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Paz y Ciencia

domingo, 23 de diciembre de 2012

Las cadenas del niño



"Apenas ha salido el niño del seno de la madre, y apenas goza de la libertad de mover y extender sus miembros, cuando se le dan nuevas ataduras. Se le envuelve en pañales, se le acuesta con la cabeza fija y las piernas estiradas, con los brazos colgando al lado del cuerpo; es rodeado de paños y de vendas de toda clase que no le permiten cambiar de situación. Afortunado si no se le apretado hasta el punto de impedirle respirar, y si se ha tenido la precaución de acostarse de lado, a fin de que las aguas que debe echar por la boca puedan caer por sí mismas; porque no tendría la libertad de volver la cabeza hacia un lado para facilitar la salida". Buffon, mal citado como Plinio.

Hemos de generalizar, pues, nuestras miras, y considerar en nuestro alumno al hombre abstracto, al hombre expuesto a todos los accidentes de la vida humana. Si los hombres nacieran unidos al suelo de un país, si la misma estación durara todo el año, si cada uno mantuviera su fortuna de forma que no pudiese cambiarla jamás, la práctica establecida sería buena en ciertos aspectos; el niño educado para su estado, no saliendo nunca de él, no podría estar expuesto a los inconvenientes de otro. Pero vista la movilidad de las cosas humanas, visto el espíritu inquieto y revoltoso de este siglo que perturba todo en cada generación, ¿puede concebirse un método más insensato que educar a un niño como si nunca fuera a salir de su cuarto, como si constantemente debiera estar rodeado de sus gentes?
Si el desventurado da un solo paso en la tierra, si desciende un solo escalón, está perdido. Eso no es enseñarle a soportar las dificultades; es ejercitarle en sentirlas.
Solo se piensa en conservar al niño propio; no es bastante, se le debe enseñar a conservarse siendo hombre, a soportar los golpes del destino, a arrastrar la opulencia y la miseria, a vivir si es preciso en los hielos de Islandia o sobre la ardiente roca de Malta. Por más que toméis precauciones para que no muera, tendrá sin embargo que morir; y aun cuando su muerte no fuera fruto de vuestros cuidados, serían mal entendidos. Se trata menos de impedirle morir que de hacerle vivir. Vivir no es respirar, es obrar; es hacer uso de nuestros órganos, de nuestros sentidos, de nuestras facultades, de todas las partes de nosotros mismos que nos dan el sentimiento de nuestra existencia. El hombre que más ha vivido no es aquel que ha sumado más años, sino aquel que más ha sentido la vida. 

Rousseau: "Emilio o de la Educación". Alianza Editorial. Pp.:53-54

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