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Paz y Ciencia

jueves, 13 de junio de 2013

Enamoramiento, elección, compromiso, entrega

 
 
ENAMORAMIENTO, ELECCIÓN, COMPROMISO, ENTREGA

Cuando dos personas se encuentran en las arenas amorosas, se atraen y se sienten tocadas por una gracia especial, se abren

a un movimiento maravilloso, a un ferviente anhelo de vivir. A menudo se sienten incontrolable y ciegamente movidas hacia

el otro y por el deseo del otro. Es un estado de gracia y de apertura donde todo brilla; un estado que muchas personas

desearían permanente, pero que tiende a no durar, pues en realidad para muchas personas el enamoramiento suele suponer

una intensa proyección de sus anhelos más queridos y secretos. La mayoría de las veces, enamorarse significa: «Me mueves

mucho, pero te veo poco» (es decir, veo poco lo que en realidad eres, y veo mucho lo que en realidad deseo ver). Dicho más

claro: en el enamoramiento no vemos a la otra persona tal como es, sino como anhelamos y esperamos que sea. Y, aunque

sea de forma inconsciente, albergamos la esperanza secreta de que, a través del otro, los asuntos no resueltos de nuestra

infancia o de nuestra familia de origen encontrarán un camino y quizá una solución. En el enamoramiento entran en juego de

manera inconsciente complejos mecanismos de reconocimiento del otro y de la atracción que sentimos hacia el otro, que

guardan resonancia con nuestra historia o sistema familiar de origen, además de representar una oportunidad concreta para la

unión y para disparar nuestras flechas creativas al torrente sanguíneo de la vida.

Seguramente también es cierto que en el enamoramiento se produce una apertura y una inspiración inigualables en las

que podemos percibir la profunda belleza del ser del otro, y verlo lleno de sus dones y talentos. Pero, al mismo tiempo,

opera una particular ceguera en la que inventamos al otro a la medida de nuestras necesidades. Por tanto, y paradójicamente,

el enamoramiento puede ser gracia y un enorme movimiento expansivo del corazón en el cual vemos luminosamente al otro,

y a la vez un oscurecimiento, en el que lo inventamos conforme a nuestras conveniencias. Y ambas cosas suceden al mismo

tiempo, por incompatibles que puedan parecer. Sea como sea, algo nos hace vibrar con esa persona y sentir un movimiento

irresistible hacia ella. Nos enamoramos, y nos mueve tanto ese ser que resulta un misterio incomprensible. Es cierto que la

sexualidad es una realidad arrolladora, pero hay algo más: en esa persona reconocemos vibraciones que vivimos en nuestra

infancia, y de alguna forma albergamos la esperanza de completar con ella aquellas cosas que quedaron como asuntos

pendientes en nuestra infancia con nuestros padres, o de escenificar guiones y tramas inconscientes de nuestro sistema

familiar de origen para que prosigan y encuentren su resolución. Ésta es una de las versiones habituales del enamoramiento:

«Veo en ti mis anhelos, mis expectativas, el deseo de que algo cubra, rellene y complete aquello que no se completó en mi pasado afectivo».

¿Qué ocurre con el enamoramiento si la relación progresa? Que decae. Porque es un estado que, por su naturaleza, no

dura demasiado. Desearíamos que lo hiciera, porque es maravilloso, pero es insostenible y tiende a transformarse. Después

del enamoramiento, la relación empieza a significar otra cosa, algo así como: «Ahora voy viendo mejor quién eres, y ya no

me mueves tanto, pero sí lo suficiente como para elegirte y continuar un camino común en alguna dirección (o no, y en ese

caso elijo irme)». Aquí, la relación con la pareja deja de ser un movimiento incontrolable y pasa a ser una elección, a la vez

que una mirada cada vez más cercana a cómo es en realidad el otro en todas sus dimensiones y sus imperfecciones.

También, junto a la elección, hay una aceptación: «Te tomo de esta manera, con tu historia, tu pasado, tus orígenes, tus vínculos anteriores, tus hijos, etcétera. Te tomo con tus valores, temores, estilo afectivo, emociones, heridas, talentos, etcétera, y asumo la alegría y también los costes que supone un vínculo profundo en el alma contigo, y te quiero así», pues en toda relación se paga también un precio inevitable: cuando elegimos a alguien para un camino común, lo hacemos con todas las consecuencias, con todas las bendiciones y los riesgos que conlleva.

La siguiente fase o estado, si la relación prospera, es el compromiso. Más allá de los rituales y las formas que puede

adoptar (fiestas, matrimonios, celebraciones, ritos), el compromiso es el fruto de un proceso y significa: «Ahora, nuestro

amor, nuestro vínculo y lo que hemos creado en común tiene más fuerza y más peso que nuestras parejas anteriores y que nuestra familia de origen». Este nuevo sistema que hemos creado tiene ahora prioridad. Y entonces, la pareja empieza a

hacer las cosas de una manera propia, diferente de la manera de la familia de cada uno, y crea una realidad propia que tiene

más peso que las familias de origen. En el compromiso, dos personas, unidas por la sexualidad, por el amor, por el

reconocimiento como igualmente adultos y válidos, por la decisión de compartir su intimidad, consolidan su camino común, fruto de haber integrado y tomado su pasado tal como fue, y logran que la energía de la relación fluya hacia el futuro.

Sueltan sus lealtades y ataduras con los anteriores y se abren a un movimiento propio y creativo en su pareja.

Algunas parejas son visitadas por una fuerza superior, aún más grande que el compromiso: la entrega. El amor con

entrega es un amor trascendente porque es el más generoso posible, porque en él se ama la vida y los hechos tal como son,

despojándolos de pasiones egoístas. El sentimiento que preside es: «Te sigo amando a ti y a lo que a ti te dirige, con
independencia de adónde te lleve tu propio camino, y también con independencia de adónde me lleve mi propio camino».
 
Es un amor que está en sintonía con el movimiento de la vida y que veremos en detalle más adelante, cuando hablemos de la pareja como proyecto y vivencia espiritual.

Hay personas que se pasan la vida enamorándose y desenamorándose, personas que exploran relaciones y no eligen

ninguna, personas que eligen y se vinculan, pero no logran el compromiso profundo y real necesario para que su relación

tenga más peso y fuerza que lo anterior, y personas que alcanzan las cumbres del amor generoso a través de una entrega

mayor a la fuerza misteriosa que mueve los engranajes de las cosas.

JOAN GARRIGA: "EL BUEN AMOR EN LA PAREJA". Ed. DESTINO

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