sábado, 16 de junio de 2012
Recordar, repetir, reelaborar
He tenido claro durante muchos años que la meditación y la psicoterapia tienen algo importante que ofrecerse la una a la otra, y que muchos de mis contemporáneos necesitan desesperadamente ambas. Al principio parecía que un modelo de desarrollo lineal tenía sentido: primero terapia y después meditación; primero consolidar el yo y después soltarlo; primero el ego y después el estado sin ego. Pero esta visión ha resultado de una falsa dicotomía. El progreso en una vía parecía depender de la habilidad de la persona para avanzar en la otra; la negativa a hacerlo así parecía bloquear el desarrollo en ambas. ¿Es posible -empecé a preguntarme- que ambas puedan trabajar de la mano? ¿Podrían ambos métodos abrazar objetivos comunes usando distintos métodos?
Parece que la psicoterapia tiene como finalidad abordar una agonía particular de la experiencia occidental, a saber: el anhelo y el dolor producidos por el alejamiento de uno mismo. Parece que sin ninguna aportación de esta perspectiva, demasiados meditadores occidentales son vulnerables a usar sus prácticas defensivamente, a intentar en vano resolver sus problemas emocionales sin permitir la participación de un terapeuta. Por otra parte, la meditación ofrece la promesa de un alivio real, el horizonte de la Tercera Noble Verdad de Buda. Hay demasiados ejemplos de personas que han estado dando vueltas y vueltas en la terapia durante muchos años, habitando en el descontento de sus historias individuales sin conseguir romper ese círculo vicioso. La historia del sabio y el necio sufí Nasrudín me venía a la mente mientras contemplaba los intentos de la gente de encontrar alivio únicamente en la psicoterapia:
Una noche, algunos amigos de Nasrudín se lo encontraron caminando a cuatro patas, buscando algo a la luz de una farola. Cuando le preguntaron qué estaba buscando, les dijo que había perdido la llave de su casa. Todos se agacharon y empezaron a buscar con él, pero sin encontrarla. Finalmente, uno de ellos preguntó a Nasrudín donde había perdido exactamente la llave, y él replicó:
- En aquella casas.
- Entonces -le preguntaron sus amigos-, ¿por qué la buscas debajo de la farola?
- Porque ahí hay más luz -respondió Nasrudín.
No cabe duda de que Freud aportó una luz increíble a la psicología del inconsciente; sin embargo, buscar alivio exclusivamente en los métodos psicoterapéuticos equivale a la búsqueda de Nasrudín en el lugar equivocado. En el esfuerzo por librar su mente de la neurosis, uno podría cavar eternamente. Y aunque esto fuera posible, aún tendremos que admitir lo que D. W. Winnicott declaró valientemente: "La ausencia de enfermedades psiconeuróticas puede ser la salud, pero no es la vida". La meditación está dirigida a algo más que la resolución de conflictos o a la reparación emocional: nos ofrece la clave no solo para vincularnos directamente con la vida misma, sino también un método para desarrollar nuestras facultades mentales de modo que pueda producirse el tipo de reelaboración que Freud vislumbró.
Mientras continuaba con mi trabajo como psicoterapeuta, volví una y otra vez al trabajo clásico de Freud sobre la práctica de la psicoterapia, "Recordar, repetir, reelaborar", porque en él establece los ingredientes clave para tener éxito en la psicoterapia. ¿Cómo podría la práctica budista marcar la diferencia en este proceso?, me perguntaba. ¿Qué podría ofrecer la meditación a cada uno de estos tres dominios para impedir que la psicoterapia se alargue interminablemente como Freud temía? Después de todo, las reflexiones que realizó al final de su vida en "Análisis terminable e interminable" son suficientes para hacer reflexionar a cualquier aspirante a terapeuta:
Como es bien sabido, la situación analítica consiste en aliarse con el ego de la persona bajo tratamiento a fin de doblegar porciones de su id que están fuera de control... El ego, para poder hacer tal pacto con él, debe ser un ego normal. Pero un ego normal de este tipo, como la normalidad en general, en una ficción ideal. el ego anormal, que es inservible para nuestros propósitos, no es, por desgracia, ninguna ficción.
Aquí es donde el budismo tiene más que ofrecer a la psicoterapia, porque hay métodos de desarrollo mental inherentes a la práctica budista que afectan directamente a lo que Freud denominó el "ego anormal". A medida que se aplican dichos métodos, el "ego" vive una metamorfosis y la terapia se hace mucho menos intimidante.
Como han demostrado las primeras generaciones de occidentales que han adoptado las prácticas budistas, la meditación, tal como se desarrolló y se practica en Oriente, no aborda fácilmente todo el torbellino psicológico de la mente occidental. Pero la psicoterapia -de cualquier escuela- sigue chocando con sus propias limitaciones: según la conocida frase de Freud, incluso la mejor terapia solo puede devolvernos a un estado de "infelicidad común".
¿Qué ocurre cuando los dos mundos colisionan? ¿Es posible forjar algún tipo de interacción? Lo que sigue es mi experiencia personal -en calidad de paciente, meditador y terapeuta- de cómo la psicología budista ha influido en mi trabajo psicoterapéutico, y cómo la meditación puede afectar los procesos clave de recordar, repetir, reelaborar.
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