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Paz y Ciencia

sábado, 1 de diciembre de 2012

Pseudoidentidad o Falso Yo




[...] A través del hecho misterioso de la Encarnación pasamos de una existencia en el nivel de las no manifestaciones fenomenológicas, en el que hay identidad con la Unidad, con la Esencia de lo Divino, al nivel de las manifestaciones fenomenológicas aprensibles por los sentidos. Todo el proceso del devenir evolutivo, a partir del nacimiento, es un tránsito que implicará una pérdida de nuestra identidad original, un oscurecimiento óntico -como lo define Claudio Naranjo- que deviene en una experiencia de vacío esencial por la pérdida del contacto con nuestro origen divino. Nos distanciamos, pues, de lo más valioso que tenemos: de nuestra identidad esencial y del poder del yo Real, de la Esencia Divina.

Intentamos llenar el vacío esencial, en el que quedamos tras esta pérdida de identidad, elaborando una pseudoidentidad a través de la identificación con la imagen especular en la que nos vemos reflejados, y que recibimos sobre nosotros desde el medio en el que hemos nacido, esencialmente y en primer lugar con la imagen que nos devuelve nuestro medio familiar, nuestros progenitores. El proceso de desarrollo que sigue esta identificación sustitutoria se estructura y cristaliza en el aparato defensivo y relacional que conocemos como el carácter.

De la dolorosa travesía por la desconexión de nuestra esencia, permanece la experiencia de vacío, de falsedad y de anhelo por lo perdido, que arraiga como una sensación en la memoria sensitiva, sensorial y emocional de nuestra propia vida individual -aunque no a nivel consciente-, dejándonos en un estado de desasosiego que percibimos como insatisfacción, tristeza, inseguridad, miedo y angustia, consecuencia del acto de traición que nos vemos abocados a cometer hacia nosotros mismos. Identificarnos con el carácter es un intento de evitar el contacto con el vacío, la tristeza y el miedo esenciales, así como de llenar el anhelo por el estado de identidad que perdimos y del que solamente guardamos, si acaso, memoria intuitiva e inconsciente.

Este proceso de identificación defensiva lleva implícito que se mantenga el oscurecimiento óntico, el olvido de sí, como la estrategia defensiva energéticamente más económica. Necesariamente tiene que ser así, puesto que nos disponemos de energía suficiente para mantener el esfuerzo de permanecer con la atención en nuestro propio ser, y a la vez, tratar de evitar el displacer que nos causa la no aceptación sus manifestaciones espontáneas, por la escasa comprensión y tolerancia del medio que nos rodea. Como consecuencia de esta distracción de la atención hacia la propia esencia, por el déficit de energía a su disposición, caemos en la mecanicidad compulsiva del hacer como sentimos que se nos pide que seamos. Estos condicionamientos nos desconectan de nuestra consciencia y nos proporciona una falsa sensación de identidad. Sucumbimos en un estado de pereza a la introspección y al desarrollo espiritual, ya que dicha estrategia entraña la inhibición del fluir del Impulso de Vida, del impulso hacia la búsqueda de sí, de la Voluntad de Ser en definitiva.

Ante la impuesta necesidad de inhibir parte del Impulso de Vida a lo largo del proceso de desarrollo y maduración, mantenemos dicha estrategia defensiva identificándonos cada vez más con la imagen que percibimos de nosotros, quedando así apegados a ella. Mediante esta identificación se hace cada vez más profunda la ignorancia sobre nuestro Ser Original, puesto que con ella mantenemos también la desconexión que nos aboca a permanecer en este estado de anhelo, insatisfacción, tristeza y miedo, cuyo origen, no lo olvidemos, permanece inconsciente; de dicho estado, solo percibimos sus manifestaciones defensivas, sean estas los rasgos del carácter y su mecanicidad compulsiva o los síntomas clínicos. Con este apego a la imagen tratamos al mismo tiempo de evitar el contacto emocional con la ansiedad, la angustia y la depresión resultado del vacío existencial en el que hemos quedado [...]

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