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Paz y Ciencia

sábado, 8 de junio de 2013

El Buen Amor en la Pareja: Joan Garriga

 
 
A lo largo de nuestra vida, las cuerdas que más intensamente vibran en el interior de las personas son, sin duda, las del amor y el desamor, las del apego y la pérdida, las de los movimientos expansivos del corazón y sus contrarios de retracción.

Bailando al son de sus compases experimentamos plenitud o vacío, enorme dicha o el hielo de la desazón y la destemplanza.

Así somos: mamíferos, esto es, necesitados y gregarios.

Un anhelo no siempre completamente satisfecho y persistente en los seres humanos es vivir en el amor con un otro

significativo, o, mejor, con muchos otros significativos. De niños, nuestros padres, hermanos, tíos, abuelos y demás

parientes; de adultos, nuestra pareja y nuestros hijos, sobre todo. También, por supuesto, otros familiares, amigos, socios,

maestros, alumnos, amantes, compañeros en ciertos tramos del camino… Es imposible imaginar un castigo mayor para un

ser humano que el de la soledad y el desamor. Schopenhauer afirmaba que la mayor crueldad y el mayor castigo
 
concebibles para el hombre sería ser invisible e inmortal al mismo tiempo. Suena terrible e inhumano.

Necesitamos ahuyentar «la trémula soledad» y vivir en comunidades significativas, así que estamos siempre dispuestos

a invertirnos en el milagro del encuentro real con otro ser humano, en ese chispazo de vida en el que el otro se ilumina y

nosotros con él, en el que por momentos lo tenemos plenamente y de este modo también nos tenemos plenamente a

nosotros, en el que el intercambio verdadero entre dar y tomar se logra, en el que, por fin y con suerte, nuestro corazón se

abre y sentimos la experiencia de ser uno, de la genuina intimidad y de convertirnos en destino el uno para el otro. Así

acontece a veces en la pareja, y se experimenta como felicidad.

Buscamos la unidad, perdida en algún lugar de nuestra mente cuando, siendo todavía niños, empezamos a trocear la

realidad en pedazos de pensamiento y le impusimos nombres, apartándonos del ser puro y esencial que fuimos y al que

seguimos añorando. Y la buscamos, con acierto o desacierto, en el otro. Anhelamos reencontrar el silencio interior al

reposar sin más en nuestra presencia real y en la del otro. Miramos constantemente los ojos del hermano eterno para asir
 
la plenitud de la vida, como explica el relato de Stefan Zweig del mismo nombre, lo que significa que en el encuentro

verdadero y amoroso con el otro logramos reconocernos profundamente a nosotros mismos: si yo te miro a ti y veo que también eres yo, algo en lo esencial se calma. Así que un ingrediente de la felicidad terrenal que seguramente podemos experimentar en esta vida viene a través de sentirnos unidos y de lograr unas relaciones ricas, fértiles, hermanadas, cooperativas y amorosas.

Seamos sinceros: seguramente, ningún ámbito de la vida está tan lleno de expectativas y promesas como el ámbito del

amor en la pareja (si exceptuamos, quizá, otros grandes falsos griales como son la riqueza, el poder o el afán de
 
notoriedad), y es probable que sea porque le atribuimos la potencialidad de hacernos regresar al paraíso perdido de la
 
unidad original
 
con los padres, o de llevarnos a la tierra prometida, llena de abundancia, en la que nuestros temores se diluirán y nuestra
 
soledad existencial se tornará menos fría y abismal, o incluso desaparecerá.

Y, sin duda, la pareja nos da algo de lo anterior, pero ¿puede hacernos felices o desdichados?

Joan Garriga: "El Buen Amor de la Pareja. Cuando uno y uno sumas más que dos"

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