PEACE

PEACE
Paz y Ciencia

miércoles, 20 de junio de 2012

Narcisismo frente a Histeria



En general, la pauta de una conducta neurótica en un momento determinado refleja la influencia de fuerzas culturales en acción. Por ejemplo, durante el período victoriano, el tipo de neurosis más frecuente era la histeria. La reacción histérica es el resultado de condenar la excitación sexual. Puede tomar la forma de una explosión emocional, que inunda el ego abriéndose paso a través de las fuerzas represivas. Es posible que entonces la persona, perdido el control, empiece a llorar o gritar. Sin embargo, si las fuerzas represivas mantienen su dominio e impiden la expresión de cualquier sentimiento, entonces lo más probable es que la persona en lugar de llorar o gritar se desmaye, como les sucedía a muchas mujeres de la época victoriana ante cualquier manifestación pública de la sexualidad. En otros casos, el intento de reprimir una experiencia sexual temprana y el sentimiento asociado a esta, puede producir lo que se llama un síntoma de conversión. En esta situación, la persona se ve afectada por alguna enfermedad funcional, como por ejemplo la parálisis, a pesar de que no se encuentre base fisiológica para ello.
Fue a través de su trabajo con pacientes histéricas como Sigmund Freud empezó a desarrollar el psicoanálisis y sus teorías sobre la neurosis. Con todo, es importante no perder de vista el marco social de la época en que él inició sus observaciones. La cultura victoriana se caracterizaba pro una rígida estructura de clases. La moral sexual y la mojigatería eran las normas establecidas; y la represión y la conformidad, las actitudes aceptadas. La manera de hablar y de vestir era cuidadosamente controlada y vigilada, especialmente en el seno de la sociedad burguesa. Las mujeres llevaban corsés apretados y los hombres cuello duro. El respeto a la autoridad era lo que exigía el orden establecido. Todo ello tuvo como efecto que se desarrollase en muchas personas un superego estricto y severo, que limitó la expresión sexual y creó ansiedad e intensos sentimientos de culpa acerca de la sexualidad.
Actualmente, un siglo después, el contexto cultural ha dado un giro de 180 grados. Nuestra sociedad se caracteriza por una crisis de autoridad fuera y dentro del hogar. Las costumbres sexuales parecen ser mucho más relajadas. La habilidad de la gente para cambiar de pareja sexual se asemeja a su capacidad para desplazarse de un lugar a otro. La mojigatería ha sido reemplazada por el exhibicionismo y la pornografía. A veces uno se pregunta si existe alguna norma aceptable acerca de la moral sexual. En cualquier caso, hoy en día hay muchas menos personas que sufren de ansiedad o se sienten culpables por cuestiones que tienen que ver con el sexo. En su lugar, mucha gente se queja de impotencia, de temores o de insatisfacción en la esfera de lo sexual.
Esta comparación entre el período victoriano y los tiempos actuales es, por supuesto, muy simplificada; sin embargo, resulta útil para ilustrar el contraste entre los neuróticos histéricos de la época de Freud y las personalidades narcisistas de nuestros días. Los narcisistas, por ejemplo, no sufren a causa de un superego severo y estricto. Más bien todo lo contrario. Parece que incluso carecen de lo que se podría considerar un superego normal, que marque algunos límites morales de comportamiento tanto a nivel sexual como en otros ámbitos. Faltos de un sentido de los límites, tienden a "exteriorizar" sus impulsos. Hay una ausencia de autocontención en su forma de responder ante personas y situaciones. Tampoco se sienten atados por costumbres y modas. Se consideran libres de crear su propio estilo de vida, al margen de las normas sociales. En esto también son bastante opuestos a los histéricos que trataba Freud.
No es solo en el comportamiento donde se ve el contraste, sino que algo similar se observa con respecto a los sentimientos. Se describe a menudo a los histéricos como personas hipersensibles, que exageran sus sentimientos. En cambio, los narcisistas los minimizan; su objetivo es ser "fríos". De manera similar, los histéricos arrastran el pesado lastre del sentimiento de culpabilidad, mientras que los narcisistas parecen haberse liberado de esa carga. La predisposición de estos últimos es a la depresión, a la sensación de vacío, a la ausencia de sentimientos, mientras que en los histéricos tienden a sufrir de ansiedad. En la histeria se da un temor más o menos consciente a que se desborden los sentimientos, en cambio en los narcisistas este miedo es mucho más inconsciente. Con todo, estas distinciones son teóricas. A menudo se encuentra una mezcla de ansiedad y depresión, porque están presentes en la misma persona elementos narcisistas e histéricos. Esto es especialmente cierto en el caso de las personalidades límite, una variedad del trastorno narcisista.
Sigamos comparando el contexto cultural de estas dos épocas. La sociedad victoriana enfatizaba los sentimientos pero restringía en gran medida su libre expresión, especialmente en el terreno sexual. La consecuencia fue la histeria.
La sociedad actual impone relativamente pocas restricciones al comportamiento, e incluso anima a "exteriorizar" los impulsos sexuales en nombre de la liberación, pero minimiza la importancia de los sentimientos.
El resultado es el narcisismo. Se podría decir también que en la época victoriana se fomentaba el amor sin sexo, mientras que en nuestros días se fomenta el sexo sin amor. Aunque estas afirmaciones están dentro de la generalización, sacan a la luz el problema central del narcisismo: la negación del sentimiento, y la ausencia de límites que implica. Lo que predomina hoy en día es una tendencia a considerar los límites como restricciones innecesarias del potencial humano. Los negocios se dirigen como si existiera límites para el crecimiento económico, e incluso en el terreno científico ha surgido la idea de que se puede superar la muerte, esto es, que es posible transformar la naturaleza según la imagen que nos hagamos de ella. El poder, el rendimiento y la productividad se han convertido en  los valores dominantes, y han desplazado a virtudes tan "anticuadas" como la dignidad, la integridad y el respeto a uno mismo.

Alexander Lowen: "El Narcisismo. La Enfermedad de Nuestro Tiempo". Paidós, 2010, Barcelona. Pp.: 23-26


1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Rodrigo, está hiper interesante lo que me mandaste, te recomiendo que leas a Adolfo Vásquez Rocca Revista Observaciones Filosóficas - Antipsiquiatría; deconstrucción ... Recibe un abrazo.