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Paz y Ciencia

jueves, 28 de enero de 2021

Jorge Tizón: Emociones en la Pandemia

Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo Clínico. Psicoterapeuta. Zaragoza. N° Col.: A-1324 Instagram: @psicoletrazaragoza                  Tfno.: 653 379 269 rcordobasanz@gmail.com Página Web: www.rcordobasanz.es



Doctor en Medicina, psiquiatra, psicoanalista y neurólogo, Jorge L. Tizón (A Coruña, 1946) es profesor en el Instituto Universitario de Salud Mental de la Universidad Ramon Llull (Barcelona).

Con esta afirmación, el psiquiatra, psicoanalista, psicólogo y neurólogo Jorge L. Tizón, autor del libro Salud emocional en tiempos de pandemia, se refiere a los políticos, los profesionales y técnicos, que están actuando con modelos psicológicos envejecidos. Para Tizón sería mucho más eficaz enfocar los cuidados con una visión más actual de las emociones, «el componente humano más contagioso». 

El coronavirus ha puesto en serio peligro la salud individual y colectiva, ese valor esencial. Esto ha hecho saltar por los aires toda sensación de estabilidad, la base de una tranquilidad vital en la que sostenernos, y ha disparado nuestros miedos. Así que esta crisis sanitaria global ha atacado no solo a nuestra salud física, sino también a la mental y emocional.

¿Cómo es realmente esta pandemia? ¿Qué diferencias hay entre esta y otras? ¿Qué papel juegan en ella el poder del miedo, la medicalización de la vida cotidiana y las desigualdades sanitarias? ¿Cuáles son las demás emociones que nos invaden y qué papel desempeñan? ¿Cómo podemos gestionar a nivel emocional esta crisis que nos ha sobrevenido sin tiempo de prepararnos para asimilarla? Todo esto se pregunta y nos explica Jorge L. Tizón en Salud emocional en tiempos de pandemia.

Doctor en Medicina, psiquiatra, psicoanalista y neurólogo, Jorge L. Tizón (A Coruña, 1946) dirigió durante veintidós años las unidades de salud mental para niños, adultos, trastornos mentales graves y equipos de investigación de La Verneda, La Pau y La Mina, en Barcelona. Posteriormente, fundó y dirigió el Equipo de Prevención en Salud Mental y Atención Precoz a los Pacientes en riesgo de Psicosis (EAPPP) del Institut Català de la Salut de Barcelona, el primer equipo español íntegramente dedicado a dicha labor. En la actualidad ejerce la docencia en el Instituto Universitario de Salud Mental de la Universidad Ramon Llull (URL) y es profesor invitado en diversas universidades e institutos de formación tanto nacionales como extranjeros.

En su libro, Tizón quiere aproximarnos a la comprensión de lo que nos está sucediendo a nivel psicológico como protagonistas de la pandemia de la Covid-19. Más allá del miedo, las emociones que se mueven en una crisis así abarcan un espectro mucho más amplio. Hablamos con él de todo esto y de sus reflexiones que nos puedan orientar sobre el futuro y cómo repensarlo.

¿Se le está dando a la salud emocional la importancia que tiene durante esta pandemia?
Evidentemente no. A nivel psicológico, políticos, administradores, periodistas e incluso psiquiatras parecen actuar como en otras situaciones: dominados por el mito narcisista de que «sobre nuestra psicología, cada uno es el que más sabe» y utilizando conocimientos y modelos psicológicos «del sentido común» o envejecidos.

A nivel psicológico, políticos, administradores, periodistas e incluso psiquiatras parecen actuar como en otras situaciones: dominados por el mito narcisista de que ‘sobre nuestra psicología, cada uno es el que más sabe

¿Cuáles son los principales peligros que corremos? ¿Puede tener consecuencias a más largo plazo?
De los costes sociales y económicos nos hablan cada día los medios más o menos sensacionalistas, pero también expertos y gobernantes más objetivos y cuidadosos. Es una forma de practicar con todos nosotros el «shock del miedo». De los peligros biológicos, aún muy ciertos, nos hablan menos, y con grandes dosis de «emocionalidad manipulada». Y emocionalidad manipulada no es lo mismo que «emociones».

En cuanto a las repercusiones psicológicas de la pandemia, suele hablarse en términos muy generales. Por ejemplo, según investigaciones anteriores, se piensa que habrá un repunte de los trastornos por ansiedad, depresión, estrés postraumático… Y lo que tendríamos que preguntarnos es: ¿esperamos a que esos supuestos trastornos se den o aumenten? ¿O, desde ya, igual que hay medios para protegernos de la enfermedad, usamos medios y sistemas colectivos, no siempre profesionalistas, para atender a nuestra salud emocional?

De vez en cuando, nos informan de los resultados de trastornos psiquiátricos variopintos y variopintas necesidades sanitarias en este campo, en situaciones de crisis. Pero de lo que nos informan menos, y casi ni podemos imaginar, es de los costes emocionales que ha supuesto estar encerrada en la casa con tu maltratador, y tal vez con tus hijos; estar encerrado en un centro de internamiento para extranjeros o en una cárcel; estar encerrada en una residencia de ancianos y ver desaparecer día a día a las cuidadoras y ver morir a tu lado a las otras huéspedes; estar encerrado en un «Centro Residencial para la Adolescencia y la Infancia» y no recibir la visita de nadie, ni poder «respirar» con la familia de acogida temporal o con las visitas, muy importante en esas edades; estar encerrado en casa si eres una persona con una psicosis aguda o subaguda, o con un trastorno fóbico-evitativo, o con una depresión real… O, menos dramáticamente (y es un decir), no tener dónde estar encerrado (los «sin techo»); o soportar una noche de lluvia y faena en el mar, a la intemperie, en un frágil cascarón junto con tres, cuatro o cinco compañeros; o conducir durante 12 o 18 horas un «cinco ejes» sin tan siquiera tener un lugar donde evacuar las necesidades más elementales ―porque poner servicios en las autovías y autopistas «encarecía su coste»―; o tener que contenerse una y otra vez el sufrido agente que debe esforzarse para convencer a ciudadanos más o menos despectivos o conspiranoicos para que cumplan la cuarentena…

Y todo ello, si la crisis económica que se avecina es tan profunda y larga como auguran casi todos los voceros, no va a mejorar: por lógica (económica) del sistema de clases, tenderá a empeorar.

«Se piensa que habrá un repunte de los trastornos por ansiedad, depresión, estrés postraumático… Y tendríamos que preguntarnos: ¿esperamos a que esos trastornos se den o aumenten? ¿O desde ya usamos medios y sistemas colectivos para atender a nuestra salud emocional?»

Durante esta pandemia, parece que los medios de comunicación recurrimos a los filósofos para recoger sus reflexiones y análisis sobre esta crisis sanitaria global —no solo medios como el nuestro, que se dedica específicamente a la filosofía y el pensamiento, sino incluso los medios generalistas y de audiencias más amplias—, pero no tanto a psicólogos o psiquiatras. ¿A qué cree que se ha debido?
Fundamentalmente, a que los conocimientos psicológicos más actualizados, que son utilizados cotidianamente en la publicidad y en la «psicopolítica», parecen no interesar al gran público y, tal vez, a pocos filósofos profesionales. Desde luego, al gran público no se le ponen a su alcance: por ejemplo, los conocimientos acerca de la importancia de la vida emocional para las relaciones humanas… y para el pensamiento humano. No parecen tenerlos en cuenta ni siquiera los expertos en crisis (médicos, epidemiólogos, especialistas en comunicación, sociólogos, antropólogos…).

Probablemente también porque hoy psiquiatría y psicopatología han llegado a tal grado de abstruso enrevesamiento ateorético, lo que algunos llamamos la «psiquiatría biocomercial», que proporcionan escasas herramientas para el pensamiento (e incluso para investigación contextual).

También porque creo que a menudo se da una distancia excesiva entre las generalizaciones científicas y el pensamiento filosófico: a menudo este tiende a asentarse en datos o modelos científicos envejecidos. En las siempre recurrentes discusiones acerca de la relación entre ciencia y filosofía, al menos desde Aristóteles y Descartes, a menudo es un tema que queda en la trastienda. Además, se complica por las relaciones complejas con otro gran tema científico y filosófico: la relación, más o menos conflictiva, pero a veces claramente disociada, entre razón y emoción; por ejemplo, en Hobbes, en el círculo de Viena, Popper, Piaget, Marx, Althusser, Kuhn, Feyerabend, Turbayne, Foucault… Y en esa realidad, creo que los que nos dedicamos a la ciencia y a la técnica también tenemos responsabilidades, por profesionalismo y cientificismo tecnocráticos, y por el difundido desprecio ante la filosofía que llevan decenios extendiendo empiristas de todo tipo, que son los que dominan la enseñanza de muchas ciencias y técnicas hoy.

«De los peligros biológicos, aún muy ciertos, nos hablan con grandes dosis de ‘emocionalidad manipulada’. Y emocionalidad manipulada no es lo mismo que ‘emociones’»

¿Qué diferencia a esta pandemia de otras que hayan podido producirse en otros momentos de la historia?
Varios de los capítulos de mi libro se refieren a esas diferencias. A lo largo de la historia los seres humanos hemos sufrido diferentes epidemias y pandemias graves. Baste recordar la «peste antonina», la «peste de Cipriano», la peste negra, la viruela, las pandemias de cólera durante el siglo XIX, la mal llamada «gripe española»,  el sida… En esquema, mantengo que la pandemia de la Covid-19 se diferencia de muchas de ellas porque:

  • Es una epidemia desde el mundo desarrollado y urbanizado.
  • Reveladora de otros muchos virus, distorsiones, disfunciones e injusticias negadas, sumergidas y marginadas de nuestro mundo.
  • Es una pandemia que revela nuestra vulnerabilidad sanitaria y la crisis del aislacionismo y supremacismo sanitario en un mundo globalizado.
  • Lleva a una pandemia social, no solo biológica.
  • Inicialmente se pensó que era una «pandemia paradójica», pues su severidad parecía más motivada por las emociones que por la gravedad biológica (hasta que se valoró más a fondo y menos maníacamente la tercera característica).
  • Pero a pesar de todo, es una «pandemia de la emocionalidad compartida», ha revelado más que nunca la importancia de las emociones en las relaciones humanas.
  • En ese sentido, es una pandemia »gicos y psicosociales que hoy deberían estar mucho más presentes en nuestra cultura y nuestra filosofía.
  • Podría ser una pandemia potencialmente integradora y globalizadora a nivel social.

Habla en su libro del miedo como «sistema emocional» y de la «histeria de masas». ¿Cree que se ha dado en esta pandemia esa histeria? ¿Cree que el acceso a información continua, como en este siglo XXI tenemos y en esta situación estamos viviendo, evita el miedo o lo facilita? ¿Conviene «desconectar» de vez en cuando o, al revés, la información permite tenerlo bajo control?
En realidad, sostengo que los fenómenos a los cuales la medicina «tecnológica» sigue llamando «histeria de masas» o «enfermedad sociogénica de masas» deberían entenderse como episodios de difusión emocional masiva (DEM). Y las emociones son mucho más contagiosas que cualquier germen de los hoy conocidos. Son, probablemente, el elemento humano más «contagioso». Tanto el miedo como las otras seis emociones primigenias humanas. Por eso, ante esos fenómenos psicosociales masivos, los enfoques y modelos para enfocarlas deberían ser psicológicos y psicosociales: la medicina y la asistencia sanitaria tendrían que aceptar los avances en esos campos de otras ciencias diferentes de las biomédicas e incluso de las neurociencias.

En definitiva, para entender y atender este tipo de fenómenos como la Covid-19 hay que tener en cuenta las emociones y la emocionalidad desde un punto de vista científico. Eso significa un punto de vista psicológico y psico(pato)lógico actualizado que no estreche el ángulo de visión hasta dejarlo reducido a perspectivas taxonomistas, biologistas y «biocomerciales» que de poco valen para la comprensión y cuidado de los fenómenos de DEM más perturbadores y, por lo tanto, para la comprensión y cuidado de crisis sociales en general.

«Para entender y atender este tipo de fenómenos como la Covid-19 hay que tener en cuenta las emociones y la emocionalidad desde un punto de vista científico. Eso significa un punto de vista psicológico y psico(pato)lógico actualizado que no estreche el ángulo de visión»

Uno de los elementos clave en estos cuidados emocionales es qué hacer con la información, que tal vez por primera vez en la historia ha podido desbordarnos. Y cómo entender desde el punto de vista psico(pato)lógico la enorme proliferación de bulos, trolas y fake news. Ciertamente, hay motivaciones políticas de muchas de ellas, pero también hay muchas personas que difunden mentiras por placer, que engañar para ellos es un placer en sí mismo y que situaciones de alta emocionalidad hacen que destaquen esas características de su personalidad. ¿Cómo entender estas reacciones?

Cuándo entrar a fondo en las informaciones y con qué limites, y cuándo disociarse de ese aluvión es un tema de salud emocional, de salud mental y también de investigación empírica. Se trata de un tema vinculado a nuestras limitaciones para el procesamiento de informaciones, sí, pero eso no significa que sea tan solo un tema cognitivo, intelectual, sino de emocional-cognitivo: ¡otra vez el atraso científico y el sectarismo de algunos científicos —y filósofos— con respecto «a esa parte despreciable de nuestro ser en el mundo» que son las emociones!

Resiliencia, solidaridad, compasión… son conceptos que se han recuperado durante esta pandemia. ¿Han vuelto para quedarse o van/irán desapareciendo según la vamos/vayamos superando?
Los conceptos ya estaban. Se han recuperado los sentimientos, las emociones que subyacen a tales conceptos (y a muchos otros). Y eso ha «revitalizado» conceptos tales como resiliencia, contención, gratitud, empatía, solidaridad… Los conceptos, incluso filosóficos, también tienen una base emocional. Tener en cuenta esta realidad ayuda en el desarrollo de la filosofía y la cultura.

Por ejemplo, en esta crisis social se ha apelado una y otra vez a tomar medidas «racionales» y «razonables». Pero, cuando se piden estrategias «racionales», en vez de pensar en que se trata de estrategias «basadas en las pruebas o en hipótesis científicas», se está pensando en «basadas en la razón, en la cognición, en las informaciones», una perspectiva del ser humano enormemente parcial y poco científica (y más del ser humano en epidemia y aislado).

«Uno de los elementos clave en los cuidados emocionales es qué hacer con la información, que ha podido desbordarnos. Y cómo entender desde el punto de vista psico(pato)lógico la enorme proliferación de bulos»

Otras aproximaciones propugnan que sería mucho más eficaz y eficiente enfocar esas situaciones y los cuidados de las mismas actualizando nuestros conocimientos, y entre ellos, los conocimientos psicológicos, al menos en cuatro aspectos:

  • Con una perspectiva actualizada de las emociones, el componente humano más contagioso, mucho más contagioso que cualquier virus.
  • Con una perspectiva actualizada de los procesos psicológicos y psicosociales ante la frustración y las pérdidas, y ante los procesos de duelo por las mismas.
  • Por tanto, con estrategias de comunicación muy diferentes de las comúnmente utilizadas.
  • Y con un estudio previo de los «niveles para la contención» o conjunto de sistemas psicosociales que ayuden a la contención emocional de las crisis, más que a su descontención y a DEM improductivas para la salud de la población (entendida en tanto que salud total y entendida en tanto que salud de la colectividad).

¿Qué deberíamos haber aprendido de esta pandemia?
Esta pandemia ha puesto de manifiesto dramáticamente la profunda y rígida división de clases en nuestras sociedades, hasta el extremo de que, claramente, ya sabemos que tampoco, como ninguna otra pandemia, ha sido «una guadaña igualitaria». Y en este caso, menos que en otras pandemias: los datos prueban que ha afectado más a los grupos empobrecidos (social y emocionalmente) de nuestras sociedades y al precariado. Los ancianos y las clases trabajadoras de urbes superpobladas, así como los grupos y países marginados o semimarginados y sumergidos son los que están pagando la mayor parte de las consecuencias de la crisis, tanto emocionales y socioeconómicas, como en cuanto a morbilidad y mortalidad. También, al menos en países como el nuestro, ha golpeado más a las mujeres.

No podemos esperar por tanto que la respuesta a su pregunta sea unívoca: estará marcada también por los «intereses de clase»; por las antiparras ideológicas de los intereses económicos, culturales y morales de los grupos de poder o alternativos. Por eso no creo que yo pueda hablar de qué deberíamos haber aprendido, sino de qué aspectos sería perentorio desarrollar desde mi perspectiva, parcial y limitada. Lo que ha podido verse es la vulnerabilidad de nuestra especie en una situación excepcional. Excepcional pero que, posiblemente, se repetirá, dados los atentados que se han cometido y están cometiendo con el ecosistema humano y, en general, con todos los ecosistemas planetarios.

«Esta pandemia ha puesto de manifiesto dramáticamente la profunda y rígida división de clases en nuestras sociedades»

De ahí que algunos estén aprendiendo a marchas forzadas cómo mejorar el control de las poblaciones por vías directamente represivas, mediante la reaparición y desarrollo de regímenes y culturas autoritarios y supremacistas, o mediante la «psicopolítica». Otros, por el contrario, creemos que deberíamos aprender cómo organizar más autogestionariamente los sistemas sanitarios, los servicios sociales comunitarios, la política y las organizaciones democráticas; cómo replantearse el cuidado de los ancianos en nuestras envejecidas sociedades, o el cuidado y educación de los hijos (¿presidido por profesionalismo o «más tiempo con los hijos disfrutando de ellos»?).

Este tipo de crisis, y otras de base no biológica, van a seguirse dando en nuestras sociedades. Entre otros motivos, por el estrechamiento de los nichos ecológicos de nuestra especie y los que estamos imponiendo a otras especies. Estar preparados para afrontarlas no es cuestión de heroísmo y solidaridad puntual, sino de medidas y organización sanitaria adecuadas, y de una cultura y una ética de los cuidados y la reparatividad.

En las familias y grupos sociales con ingresos familiares más bajos y en el precariado, probablemente aparecerá una alta prevalencia de alteraciones emocionales. Pero alteración emocional no equivale a trastorno mental, y ni una ni otro han de conllevar forzosamente tratamiento psiquiátrico generalizado. No son medidas de salud mental, y menos aún, medidas psiquiátrico-farmacológicas, lo que debe aplicarse para el bienestar emocional de la población durante una crisis social y psicosocial, sino medidas sociales y psicosociales. Algo que, por cierto, ya se había descubierto en salud pública y epidemiología: las medidas más eficaces y eficientes son las que se apoyan en mejoras socioeconómicas y sociosanitarias.

Otra importante serie de reflexiones afectan a las cuestiones de género, un problema y un conflicto que había adquirido en los últimos años el lugar que merece en nuestra cultura, pero que la salida regresiva de la crisis puede contribuir a oscurecer o apagar. Hay datos aún controvertidos acerca de que en España la enfermedad Covid-19 afecta más a las mujeres que a los hombres. Ante ese dato hay que tener en cuenta ante todo que la amplia feminización actual de todas las profesiones de cuidados ha colocado a las mujeres en la primera línea de peligro en la pandemia y en la primera línea de esfuerzos en la salida de ella. Es el momento de reivindicar la «capacidad de cuidar» (una expresión culturalizada del «sistema emocional de los cuidados»), para ambos sexos, como una de las actividades fundamentales de la vida, con todas las repercusiones culturales que ello posee. La emoción del apego y los cuidados es una emoción humana primigenia, no el resultado de la cultura y diversas religiones.

La pandemia de la Covid-19 nos encara también con un amplio reto sanitario y psicosocial: replantearse la forma de vivir y cuidar/cuidar-se los mayores en nuestras sociedades, precisamente en las sociedades más envejecidas del planeta. Un tema, como el de los niños y la pandemia, que merece toda una amplia reflexión especializada.

«La amplia feminización actual de todas las profesiones de cuidados ha colocado a las mujeres en la primera línea de peligro en la pandemia y en la primera línea de esfuerzos en la salida de ella»

El otro tema para reflexionar ampliamente es el de la infancia en las crisis y, por ende, el cuidado de la infancia en nuestras sociedades. Como en pocos momentos de la historia de nuestras formaciones sociales, ha quedado de manifiesto uno de los extrañamientos o alienaciones más radicales que un sistema social orientado al beneficio económico y consumista privado e inmediato está ejerciendo sobre el conjunto de la población: la alienación con respecto a sus propios hijos. La profesionalización de la infancia y sus cuidados ha llegado en nuestro país y en algunos otros a cotas difícilmente superables. El cuidado de la infancia ha dejado de ser un placer y una dedicación voluntaria de los padres para convertirse en un duro deber y trabajo, que hay que postergar lo más posible y, si se puede, encargar a otros asalariados mal pagados. Con una consecuencia directa: cada vez somos menos capaces de atenderlos, entenderlos, cuidarlos, educarlos, estar con ellos…

¿Puede suponer la Covid-19 una oportunidad transformadora? ¿Hay que repensar el futuro?
La pandemia ha supuesto una crisis social, que posiblemente se agravará en los próximos años y que repercutirá en numerosas crisis personales y de colectivos enteros. Por supuesto que, como toda crisis, es una oportunidad transformadora: progresamos por crisis.

Pero de una situación social y psicosocial como esta no podremos salir con un progreso real si no nos atrevemos a soportar la turbulencia afectiva y social necesaria, el «nacimiento de las cien flores» de nuevos conflictos ideológicos y sociales y una creatividad civil contestataria creciente. Y en campos, motivos, organizaciones y desarrollos diferentes y múltiples: una auténtica «floración múltiple y transversal», una nueva y más vital «primavera de las cien flores». Esa floración ya ha comenzado durante la pandemia, y hemos de fertilizarla en el futuro próximo. ¿Estamos dispuestos, están ustedes dispuestos a soportar las turbulencias que la acompañarán?

Para que pueda fertilizar se necesita democracia real para el pensamiento, y no solo en «nichos culturales» y «conciliábulos» de la intelligentsia y la nomenklatura: los temas de comunicación y de control realmente democrático de los medios de comunicación serán fundamentales en los próximos años para que se pierda o se pueda aprovechar esta oportunidad (y no nos quedan muchas). Precisamente por el gran poder que las dos formas de entender la psicopolítica, la de Byung-Chul Han y la que yo mantengo, han logrado en nuestros días.

Esa tan nombrada «nueva normalidad», la nueva realidad a la que tenemos que enfrentarnos y en la que tendremos que desarrollar nuestra vida cotidiana, ¿será mejor, peor o simplemente distinta a la anterior?
Me temo que, a pesar de lo que nos orientan egregios pensadores como Zizek, Chomsky, Agambem, Han u otros, lo único que podemos decir es que será una realidad diferente. Mejor o peor depende de nuestra actitud y actividad en los próximos años, en lo que hagamos para articular, en nuestra mente y en la realidad social, potentes iniciativas tendentes a extender el dato científico, y filosófico, y emocional, de la humanidad como «objeto total» , como «objeto» fundamentante de nuestras mentes y cultura.

Para eso necesitaremos valor, actividad y grandes dosis de lo que yo llamo “integridad”, en un sentido psicológico y antropológico. La capacidad para el goce basado en la gratitud y la capacidad para la resignación sin amargura excesiva se hallan en la base de la integridad. Algo que durante la crisis de la pandemia hemos podido ver con claridad tanto por su ausencia en algunas personas y personajes, como por su abundante presencia en otras muchas personas y momentos.

«La profesionalización de la infancia y sus cuidados ha llegado en nuestro país y en algunos otros a cotas difícilmente superables»

De alguna forma más o menos intuitiva, el individuo dominado por esa perspectiva de la integridad siente que una vida individual es la coincidencia accidental de un solo ciclo de vida con solo un fragmento de la historia, que diría Erikson. Por eso sus relaciones tienden a ilustrar una especie de «amor posnarcisista» hacia la especie y hacia uno mismo, como miembro único, aunque perecedero, de aquella, aceptando que sólo somos un grano de arena o una lágrima en la larga saga de oleadas y oleadas de generaciones que desaparecen para dar lugar a nuevas generaciones humanas.

Con la pandemia perderemos posesiones, dinero, contratos, medios económicos…Y desde luego, salud y vidas. Pero precisamente por eso no podemos dejar de buscar, de indagar (otra emoción básica). Indagar, conocer, reflexionar, discutir por ejemplo sobre:

  • Qué podemos ganar en la vía del humanismo radical (considerar a la humanidad como un todo en el que todo puede difundirse, para bien y para mal),
  • Y del ecologismo radical (todo lo que no hagamos para cuidar el planeta y nuestro medio humano ha de volverse y se está volviendo contra nosotros).

Eso sería aprovechar la crisis, o, en lenguaje tradicional, «hacer de la necesidad virtud». Pero nada nos dice que esta sea la posibilidad que triunfe. Depende de nuestras prácticas científico-técnicas, políticas e ideológicas y de nuestra prácticas teóricas en los próximos años.

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