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Paz y Ciencia

lunes, 31 de diciembre de 2012

El valor de la familia

El amor, la paciencia y la flexibilidad son algunos de los pilares que permiten que una familia se construya y proyecte en el tiempo.

[...] Tantas veces hemos escuchado desde tantos rincones que el modelo de familia está caduco, que el matrimonio como fue diseñado en su momento es anacrónico, que las necesidades de las personas no se corresponden con las estructuras vinculares disponibles... Pero ¿por qué no ha surgido nada mejor? La respuesta es desalentadora y auspiciosa al mismo tiempo. Con sus fallos y limitaciones, la familia cumple su función mejor que ninguna otra instancia, tanto en la formación y el crecimiento de las personas como en la función de célula fundacional de las sociedades equilibradas.

Reducida con espíritu simplista y generalizador a su mínima expresión, la palabra designa a una pareja conformada por dos seres que se unen en la decisión de pasar juntos el resto de su vida, apoyándose, acompañándose, por amor y por interés mutuo, materializando su trascendencia en la llegada de los hijos. Si bien esta descripción no es siquiera habitual en nuestros días, sigue siendo la imagen automática que nos aparece cuando pensamos en la familia.

Hay que educar a los jóvenes para que sean padres con autoridad, pero sin autoritarismos; para que dialoguen, pero no por inseguridad.

Me pregunto si sería posible o deseable hacer una lista de todas esas pequeñas cosas que suceden en el entorno familiar, que son fundacionales, que dejan huella, que alivian y orientan la vida. ¿Cómo podemos lograr familias que garanticen un mundo mejor? Mencionemos aunque sea el amor, la generosidad, el cuidado, la paciencia, las pautas claras, la flexibilidad, la dedicación, el interés hacia los demás, las normas, la apertura, el compromiso, la responsabilidad, la comunicación...

La ausencia de afecto, valoración o reconocimiento del entorno más cercano empuja a los niños a buscar emociones más o menos compensatorias.

Lo bueno y lo malo de todo esto es que si somos parte del problema, también podemos ser parte de la solución. No se trata solo de grandes cambios educativos y morales, sino de reconocer el peso y el valor social que tiene la preservación y el desarrollo de esos pequeños gestos que hacen a la diferencia. Como escribió Rabindranath Tagore:

Cuando abrazo tu cara de jazmín y canela para hacerte sonreír, mi niñito querido,
comprendo la dicha que se extiende por el cielo
límpido de la mañana
y comprendo la delicia con que la brisa de verano envuelve mi cuerpo
y comprendo también la danza del trigal al mediodía:
...cuando te abrazo para que sonrías, lo comprendo todo.

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