionan una o dos buenas razones, es decir, se basa en una regla general para la toma de decisiones. En nuestra vida cotidana, en contra de la creencia popular, nos guiamos más a menudo por reglas generales que por la razón.

Es fácil caer en la creencia de que nuestra capacidad de raciocinio impera en nuestro día a día, sin embargo, cuantos más estudios e investigaciones se realizan sobre la mente humana más evidencias se tienen a favor de que nuestra parte inconsciente es la que determina nuestras acciones. Se podría decir que el inconsciente es el encargado de hacer el trabajo sucio, evitando que nuestro pensamiento se sature de información y en cierta medida nuestro ángel de la guarda, protegiéndonos de nuestro entorno mientras nosotros estamos distraídos en nuestro pensamiento consciente.




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