WILLIGIS JÄGER: "LA OLA ES EL MAR"
[...] La persona que haya perdido su patria o bien es capaz de aceptar esta pérdida y convertirla en motivo para la búsqueda de una "patria" muy distinta, su identidad auténtica, o bien se busca una patria sustitutiva en forma de determinados grupos y comunidades que le prometen apoyo y salvación. De esta última actitud surge la ideología del fundamentalismo, que en el fondo no es otra cosa que la búsqueda desesperada de la patria, por parte de personas que se han quedado sin orientación. Seduce con promesas simples de salvación según la divisa: "si haces esto y aquello, y sigues fiel y religiosamente a la comunidad, entrarás en el cielo". Las sectas deben sus éxitos a esta estrategia, pero a las personas se les ayuda bien poco con ella.
Hay una religiosidad muy ingenua y simple, por ejemplo como la que se da en África o Ámerica Latina, donde los creyentes piden ayuda a su Dios y no se preocupan mucho de cuestiones teológicas o existenciales. El número de este tipo de creyentes está creciendo debido al aumento de nacimientos en el hemisferio sur. Esta religiosidad ingenua la han perdido en gran medida las personas del mundo occidental debido al triunfo de la moderna cosmovisión científica, lo que ocasiona crisis de orientación que, a su vez, favorecen el mencionado movimiento retrógado hacia el fundamentalismo y el sectarismo. Pero en esta vuelta a a atrás ya no se recupera la religiosidad originaria e ingenua, esta se ha perdido sin remedio.
No se trata de adaptaciones al espíritu de la época sino de la disposición a tomarse en serio los conocimientos de las ciencias modernas que interpelan a la teología; tomárselos en serio hasta el punto de estar dispuestos incluso a pasar de los dogmas antiguos, insostenibles por más tiempo o, por lo menos, a reinterpretarlos. Pero esto no es más que un primer paso, porque otro problema de las Iglesias consiste en que la idea de Dios que propagan está influenciada por un concepto anticuado del mundo. Con el fin de llegar a las personas actuales, influidas por las ciencias modernas, las Iglesias deberían revisar sus ofertas teológicas sin exigir demasiadas acrobacias intelectuales. Tendría que cambiar la manera de hablar sobre Dios. Pero falta valor para salirse de una vez de la vieja estructura interna del sistema de fe e intentar un comienzo nuevo. Me gustaría que hubiera teólogos más valientes.
Que no se agarren a un concepto intelectual y dual de Dios, como hace la mayoría de sus colegas. Cerrar la puerta de acceso a la mística, como hace la mayoría de los teólogos, es una de las consecuencias de una teología de miras estrechas.
Otra, y no menos importante, consiste en dejar de lado la dimensión corporal de la vida humana. La religiosidad del ser humano no se limita a su intelecto, pues también es posible tener experiencias religiosas a través del cuerpo y de la psique y, de hecho, las buscamos realmente a través de ellos. Piense tan solo en la moda actual del bienestar o en el entusiasmo de muchas personas por el deporte. Ya sea, haciendo patinaje acrobático, parapente o deslizándose en una tabla sobre la nieve, en todas esas modalidades deportivas se consiguen vivencias físicas tremendas que resultan mucho más fascinantes que lo que las Iglesias pueden ofrecer.
Repetiré aún muchas veces una frase que representa el fondo de la espiritualidad que intento transmitir: La religión es nuestra vida, y el proceso de la vida es nuestra religión verdadera. Dios no quiere ser adorado, quiere ser vivido. Soy consciente de que esta formulación encontrará oposición, pero nuestro cuerpo es más íntimo a nuestra naturaleza verdadera que nuestra razón. El cuerpo encierra una religiosidad de la que carece la cultura religiosa eclesial. Debería darse en ella una dimensión corporal y, por eso, me preguntó cómo podría enriquecerse la vida de la fe cristiana con un componente corporal. En este sentido, tengo puesta cierta esperanza en las mujeres.
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