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Paz y Ciencia

viernes, 8 de enero de 2021

Donald Winnicott: El Pediatra Psicoanalista


CONOCIENDO A D.WINNICOTT (EL PEDIATRA PSICOANALISTA)

 

D.WINNICOTT (EL PEDIATRA PSICOANALISTA)




Donald Woods Winnicott fue un pediatra, psiquiatra y psicoanalista inglés. 
Nacimiento: 7 de abril de 1896, Plymouth, Reino Unido
Fallecimiento: 25 de enero de 1971, Londres, Reino Unido
Nombre en inglés: Donald Winnicott
Cónyuge: Clare Winnicott (m. 1951–1971), Alice Buxton Winnicott (m. 1923–1951)
Educación: Jesus College, Cambridge University


Donald Winnicott


Conceptos centrales en Winnicott

Verdadero y Falso Self

   Winnicott usa el término 'self' para describir tanto el 'yo' como el 'self-como-objeto', y lo hace como una organización psicosomática que emerge desde un estado arcaico no-integrado en etapas graduales.

Verdadero self: Solamente el verdadero self puede ser creativo y solamente él puede sentirse real. Muy cerca de la idea de Ello propuesta por Sigmund Freud, y originado en el funcionamiento de lo somático, para Winnicott el verdadero self es el corazón instintivo de la personalidad, la capacidad de cada niño para reconocer y representar sus necesidades genuinas con expresión propia. Aparece espontáneamente en cada persona y se relaciona con el sentido de integridad y de continuidad. Este espontáneo self y su experiencia de sentirse vivo es el núcleo de la autenticidad.

   El verdadero self arcaico irá evolucionando hacia la gestación de un mundo interno original y personal, y ello será así si la satisfacción de las necesidades no obstaculiza la continuidad de la existencia. Cuando el niño expresa su gesto espontáneo es indicación de la existencia de un potencial verdadero self: éste comenzará a tener vida a través de la fuerza transmitida al débil yo del infante por la madre receptiva. Este proceso de desarrollo depende de la actitud y del comportamiento de la madre: la madre suficientemente buena es repetidamente receptiva a la ilusión de omnipotencia de su pequeño y hasta cierto punto la entiende, le da un sentido. Esta aceptación repetida supondrá para el pequeño una ilusión de verdad, con lo que el verdadero self se va consolidando. El verdadero self solamente florecerá en respuesta al repetido éxito de la complicidad de la madre ante el gesto espontáneo del niño, de este modo el niño irá creyendo en esa realidad externa que no parece entrar en competencia con su omnipotencia.

Falso self:  Es una estructura de defensa que asume prematuramente las funciones maternas de cuidado y protección, de modo que el pequeño se adapta al medio a la par que protege a su verdadero self, la fuente de sus impulsos más personales, de supuestas amenazas, heridas o incluso de la destrucción.

   Si la madre no es suficientemente buena y no es capaz de sentir y responder suficientemente bien a las necesidades del pequeño, sustituirá el gesto espontáneo de aquel por una conformidad forzada con su propio gesto materno, de ese modo esta repetida conformidad llega a ser la base del más temprano modo de falso self.

    En la base de esta temprana, y en cierto modo fallida, relación con la madre está la incapacidad de ésta para sintonizar, para entrar en resonancia, para afinar con lo más genuino de su pequeño. El complaciente falso self reacciona a las demandas del entorno y el pequeño parece acatarlas. Mediante este proceso se irá construyendo un conjunto de falsas relaciones, y a través de repetidas introyecciones incluso alcanzará a mostrarse como algo real, por ello el niño puede querer crecer para ser como la madre, la niñera, la tía, el hermano o quienquiera que domine la escena.

   El falso self es una máscara de la falsa persona que constantemente intenta conseguir anticiparse a la demanda del otro, para mantener la relación: se está empleando cada vez que se ha de cumplir con normas exteriores, como ser educado o seguir códigos sociales. Todo ello es un proceso inconsciente y el falso self llega a ser confundido con el verdadero por los otros, incluso por el 'yo'. Bajo la apariencia de éxito, de triunfo social, podrán aparecer sentimientos de irrealidad, sensaciones de no estar realmente vivo, de infelicidad, de no existir realmente.

   Para Winnicott, en cada persona habría un falso y un verdadero self, y su organización puede ser entendida como una serie complementaria más desde el saludable hasta el patológico falso self: en el primer caso los aspectos socialmente indispensables, en el último la enfermedad.

   El verdadero self, que en la salud expresa la autenticidad y la vitalidad de la persona, estará siempre en parte, o en su totalidad, oculto. Mientras que el verdadero self hace sentirse real, el falso self tiñe la existencia de un sentimiento de irrealidad, de futilidad. Si se percibe funcionante, tanto la persona como la sociedad, consideran el falso self como saludable: el 'saludable' falso self puede hacer sentir que es aún más verdadero que el verdadero self.

   La temprana interrupción de la experiencia de omnipotencia infantil perjudica el desarrollo de la capacidad de simbolización, por el bloqueo de la formación de símbolos. El pequeño se ve abocado a la sumisión, a la imposición aplastante de una realidad que no deja hueco a la ilusión, y de este modo se compromete o desaparece la creatividad. Cada individuo necesitará ciertas relaciones o actividades con las que conectar con su propio mundo interno, con su espontaneidad y creatividad propias, sin la exigencia de estar integrado.

   Se podría entender el estrés desde estas premisas como la permanente vigencia de los repetidos y agotadores estímulos externos, y la consecuente incapacidad de conexión consigo mismo.

   En caso de gran separación entre verdadero y falso self, lo que hace desaparecer por completo al verdadero self, suele advertirse una pobre capacidad para la simbolización y una vida culturalmente muy empobrecida. Así ocurre en algunas personas extremadamente inquietas o impacientes, con poca capacidad de concentración y gran necesidad de reaccionar a las demandas de la realidad externa, al tiempo que sintiendo malestar consigo mismas.

14 títulos para "Donald W Winnicott"

Escritos de pediatría y psicoanálisis

Winnicott, Donald W.

El presente volumen ofrece algunas de las más importantes contribuciones científicas realizadas por el doctor Winnicott en su ámbito de estudio. De hecho, la consideración de su obra va creciendo día a día, y cada vez se reconoce más su valor no sólo entre los psicoanalistas, sino también entre los psicólogos y psiquiatras generales.













LA TEORÍA DE LA AGRESIVIDAD EN WINNICOTT
La teoría de la agresividad en Winnicott. Su inscripción en el desarrollo emocional temprano.
Sólo si sabemos que el niño desea derribar la torre de ladrillos,
le resulta valioso comprobar que puede construirla.
D. W. Winnicott. La agresión (1939)

   El psicoanálisis ha hecho aportaciones importantes al estudio de la agresividad humana, si bien sus autores mantienen criterios divergentes y en ocasiones contrapuestos. Entre la variedad de tendencias destacan los estudios realizados por la escuela inglesa de psicoanálisis y, por ende, la aportación de Donald Winnicott, una de las voces más singulares del siglo XX. Lo importante en Winnicott, respecto de la agresión, es tanto lo que niega como lo que afirma: niega la pulsión de muerte formulada por Freud y la envidia de Klein, y afirma que el impulso destructivo (potencial) crea la exterioridad al sobrevivir el objeto. En consecuencia, destaca el «valor positivo» de la agresión. En su modelo teórico concibe una agresividad primaria al servicio de la creatividad, de la vida, esto es, del gesto espontáneo del individuo.

   La teoría de Winnicott sobre la agresividad –que considera que la agresión primaria es necesaria, pero que su temprana represión la transforma en agresión reactiva– es central en su obra en tanto que recorre varios ejes de su estudio sobre la naturaleza humana: el desarrollo emocional del bebé, la tendencia antisocial y la clínica de niños y adultos. Su concepción, original y plena de matices, es sustancialmente diferente a la de su coetáneos. Y su enseñanza trasciende el campo del psicoanálisis, impregnando a otras disciplinas y con alcance a padres y educadores. La singularidad del pensamiento de Winnicott radica en el valor positivo de la agresión, entendida como entidad potencial y/o fuerza vital, en tanto que impulsa la creatividad, el conocimiento y el aprendizaje, y su importancia en la estructuración del psiquismo, como articulador esencial de la subjetivación del individuo.

   En tanto que la concepción de Winnicott sobre la agresividad no sigue un desarrollo lineal, ni un orden cronológico, su aportación ha sido desatendida, mal interpretada o ignorada, lo que ha determinado más confusión que entendimiento sobre su obra en general y sobre este asunto en particular. Por esta razón, este texto trata de dar cuenta de la secuencia de su pensamiento, mostrando su teoría de la agresividad de la forma más acorde con su concepción general del psiquismo humano, y destacando su aportación específica sobre este asunto. Solidario con lo anterior, el objetivo de este texto es el de un simple señalador de caminos, puesto que no pretende contravenir su écriture –asistemática por su naturaleza creativa– en un orden rígido y/o esquematizado, ni distorsionar su riqueza de matices, dejándola siempre librada al albur de quien quiere explorar por su cuenta los dédalos de su proceso creativo.

El valor positivo de la agresión

   El 6 de julio de 1948, Donald Winnicott envía una carta a Anna Freud sobre la presentación que debe hacer sobre la agresividad en el Congreso de Salud Mental. En la misiva le comunica su preocupación porque no quede bien reflejada la aportación de los psicoanalistas británicos, a la vez que le manifiesta su sorpresa de que le pida un resumen de sus ideas tras haberle enviado su artículo sobre «La agresión» (1939). Un tanto molesto escribe:

   Uno no puede dejar de pensar sobre este horrible Congreso de Salud Mental y la tarea que a usted le incumbe. Como alguien que tal vez fue uno de los principales responsables de este programa de la Sección de Niños, me preocupa que se cumpla uno de los objetivos, a saber, que alguien que represente a Gran Bretaña exponga la labor realizada específicamente en Gran Bretaña en los últimos veinticinco años. Ya que, en mi opinión, dentro de la evolución natural del Psicoanálisis, le ha tocado en suerte a los psicoanalistas de este país situar a los impulsos e ideas agresivos en el lugar que les corresponde dentro de la teoría y práctica psicoanalíticas. Particularmente importante ha sido el estudio de la relación recíproca entre la agresión, la culpa y depresión, y la reparación.

Sobre el resumen que le pide la hija de Freud, le indica que atienda las siguientes cuestiones:

a) En este congreso, lo importante a lo que hay que llegar es que los problemas del mundo no se deben a la agresión del hombre, sino a la agresión reprimida en cada individuo.

b) De ello se desprende que el remedio no es educar a los niños sobre el modo de manejar y controlar su agresión sino proporcionar al máximo número de bebés y niños condiciones estables y confiables (de ambiente emocional) como para que cada uno de ellos pueda llegar a conocer y a tolerar, como parte de sí mismo, la totalidad de su agresión (amor voraz primitivo, destructividad, capacidad de odiar, etc.).

c) A fin de posibilitar que los seres humanos (bebés, niños o adultos) toleren y acepten su propia agresión, es necesario respetar la culpa y la depresión y reconocer plenamente las tendencias reparadoras cuando ellas existen.

d) También es importante manifestar con claridad que, en esta cuestión de la agresión y sus orígenes en el desarrollo humano, hay muchas cosas que aún no se conocen.

   Winnicott le plantea unas consideraciones generales pero imprescindibles para comentar en el citado congreso, puesto que es ella la elegida para la presentación de este asunto (más por su prestigio que por sus trabajos específicos sobre la agresividad), y desea que al menos queden reflejadas algunas de las notables contribuciones que se han realizado en Londres en un asunto tan caro a la Sociedad Psicoanalítica Británica. Por este tiempo, Winnicott ya tiene pensamiento propio sobre este asunto, como le hace observar al enviarle su artículo sobre «La agresión».

   El estudio de la agresión en Winnicott es indisociable de su teoría general del psiquismo humano e inherente a su forma de pensar al bebé y al niño dentro de su teoría del desarrollo infantil, al adolescente y al adulto. Asimismo, el carácter paradójico de su propuesta teórica sobre la naturaleza de la agresividad (su noción de amor cruel [ruthless love], una suerte de agresividad creativa) se inscribe en el conjunto de sus formulaciones y cobra su máxima expresión en la última etapa de su proceso creativo, que desarrolla y expone en su libro póstumo Realidad y juego (1971), en el que muestra la esencia de su pensamiento. Lo destaca su único discípulo directo, Masud Khan, en «Cierta intimidad», donde dice: «Durante cuarenta años, o más, de trabajo clínico intensivo, Winnicott llegó gradualmente a una especie de síntesis de sus diversas teorías y prácticas clínicas, que formuló de forma definitiva en su libro Playing and Reality».

   La concepción de Winnicott sobre la agresividad difiere sustancialmente de la formulada por Freud, de la desarrollada por Klein y de la aceptada en general por la comunidad psicoanalítica. En «Entre el ídolo el ideal» Masud Khan describe el punto de partida de Winnicott, su idea de niño, en tanto que el «bebé no existe» in vacuo, sino que lo que existe es la «pareja de crianza», donde enfatiza el papel de la madre o ambiente facilitador (el otro), frente al eje freudo-kleiniano de un niño inscrito ab initio por ansiedades y tensiones emocionales. Dice:

El ser humano comienza por ser no sujeto, sino objeto. El niño, en efecto, existe y se siente a sí mismo únicamente a través de la atención de su madre, atención idolizante: es el objeto de los cuidados maternosDurante estos últimos años, hemos sido adoctrinados por una teoría que sostiene que la psique del lactante es un caldero de ansiedades infinitas y de incesantes conflictos, que hemos llegado a olvidar que, inicialmente, el niño existe solo como objeto de los cuidados y del amor materno.

   Partiendo de esa premisa inaugural de su teorización, Winnicott considera que la motilidad muscular prenatal denota una actividad, una «fuerza vital» inicial, rudimentaria, que sitúa como origen de la agresividad. En la etapa de la dependencia absoluta, donde predomina la no integración del bebé (o mejor: el infans, el bebé de menos de seis meses), esta agresividad primaria derivada de la motilidad muscular prenatal (ahora) en conjunción con el ambiente facilitador, esto es, con el cuidado materno, es de naturaleza aconductal y, en consecuencia, inintencional. Por ello, para este autor, en las primera etapa de la vida el amor y la agresión primarios están fusionados (por lo que la denomina de amor cruel), donde no caben per se el odio, la ira, la envidia, los celos, el sadismo, todos ellos sentimientos más elaborados y propios de etapas posteriores, que requieren un psiquismo más integrado y maduro.

   En la década de los cincuenta, concretamente en «La agresión en relación con el desarrollo emocional» (1950-1955), Winnicott desarrolla estas ideas: plantea la agresividad como parte de la expresión primitiva del amor, discrimina el impulso agresivo (inintencional) de la agresividad real (intencional), y explora la agresión reactiva. Por entonces estudia la agresividad en relación a las fases del desarrollo: una fase (teórica) temprana, de preintegración, sin inquietud; otra intermedia, de integración, con inquietud o preocupación (concern), esto es, con capacidad de sentir culpa; y la de persona total, propia de las relaciones interpersonales, donde abocan las situaciones triangulares y los conflictos entre instancias psíquicas. Asimismo, desvincula la agresión primaria del concepto de frustración. Winnicott plantea que no se debe confundir la agresividad con la ira, que surge por frustración, por represión ambiental. Apunta: «La destrucción únicamente pasa a ser responsabilidad del yo cuando existe una integración del yo y una organización del mismo suficiente para la existencia de la ira, y por consiguiente del miedo al talión». Y considera que la agresividad no es peligrosa en sí misma, es más, que tiene valor social. Comenta: «En la salud, el individuo puede ir atesorando la maldad en el interior con el fin de utilizarla en un ataque contra las fuerzas externas que parecen amenazar lo que él percibe que vale la pena preservar. Así pues, la agresión tiene un valor social».

Más tarde, en el texto «El uso de un objeto» (1968), paradigmático en sus últimos desarrollos teóricos, culmina su teoría de la agresividad al formular que «el impulso agresivo es el que crea la exterioridad», de modo que establece la diferenciación entre el sujeto y el objeto, y determina que el objeto (el objeto de relación: otro sujeto) deja de ser un objeto subjetivo (término que describe al sujeto que toma al objeto como parte de sí mismo) y pasa a ser considerado como alguien diferenciado del sujeto. En la conferencia «Individuación» (1970), en la que comenta sus avances acerca del proceso de desarrollo emocional infantil, sobre el papel de la agresión afirma:

   Ninguna descripción de estas cuestiones, por más que se la reduzca para amoldarla al principio de realidad que es un reloj, puede omitir la referencia al papel de la agresión. Permítaseme decir que no iremos muy lejos de nuestro examen del tema de la agresión si no vemos su valor positivo. Una manera de verlo es observar cómo se separa el niño de la madre y del ambiente en general. Es axiomático que no existe relación alguna con un objeto subjetivo: el mundo solo está allí para relacionarse con él en la medida en que es percibido objetivamente y es exterior al niño, según decimos. Ese mundo exterior puede ser traído adentro, introyectado o incorporado (o sea, comido) mediante un proceso mental.

   Lo que procuro transmitir es que no iremos a ninguna parte en nuestro estudio de la agresión si en nuestra mente la tenemos inextrincablemente ligada a los celos, la envidia, la ira ante la frustración, la operación de los instintos que denominamos sádicos. Más básico es el concepto de la agresión como parte de un ejercicio capaz de llevar al descubrimiento de los objetos externos.

   En su estudio del desarrollo emocional primitivo el tema de la agresividad destaca por tres razones principales: la primera, porque se ocupa muy precozmente de la misma, como lo atestigua el trabajo preliminar titulado «Apetito y trastorno emocional» (1936); la segunda, porque recorre toda su obra, en la que va progresivamente puliendo sus ideas, hasta dar cuenta con una teoría acabada en sus últimos escritos. En orden cronológico sus principales trabajos sobre la agresión son «La agresión» (1939); «La observación de niños en una situación establecida» (1941); «La agresión en relación con el desarrollo emocional» (1950-1955), «Agresión, culpa y reparación» (1960); «El uso de un objeto» (1968) y «El uso de un objeto en el contexto de Moisés y la religión monoteísta» (1969). A los que cabe añadir dos agregados: «Las raíces de la agresión» (1964) y «Raíces de la agresión» (1968), el segundo inconcluso. La tercera razón obedece a su original aportación a este asunto, debido a que considera que la agresividad posee una naturaleza benéfica en tanto que es impulsora de la vitalidad, está ligada a la creatividad y al aprendizaje, como fuentes de conocimiento, y contribuye a la construcción de la subjetivación del individuo.


   A principios de los años cuarenta Donald Winnicott atiende a bebés y niños pequeños en su consultorio pediátrico –al que llama Psychiatric Snack Bar (cafetería psiquiátrica)– del hospital Paddington Green Children’s, donde se familiariza con el juego infantil y desarrolla una técnica personal de estudio del psiquismo infantil: primero el juego de la espátula que sirve como herramienta diagnóstica y, posteriormente, el squiggle o juego del garabato, una variedad de juego espontáneo mediante la realización de un dibujo compartido como medio para favorecer el contacto y la comunicación terapeutica. El juego de la espátula –estimulado por el Fort Da freudiano– lo aplica dentro de un encuadre específico, predeterminado, la situación establecida (set situation), que le sirve para observar la actitud y disposición de los bebés de cinco a trece meses de edad ante un depresor o bajalenguas colocado al borde de la mesa y al alcance de sus manos. En esencia, la razón de ser de este dispositivo es la de estudiar la espontaneidad o la inhibición del niño, esto es, la capacidad creativa que muestra el bebé para coger la espátula y jugar con ella. De este modo evalúa las desviaciones del desarrollo emocional normal del psiquismo infantil: el grado de aceptación o rechazo de los impulsos agresivos (la agresión primaria, avidez teórica o amor-apetito primario, en sus diferentes denominaciones winnicottianas) que la madre permite a su hijo. En suma, si estimula o inhibe su expresión y su capacidad de explorar el mundo.


   Para Winnicott la represión es la causa de la agresividad, por lo que vuelve sobre sus pasos para reflexionar al modo socrático –mediante preguntas– acerca de las raíces de la agresividad: «¿Es que en definitiva la agresión viene de la ira suscitada por la frustración, o bien tiene una raíz propia?». Y contesta que, tal como establece en «La agresión» (1939), hay una fase temprana de no integración (o de preinquietud) donde la agresividad es primaria, de mera actividad o de descarga de la motilidad, a la que sigue una fase intermedia o fase de inquietud (equivalente a la que Melanie Klein denomina posición depresiva), con integración de la personalidad, donde la agresividad ya es intencional. En esta fase (propia del segundo semestre de vida) el niño siente angustia por el temor de perder a su madre por haberla dañado, pero confía en poder reparar la situación, por lo que la angustia se transforma en sentimiento de culpa. La disposición de la madre, al seguir viva y accesible, favorece la capacidad de preocuparse por el otro, lo que supone considerar al otro como independiente –esto es, fuera del control omnipotente–, e integrar un sentido de responsabilidad por los impulsos agresivos. Al haber integración yoica, el individuo se inquieta, se preocupa, por lo que más adelante a esta fase la denomina fase de preocupación o concern (la capacidad de preocuparse por el otro), que implica asumir la responsabilidad o culpa de su agresividad. Finalmente, describe una tercera fase, que denomina de la persona total, en la que ya intervienen las relaciones interpersonales, las situaciones triangulares o edípicas, y donde tiene cabida el conflicto según lo establecido por Freud.

   En el citado artículo Winnicott evoca su importante contribución presentada en «La agresión» (1939), en el que destaca que antes de que se integre la personalidad, en la etapa de la dependencia absoluta, existe ya agresividad, aunque sin finalidad destructiva; una agresividad que en una nota al pie la vincula con la «movilidad». En el trabajo realizado entre 1950 y 1955 lo describe así:

   El bebé ya da patadas cuando está en el vientre; no hay que suponer que intenta abrirse paso a patadas. El bebé de pocas semanas descarga golpes con sus brazos; no hay que suponer que trata de golpear a alguien. El bebé masca el pezón con sus encías; no hay que suponer que esté intentando destruir o hacer daño. En su origen la agresividad es casi sinónima de actividad, es una cuestión de función parcial.

   De este modo, el paso gradual de la no integración a la integración supone el paso de una actividad inintencional a otra más elaborada o intencional. En suma, para Winnicott hay una primera etapa que denomina de amor cruel en la todavía no hay odio ni rabia, esto es, una etapa donde la agresividad es fruto de la descarga mecánica de la motilidad muscular del infans, y otra reactiva, por represión, ya intencional.

   Desde su perspectiva considera que el acto agresivo no puede ser tomado como un fenómeno aislado, sino que está en función de la disposición ambiental, el grado de madurez emocional, la capacidad creativa y la espontaneidad del niño. Winnicott sostiene que cuando el ambiente ejerce una intensa represión provoca defensivamente una agresividad reactiva que inhibe su capacidad de expresarse y de explorar el mundo. Cita casos de conductas agresivas que se explican por el modo en que el niño maneja su mundo interior. En los casos de peleas entre los padres, algunos niños interiorizan esta experiencia, que incorpora en su cuerpo y trata de controlar la angustia en su interior con el fin de dominarla, manifestando cansancio, depresión o enfermedad física. Y apunta: «En ciertos momentos, esta mala relación interiorizada se hace con el control y entonces el niño se comporta como si estuviera poseído por los padres que se pelean. Lo vemos compulsivamente agresivo, antipático irrazonable y desilusionado»33. Algo que Anna Freud describe como la «identificación con el agresor» (1937). Alternativamente, señala que en otros casos los niños que introyectan las peleas de sus padres lo proyectan en el exterior a través de peleas con los que le rodean (padres, compañeros de colegio, etc.), proyectando lo malo al exterior. En el control de su mundo interno trata de preservar lo que considera benigno, dramatizando –a modo de víctima propiciatoria– la expulsion de la maldad por medio de su cuerpo y fuera de este, mediante patadas, escupitajos, gritos y mostrarse violentamente agresivo. Y matiza:

   Estas fases maníacas no son lo que se llama defensa maníaca, en la cual hay una negación de la muerte interior por medio de la actividad artificial (la llamada, según Melanie Klein, defensa maníaca contra la depresión). El resultado clínico de la defensa maníaca no es un estallido de agresividad, sino un estado de inquietud angustiosa corriente, hipomanía, en el cual la agresión presenta una tónica moderada de dejadez, suciedad, irritabilidad, con falta de perseverancia constructiva.

Y culmina: «En la salud, el individuo puede ir atesorando la maldad en el interior con el fin de utilizarla en un ataque contra las fuerzas externas que parecen amenazar lo que él percibe que vale la pena preservar. Así, pues, la agresión tiene un valor social».

Winnicott establece la siguiente secuencia :

a) El sujeto se relaciona con el objeto: el objeto está bajo la influencia de la fantasía, en la zona de control omnipotente del sujeto, que no lo reconoce como externo.

b) El objeto está a punto de ser hallado por el sujeto, en lugar de ser ubicado por este en el mundo.

c) El sujeto destruye el objeto: el sujeto destruye al objeto en la fantasía, no en la realidad. Esto es, de forma potencial.

d) El objeto sobrevive a la destrucción: el sujeto no logra destruir al objeto.

e) El sujeto puede usar el objeto: el objeto adquiere una vida independiente del sujeto, y puede vivir en intercambio con los objetos.


La última aportación de Winnicott al tema de la agresividad la establece en torno al libro Moisés y la religión monoteísta (1939) de Freud, su obra póstuma. Winnicott considera que inicialmente existe una única pulsión, que denomina pulsión amor-lucha, en la que el amor temprano contiene esta agresión-motilidad. En el texto «El uso de un objeto en el contexto de Moisés y la religión monoteísta» fechado el 16 de enero de 1969, describe el impulso combinado de amor-lucha y resume toda su teoría. Escribe:

Aquí es indispensable repensar algo que hemos llegado a aceptar (porque es válido en el análisis de los casos analizables), a saber, que uno de los fenómenos integradores en el desarrollo es la fusión de lo que aquí me permitiré a mí mismo llamar instintos de vida y de muerte (de amor y de discordia, en Empedocles). El eje de mi argumentación es que la primera pulsión es, en sí misma, una sola, es algo que yo llamo destrucción [destruction] pero también podría haber llamado impulso combinado de amor y lucha. Esta unidad es primaria. Es lo que sale a relucir en el bebé por los procesos naturales de maduración.

No es posible enunciar esta unidad emocional sin hacer referencia al ambiente. La pulsión es potencialmente destructiva, pero que lo sea o no dependerá del objeto: ¿el objeto sobrevive, o sea, conserva su carácter, o reacciona?.

   En la práctica clínica es importante que el paciente pase de la relación de objeto al uso del objeto, tal como señala Luis Felipe Muñoz: «Para alcanzar la cura se requiere que el paciente pase de la relación al uso de objeto, en su vinculación con el analista. Este último, debe sobrevivir y ser usado por su paciente». Al comienzo del análisis el paciente experimenta una suerte de autoanálisis, donde el terapeuta es ubicado como una proyección de sus fantasías. En el transcurso de las sesiones, el comportamiento o la actitud del terapeuta (que Winnicott denomina portarse bien, y que implica estar «vivo, sano y despierto»), en tanto que no cede a las demandas del paciente, favorece el abandono de la fantasía y la entrada en la realidad. La frustración de las expectativas mágicas del paciente provoca la agresión al terapeuta (ataques al encuadre, verbalizaciones descalificantes, devaluación de sus interpretaciones, manipulaciones, engaños, etc.), que le exigen sobrevivir. Esta tarea no depende tanto del trabajo interpretativo, pero le puede resultar muy difícil al terapeuta, por lo que en una nota al pie aclara: «Cuando el analista sabe que su paciente lleva un revólver encima, me parece que ese trabajo no se puede llevar a cabo».
Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo Clínico. Psicoterapeuta. Zaragoza.                        Instagram: @psicoletrazaragoza                   Página Web: Psicólogo Zaragoza

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