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Paz y Ciencia

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Prólogo

Mi silencioso guía caminaba con rapidez por delante de mí, como si a él también le disgustase estar ahí abajo. El túnel era húmedo y la iluminación muy tenue. Los huesos de seis millones de parisinos estaban sepultados en ese lugar...
De pronto, el chico se detuvo en la entrada de un nuevo túnel. Estaba separado del que habíamos recorrido hasta allí por una verja de hierro forjado. El túnel estaba oscuro. Mi guía desplazó la verja hacia un lado y se adentró en la oscuridad. Se detuvo y se volvió para mirarme, y así asegurarse de que estaba siguiéndolo. Abandoné con inseguridad la tenue luz mientras la espalda del chico desaparecía ante mis ojos. Di un par de pasos más. Entonces tropecé con algo. El traqueteo de algún objeto de madera retumbó por todo el espacio; me quedé inmóvil. En ese instante, me envolvió una luz. Mi joven guía había encendido su linterna. De pronto deseé que no lo hubiera hecho. La osamenta ya no estaba dispuesta en truculento orden. Había huesos por todas partes: desparramados por el suelo, a nuestros pies, cayendo en cascada de pilas apoyadas contra la pared que se habían desmontado.
El haz de la linterna hacía visibles las nubes de polvo y los entramados de telas de araña que colgaban del techo.
- ça c'est por vous -dijo mi guía. Me entregó la linterna. Cuando la cogí, pasó a toda prisa junto a mí.
- ¿Cómo? -exclamé
Antes de poder acabar la pregunta, el chico espetó:
- Il vous reconcentre ici.
Desapareció y me dejó solo, a quince metros bajo tierra; era un ser humano solitario perdido en un mar de muertos.

Robin Sharma: "Las cartas secretas del monje que vendió su ferrari."

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