miércoles, 20 de junio de 2012
La Pasión del Poder
Los animales actúan hasta donde les permiten sus deseos y sus fuerzas, los humanos tenemos el deseo de tener más deseos y más fuerzas para satisfacerlos, lo que dispara la espiral de una historia grande ero cruel. Para afirmarnos como centro de libertad, buscamos la distinción, aspiramos a extender nuestra capacidad de acción, a realizar nuestras posibilidades, buscamos la competición con nosotros mismos o con los demás, porque triunfar nos proporciona un gran placer, y, en esta galopada ansiosa, algunos individuos considerar que dominar a otras personas es la culminación del dinamismo afirmativo. En este punto cambia el sentido del impulso. El poder deja de ser expansión de la propia energía para convertirse en afán de dominación. Gregorio Maranñón, que estudió la pasión de mandar en su libro sobre el conde duque de Olivares, la relaciona con el "instinto de superación". Piensa que es un instinto que produce efectos polimorfos: "Conduce a la riqueza, al mando, a la gloria, al heroísmo, a la santidad, al crimen y a la perversión sexual". Pero "hay un grupo de seres humanos para los que el mando es, por si mismo, el fin de su instintivo afán: mandar por la fruición pura de mandar, como el ávaro ama el oro por el otro. Esta es la forma genuina de la pasión de mandar".
Ahora estamos hablando de un nuevo tipo de poder, canalizado hacia un objetivo concreto: imponerse a otro.
Hablando del poder político de Bertrand de Jouvenel escribe: "En toda condición y posición social, el hombre se siente más hombre cuando se impone a los demás y los convierte en instrumentos de su voluntad, medios para alcanzar los grandes fines cuya visión le embriaga. Dirigir un pueblo, ¡qué dilatación del yo! Solo la dicha efímera que nos proporciona la docilidad de nuestros miembros tras una larga enfermedad puede hacernos sospechar la felicidad incomparable de irradiar a diario los propios impulsos en su cuerpo inmenso, haciendo que se muevan a lo lejos millones de miembros desconocidos".
Esta es la razón de la euforia que invade al que ama el poder, en el mismo acto de ejercerlo. Según cuenta su secretario Perrault, Colbert, el ministro de Luis IV, se frotaba las manos de alegría al acercarse por la mañana a su mesa de trabajo. Algo parecido se trasluce en la correspondencia de Napoleón, y en los comentarios que hace su secretario el barón Fain. Pensaba que toda la maquinaria del poder en Francia recibía la energía inicial de la mesa de su despacho. Sentir esa gigantesca circulación de energía era para él como sentir su propia circulación magnificada...
Los grandes asesinos políticos han pensado que eran los únicos que podían conducir a su pueblo a la felicidad. Lenin, Stalin, Mao, Pol Pot lo dejaron claro. Solo ellos -o en todo caso el partido- sabían lo que el pueblo necesitaba. Hermann Rauschning recoge una declaración de Hitler en 1939: "La providencia me ha designado para el el gran libertador de la humanidad. Yo libero al hombre de la opresión de una razón que quería ser un fin en sí misma; lo libero de una envilecedora quimera que se llama conciencia o moral y de las exigencias de una libertad individual que muy pocos hombres son capaces de soportar". Espero que el balance de víctimas haya vacunado a la humanidad contra la espera de algún salvador. Pero mi esperanza es crédula.
Jose Antonio Marina: "La pasión del poder. Teoría y práctica de la dominación" Anagrama, 2008, Barcelona. Pp.: 18-21
http://youtu.be/Rj_7E4y7ov4 Jose Antonio Marina y Claudio Naranjo en la Universidad Complutense de Madrid. Sobre la Educación. Tratando cambiar una educación "obsoleta", que no se ocupa, o no está pensada en formar personas, como recomienda la UNESCO, sino para formar a trabajadores que se inserten en el engranaje productivo. ESto procede problemas sociales y psicológicos en alumnos y profesores. Dos visiones distintas. Jose Antonio Marina: "Coincidimos en lo fundamental y discrepamos en todo lo demás". No se lo pierdan.
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