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Paz y Ciencia

jueves, 28 de enero de 2021

En busca de la propia identidad

 



En busca de la propia identidad

Hugo Cerdá, El País, 22-5-2001

“He perdido el interés por todo. Sólo tengo interés, y a veces, en mejorar, en calmar un poco el infierno que hay dentro de mí”. Sergio padeció el día antes una crisis. De camino a la clínica en la que reside se detuvo delante de un bar y no pudo reprimir el impulso de entrar. Allí llenó el vacío interior que sentía con varias cervezas y escribió un poema en unas servilletas de papel. Después se automutiló haciéndose cortes en los brazos. Ahora va a cumplir 30 años y hace cinco le diagnosticaron un trastorno mental que apenas se conocía cuando él nació: el trastorno límite de la personalidad (TLP).

La clasificación DSM-IV de los trastornos de la personalidad lo sitúa en el rango de los excesivamente extravertidos, emocionales, impulsivos e inestables. “Resulta muy difícil definir el TLP, ya que no tiene una etiología definida y cada paciente presenta unas características distintas. Sin embargo, existen elementos comunes que pueden ayudar a dibujar los contornos de la dolencia. Las personas con un TLP son inestables en diferentes áreas, incluyendo las relaciones interpersonales, la conducta, el humor y la autoimagen”, señala Víctor Pérez, del servicio de psiquiatría del hospital de la Santa Creu i Sant Pau de Barcelona. “Cambios abruptos y extremos de estado de ánimo, relaciones interpersonales tormentosas, una autoimagen inestable y fluctuante, así como la realización de acciones impredecibles y autodestructivas son características de las personas con este trastorno”.

Todas estas características pueden provocar en los pacientes episodios de temor frenético frente a la posibilidad real o imaginada de ser abandonados por un ser cercano. En este sentido, los individuos con un TLP suelen pasar rápidamente de la idealización a la devaluación de las personas con las que conviven. “Estos pacientes generalmente tienen grandes dificultades con respecto a su propio sentido de la identidad. A menudo experimentan el mundo en extremos, viendo a los otros como totalmente buenos o totalmente malos”, asegura Víctor Pérez.

El temor al abandono, la dependencia de otras personas y el sentimiento crónico de vacío pueden llevarles a realizar gestos suicidas o automutilaciones. En otros casos, la búsqueda de sensaciones fuertes les lleva a conductas temerarias como el consumo de drogas, las actividades sexuales de riesgo o la conducción peligrosa.

“Estas conductas acaban teniendo dos tipos de consecuencias nefastas para el enfermo. Por un lado, le abocan a la marginación y le sitúan fuera de la ley, y por otro, le estigmatizan erróneamente como drogadicto o marginado. Todo ello dificulta que tengan un diagnóstico correcto y se les aplique un tratamiento”, lamenta Beatriz López, psicóloga de la Asociación Catalana de Ayuda e Investigación del TLP. Cuando un paciente sufre una crisis, acude al servicio de urgencias de cualquier hospital. Allí se le tratan los síntomas y se le envía a casa, sin que habitualmente se le haga un diagnóstico correcto. “Esto es fruto del desconocimiento general sobre este trastorno, a pesar de que es dos veces más común que la esquizofrenia. Se estima que lo padece alrededor de un 2% de la población mundial”, apunta Beatriz López.

Los expertos aseguran que el sistema sanitario presta poca atención a esta dolencia y reclaman más recursos para la investigación y para el tratamiento. Éste incluye tanto la psicoterapia como la administración de fármacos. La terapia dialéctica conductual es la que ha mostrado mayor eficacia hasta ahora. Esta terapia se basa en una teoría biosocial de la personalidad. Los medicamentos (antidepresivos, antipsicóticos, eutimizantes) se dirigen básicamente a combatir los síntomas.

“El objetivo es conseguir que el paciente sobreviva. Que sobreviva a las crisis, a las automutilaciones y a los intentos de suicidio, y que sobreviva a la marginación, porque la evolución natural del TLP es habitualmente favorable, y conforme el individuo se acerca a los 40 años de edad se observa una notable mejoría”, asegura Víctor Pérez.

Cuando Sergio piensa sobre su futuro, sueña con tener un trabajo y una pareja. Pero considera que la realización de sus deseos todavía está muy lejos y se conforma con “un poco de sosiego interior”. Sin embargo, a sus 30 años, superada la última crisis, es muy probable que esos sueños le estén esperando en el siguiente recodo del camino.

Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo y Psicoterapeuta. Zaragoza. N° Col.: A-1324 rcordobasanz@gmail.com Tfno.: 653 379 269  Página Web: www.rcordobasanz.es 



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