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Paz y Ciencia
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domingo, 25 de diciembre de 2016

El Buen Amor en la Pareja



El amor que invita al poder

Para que el amor fluya sobre los rieles del buen amor, ninguno de los dos debe sentir poder sobre el otro, sino que debe contribuir a que el otro alcance el poder en sí mismo. 
La realidad, no obstante, es que la pareja se enzarza en luchas de poder que mina su relación. Desde fuera, parece que el hombre es el más fuerte. Sin embargo, muchas mujeres, en su interior se creen mejor que su pareja. No se puede generalizar pero esto sucede a menudo. Y cuando pasa, y escasea entre los dos el genuino respeto, la relación se hace desigual y más competitiva que cooperativa, y se rompe la franqueza y la dicha del vínculo profundo.
Tanto hombres como mujeres podemos tratar de imaginar si seríamos capaces de inclinar la cabeza, suavemente y de corazón y experimentarlo como un gesto de reconocimiento y respeto ante su existencia y su realidad, y no como una humillación o una derrota.
Mirar a la pareja y valorar lo que sientes por la pareja en lo esencial, en lo verdadero de nuestro ser.
Aunque resulte extraño, muchas mujeres se sienten mejores, unas cuentan que son iguales y sólo unas pocas se sienten inferiores. Con los hombres pasa lo contrario. Sólo unos pocos se sienten, en realidad, mejores que su pareja.
En los asuntos esenciales, la madre es la que está presente, por ejemplo, cuidar a un bebé. Quizá por ello destaca en lo laboral, económico y político.
Hasta ahora se nos contaba que a la mujer sólo se les dejaba el poder de los sentimientos, pero es eso precisamente lo que mueve el mundo, incluso el mundo económico y político. 
En el libro de Claudio Naranjo: La mente patriarcal, hace un diagnóstico preciso de los males del mundo: es esa misma mente patriarcal, con sus largos brazos que todo lo infectan -competencia, lucha,  imposición, las envidias y todas las pasiones bajan que gobiernan el Yo, la que su pretendida grandeza olvida la verdad esencial de que todos somos uno: padre, madre e hijo, o mente, emoción e instinto, y no en el predominio de una figura sobre las otras.
Si tantas mujeres piensan en su fuero interno que son mejores que los hombres, debamos aceptar que sea verdad. Las mujeres más inteligentes se encargan de que el hombre no noten su grandeza, por no decir su superioridad. La mujer enseña e interpreta al hombre para que el hombre no sea un analfabeto emocional.
El verdadero poder radica en estar asentado en la realidad de uno mismo, no en sentirse superior a otra persona o en dominará física o psicológicamente. Experimentamos el propio poder cuando nos enraizamos y nos reconocemos en nuestra experiencia real, en cada momento y lugar. Cuando estamos conformes con nuestra realidad, con nuestros sentimientos, problemas, alegrías, vivencias, pensamientos, contradicciones, necesidades. Con nuestro lugar de origen, cultura, familia, con nuestros deseos de cambiar lo que no nos gusta o lo que sentimos como injusticia... Es decir, cuando estamos en sintonía con nuestra propia realidad.
Virginia Satir, en su libro En contacto íntimo, nos enseña que el genuino poder tiene que ver con la congruencia y con lo que ella llama "las cinco libertades": la libertad de ver y escuchar lo que está aquí en lugar de lo que debería estar, la libertad de sentir lo que siente en lugar de lo que debería sentirse, la libertad de decir lo que uno siente y piensa si lo elige en lugar de impostarse, la libertad de pedir lo que se quiere en lugar de pedir permiso y la libertad de arriesgarse en lugar de optar únicamente por estar seguro.
El poder de la congruencia huye, por tanto, de posiciones de culpabilización, victimismo, hiperracionalidad o pasotismo, que para Satir no dejan de ser lugares de sufrimiento y falso poder en las relaciones íntimas.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

El equilibrio entre el dar y el tomar



"No hay dar sin recibir". Prajnanpad


Se trata de dar lo que tenemos y podemos, y lo que el otro puede y quiere recibir.
Se trata de recibir sólo aquello que el otro nos da, queriendo y pudiendo,  y que somos capaces de compensar manteniéndonos libres y dignos.

Demasiadas relaciones se estropean y rompen porque quien se siente deudor vive con incomodidad su deuda, y quien se siente acreedor también lo vive con incomodidad, pues le hace sentirse grande y con derechos. Deudor y acreedor, si no encuentran un modo de compensar y equilibrar su vínculo, dejan de poder mirarse confiadamente a los ojos.

¿Cómo se consigue un intercambio equilibrado en el ecosistema de la pareja?
A menudo uno cree que es mejor que el otro... Semejante idea va erosionando la relación por la desigualdad y el juego de poder. 

Si alguien da y no toma o sólo toma y no da. A veces vemos parejas que se rompen y es precisamente la persona que ha recibido mucho. La presión de la deuda y porque no sabe como soportar la presión de la deuda y porque sabe que no podrá compensar y restaurar su estatuto de igualmente digno grande y digno al lado del otro. 

Este equilibrio no se da entre padres e hijos, precisamente porque el vínculo paternofilial está estructurado de tal modo que es, y debe ser asimétrico. La desigualdad de rango y la imposibilidad de devolver lo recibido y compensar su deuda. Pero ¿cómo compensar lo que los padres nos dan? No podemos devolverles lo recibido, pero sí, darles las gracias, reconocer lo que han hecho por nosotros, y en honor de ellos, tener una buena vida. 

Podemos acompañarles en su ancianidad y de modo transitivo regalar lo recibido por los padres a nuestros hijos. Fortaleciéndoles en los puntos fuertes aprendidos y minimizando errores, todo lo aprendido y vivido.
No siempre es posible dar tanto como lo que recibes, pero la verdadera gratitud de corazón y alegría de recibir actúan a menudo como un bello mecanismo de compensación para lograr el equilibrio entre el dar y el tomar

Bert Hellinger, creador de la terapia con Constelaciones Familiares, defiende que cuando se produce un intercambio negativo dentro de la pareja, es decir,  cuando uno de los dos daña al otro, el que ha sido objeto del daño debe compensarlo vengándose con amor. Vengarse con amor significa devolver el daño pero en una cantidad suficientemente menor. Si el perjudicado se limita a perdonar, de alguna manera queda en una posición de superioridad moral, mientras que si se devuelve el daño procurando que sea un poco menor, restablece el equilibrio y la igualdad, aunque pueda parecer lo contrario, cuida también del amor en la relación, sobre todo al devolver en menor medida. Si, por el contrario devuelve el daño más fuerte o con ensañamiento, entonces no solo se restablece la vivencia de justicia, sino que se lastima el amor. Y si ésta es la dinámica en la que se sumerje la pareja será fácil que se sumerja en una batalla. Vengarse con amor es una idea curiosa, un aparente oxímoron, pero es más habitual de lo que pueda parecer. 

A veces, los padres, cuando castigan a sus hijos, están cuidando el intercambio. Se suele decir que para que el castigo sea eficaz hay que mantenerlo a toda costa. Yo creo que si, por ejemplo, el castigo es por no estudiar y el hijo pasa toda la semana estudiando se puede retirar el castigo de no salir el fin de semana. 

Ser creativo en la venganza amorosa es un acto creativo que conviene cultivar.
En el intercambio positivo, la fórmula es: tú me das algo y yo te lo devuelvo. El vínculo se hace más fuerte de este modo.
En el intercambio negativo, la fórmula es: "tú me dañas y yo te devuelvo algo, haciendo que te duela, pero un poco menos. Esto es vengarse con amor según Bert Hellinger

Perjudica mucho a las relaciones humanas, y a la vida, seguir pensando en buenos y malos. Es preferible pensar que entre los dos hemos creado la realidad que tenemos y que cada uno ha aportado su parte proporcional.

La pareja navega en la barca de la vida, que exige seguridad a través de sus inercias, ritos consolidados y un statu quo cristalizado, pero también atrevimiento, innovación, creatividad y búsqueda de soluciones nuevas para viejos problemas.

Joan Garriga: "El buen amor en la pareja".
Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo. Zaragoza.


El equilibrio entre el dar y el tomar

"No hay dar sin recibir". Prajnanpad
Se trata de dar lo que tenemos y podemos, y lo que el otro puede y quiere recibir.
Se trata de recibir sólo aquello que el otro nos da, queriendo y pudiendo,  y que somos capaces de compensar manteniéndonos libres y dignos.
Demasiadas relaciones se estropean y rompen porque quien se siente deudor vive con incomodidad su deuda, y quien se siente acreedor también lo vive con incomodidad, pues le hace sentirse grande y con derechos. Deudor y acreedor, si no encuentran un modo de compensar y equilibrar su vínculo, dejan de poder mirarse confiadamente a los ojos

domingo, 30 de octubre de 2016

Las cinco condiciones para el bienestar de la pareja



He visto a muchos hombres y mujeres sufrir porque pretendían formar una pareja que iba en contra de su propia naturaleza, de su propio estilo de vida, de sus propias necesidades, deseos e inclinaciones; por querer adaptarse al modelo de los padres y de la familia en general, a lo que "debe ser" o a determinados modelos sociales imperantes. O por querer satisfacer los mensajes que vienen de las frustraciones y penalidades de sus personalidades de sus anteriores: "no te cases y mantén tu autonomía", "no te fíes y mantén a salvo tu corazón", "en la pareja hay que imponerse y controlarlo todo", "adáptate al otro y todo irá bien...

En la pareja activamos esquemas afectivos y pautas de relación que se imbrican y engrasan creando un campo compartido que va bien. Y todo lo contrario cuando va mal: un campo de batalla, con su reguero de destrucción y pena. En verdad, resulta triste que haya tanto dolor en las parejas y no se materialice el amor que sienten o sintieron en su momento, por tratar de ajustarse a un papel ajeno a ellos.

Arnaud Desjardins, discípulo del sabio hindú Swami Prajnanpad, escribe en su libro Una vida infeliz, un amor feliz, los cinco criterios que su maestro le enseñó para reconocer el valor profundo de una pareja. Cuando éstos se cumplen, la pareja que vive en armonía, y sus asuntos alegres y serenos.

Podemos cambiar un poco el estilo afectivo, pero vale la pena juntarnos con alguien "compatible", eso lo sabremos en un proceso. Cuando uno más uno suman mucho más que dos.

El intercambio negativo de parejas que parecen llevarse muy mal también vincula, aunque sean infelices, desgraciado o por soledad.
Esto significa que el vínculo no crece con fuerza únicamente en el intercambio positivo y fácil, sino también en el negativo y difícil.

La segunda condición de Prajnanpad es que se trate de dos naturalezas no demasiado diferentes, ni demasiado incompatibles. La compatibilidad del hombre y la mujer, o de cualquier pareja, descansa sobre la diferencia, pero también sobre la posibilidad de asociarse. Algunas parejas descansan sobre la compatibilidad de hombre y mujer y su diferencia,

Una pareja se forma más allá de los presupuestos y los prejuicios de la familia y la sociedad. Aunque la pareja esté en completo movimiento. La pareja necesita ser buenos amigos, buenos conpañeros. Que sientan que tienen alguien al que entienden y que los entiende.

La cuarta es tener fe, esperanza y amor por la vida y el respeto hacia a la otra perrsosna con el afán de sumar más de dos y de entregarse con condiciones, condiciones de ecuanimidad, a no ser de casos concretos. Confianza supone que el otro confíe en su pareja. La confianza, por ejmplo, no exige garantías. En algunas parejas se instala el miedo porque desaparece la confianza, en ese momento, el miedo se ha instalado y no hay marcha atrás, la única salida es la enemistad o la separación.

La quinta y última de las condiciones es, si cabe, la más difícil de cumplir: el deseo espontáneo de que el otro esté bien, lo cual quiere decir, el deseo de que esté bien por encima de nuestros miedos o carencias. En estos tiempos de egoncentrismo es una cuestión difícil es difícil porque estamos en una sociedad narcisista. La palabra espontaneo" es el epicentro de esta cuestión, y ser espontáneo no es una cuestión volitiva sino un gesto espontáneo. Consiste en ver al otro con la inteligencia del corazón y no sólo a través de nuestras proyecciones y anhelos, así lo amamos como es y le damos lo que necesita y espera recibir en un movimiento de encontrar la plenitud con plena felicidad.

Es muy común que los padres sientan hacia los hijos el deseo espontáneo de que sean felices, y que estén dispuestos a dar mucho y hacer muchas cosas para su bienestar, pero eso no es tan común en la pareja. Muchos de nosotros, como niños egoístas, a veces anteponemos nuestro bien al deseo del bien del otro. Por eso, la pareja lo logra cuando nos alegramos espontáneamente el bienestar del otro y hacemos lo que está en nuestras manos para que se produzca, sentimos una alegría redoblada.

Así que "sólo" se trata de cumplir estas cinco condiciones. Para tranquilizar al lector o lectora, diré que no conozco a ninguna pareja que las cumpla todas a rajatabla, pero también es cierto que aquellas que únicamente cumplen una o dos lo pasan realmente mal.


FUENTE: Joan Garriga: "El buen amor en la pareja".
Rodrigo Córdoba Sanz. Terapia de Parejas.












domingo, 23 de octubre de 2016

Un espacio para el crecimiento



La pareja no nos va a dar la felicidad pero nos puede ayudar a crecer. De hecho, la pareja es un espacio ideal para el crecimiento de las personas, pues con ella nos despedimos del niño o la niña que fuimos e ingresamos en el mundo de los adultos.

Si no podemos desengancharnos de la pareja, en realidad, es por carencias afectivas, porque somos como niños en nuestro fuero interno. La pareja no es una mamá ni un papá.
Para conseguir intimidad con nuestra pareja se trata de compartir un periplo vital, de manrea real y respetuosa. Porque es seguro que tendremos que revisar algunos de nuestros modos de funcionar, algunas costumbres y pautas de relación, algunos hábitos y creencias, algunos temores y exigencias.

La relación de pareja no es una relación de ayuda. pero es una relación que ayuda. Ayuda al desarrollo personal, a veces a través de la alegría, pero otras veces del sufrimiento y la desazón conscientemente aceptadas. Probablemente, nada ayuda más al propio crecimiento que asumir de manera consciente el dolor y hacerle espacio entre nosotros, como nos decía el Maestro Espiritual Gurdjieff, en lugar de defendernos de él a toda costa y todo el tiempo, edificando barreras de protección que acaban por alejarnos de nuestro corazón.

Más que lo expansivo (las ganancias), es lo retroactivo (las pérdidas) lo que moldea las curvas de nuestro ser al limar las asperezas de nuestra identidad cristalizada.
Para Joan Garriga, el crecimiento es apunta hacia la expansión, hacia lo extraño, a la inclusión como propio de lo ajeno, al amor a lo diferente. Y, en la pareja, el otro es diferente, el otro es siempre un misdterio ha descubrir. Decía Shakespeare: "Quien para sí crece, del crecimiento abusa".

Los seres humanos nos reconocemos mejor en el diálogo que en el monólogo. El monólogo adolece de contraste. Cuando nuestro diálogo interno se torna un torbellino y nos pensamientos no encuentran reposo podemos enloquecer y resbalar hacia el abismo por exceso der inmersión en nuestras fantasías y déficit de contacto con lo real. Desde  pequeños descubrimos como sabemos atestiguados, como espejos, cuando nos descubrimos en su mirada, en la interacción, en el diálogo con el otro.

Con la pareja como vehículo crucial seguimos descubriéndonos, encontrándonos a nosotros mismos.Sólo podemos encontrarnos en la interacción, a través del otro, dispuestos a ser confrontandos y desnudados.

Ocurre a menudo, en el campo de la pareja, que los perros salvajes que, según, debíamos escuchar para volvernos sabios, siguen ladrando en el sótano de cada uno: miedos, penas, tristezas, deseos vehementes, enojos, envidias, celos, etcétera, todos derivados de las dificultades en los vínculos amorosos primeros.

Es habitual, que haya un acuerdo tácito de cuidar el uno al otro, de manera paritaria, y que se pueda reparar el daño del otro cuando hay momentos difíciles. Eso es acompañar. En ese caso, los miembros de la pareja se protegen, pero al mismo tiempo da lugar a una paradoja extraña: mientras se protegen, se impiden mutuamente el desarrollo.

Podemos crecer mientras nos protegemos, pero el crecimiento es mayor, si cabe, cuando dejamos de hacerlo. Para aprender de la experiencia, porque el verdadero crecimiento ocurre cuando cada cual se enfrenta a aquello de lo que cree adolecer. Así, un día, uno de los dos incumple el pacto nunca explicitado y estalla el conflicto. Sobreviene la crisis y hay dolor, pero también la oportunidad de reorganizar, crecer, ampliar; la oportunidad de aprender y ensayar nuevos espacios internos, identidades, sentimientos y nuevas conductas. Nuevas sombras, al fin, alumbran nuestra humanidad.

Rodrigo Córdoba Sanz sobre el texto de Joan Garriga: "El buen amor en la pareja".





jueves, 20 de octubre de 2016

Sexualidad e Igualdad



Lo que funda la pareja es la sexualidad, que además de aportar intimidad y goce es el vehículo de entrada a la vida. Ante la fuerza de la sexualidad experimentamos el asombro y la grandeza de la creación, ya que la pareja no deja de ser una vibración creativa, y su unión,  algo espiritual, ya que el espíritu actúa en ella para que la vida siga su curso. 

A través del encuentro amoroso y de la relación de pareja permitimos que la sexualidad actúe y se realice en nosotros, y también nos exponemos  a todas sus consecuencias, la vida, el cuidado de la vida y la potencialidad de la muerte. Éste es un gran abismo y a la vez un gran honor para la pareja

Hay parejas que se quieren mucho y no disfrutan de la sexualidad en el sentido estricto. La vida sexualidad puede pasar por fases, por ciclos, sin embargo, se mantienen juntos porque se quieren, se siguen eligiendo y se acompañan, pues también el cuidado, ternura y amistad son importantes.
La sexualidad es la fuerza que nos hace entrar en la vida. Una fuerza arrolladora. 
Como fuerza, la sexualidad es idéntica tanto en parejas homosexuales como heterosexuales, y es movida por el mismo propósito y espíritu. 

Si además de la sexualidad, la relación se rellena y perfuma con amor, ternura, respeto, alegría y felicidad, fragilidad, amistad, humor y algunos ingredientes más, la pareja se siente regalada. 
El otro ingrediente fundamental de la pareja es la igualdad, la igualdad de rango, que quiere decir que ambos tienen el mismo nivel, la misma altura, idéntico valor y dignidad. La pareja, por definición, es un lugar donde nos encontramos como pares, como iguales. 

Si no hay igualdad no hay pareja, sino otra cosa, otro convenio, por lo general infeliz. 
Cuando se agranda o empequeñece, tensan las cuerdas de la alquimia emocional de la pareja y constituyen las semillas del maltrato. 

Cuando uno se siente mejor que otro, en el profundo del alma surgen las fisuras, porque la pareja debe apoyarse en la igualdad sentida y reconocida de corazón. 
Una gran proeza interior para todos consiste en comprender que "mejor" y "peor" son conceptos de la mente, no de la realidad, comprender que el pleno respeto de la mente no coincide con la realidad por su subjetividad. 

También puede ser aconsejable que en determinadas circunstancias, por genuino amor, se de un poco menos, por ejemplo, por enfermedad. 
Si uno da mucho y el otro puede recibir o devolver poco (aunque tal vez exija mucho ), se crea frustración y desigualdad, y entonces en un sentido profundo puede que ya no haya pareja, que no haya paridad. 

Albert Camus escribió:


"No camines por delante de mí, puede que no te siga. No camines por detrás de mí, puede que no te guíe. Camina junto a mí y sé mi amigo".

Se podría añadir:

"No camines por encima de mí, puede que te pierda de vista, y tampoco debajo de mí, pues podría postre, caminemos juntos, uno al lado del otro". Esto es igualdad.

Joan Garriga: "El buen amor en la pareja". La llave de la buena vida.(Les Informaré...) LINK

Rodrigo Córdoba Sanz: Terapia de pareja.

miércoles, 19 de octubre de 2016

Enamoramiento, elección, compromiso, entrega


JOAN GARRIGA

Cuando dos personas se encuentran en las arenas amorosas, se atraen y se sienten tocadas por una gracia especial, se abren a un movimiento maravilloso, a un ferviente anhelo de vivir. 

A menudo se sienten incontrolables  y ciegamente movidas hacia el otro y por el deseo del otro.
Es un estado de gracia y de apertura donde todo brilla. Un estado que muchas personas desearían permanentemente, pero que no tiende a durar, pues en realidad para muchas personas el enamoramiento  suele suponer una intensa proyección de sus anhelos más queridos y secretos.
La mayoría de las veces, enamorarse significa: "Me mueves mucho, pero te veo poco". Es decir, veo poco lo que en realidad eres, y veo mucho lo que en realidad deseo ver.
Dicho más claro: en el enamoramiento no vemos a la otra persona tal cual es, sino como anhelamos y esperamos que sea. Y, aunque sea de forma inconsciente, albergamos la secreta esperanza de que, a través del otro, los asuntos no resueltos de nuestra infancia o de nuestra familia de origen encontrarán un camino y quizá una solución. 

En el enamoramiento entran en juego de manera inconsciente  complejos mecanismos de reconocimiento
del otro y de la atracción que sentimos hacia el otro, que guardan resonancia con nuestra historia o sistema familiar de origen, además de representar una oportunidad concreta para la unión y para disparar nuestras flechas creativas al torrente sanguíneo de la vida. 

Seguramente también es cierto que en el enamoramiento se produce una apertura y una inspiración inigualables en las que podemos percibir la profunda belleza del ser del otro, y verlo lleno de sus dones y talentos.

"Veo en ti mis anhelos, mis expectativas, el deseo de que algo cubra, rellene y complete aquelló que no se completó en mi pasado afectivo".

Después del enamoramiento procede una elección y cambio de orientación. Se trata de plantear los "cómos", esto es, la relación de la pareja deja de ser un movimiento incontrolable. Junto a la elección, hay una aceptación: "Te tomo de esta manera, con tu historia, con tu pasado, tus orígenes, tus vínculos anteriores, tus hijos, etcétera, te tomo con tus valores, temores, estilo afectivo, y te quiero así".

La siguiente fase o estado de la relación se puede resumir así:
"Ahora, nuestro amor, nuestro vínculo y lo que hemos creado en común tiene más fuerza y más peso que nuestras parejas anteriores y que nuestra familia de origen".

Este nuevo sistema tiene ahora prioridad. Y entonces, la pareja empieza a hacer las cosas con la entrega. una manera propia, diferente de la manera de la familia de cada uno, y crea una realidad propia, diferente de la manera de la familia de cada uno, y crea una realidad propia que tiene más peso que las familias de origen. Es decir, se sueltan sus lealtades y ataduras con los anteriores y se abren a un movimiento propio y creativo en su pareja.
Algunas personas son visitadas por una fuerza superior aún más grande que el compromiso.


Joan Garriga: "El buen amor en la pareja".

martes, 18 de octubre de 2016

¿Para qué la pareja?



Una de las necesidades más profundas del ser humano es la de pertenecer, la de estar en contacto, la de sentirse unido amorosamente con otras personas

Vamos hacia la pareja, en primera instancia, porque somos mamíferos, gregarios. Somos seres empáticos, amorosos, generosos y necesitados al mismo tiempo, de manera que solemos vivir en un estado de carencia y falta, y a la vez, de abundancia y grandeza. Albergamos el deseo y la esperanza de dar y recibir, y de encontrar a través del otro un camino de compañía y una calidad existencial que nos traiga regadío.

Si fuéramos cocodrilos, reptiles de sangre fría, nuestras necesidades serían otras, pero para un mamífero no hay mayor necesidad que pertenecer a un colectivo y estar en contacto con otras personas. 

Aunque quizá nada nos falte desde una perspectiva existencial y espiritual, en el plano de las pasiones humanas hay algo que debe ser calmado, liberado o llenado: necesitamos encontrar plenitud en nuestras relaciones y calmar nuestra sed de dar y recibir amor. Esto nos permite trascender el Yo: pasar al nosotros, a la unión.

Joan Garriga: "El buen amor en la pareja"





lunes, 17 de octubre de 2016

La mala noticia: Nadie puede hacerte feliz

También hay una mala noticia, reverso de lo anterior: nadie tiene el poder de hacerte feliz.
La verdadera felicidad es la conexión con el latido de la vida.
Nadie puede hacerte feliz, nadie tiene ese poder ni nadie asume tal responsabilidad durante un tiempo infinito. Las relaciones de este modo se van erosionando.
Muchas personas fracasan cuando, pasado el espejismo provisional del enamoramiento sus miembros son incapaces de tomar y aceptar la totalidad del otro, incluida la habitual incapacidad para proveernos de felicidad y colmar todas nuestras expectativas. Otras parejas ven más allá del espejismo y consiguen vislumbrar y aceptar al otro.
La idea de que la pareja debe hacernos felices no sólo es una falacia individual, sino que pertenece a nuestro imaginario colectivo.
A través de la pareja nos sentimos acompañados y ahuyentamos la soledad, "esa conciencia trémulo que se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida", al decir de Bertrand Russell.
Las parejas que perduran afrontan distintos ciclos vitales y retos, como la crianza de los hijos, su crecimiento, su autonomía, la muerte de los padres, la vejez, etcétera.
Cualquier terapeuta que haya trabajado con parejas y se haya sumergido en sus interioridades sabe que el campo de la pareja sea parece muy poco al paraíso romántico que muchos imaginan.
La dialéctica está entre lo real y lo ideal. Vivimos pensando que nuestras fantasías son reales palpando como la realidad dibuja su voluntad con independencia.
El amor de la pareja es un reto progresivo de amor a lo real, a lo real del otro y a lo real del otro y a lo real de aquello que la relación hace posible o nos niega, por lo menos mientras la seguimos teniendo.

Joan Garriga: "El buen amor en la pareja"
Rodrigo Córdoba Sanz

domingo, 16 de octubre de 2016

La buena noticia: Nadie puede hacerte infeliz



La pareja no tiene la capacidad de hacernos infelices, aunque en ocasiones parezca que sí, especialmente en momentos de dolor, pérdidas, disputas o desencuentro o frustración. En una relación podemos vivir un amplio abanico de sentimientos. entre ellos el sufrimiento y el desamor, pero no tenemos por qué ser víctimas de ello, ya que nuestro camino y nuestro destino siguen siempre íntegros en nuestras manos. No sólo importa lo que vivimos sino nuestra actitud ante lo que vivimos, tal y como decía Victor Frankl, cautivo en un terrible campo de concentración.

Ésa es la buena noticia: a pesar de los malos momentos, en realidad nadie tiene el depoder de hacerte desgraciado, pues siempre queda en tus manos decidir cómo vas a vivir las cosas, el sentido que les darás y la posibilidad de orientarlas en la dirección de lo positivo y útil. Tomemos el caso de Nelson Mandela, que forjo su carácter en prisión, así como su ideario, o los versos del poeta William Ernest Henley: "Yo soy el regente de mi destino, soy el capitán de mi alma".

Sócrates decía que se casaran, a pesar de que su mujer era famosa por su pertinaz mal carácter, porque podían ser felices, y si no, siempre podían convertirse en filósofo.
No parece un buen negocio hacer depender nuestra felicidad de otro, dándole y cargándole con ese poder. La felicidad depende, pues, principalmente de que nuestra actitud logremos evitar instalarnos en el victimismo, el resentimiento, la venganza, la queja, el hedonismo, el orgullo, el temor, la avaricia, el afán de notoriedad, la riqueza desmedida, la pereza espiritual, etcétera. Todos ellos partipican del elenco de personajes de la comedia y el sufrimiento humanos.

Es más feliz el que labra su propio destino, como discípulo de la realidad y de los hechos, y los aprovecha para bien propio y de la vida. Es más feliz quien, en lugar de quejarse y sufrir resignadamente, toma posición, orienta sus acciones, genera esperanza y dibuja un futuro prometedor; en definitiva, quien se convierte en discípulo de la realidad, no en su víctima.

Conviene asumir también que la felicidad no significa placer ni éxito ni ausencia de dolor y de frustración. La felicidad es otra cosa: una sintonía con el aroma del ser esencial y con la fuerza de la vida, un sí incondicional a todas sus dimensiones, un vivir conforme nuestras predisposiciones y un entablar vínculos ricos y significativos con los demás. Cuando dependemos de modo instrumental o emocional de un otro, estamos viviendo como un niño, buscando la teta que nos nutra y nos arrope. 

Joan Garriga: "El buen amor en la pareja"
Rodrigo Córdoba Sanz. 

sábado, 15 de octubre de 2016

Vivir en el Amor




A lo largo de nuestra vida, las cuerdas que más intensamente brillan en nuestro interior, son las personas, sin duda, las del amor y desamor, las del apego y la pérdida, las de los movimientos expansivos del corazón y sus contrarios de retracción. 

Bailando al son de sus compases experimentamos plenitud o vacío, enorme dicha o el hielo de la desazón y la destemplanza. Así somos: necesitados y gregarios.

Un anhelo no siempre completamente satisfecho y persistente en los seres humanos es vivir en el amor con un otro significativo, o, mejor, con muchos otros significativos. Nuestros familiares directos o indirectos, compañeros de trabajo, maestros, alumnos, pacientes... 

Es imposible imaginar un castigo mayor para un ser humano que el de la soledad y el desamor. 
Schopenhauer afirmaba que la mayor crueldad y el mayor castigo concebibles para el hombre sería ser invisible e inmortal al mismo tiempo. Suena terrible e inhumano.


Joan Garriga: "El buen amor en la pareja".

¿Es normal la normalidad?



Joan Garriga escribe un libro claro, apasionante y de lectura sencilla donde rompe con los modelos tradicionales de pareja. Recomendado para quienes ya viven "fuera de la Ley de lo socialmente estandarizado" y de los que quieran una apertura mental hacia la plena aceptación de otras propuestas. Rodrigo Córdoba Sanz

Las constelaciones familiares, por hacer un bosquejo son lo siguiente, tal y como dice Joan Garriga:
Son una representación de nuestra familia, o de los otros sistemas relevantes a los que pertenecemos, ya sea la empresa, las relaciones de amistad u otras.
Para ello se eligen dentro de un grupo a las personas representativas.

A continuación las personas escogidas se colocan en el espacio, dando expresión a nuestra imagen interior del sistema.
Este modelo de Bert Hellinger, propone la toma de conciencia de nuestro papel, de nuestro rol, dentro del sistema conflictuado,  o,  simplemente que queramos esclarecer.
Aunque la propuesta se hace en grupo puede ser utilizada individualmente.
Las personas no tenemos por qué conjugarnos con dramatismos, obligaciones, dependencia o necesidad. En el verdadero amor debe existir espacio para las discrepancias, respeto, hablar y para la expresión.

Carlos Castilla del Pino definía la amistad como amor al servicio del Yo, éste es un buen punto de partida, para entender la íntima relación entre amor y amistad, y por tanto, no excluyente.
Hace unos años Joan Garriga escribió:

"Imaginemos un mundo donde, por ejemplo, la vejez, la enfermedad, la muerte, el sufrimiento inevitable, estuvieran vistos y formaran parte respetable del vivir en la misma medida que sus contrarios, la juventud, la salud, la expresividad, la vitalidad y el gozo inevitable. Demasiadas personas sufren aún la presión de no encajar con lo que convenimos como bueno o malo, pero ¿quién es capaz de afirmar que una cosa es mejor que otra? " [...]
Cada uno debe respetar su original forma de ser, incluso su propia neurosis o tendencia condicionada, aunque trabaje para modificarla, y no tratar por todos los medios de encajar en un modelo ideal de pareja. 

Lo importante es la aceptación amorosa de uno mismo y de su propia singularidad. Cada cual puede encontrar su propio regocijo en respetar su propia naturaleza y ser feliz siguiéndola.
Garriga conoció a un monje "traumatizado" benedictino que había pasado por horas de diván... finalmente ingresó en un monasterio. Y allí sigue, viviendo complacido su vida monacal y comunitaria. 

No hay modelos sino anhelos, todos deseamos amar y ser amados pero la forma no debe ajustarse a un patrón. Este anhelo se puede desarrollar en un matrimonio como de un living apart together (estar juntos pero cada uno en su casa).

Hace falta el buen amor, se reconoce porque en él somos exactamente como somos y dejamos que el otro sea exactamente como es, prestando atención al ahora y hacia lo que está por venir en lugar de atarnos al pasado, y sobre todo porque produce bienestar y realización.

Joan Garriga: "El buen amor en la pareja".
Rodrigo Córdoba Sanz


viernes, 14 de octubre de 2016

Pasiones



"Hay tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor,  la búsqueda de conocimiento y una insoportable piedad por el ser humano. He buscado el amor, primero, porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de este gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad, esa terrible soledad que en una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la unión del amor he visto, en na miniatura mística, la visión anticipada del cielo que han imaginado santos y poetas. Esto era lo que buscaba y, aunque demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que - al fin - he hallado".

Bertrand Russell Autobiografía

Sugerencia: El buen Amor en la Pareja: Joan Garriga

domingo, 4 de agosto de 2013

Proezas Existenciales en la Pareja

 
 
CUANDO EL AMOR NO ES SUFICIENTE (PROEZAS EXISTENCIALES EN LA PAREJA)

Cuenta una fábula sufí que un joven llamado Nasrudín llegó a un pueblo después de muchas horas de travesía por caminos polvorientos. Estaba acalorado y sediento. Dio con el mercado y allí vio unas frutas rojas desconocidas, pero aparentemente exquisitas y jugosas. La boca se le hizo agua. Fue tanto su júbilo que se compró cinco kilos. Buscó la sombra de un buen árbol en una calle tranquila y empezó a comérselas. A medida que comía, sentía un calor más y más intenso en la cara y en el resto del cuerpo. Empezó a sudar copiosamente, y su rostro y su piel se volvieron de un rojo encendido. Pero él siguió comiendo. Un viandante pasó por su lado y, sorprendido, le preguntó:

—Pero ¿qué haces comiendo tantos pimientos picantes con este calor tan terrible?

Y Nasrudín contestó:

—No estoy comiendo pimientos, me estoy comiendo mi inversión.

A menudo, las personas nos comemos nuestra «inversión» en la pareja aunque nos siente mal, aunque experimentemos
la relación como equivocada o desvitalizante. Pero lo prudente y positivo puede ser abandonar el empeño, saber soltarse,
deponer las armas, reconocer las señales de tensión en el cuerpo cuando lo que vivimos no nos produce satisfacción ni nutre a la pareja. Porque una pareja mantiene su sentido mientras sigue siendo nutritiva, creativa, y un campo abonado para acoger los movimientos del alma profunda de sus miembros, pero deja de tenerlo cuando no es así. En ese caso, hay que afrontar, tarde o temprano, la ruptura. Y el valor y el arte para la ruptura son tan cruciales como el coraje y el arte para la unión. Hay que rendirse, soltar lastre, desapegarse, aceptar. Aquí, rendirse significa dejarse llevar en brazos de una voluntad más grande que la propia, de un destino mayor, para que el dolor sea posible y nos dirija en otra dirección. Rendirse es el acto más humano de todos, porque nos enseña los límites, aquello que se nos posibilita y aquello que se nos niega; aquello que no es posible a pesar del amor y aquello que es posible más allá del amor.

En casi todas las parejas podemos rastrear la presencia del amor en alguna de sus manifestaciones: pasión, ternura,
deseo, amistad, decisión, cuidado, admiración, compromiso… Cuantas más sean posibles y se integren y encuentren vida en la pareja, mejor. Sin embargo, para lograr el bienestar y la estabilidad en la relación, para que haya dicha, el amor no es suficiente. De hecho, la mayoría de las parejas que se separan lo hacen a pesar del amor, a pesar de que se quieren, pues sucede que no encuentran modos de gestionar su amor de manera que fermente en dicha. Muchos asuntos influyen en ello:

caminos personales legítimos pero divergentes, destinos muy marcados en uno de los dos o en ambos (por ejemplo, poseer algún talento o sentir que se tiene una misión personal), pautas de relación tortuosas y estilos afectivos chirriantes, límites e implicaciones en el alma de las familias originales, vínculos anteriores que debilitan, modelos de pareja de nuestros anteriores que seguimos imitando aunque ya no sirvan, hechos de la pareja no integrados, etcétera.

Cuando dos personas se conocen, enseguida, incluso antes de hablar, activan esquemas de relación a través de su
actitud y sus ademanes corporales. El otro o la otra nos invita a activar una serie de respuestas. Por ejemplo, A puede invitar a B a ser su salvador, a cuidarlo (o a ser su cómplice, o su fan, o su policía, o su controlador y mil etcéteras). Entonces, hace algo para que venga el otro y lo cuide. Pero cuando B cuida a A, A se siente más débil y B tiene que cuidarlo más, y esto acaba dando al traste con la relación. El bucle se realimenta y la relación se estereotipa y pierde creatividad. Ambos son buenas personas y se quieren, pero actúan según un patrón que en un determinado momento ya no se sostiene. Aquí, el problema no es la falta de amor, sino de buen amor. Y es que a veces, a pesar del amor, las personas están desnutridas e insatisfechas en la relación. Algunas, por ejemplo, se instalan en el victimismo y no son felices, y aunque anhelan desesperadamente el amor, si lo aceptaran, tendrían que renunciar a su posición victimista, con lo cual optan por enojarse con las personas que las quieren. Son las trampas del mal amor.

Cuando las personas tienen problemas de pareja, suelen pensar que no se comunican bien, pero ésa es sólo la
superficie del problema, o más bien su manifestación. En el fondo, en el origen, hay patrones, dinámicas y pautas
relacionales que comportan sufrimiento, o hechos que no han sido encarados o a los que no se ha dado la importancia que
merecen. He observado, por ejemplo, que hay asuntos en las parejas que son como pruebas existenciales que actúan como
torpedos potenciales en la línea de flotación de su supervivencia. Hechos que comportan retos y que, si son superados, unen y fortalecen el vínculo de manera perenne: un aborto espontáneo, el nacimiento de un hijo con una disminución, una
enfermedad importante, la muerte o enfermedad de un hijo, ruinas o inesperadas fortunas económicas, la muerte o
dependencia del padre o la madre de cualquiera de ellos, un aborto elegido, secretos y traiciones, adopciones, etcétera. En
esas ocasiones, desafíos vestidos de dolor o de dificultad visitan a la pareja, y el reto consiste en ver si son capaces de
encararlos juntos, de sobrellevarlos juntos y salir fortalecidos o no. En muchos casos se separan internamente porque no
pueden con el peso, porque no son capaces de vivirlo juntos, de entregarse como compañeros al dolor, cada uno a su
manera, pero juntos. Y lo que hacen es tratar de salvarse cada uno por su lado y a su manera.

No hay nada más conmovedor que ver a unos padres en el hospital, acompañando a su hijo en sus últimos momentos
de vida, tomados de la mano, y a su vez tomando cada uno una de las manos del hijo, en un círculo de amor y dolor, y de
respeto ante ese destino inclemente. Pero es mucho más común que las parejas no consigan este movimiento de amor y se
desesperen. Es muy común, por ejemplo, que uno de los padres quiera seguir al hijo a la muerte o ya no se interese por la
vida o lleve duelo crónico, mientras el otro se endurece y se aparta, de manera que en el fondo se pierden en el alma como
pareja. En el caso de abortos elegidos es habitual que sientan que abortaron algo de su propia relación.

Los abortos voluntarios no son trámites superficiales. Todo lo contrario: mueven la vibración profunda del alma en
sintonía con la vida y la muerte, de manera tal que a menudo las personas no logran enfrentarse a ellos desde la hondura del corazón e integrarlos bien, y lo hacen desde la llanura de la mente y la ideología. Pero no funciona. Cualquier terapeuta experimentado habrá visto romperse emocionalmente, tronchadas de dolor, a mujeres (y a algún hombre) que decidieron abortar, interrumpiendo el proceso de la vida (el aborto, en última instancia, siempre lo decide la mujer, por eso para ellas es más difícil de integrar y sobrellevar). Habrá visto cómo el dolor intenta abrirse paso hacia un movimiento de amor por esa criatura abortada y el anhelo de hacerle espacio en el corazón también con ese destino. Lo que no ayuda es la culpa, demasiadas veces inconsciente, que se expía a través de enfermedades, malestares anímicos, o cerrando la puerta a una buena pareja posterior. En el caso de mujeres adolescentes o muy jóvenes es especialmente difícil integrar un aborto, pues no saben cómo vivirlo y gestionarlo en su corazón, y quedan más o menos paralizadas y cargando con una culpa. Lo que se muestra en el trabajo de Constelaciones es que, en general, las criaturas abortadas no necesitan la vida, pero sí reconocimiento y amor hacia su presencia y su destino. En general, la muerte, la no vida, es un problema para los vivos, no tanto para los que ya no viven.

Sirva esta larga digresión sobre el aborto para desembocar en el tema general de que la pareja se enfrenta a proezas
existenciales cuando debe encarar hechos dolorosos. Y las supera cuando ambos se mantienen juntos, lloran juntos y se
sostienen juntos, y si eso ocurre, puede ser que vuelvan a empezar juntos a pesar de los pesares.

Providencialmente, durante la revisión de este capítulo, he ido a dar una conferencia en Madrid sobre Constelaciones
para sistemas empresariales. En el taxi, empiezo a conversar con el conductor, que me dice:

—Hoy es mi último día en este coche; mañana me dan el nuevo, uno más grande para hacer transporte, adaptado a
personas con discapacidades.

Yo me intereso por saber los motivos de este cambio:

—¿Es mejor negocio o más previsible?

Me contesta que conoce bien el tema porque tiene un hijo adolescente en esa situación y me explica que al nacer sufrió
falta de oxígeno y padece graves limitaciones: tiene muy poca movilidad y no habla. Me cuenta que escribe en un ordenador a través de una tecnología que dirige el cursor a partir de la fijación de la atención de los ojos. Me maravilla el entusiasmo y el amor con que habla de su hijo. De repente, agrega:

—No lo cambiaría por tres sanos.

Le contesto que lo que dice de su hijo es muy bonito, y él prosigue:

—Es tan inocente y su amor es tan puro que en él todo es verdadero. Una gran bendición. Y para mí y para su madre
cualquier sacrificio ni siquiera es sacrificio.

Me conmueve. Entonces le cuento que soy psicólogo, que mi trabajo a menudo consiste en trabajar sobre temas
familiares y que a veces he visto que una situación como la de su hijo pone a prueba la fortaleza de los padres como pareja, por lo que es frecuente que se desunan o separen; o bien, al revés, cuando encuentran juntos un movimiento de humanidad, dolor compartido y aceptación, se hacen más fuertes. Él me mira por el retrovisor y contesta:

—Lo sé. Mi esposa y yo lo hemos logrado, pero no es fácil. Otros no lo consiguen. Lo veo en nuestra asociación, en la
que nos encontramos con otros padres e hijos. Nosotros nos hemos hecho muy fuertes como pareja, y estoy contento.
Su testimonio, su visión amorosa y alegre, me llenan de inspiración para la conferencia que voy a impartir.


http://youtu.be/DpcQi2eCXlQ
 

miércoles, 26 de junio de 2013

Hijos de mamá e hijos de papá

HIJOS DE MAMÁ E HIJAS DE PAPÁ

 

En mis talleres propongo a veces un ejercicio sobre la presencia de los padres en el interior de cada uno. Consiste,

inicialmente, en descruzar las piernas, cerrar los ojos y centrarse, es decir, tomarse un tiempo para reconocer un centro en

cada uno, un lugar interior imaginario exento de pensamientos, sentimientos y sensaciones corporales. Después hay que

imaginar el momento en que se conocieron nuestros padres, cuando se miraron y se gustaron, cuando se sintieron movidos

el uno por el otro, cuando, impulsados por el deseo, disfrutaron de los juegos del amor. Ahí se inició el engranaje de nuestra

vida. Podemos experimentarnos como pequeñas células, fruto del deseo de nuestro padre y nuestra madre, de la buena

mirada entre ellos, del prodigio de su encuentro. Mucho más allá de los temores, de los conflictos, de las dificultades, de lo

que sucediera a posteriori en la relación entre ellos o de ellos con nosotros, la fuerza de la vida se abrió camino a través de

un hombre y una mujer, y surgió nuestro cuerpo. Cada uno debe percibir la sensación que produce en su cuerpo esta

imagen, y si es una sensación agradable, debe dejarla crecer, cada vez más y más, más y más. Ahora ya tenemos una larga

historia, somos adultos, y nuestro cuerpo tiene memoria. En él se encuentran presentes nuestro padre y nuestra madre. Y

podemos percibir de qué manera están presentes cada uno de ellos, de qué manera nuestro cuerpo se encuentra abierto a la

madre, en sintonía con ella, y de qué manera nuestro cuerpo se encuentra abierto y en sintonía con el padre. Sólo hay que

prestar atención. Es probable que descubramos más presencia de uno que del otro. En ese caso, hay que explorar qué

ocurriría si el que está menos presente lo estuviera más, cómo sería inundarse más de padre o de madre. Finalmente, hay que

retener esas sensaciones durante un tiempo y, cuando se desvanezcan, abrir de nuevo los ojos.

Una vez trabajé con un hombre joven, un chico de veintitantos años. Se sentó y dijo:

—Yo no tengo padre.

—Eso no resulta muy creíble —repuse.

En primer lugar, porque invariablemente todos tenemos padre, y en segundo lugar, porque podía ver con claridad la

presencia del padre en él. Pero entonces dijo:

—No tengo padre porque soy hijo póstumo: mi padre murió antes de que yo naciera.

Su terapeuta, al conocer esta información, le había dicho que le convenía trabajar la ausencia del padre para ganar

fuerza para su camino. Lo cual tiene cierta lógica, porque el hijo no pudo cultivar el día a día con su padre y experimentarlo

en su crianza. Pero yo veía a su padre intensamente en él, mucho más que en otras personas que se han criado con su padre,

pero que se convierten en hijos predilectos de mamá y establecen con ella un nexo excesivo, y pierden en su cuerpo y en su

energía el rastro paterno. Entonces hicimos una constelación y representamos al padre, a la madre y a él. Fue una

constelación muy conmovedora y pedagógica, porque la madre sentía un amor y un respeto tan profundos hacia el padre que

éste llegaba al hijo y fluía en él a través de ella. Y fue muy bello comprobar cómo la madre, con su amor, hacía que el padre

estuviera presente para el hijo. Éste descubrió que su pensamiento «yo no tengo padre» era sólo eso, un pensamiento: su

cuerpo estaba lleno de su padre porque su madre lo había hecho presente. Sin duda, un regalo enorme que los padres dan a

su hijo es querer en él al otro progenitor, aunque entre ellos concluyera la relación o se extinguiera el sentimiento amoroso.

Los padres, de una forma u otra, en mayor o menor medida, están siempre presentes en nuestro cuerpo, en nuestro

corazón y en nuestra manera de plantarnos en la vida. También en nuestro movimiento hacia la pareja. Una frase muy

conocida de Bert Hellinger es: «El mejor matrimonio, la mejor unión, se da cuando se casan la hija de la madre y el hijo del padre».

Un hombre se hace hombre a través de los hombres, su contagio y atmósfera, nunca a través de las mujeres. Un

hombre que pretende hacerse hombre a través de las mujeres estará siempre un poco flojo y debilitado, sin sostén. A veces,

un hijo, en lugar de empaparse de la atmósfera del padre, de realizar el tránsito del vínculo con la madre al mundo del padre

y de los hombres de la familia, se coloca cerca de la madre, o incluso se siente un hijo especial, o más importante que el

padre para la madre. No se trata de que el hijo lo haga exactamente así, sino de que el sistema como un todo lo hace de este

modo a través de las dinámicas que va generando. A menudo, la madre no logra darle el primer lugar al padre y se coloca

afectivamente muy cerca del hijo, que queda enredado en un vínculo demasiado estrecho con ella. Otras veces, el padre no

toma con claridad su lugar y el hijo acaba sintiendo en lo hondo que su valor como hombre se encuentra en la buena mirada

de su madre o de otra mujer. El hecho de que la hombría provenga de las mujeres constituye una extraña e irresoluble

paradoja. Por eso, es bueno para el hijo volverse al padre y, en un sentido interior, decirle: «Ahora me pongo a tu lado, y al

lado de todos los hombres de la familia, en su atmósfera; ahora me hago hombre como tú y como todos los demás, sea lo

que sea lo que hayan vivido, y sea como sea que hayan sido». Pero también es bueno reconocer que, para la madre, el padre

es el mejor, y que uno, como hijo, sólo es hijo. Lo cual libera estos enredos más de lo imaginable y reestructura el mundo

interior para que se abran camino nuevas posibilidades en nuestra vida y en nuestra vida de pareja.

Sucede exactamente lo mismo con la mujer. Una mujer se hace mujer con las mujeres, en ellas encuentra e inhala el

aroma de lo femenino, pero algunas mujeres se mantienen pegadas al padre, a menudo incluso por encima de la madre, y en

sus relaciones de pareja tienen graves dificultades para respetar a los hombres y para darle a su pareja un buen lugar.

Muchas veces se mantienen atadas a su sentimiento de princesas de papá, se muestran muy seductoras pero no consiguen

vislumbrar a ningún hombre que esté a la altura definitiva del padre. Además, esperan que el hombre les dé el valor que

necesitan como mujeres, lo cual es otra paradoja irresoluble. Son muy seductoras, atractivas y apasionadas, y convencen a

los hombres de que son maravillosas; son únicas en el arte de la conquista. Los hombres se dejan convencer fácilmente,

pero ellas se mantienen en la insatisfacción y buscan al hombre definitivo que nunca llega. A menudo encarnan el prototipo

de la amante, porque los hombres no pueden darles su valor como mujer: esto sólo es posible a partir de la madre y de las

mujeres.

Muchas veces se casa «la hija del padre» con «el hijo de la madre», y las relaciones son muy intensas, muy

apasionadas, pero muy difíciles y turbulentas. Con suerte trabajan y reestructuran su mundo afectivo. Con menos suerte, el

final es virulento y presenta visos de drama o tragedia.

¿Y qué pasa con los hombres y las mujeres homosexuales? Algunas teorías hablan de la existencia de cuatro sexos:

hombres con cuerpo de hombre, hombres con cuerpo de mujer, mujeres con cuerpo de mujer y mujeres con cuerpo de

hombre. Otras teorías afirman incluso que el sexo es una construcción cultural. Sea como fuere, el mecanismo sigue siendo

el mismo: la mujer sólo puede encontrar su referencia de mujer con otras mujeres, y el hombre sólo puede encontrar su

referencia de hombre con otros hombres. Después, una mujer puede salir al encuentro amoroso de otra mujer o un hombre

de otro hombre, pero la forma de hacerse mujer u hombre es la misma.

Una vez trabajé con un hombre que me dijo: «Ahora tengo una pareja mujer, pero no sé si soy homosexual o

heterosexual». Hicimos una constelación y vimos un hecho importante en su historia: antes de que él naciera murió una

hermana suya. El médico le dijo en aquel momento a la madre: «Será mejor que tenga otro hijo, o morirá de pena». Y tuvo a

mi cliente. En la constelación, el representante del hombre miraba a la hermana muerta y le decía: yo soy tú. Sentía que vivía

en un cuerpo de hombre, pero también que dentro de él vivía su hermana, porque este hombre representaba a la hermana que

había muerto en el sistema familiar. Entonces ocurrió algo muy hermoso: pusimos a su novia en la constelación y vimos que

ella también amaba a la mujer que él llevaba dentro.

Como puede verse, el territorio amoroso es vasto y complejo. En cualquier caso, ante un problema de relación de

pareja, puede ser útil preguntarse: ¿me siento como hombre alineado con mi padre y con los hombres de mi familia, y logro

mi hombría y masculinidad a través de ellos y el lugar interior de compañero al lado de una pareja? ¿Me siento como mujer

alineada con la madre y las mujeres de mi familia y las mujeres en general, de manera que realizo mi feminidad a través de

ellas y logro el lugar de compañera al lado de una pareja? O, en términos más generales, ¿con quién me siento todavía tan

atado que impide que mi energía esté disponible para mi pareja actual?

La presencia de los padres en nuestra pareja se experimenta también a través de su bendición y su buena mirada hacia

nuestra unión. Algunos hijos o hijas que se unieron con su pareja sin esa bendición, o con la abierta oposición de los

padres, pueden encontrar dificultades y resistencias para abrirse y tomarla completamente debido a la lealtad oculta hacia sus

padres, o bien sumergirse en una molesta dinámica de movimientos interiores contrapuestos: lealtad hacia la pareja y lealtad

hacia los padres al mismo tiempo, sin la opción de sentirse en paz con ello. Aunque parezca un arcaísmo, no deja de ser crucial para muchas personas recibir la bendición de sus padres para la pareja que tienen, de modo que el bienestar y la prosperidad florezcan con ella.

lunes, 24 de junio de 2013

Cuando el Amor no es suficiente (Proezas Existenciales en la Pareja)

CUANDO EL AMOR NO ES SUFICIENTE (PROEZAS EXISTENCIALES EN LA PAREJA)

"La ciencia moderna aún no ha producido un medicamento tranquilizador tan eficaz como lo son unas pocas palabras bondadosas." S. Freud

Cuenta una fábula sufí que un joven llamado Nasrudín llegó a un pueblo después de muchas horas de travesía por caminos polvorientos. Estaba acalorado y sediento. Dio con el mercado y allí vio unas frutas rojas desconocidas, pero aparentemente exquisitas y jugosas. La boca se le hizo agua. Fue tanto su júbilo que se compró cinco kilos. Buscó la sombra de un buen árbol en una calle tranquila y empezó a comérselas. A medida que comía, sentía un calor más y más intenso en la cara y en el resto del cuerpo. Empezó a sudar copiosamente, y su rostro y su piel se volvieron de un rojo encendido. Pero él siguió comiendo. Un viandante pasó por su lado y, sorprendido, le preguntó:

—Pero ¿qué haces comiendo tantos pimientos picantes con este calor tan terrible?

Y Nasrudín contestó:

—No estoy comiendo pimientos, me estoy comiendo mi inversión.

A menudo, las personas nos comemos nuestra «inversión» en la pareja aunque nos siente mal, aunque experimentemos

la relación como equivocada o desvitalizante. Pero lo prudente y positivo puede ser abandonar el empeño, saber soltarse,

deponer las armas, reconocer las señales de tensión en el cuerpo cuando lo que vivimos no nos produce satisfacción ni nutre

a la pareja. Porque una pareja mantiene su sentido mientras sigue siendo nutritiva, creativa, y un campo abonado para acoger

los movimientos del alma profunda de sus miembros, pero deja de tenerlo cuando no es así. En ese caso, hay que afrontar,

tarde o temprano, la ruptura. Y el valor y el arte para la ruptura son tan cruciales como el coraje y el arte para la unión. Hay

que rendirse, soltar lastre, desapegarse, aceptar. Aquí, rendirse significa dejarse llevar en brazos de una voluntad más grande

que la propia, de un destino mayor, para que el dolor sea posible y nos dirija en otra dirección. Rendirse es el acto más

humano de todos, porque nos enseña los límites, aquello que se nos posibilita y aquello que se nos niega; aquello que no es

posible a pesar del amor y aquello que es posible más allá del amor.

En casi todas las parejas podemos rastrear la presencia del amor en alguna de sus manifestaciones: pasión, ternura,

deseo, amistad, decisión, cuidado, admiración, compromiso… Cuantas más sean posibles y se integren y encuentren vida en

la pareja, mejor. Sin embargo, para lograr el bienestar y la estabilidad en la relación, para que haya dicha, el amor no es

suficiente. De hecho, la mayoría de las parejas que se separan lo hacen a pesar del amor, a pesar de que se quieren, pues

sucede que no encuentran modos de gestionar su amor de manera que fermente en dicha. Muchos asuntos influyen en ello:

caminos personales legítimos pero divergentes, destinos muy marcados en uno de los dos o en ambos (por ejemplo, poseer

algún talento o sentir que se tiene una misión personal), pautas de relación tortuosas y estilos afectivos chirriantes, límites e

implicaciones en el alma de las familias originales, vínculos anteriores que debilitan, modelos de pareja de nuestros

anteriores que seguimos imitando aunque ya no sirvan, hechos de la pareja no integrados, etcétera.

Cuando dos personas se conocen, enseguida, incluso antes de hablar, activan esquemas de relación a través de su

actitud y sus ademanes corporales. El otro o la otra nos invita a activar una serie de respuestas. Por ejemplo, A puede invitar

a B a ser su salvador, a cuidarlo (o a ser su cómplice, o su fan, o su policía, o su controlador y mil etcéteras). Entonces, hace

algo para que venga el otro y lo cuide. Pero cuando B cuida a A, A se siente más débil y B tiene que cuidarlo más, y esto

acaba dando al traste con la relación. El bucle se realimenta y la relación se estereotipa y pierde creatividad. Ambos son

buenas personas y se quieren, pero actúan según un patrón que en un determinado momento ya no se sostiene. Aquí, el
problema no es la falta de amor, sino de buen amor. Y es que a veces, a pesar del amor, las personas están desnutridas e insatisfechas en la relación. Algunas, por ejemplo, se instalan en el victimismo y no son felices, y aunque anhelan desesperadamente el amor, si lo aceptaran, tendrían que renunciar a su posición victimista, con lo cual optan por enojarse con las personas que las quieren. Son las trampas del mal amor.

Cuando las personas tienen problemas de pareja, suelen pensar que no se comunican bien, pero ésa es sólo la

superficie del problema, o más bien su manifestación. En el fondo, en el origen, hay patrones, dinámicas y pautas

relacionales que comportan sufrimiento, o hechos que no han sido encarados o a los que no se ha dado la importancia que

merecen. He observado, por ejemplo, que hay asuntos en las parejas que son como pruebas existenciales que actúan como

torpedos potenciales en la línea de flotación de su supervivencia. Hechos que comportan retos y que, si son superados, unen y fortalecen el vínculo de manera perenne: un aborto espontáneo, el nacimiento de un hijo con una disminución, una
enfermedad importante, la muerte o enfermedad de un hijo, ruinas o inesperadas fortunas económicas, la muerte o dependencia del padre o la madre de cualquiera de ellos, un aborto elegido, secretos y traiciones, adopciones, etcétera. En
esas ocasiones, desafíos vestidos de dolor o de dificultad visitan a la pareja, y el reto consiste en ver si son capaces de
encararlos juntos, de sobrellevarlos juntos y salir fortalecidos o no. En muchos casos se separan internamente porque no
pueden con el peso, porque no son capaces de vivirlo juntos, de entregarse como compañeros al dolor, cada uno a su
manera, pero juntos. Y lo que hacen es tratar de salvarse cada uno por su lado y a su manera.

No hay nada más conmovedor que ver a unos padres en el hospital, acompañando a su hijo en sus últimos momentos

de vida, tomados de la mano, y a su vez tomando cada uno una de las manos del hijo, en un círculo de amor y dolor, y de

respeto ante ese destino inclemente. Pero es mucho más común que las parejas no consigan este movimiento de amor y se

desesperen. Es muy común, por ejemplo, que uno de los padres quiera seguir al hijo a la muerte o ya no se interese por la

vida o lleve duelo crónico, mientras el otro se endurece y se aparta, de manera que en el fondo se pierden en el alma como

pareja. En el caso de abortos elegidos es habitual que sientan que abortaron algo de su propia relación.

Los abortos voluntarios no son trámites superficiales. Todo lo contrario: mueven la vibración profunda del alma en

sintonía con la vida y la muerte, de manera tal que a menudo las personas no logran enfrentarse a ellos desde la hondura del

corazón e integrarlos bien, y lo hacen desde la llanura de la mente y la ideología. Pero no funciona. Cualquier terapeuta

experimentado habrá visto romperse emocionalmente, tronchadas de dolor, a mujeres (y a algún hombre) que decidieron

abortar, interrumpiendo el proceso de la vida (el aborto, en última instancia, siempre lo decide la mujer, por eso para ellas es

más difícil de integrar y sobrellevar). Habrá visto cómo el dolor intenta abrirse paso hacia un movimiento de amor por esa

criatura abortada y el anhelo de hacerle espacio en el corazón también con ese destino. Lo que no ayuda es la culpa,

demasiadas veces inconsciente, que se expía a través de enfermedades, malestares anímicos, o cerrando la puerta a una

buena pareja posterior. En el caso de mujeres adolescentes o muy jóvenes es especialmente difícil integrar un aborto, pues

no saben cómo vivirlo y gestionarlo en su corazón, y quedan más o menos paralizadas y cargando con una culpa. Lo que se

muestra en el trabajo de Constelaciones es que, en general, las criaturas abortadas no necesitan la vida, pero sí

reconocimiento y amor hacia su presencia y su destino. En general, la muerte, la no vida, es un problema para los vivos, no

tanto para los que ya no viven.

Sirva esta larga digresión sobre el aborto para desembocar en el tema general de que la pareja se enfrenta a proezas

existenciales cuando debe encarar hechos dolorosos. Y las supera cuando ambos se mantienen juntos, lloran juntos y se

sostienen juntos, y si eso ocurre, puede ser que vuelvan a empezar juntos a pesar de los pesares.

Providencialmente, durante la revisión de este capítulo, he ido a dar una conferencia en Madrid sobre Constelaciones

para sistemas empresariales. En el taxi, empiezo a conversar con el conductor, que me dice:

—Hoy es mi último día en este coche; mañana me dan el nuevo, uno más grande para hacer transporte, adaptado a

personas con discapacidades.

Yo me intereso por saber los motivos de este cambio:

—¿Es mejor negocio o más previsible?

Me contesta que conoce bien el tema porque tiene un hijo adolescente en esa situación y me explica que al nacer sufrió

falta de oxígeno y padece graves limitaciones: tiene muy poca movilidad y no habla. Me cuenta que escribe en un ordenador

a través de una tecnología que dirige el cursor a partir de la fijación de la atención de los ojos. Me maravilla el entusiasmo y

el amor con que habla de su hijo. De repente, agrega:

—No lo cambiaría por tres sanos.

Le contesto que lo que dice de su hijo es muy bonito, y él prosigue:

—Es tan inocente y su amor es tan puro que en él todo es verdadero. Una gran bendición. Y para mí y para su madre

cualquier sacrificio ni siquiera es sacrificio.

Me conmueve. Entonces le cuento que soy psicólogo, que mi trabajo a menudo consiste en trabajar sobre temas

familiares y que a veces he visto que una situación como la de su hijo pone a prueba la fortaleza de los padres como pareja,

por lo que es frecuente que se desunan o separen; o bien, al revés, cuando encuentran juntos un movimiento de humanidad,

dolor compartido y aceptación, se hacen más fuertes. Él me mira por el retrovisor y contesta:

—Lo sé. Mi esposa y yo lo hemos logrado, pero no es fácil. Otros no lo consiguen. Lo veo en nuestra asociación, en la

que nos encontramos con otros padres e hijos. Nosotros nos hemos hecho muy fuertes como pareja, y estoy contento.

Su testimonio, su visión amorosa y alegre, me llenan de inspiración para la conferencia que voy a impartir.

http://www.youtube.com/watch?v=-8ZqhPtlXpM&feature=share&list=RD02NlLie4ini0Q

viernes, 21 de junio de 2013

El Verdadero Amor

 
 
HIJOS DE MAMÁ E HIJAS DE PAPÁ

En mis talleres propongo a veces un ejercicio sobre la presencia de los padres en el interior de cada uno. Consiste,

inicialmente, en descruzar las piernas, cerrar los ojos y centrarse, es decir, tomarse un tiempo para reconocer un centro en

cada uno, un lugar interior imaginario exento de pensamientos, sentimientos y sensaciones corporales. Después hay que

imaginar el momento en que se conocieron nuestros padres, cuando se miraron y se gustaron, cuando se sintieron movidos

el uno por el otro, cuando, impulsados por el deseo, disfrutaron de los juegos del amor. Ahí se inició el engranaje de nuestra

vida. Podemos experimentarnos como pequeñas células, fruto del deseo de nuestro padre y nuestra madre, de la buena

mirada entre ellos, del prodigio de su encuentro. Mucho más allá de los temores, de los conflictos, de las dificultades, de lo

que sucediera a posteriori en la relación entre ellos o de ellos con nosotros, la fuerza de la vida se abrió camino a través de

un hombre y una mujer, y surgió nuestro cuerpo. Cada uno debe percibir la sensación que produce en su cuerpo esta

imagen, y si es una sensación agradable, debe dejarla crecer, cada vez más y más, más y más. Ahora ya tenemos una larga

historia, somos adultos, y nuestro cuerpo tiene memoria. En él se encuentran presentes nuestro padre y nuestra madre. Y

podemos percibir de qué manera están presentes cada uno de ellos, de qué manera nuestro cuerpo se encuentra abierto a la

madre, en sintonía con ella, y de qué manera nuestro cuerpo se encuentra abierto y en sintonía con el padre. Sólo hay que

prestar atención. Es probable que descubramos más presencia de uno que del otro. En ese caso, hay que explorar qué

ocurriría si el que está menos presente lo estuviera más, cómo sería inundarse más de padre o de madre. Finalmente, hay que

retener esas sensaciones durante un tiempo y, cuando se desvanezcan, abrir de nuevo los ojos.

Una vez trabajé con un hombre joven, un chico de veintitantos años. Se sentó y dijo:

—Yo no tengo padre.

—Eso no resulta muy creíble —repuse.

En primer lugar, porque invariablemente todos tenemos padre, y en segundo lugar, porque podía ver con claridad la

presencia del padre en él. Pero entonces dijo:

—No tengo padre porque soy hijo póstumo: mi padre murió antes de que yo naciera.

Su terapeuta, al conocer esta información, le había dicho que le convenía trabajar la ausencia del padre para ganar

fuerza para su camino. Lo cual tiene cierta lógica, porque el hijo no pudo cultivar el día a día con su padre y experimentarlo

en su crianza. Pero yo veía a su padre intensamente en él, mucho más que en otras personas que se han criado con su padre,

pero que se convierten en hijos predilectos de mamá y establecen con ella un nexo excesivo, y pierden en su cuerpo y en su

energía el rastro paterno. Entonces hicimos una constelación y representamos al padre, a la madre y a él. Fue una

constelación muy conmovedora y pedagógica, porque la madre sentía un amor y un respeto tan profundos hacia el padre que

éste llegaba al hijo y fluía en él a través de ella. Y fue muy bello comprobar cómo la madre, con su amor, hacía que el padre

estuviera presente para el hijo. Éste descubrió que su pensamiento «yo no tengo padre» era sólo eso, un pensamiento: su

cuerpo estaba lleno de su padre porque su madre lo había hecho presente. Sin duda, un regalo enorme que los padres dan a

su hijo es querer en él al otro progenitor, aunque entre ellos concluyera la relación o se extinguiera el sentimiento amoroso.

Los padres, de una forma u otra, en mayor o menor medida, están siempre presentes en nuestro cuerpo, en nuestro
corazón y en nuestra manera de plantarnos en la vida. También en nuestro movimiento hacia la pareja. Una frase muy conocida de Bert Hellinger es: «El mejor matrimonio, la mejor unión, se da cuando se casan la hija de la madre y el hijo del padre».

Un hombre se hace hombre a través de los hombres, su contagio y atmósfera, nunca a través de las mujeres. Un

hombre que pretende hacerse hombre a través de las mujeres estará siempre un poco flojo y debilitado, sin sostén. A veces,

un hijo, en lugar de empaparse de la atmósfera del padre, de realizar el tránsito del vínculo con la madre al mundo del padre

y de los hombres de la familia, se coloca cerca de la madre, o incluso se siente un hijo especial, o más importante que el

padre para la madre. No se trata de que el hijo lo haga exactamente así, sino de que el sistema como un todo lo hace de este

modo a través de las dinámicas que va generando. A menudo, la madre no logra darle el primer lugar al padre y se coloca

afectivamente muy cerca del hijo, que queda enredado en un vínculo demasiado estrecho con ella. Otras veces, el padre no

toma con claridad su lugar y el hijo acaba sintiendo en lo hondo que su valor como hombre se encuentra en la buena mirada

de su madre o de otra mujer. El hecho de que la hombría provenga de las mujeres constituye una extraña e irresoluble

paradoja. Por eso, es bueno para el hijo volverse al padre y, en un sentido interior, decirle: «Ahora me pongo a tu lado, y al

lado de todos los hombres de la familia, en su atmósfera; ahora me hago hombre como tú y como todos los demás, sea lo

que sea lo que hayan vivido, y sea como sea que hayan sido». Pero también es bueno reconocer que, para la madre, el padre

es el mejor, y que uno, como hijo, sólo es hijo. Lo cual libera estos enredos más de lo imaginable y reestructura el mundo

interior para que se abran camino nuevas posibilidades en nuestra vida y en nuestra vida de pareja.

Sucede exactamente lo mismo con la mujer. Una mujer se hace mujer con las mujeres, en ellas encuentra e inhala el

aroma de lo femenino, pero algunas mujeres se mantienen pegadas al padre, a menudo incluso por encima de la madre, y en

sus relaciones de pareja tienen graves dificultades para respetar a los hombres y para darle a su pareja un buen lugar.

Muchas veces se mantienen atadas a su sentimiento de princesas de papá, se muestran muy seductoras pero no consiguen vislumbrar a ningún hombre que esté a la altura definitiva del padre. Además, esperan que el hombre les dé el valor que necesitan como mujeres, lo cual es otra paradoja irresoluble. Son muy seductoras, atractivas y apasionadas, y convencen a los hombres de que son maravillosas; son únicas en el arte de la conquista. Los hombres se dejan convencer fácilmente, pero ellas se mantienen en la insatisfacción y buscan al hombre definitivo que nunca llega. A menudo encarnan el prototipo de la amante, porque los hombres no pueden darles su valor como mujer: esto sólo es posible a partir de la madre y de las mujeres.

Muchas veces se casa «la hija del padre» con «el hijo de la madre», y las relaciones son muy intensas, muy

apasionadas, pero muy difíciles y turbulentas. Con suerte trabajan y reestructuran su mundo afectivo. Con menos suerte, el

final es virulento y presenta visos de drama o tragedia.

¿Y qué pasa con los hombres y las mujeres homosexuales? Algunas teorías hablan de la existencia de cuatro sexos:

hombres con cuerpo de hombre, hombres con cuerpo de mujer, mujeres con cuerpo de mujer y mujeres con cuerpo de hombre. Otras teorías afirman incluso que el sexo es una construcción cultural. Sea como fuere, el mecanismo sigue siendo el mismo: la mujer sólo puede encontrar su referencia de mujer con otras mujeres, y el hombre sólo puede encontrar su referencia de hombre con otros hombres. Después, una mujer puede salir al encuentro amoroso de otra mujer o un hombre de otro hombre, pero la forma de hacerse mujer u hombre es la misma.

Una vez trabajé con un hombre que me dijo: «Ahora tengo una pareja mujer, pero no sé si soy homosexual o

heterosexual». Hicimos una constelación y vimos un hecho importante en su historia: antes de que él naciera murió una

hermana suya. El médico le dijo en aquel momento a la madre: «Será mejor que tenga otro hijo, o morirá de pena». Y tuvo a

mi cliente. En la constelación, el representante del hombre miraba a la hermana muerta y le decía: yo soy tú. Sentía que vivía

en un cuerpo de hombre, pero también que dentro de él vivía su hermana, porque este hombre representaba a la hermana que

había muerto en el sistema familiar. Entonces ocurrió algo muy hermoso: pusimos a su novia en la constelación y vimos que

ella también amaba a la mujer que él llevaba dentro.

Como puede verse, el territorio amoroso es vasto y complejo. En cualquier caso, ante un problema de relación de

pareja, puede ser útil preguntarse: ¿me siento como hombre alineado con mi padre y con los hombres de mi familia, y logro

mi hombría y masculinidad a través de ellos y el lugar interior de compañero al lado de una pareja? ¿Me siento como mujer

alineada con la madre y las mujeres de mi familia y las mujeres en general, de manera que realizo mi feminidad a través de

ellas y logro el lugar de compañera al lado de una pareja? O, en términos más generales, ¿con quién me siento todavía tan

atado que impide que mi energía esté disponible para mi pareja actual?

La presencia de los padres en nuestra pareja se experimenta también a través de su bendición y su buena mirada hacia

nuestra unión. Algunos hijos o hijas que se unieron con su pareja sin esa bendición, o con la abierta oposición de los

padres, pueden encontrar dificultades y resistencias para abrirse y tomarla completamente debido a la lealtad oculta hacia sus

padres, o bien sumergirse en una molesta dinámica de movimientos interiores contrapuestos: lealtad hacia la pareja y lealtad

hacia los padres al mismo tiempo, sin la opción de sentirse en paz con ello. Aunque parezca un arcaísmo, no deja de ser

crucial para muchas personas recibir la bendición de sus padres para la pareja que tienen, de modo que el bienestar y la

prosperidad florezcan con ella.

Joan Garriga: "El Buen Amor en la Pareja". Ed. Destino